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Capa y Taro

Acercarse lo suficiente

La exposición Gerda Taro / This is war! Robert Capa at work reunió fotografías realizadas por Robert Capa en los conflictos que cubrió como reportero de guerra, junto con imágenes tomadas durante la Guerra Civil española por Gerda Taro, su compañera sentimental. Capa y Taro –cuyos verdaderos nombres eran Endre Friedmann y Gerta Pohorylle– se encontraron en París, donde urdieron un subterfugio que les iba a permitir comercializar mejor sus fotos. De esta manera surgió el nombre de Robert Capa, un supuesto fotógrafo norteamericano del que Endre y Gerta se decían sus representantes. Así, en un primer momento, las fotografías que vendían bajo este seudónimo eran indistintamente de uno u otro, aunque más adelante Friedmann se quedó con el nombre por el que sería internacionalmente conocido como uno de los fotógrafos más importantes del siglo XX.

La Guerra Civil española marca de forma definitiva sus vidas. Ambos acuden en 1936 a cubrir el conflicto, publicando sus imágenes en revistas como Vu o Regreds. La dedicación a su trabajo se salda con la temprana desaparición de Taro, arrollada por un tanque en el frente de Brunete. Capa permaneció en España hasta la retirada final en Cataluña, y más tarde entregó al mundo imágenes de los principales escenarios bélicos de Europa durante la II Guerra Mundial. Años más tarde, Capa pierde la vida en la Guerra de Indochina, víctima quizá de su propia máxima: «Si tus fotos no son buenas es que no te has acercado lo suficiente».

Minerva brinda ahora desde sus páginas un homenaje a ambos fotógrafos y a la labor de los reporteros de guerra. Para ello, hemos invitado a comentar algunas de las instantáneas de Capa y Taro a seis corresponsales de guerra: Gervasio Sánchez, Alfonso Armada, Guillaume Fourmont, Miguel-Anxo Murado, Carlos Enrique Bayo y Guillermo Altares.

A mí también me hubiera gustado conocer a Robert Capa y a Gerda Taro. Llegué tarde. Afortunadamente. No viví la Guerra Civil española. Cuando pisé la ciudad de Sarajevo, durante el cerco, me acordé de una guerra que no sufrí, de unos rostros que ellos captaron, aunque la gente se parecía a la que miraba con pánico al cielo cuando la aviación enemiga bombardeaba las ciudades, o cuando trataban de vivir una vida normal yendo al teatro aún a riesgo de morir bajo las balas. Las fotografías nos cuentan un fragmento de una historia que nosotros recomponemos con nuestra imaginación y nuestros prejuicios: esa historia que hemos fabricado a base de recortes, fogonazos, párrafos, libros de historia mal recordados, estampas del No-Do, documentales rescatados de un olvido en blanco y negro, relatos escuchados a hurtadillas, películas que han ido documentando nuestra educación sentimental. No conocí a Robert, pero sí a su hermano, Cornell, casi al inicio de mi vida como corresponsal en Nueva York. Aplastado por la fama póstuma de su hermano, el talento de Cornell Capa para la fotografía lo desvió hacia dos tareas hermosas: el legado de Robert y la creación del Centro Internacional de la Fotografía. A mí me gustan los pies de foto, y no porque haya encontrado en la escritura una forma de vida, sino porque a las fotos sin palabras se las come la ambigüedad, y porque también creo que el goyesco sueño de la razón (quedarse dormidos: no el exceso de razón) produce monstruos.

