Lo más difícil en cuanto al habitar: de una parte, reconocer en ello lo primitivo –y quizá lo eterno–, la imagen misma del estar humano en el seno del útero materno; de otra, al margen del motivo primigenio, entenderlo en su forma más extrema como posición del existir en el seno del siglo diecinueve. La forma ‘original’ del habitar no es el estarse en casa, sino el estar dentro de una funda. Pero una que lleva las huellas que ha dejado su inquilino. En último extremo, la vivienda se convierte en funda. El diecinueve fue un siglo más ansioso de aquel habitar que ningún otro. [...] Con su porosidad y su transparencia, siempre luminoso y ventilado, el veinte ha dado fin al habitar en el viejo sentido de este término. [...] El Jugendstil conmovió profundamente el habitar resguardado, como funda. Hoy, que se ha esfumado por completo, lo que nos resta en tanto que habitar se ha visto reducido casi al mínimo: los vivos, con el hotel y la pensión, y los muertos con los crematorios.
La novela no es ninguna plaza que uno se disponga a atravesar, sino que es un lugar donde se habita.
Paulin Limayrac: «Du roman actuel et de nos romanciers», Revue des deux mondes, XI, París, 1845, 3, p. 951. Cit. en Obra de los pasajes, I 4 a, 2