Gozo, placer y literatura
Coloquio Ramón Andrés • Manuel Llorente • Marta Sanz
¿El dolor individual y narcisista del creador atormentado de la modernidad tardía o el dolor como experiencia compartida capaz de generar redes fraternas y alentar una queja colectiva y transformadora en un mundo deslavazado y precario? Estas y otras cuestiones se abordaron en el marco del Festival Eñe 2017, en la mesa redonda «Visiones del daño. Una literatura», en la que el periodista cultural Manuel Llorente retó poéticamente a la novelista Marta Sanz y al ensayista y poeta Ramón Andrés con el fin de abordar la cuestión del dolor en la literatura y en la vida creativa.
Manuel Llorente
He rebautizado esta mesa con el subtítulo de Gozo, placer y literatura. Y así de entrada, os pregunto: ¿escribir es un gozo o lo pasáis mal? Marta, en tu libro Clavícula (Anagrama, 2017), describes con fruición el dolor que te llevó a escribirlo.
Marta Sanz
Siempre he usado una muletilla para clarificar la perspectiva ética y estética de mis libros, diciendo que yo escribía de lo que me dolía: a aquello que me resultaba intolerable yo le ponía la máscara de la ficción. Nunca imaginé que iba acabar escribiendo sobre algo que me dolía físicamente, esto es, del dolor de mi clavícula. He usado la escritura como una manera de poner orden en el desconcierto que genera en el cuerpo el dolor, es decir, de una manera completamente terapéutica, para ver si podía comprender ese dolor, si tenía relación con algún otro dolor de mi psique y, al mismo tiempo, con la presión laboral a la que estaba sometida. Ese impulso inicial de escritura se convirtió en artefacto literario en la medida en que iba sospechando que mi dolor no era único, que era compartido con muchas otras personas.
Manuel Llorente
Ramón, en tu libro Semper Dolens (Acantilado, 2015) dices que poner fin al dolor, bien sea moral o físico, es terminar con el aislamiento.
Ramón Andrés
La literatura contemporánea, en términos generales, habla de un dolor que nació en el siglo XVIII, un dolor narcisista –y no lo digo por tu clavícula, Marta–, un dolor a menudo procedente de la autocontemplación, sentido desde el lugar de la víctima, donde el artista aparece como alguien capacitado para transformar ese dolor en creación. El dolor se ha convertido así en una retórica: la del sentirse víctima ante un mundo que no me entiende.
Marta Sanz
Me interesa mucho lo que ha dicho Ramón porque, y ya hablo desde la cuestión del artefacto literario más allá de lo terapéutico, para mí era muy importante impugnar en el texto ese discurso aprendido sobre el dolor, e impugnarlo de una manera paródica, de modo que el dolor no fuera solamente una expresión de la vanidad y un ejercicio de autocontemplación, sino que fuera algo que te proyecta hacia los demás. El dolor como un modo o un medio de fraternidad, en la medida en que es una experiencia compartida. Me parecía fundamental, desde un punto de vista político, reivindicar el derecho a la queja. En Clavícula, la expresión de la propia fragilidad, paródica en muchas ocasiones, está legitimando el derecho a la queja.
Ramón Andrés
Manuel, antes has mencionado Semper dolens, que es un libro sobre el suicidio y, casualmente, el colectivo en el que menos suicidios hay es en el mundo de la creación, donde la tasa de suicidio es bajísima.
Manuel Llorente
¿Podría entonces la creación cauterizar el dolor?
Ramón Andrés
Yo creo que la creación ordena y el dolor es todo lo contrario: desorden.