Alfonso Armada

Alfonso Armada (Vigo, 1958) es periodista. Trabajó durante catorce años para el diario El País, cinco de ellos como corresponsal para África, y, desde 1999, para Abc. Ha cubierto el cerco de Sarajevo, el genocidio de Ruanda y el ataque contra las Torres Gemelas. Además de trabajar como reportero desde que regresó de la corresponsalía de Abc en Nueva York, dirige desde septiembre de 2009 el máster de periodismo de este periódico. Es también editor y uno de los promotores de la revista digital fronterad.com. Ha publicado, entre otros, los libros Cuadernos africanos, España, de sol a sol, El rumor de la frontera, Nueva York, el deseo y la quimera, El sueño americano. Cuaderno de viaje a la elección de Obama, Diccionario de Nueva York y, con Gonzalo Sánchez-Terán, El silencio de Dios y otras metáforas. Una correspondencia entre África y Nueva York. Ha publicado también obras de teatro, como La edad de oro de los perros / Sin Maldita Esperanza, y poemarios como Pita velenosa, porta dos azares, Los temporales y TSC. Diario da noite.

Las víctimas son la única verdad incuestionable de las guerras. Normalmente son civiles. Hacemos mucho hincapié en los niños, pero no nos damos cuenta de que los que ahora son adultos y han padecido la guerra desde hace cuarenta años fueron también niños. Me ha sorprendido fotografiar a adultos mutilados en Afganistán, en Kosovo, en Mozambique, y darme cuenta de que fueron mutilados cuando eran niños. En definitiva, las víctimas son mujeres, hombres, ancianos y niños que tienen la desgracia de que la guerra se cruce en su camino, y de que todo a su alrededor, lo que hasta entonces fueron sus vidas, se desmorone.

La guerra es el gran fracaso de los seres humanos. Y a la vez, no podemos imaginar ningún periodo de la historia en el que, en alguna parte del mundo, no hubiera guerra. En el presente, hay guerra porque es un negocio que beneficia a empresas privadas, a gobiernos que venden armas, y este gobierno nuestro es uno de ellos. Al igual que los niños soldados abusaban de las mujeres, violándolas, los gobiernos abusan de la palabra paz. Y el actual gobierno español –al igual que el norteamericano, el francés, el inglés y tantos otros– lo ha hecho, triplicando la venta de armas, no estableciendo controles que frenen la actividad de guerra de las grandes multinacionales y aprovechando, además, un estado de opinión en contra de la guerra en la que nos involucró el anterior gobierno. La guerra no es algo abstracto ni lejano. Nunca cesa, y la llevan en las manos nuestros propios gobernantes, nuestras propias empresas.

Gervasio Sánchez

Nacido en Córdoba en agosto de 1959, Gervasio Sánchez es periodista desde 1984. Sus trabajos se publican en Heraldo de Aragón y La Vanguardia. y colabora con la Cadena Ser y la BBC. Es autor de varios libros fotográficos: El Cerco de Sarajevo (1995), Vidas minadas (1997, 2002 y 2007), Kosovo, crónica de la deportación (1999), Niños de la guerra (2000), La Caravana de la muerte. Las víctimas de Pinochet (2002), Latidos del Tiempo (2004), junto al escultor y artista plástico Ricardo Calero, Sierra Leona, guerra y paz (2005) y Sarajevo, 1992-2008 (2009). En 2001 coordinó, junto a Manuel Leguineche, el libro Los ojos de la guerra (Homenaje a Miguel Gil), y en 2004 publicó Salvar a los niños soldados. Ha recibido los premios Cirilo Rodríguez, Ortega y Gasset, Rey de España y el Premio Nacional de Fotografía, concedido en 2009. Es enviado especial por la paz de la UNESCO desde 1998.

Mientras desfilan, estos hombres miran a la muerte y llevan la muerte en los ojos. Miran hacia el féretro del revolucionario y escritor húngaro Béla Frankl, general de las Brigadas Internacionales con el sobrenombre Pavol Lukács, muerto en un bombardeo en Huesca cinco días antes. Pero también miran hacia su propia y próxima muerte. Soldados del pueblo, con escasa instrucción militar y armamento desfasado, muchos morirán en la desastrosa batalla de Belchite, un par de meses más tarde. Sus gestos, el rictus que consume sus rostros, parecen compartir una premonición del próximo fin. Me recuerdan el porte de los militares afganos que despedían con solemnes paradas castrenses, medio siglo después (en el verano de 1988) en Mazar-i-Sharif, a las fuerzas soviéticas en retirada. Ellos también sabían que, abandonados por la URSS, iban a perecer a manos de las implacables bandas muyahidines armadas y financiadas por EE UU, pero aún así desfilaban con actitud desafiante, como dando la bienvenida a la inevitable llegada de la muerte, más que en despedida al Ejército Rojo.

Claramente rojos, pese al blanco y negro de la fotografía en esa época, estos hombres en armas vienen de la muerte y van hacia ella, como ocurre en todas las guerras. Y en esta foto la muerte también acecha al otro lado del objetivo que capta la imagen, puesto que la mujer que la toma, Gerda Taro, está también condenada: sólo un mes después morirá en El Escorial, tras ser arrollada por un blindado republicano en la caótica retirada del frente de Brunete. Será la primera fotógrafa muerta al informar sobre la guerra.

Porque, en la guerra, todo lo que se ve está tocado por la terrible mirada de la muerte.

Carlos Enrique Bayo

Carlos Enrique Bayo (Barcelona, 1956) es actualmente redactor-jefe de Mundo en Público. Ha sido corresponsal en Moscú (1987-1992) y en Washington (1992-1996), así como máximo responsable de Internacional en cinco periódicos distintos. Ha actuado como enviado especial en los conflictos bélicos de Afganistán, Camboya, Oriente Próximo y la guerra entre Armenia y Azerbaiyán por el control de la región de Nagorno-Karabaj. También ha cubierto eventos históricos como la caída del Muro de Berlín, la matanza de Tiananmen (Pekín) y la catástrofe de la Union Carbide en Bhopal (India), entre muchos otros acontecimientos mundiales. Durante su corresponsalía en la URSS y Rusia, viajó por todas las repúblicas soviéticas y asistió a las revueltas de las repúblicas bálticas, los alzamientos del Cáucaso, la secesión del TransDniester de Moldavia, la independencia de Ucrania y el nacimiento de las nuevas naciones de Asia Central.

Me dijeron que debía dejar mi tierra por la libertad
Me prometieron que jamás vencería el fascismo
Y dejé mi tierra para las trincheras
Me detuvieron
Me asesinaron
Me llamo Théophile y sigo en una fosa común de España

Me dijeron que debía dejar la libertad por mi tierra
Me prometieron que jamás vencería el imperialismo
Y dejé mi libertad para las montañas
Me detuvieron
Me asesinaron
Me llamo Ahmad y sigo en una fosa común de Afganistán

La primera vez que pisé Afganistán, pensé en mi tío abuelo, un joven de la Bretaña profunda que abandonó la pobreza rural en nombre de un ideal. A escasos metros de mi despacho de Kabul, una placa recordaba a todos los que habían luchado (y muerto) contra el Ejército Rojo, los muyahidines. Los mismos que luego se lanzaron contra las fuerzas de Estados Unidos y que el Pentágono llama ahora talibanes. Como Ahmad. A todos les dicen, les prometen. Les mienten. Porque la guerra sólo embrutece a los hombres.

Guillaume Fourmont-Dainville

Periodista en la sección Internacional del diario Público, Guillaume Fourmont-Dainville trabajó en Afganistán como miembro de la ONG Aïna, dedicada al desarrollo de los medios de comunicación en el país asiático tras la caída del régimen talibán en 2001. Especialista del mundo árabe-islámico, vivió en varios países de Oriente Medio, como Marruecos y Arabia Saudí, antes de formarse como periodista en El País. Es autor de varias guías de viajes y de dos ensayos en francés : Géopolitique de l’Arabie saoudite. La guerre intérieure (Ellipses, París, 2005) y Madrid. Régénérations (Autrement, París, 2009). También colabora con las revistas Foreign Policy y Moyen-Orient.