Marta Sanz
Sin embargo, yo tengo la sensación de que, en el caso de las creadoras, la creatividad se penaliza en forma de locura, que conduce en ocasiones al suicidio. Por eso hay muchas escritoras contemporáneas, como Woolf o Plath, que se han acabado suicidando. El dolor también está, por tanto, atravesado por la cuestión de género, y esto era algo que me preocupaba mucho mostrar en Clavícula. Por ejemplo, a la hora de reflexionar acerca de mi propia experiencia con el colectivo médico, encontré que había muchas mujeres, como yo, en la menopausia, ese momento tan poco fotogénico, en el que se nos trata de un modo condescendiente. La medicina también es un discurso marcadamente heteropatriarcal que a las mujeres nos coloca en una situación de desventaja y de vulnerabilidad.
Manuel Llorente
¿Estamos viviendo instalados en el dolor? Por desencantos, mentiras…
Ramón Andrés
Nos estamos moviendo siempre en esos términos porque todo lo contemplamos desde una autorreferencialidad superlativa y peligrosa, que es la marca del ser humano de nuestros días, ese dolor de la subjetividad que tiene, insisto, algo de narcisismo, fruto del individualismo. Y en contraste con lo que decía Marta, cada cuatro suicidios, tres son masculinos, quizá porque la mujer tenga un sentido más afinado de la realidad...
Marta Sanz
Eso hace especialmente significativo el hecho de que en el mundo de la creatividad haya tantas mujeres suicidas, cuando en general no es así. Respecto a si vivimos instalados en el dolor, yo tengo la sensación contraria. Vivimos en sociedades donde la queja está penalizada, la enfermedad está atravesada por la tiranía del pensamiento positivo y donde parece que, si estás enfermo, es por tu culpa. Se nos culpabiliza como individuos de cosas que tienen un origen sistémico, se nos responsabiliza de problemas de las que no somos responsables. Se nos vende, por ejemplo, una épica de la aventura para encubrir el exilio económico. En este sentido, la experiencia del dolor ha cambiado mucho, motivada por la economía neoliberal.
Manuel Llorente
Joan Margarit, en su libro Joana, sobre su hija, que falleció a los treinta años víctima de un doloroso síndrome dice: «En su cuerpo contrahecho aprendí lo que era la belleza». Ante la pérdida de un hijo, algo para lo que nunca estamos preparados, Ramón ¿qué se puede decir?, ¿qué se puede escribir?
Ramón Andrés
Ese es un dolor diferente, no impostado. Una muerte prematura comporta el dolor del ser que muere fuera de tiempo; no obedece, por tanto, a la naturaleza sino al infortunio. Yo antes apuntaba al dolor moderno –no al actual, del que habla Marta–, ese que parte del siglo XVIII y que, vengo insistiendo, es hermano de nuestro exacerbado individualismo. Tú, así lo crees, eres el receptor de toda la adversidad del mundo, cosa que también es muy cristiana y muy nihilista. No encuentras tu sitio, piensas que este es un lugar de paso, y por tanto vives aplazado, desconoces, en el fondo, qué es el presente y piensas siempre en un futuro más allá de este valle de lágrimas que es el mundo, según se nos ha dicho desde la religión. Haberlo creído es una de las marcas de la cultura occidental.
Manuel Llorente
Y por eso, ¿estamos condenados a sufrir?
Ramón Andrés
Estamos condenados mientras estemos apostados en este nihilismo, que es «el huésped más peligroso de Europa», en palabras de Nietzsche. Mientras tengamos estos pensamientos utópicos, mientras no nos hagamos con una concepción plena del presente –y no me refiero al carpe diem, sino a trascender la antítesis entre el mundo exterior y nosotros– seremos presa de estos espejismos que erosionan la existencia. Y a eso se suma la peor de las trampas: habernos hecho creer que somos únicos, distintos, irrepetibles. La muerte es pensar que cada uno tiene un pensamiento propio, sin saber que la razón es lo común a todos, según la sentencia de Heráclito.