No sólo los gladiadores de la Roma Antigua, todos los que van a morir siempre nos saludan. Ése fue mi primer descubrimiento sobre la guerra, una fría mañana de 1991 en la que crucé el río Kupa, en Croacia, con el equipo de televisión anglo-americano con el que entonces trabajaba. En la otra orilla estaba la primera línea. Cuando estábamos llegando en una lancha de la ZNG (la guardia nacional croata), vimos cómo una fila de soldados nos saludaba exactamente como en esta fotografía que tomó Capa muchos años antes: fusil en alto, sonrientes o solemnes, quizás haciendo el gesto de la victoria con la otra mano. Todos los soldados posan ante las cámaras. La guerra, que para el soldado no es sino una mezcla de miedo y aburrimiento, seguramente exacerba ese deseo de dejar un rastro, de no desaparecer del todo. No es criticable: todo el mundo, quizá de manera instintiva, desea permanecer. De hecho, esta clase de fotografías nunca dejará de conmovernos. Todos esos rostros que nos miran desde las instantáneas de siglo y medio de fotografía y violencia son como un ejército de fantasmas, a la vez una advertencia y una constatación de la fragilidad de la experiencia humana.

Miguel-Anxo Murado

Miguel-Anxo Murado (Lugo, 1965) cubrió las guerras de los Balcanes como enviado especial y fue corresponsal en Oriente Medio, donde informó diariamente de la Intifada palestina durante tres años. Sobre la guerra de Croacia dirigió el documental Croacia, voces y disparos y sobre la Intifada palestina es autor del ensayo La Segunda Intifada. Historia de la revuelta palestina. Su experiencia personal se encuentra reflejada en el libro de memorias Fin de siglo en Palestina. Completan su obra, en gallego, español e inglés, una veintena de títulos de novelas, libros de relatos, teatro y poesía entre los que destaca Ruido. Relatos de guerra, una ficción con las guerras de Croacia y Bosnia de fondo. En la actualidad, Murado es analista de política internacional en La Voz de Galicia y colaborador habitual de la cadena SER, la BBC británica y el diario The Guardian.

Robert Capa fue el mejor fotógrafo de guerra de todos los tiempos precisamente porque sus instantáneas más importantes (salvo la del miliciano caído en Cerro Muriano que tanta polémica sigue provocando) no transcurren en los momentos de combate. La guerra muchas veces no se parece a la guerra, está llena de instantes perdidos, de silencios, de violencia escondida y eso es lo que fue capaz de captar como nadie, a través de los niños o de los soldados que, como en esta instantánea, hacen guardia en un balcón de una ciudad alemana, al final de la II Guerra Mundial. John Steinbeck, con quien Capa realizó un viaje por la Unión Soviética que se convirtió en un libro magnífico, dijo de él que era capaz de «fotografiar una emoción». En eso reside su fuerza y su misterio, en esa emoción insoslayable que nos transmiten esos instantes en los que, por unos momentos, creemos que la guerra no existe. Pero está, allí, en todo momento, y el espectador lo presiente. Uno de los dos soldados que aparecen en este negativo moriría pocos minutos después, en el mismo balcón, por los disparos de un francotirador alemán, cuando la guerra estaba a punto de terminar. Esa es la emoción que Capa nos transmite.

Guillermo Altares

Guillermo Altares (Madrid, 1968) es redactor jefe de elpais.com. Como redactor de la sección de Internacional de El País cubrió numerosos acontecimientos internacionales, entre ellos la caída de los talibanes en Afganistán en 2001, la posguerra de Irak en 2003 y la guerra de Israel contra Líbano en 2006.

EXPOSICIÓN GERDA TARO / THIS IS WAR! ROBERT CAPA AT WORK


14.07.10 > 05.09.10

COMISARIAS KRISTEN LUBBEN • CYNTHIA YOUNG
ORGANIZA CBA • FUNDACIÓN PABLO IGLESIAS • INTERNATIONAL CENTER OF PHOTOGRAPHY (ICP)