Marta Sanz
Desde ahí, una de las maneras de renovación interesante de los géneros autobiográficos se produce, a mi juicio, al sacar a la luz no la singularidad de un individuo que habla en primera persona, sino lo que el individuo comparte con los demás. Yo, modestamente, intenté poner esto en práctica en mis novelas Lección de anatomía (Anagrama, 2008) y Clavícula. Como lecturas de duelo, acerca de ese dolor primario del que hablaba antes Ramón, me gustaría mencionar Sarinagara, de Philippe Forest (Sajalín, 2009) y La hora violeta (Literatura Random House, 2013) de Sergio del Molino. Cuando los escritores abordamos literariamente el problema del dolor, surgen cuestiones lingüísticas e indagaciones formales que acaban repercutiendo en el autoconocimiento, a la vez que se produce también la capacidad de compartir, con el consiguiente efecto de desencapsularse. Con Clavícula he tenido por primera vez la sensación de que un libro interviene en la realidad ya que he acabado hablando mucho de él fuera de los cenáculos literarios. Por ejemplo, me reuní con la asociación de damnificados por el Síndrome Tóxico, quienes llevan años luchando para que el dolor físico no les convierta en monstruos frente a los demás. Esa perspectiva me interesa muchísimo: cómo el dolor te puede llevar hacia el territorio de la abyección.
Manuel Llorente
¿Cómo podemos atemperar o diluir el dolor?
Ramón Andrés
Si hablamos de ese falso dolor contemporáneo, se mitigaría considerablemente mediante una purga y una liberación del ego. Si rebajásemos la mirada tiránicamente autorreferencial que tenemos, el dolor sería otro.
Marta Sanz
Escribiendo Clavícula aprendí que una manera de mitigar el dolor es compartirlo, convertirlo, en mi caso, en un relato donde la base sea ese sentimiento fraterno. Compartir los dolores ayuda a mitigarlos y a convertirte no solamente en parte de la especie sino de la sociedad. A los dolores lo primero que hay que hacer es sacarlos de la nebulosa, buscar el origen y ponerles nombre. Ese origen puede ser físico, psíquico o social y, en algunos casos, confluyen los tres aspectos, como en la fibromialgia, una enfermedad que padecen fundamentalmente las mujeres y que es un ejemplo en el que confluyen la respuesta física, biológica, con la presión social y con la psique. En esa confluencia las mujeres somos más vulnerables porque se nos exige más o porque queremos estar a una determinada altura en los contextos laborales. Lo importante es poner nombre a las cosas: relatarlas y compartirlas.
Manuel Llorente
¿Que se puede hacer ante las últimas palabras de Pavese, antes de suicidarse? «Cuando más determinado y concreto es el dolor, más se debate el instinto de la vida. Cae la idea del suicidio. Parecía fácil al pensarlo, se necesitaba humildad y no orgullo. Todo esto da asco. Basta de palabras. No escribiré más». ¿Realmente se necesitaría humildad en vez de orgullo?
Ramón Andrés
Por supuesto, la humildad es un campo que hay que roturar y regar bien, porque concebimos las vidas como una carrera que controlas tú mismo y que vas corriendo contra tu propio cronómetro. Estamos sometidos a autovigilancia bajo la obligación de ser superior a lo que uno es: tú sí eres, tú puedes, tú sabes… Es como una aspiración a la superación, con una suerte de lenguaje deportivo pasado a la metafísica. Y esto puede destrozar a una persona, porque acabará desfondada.
Marta Sanz
Lo que es muy importante es desdecir esa idea de que el dolor es lo que singulariza tu vida interior. El dolor no es algo que viene de dentro, no es endógeno en todos los casos. El dolor tiene causas exógenas que compartimos muchos seres humanos que vivimos en la misma comunidad.
Ramón Andrés
Estaba recordando un poema de Maiakovski que dice: «Me duele más la piedra en el zapato que todas las tragedias de Goethe». Ese podría decirse que es un dolor objetivo, como el que narran Levi, Kertész y Grossman, según lo vivido en los campos de solución final. Repeto máximo. Ese no es un dolor que alimenta el ego, porque el que cocierne al ego produce la contractura de vivir en una sociedad saturada y banal. Vivir se ha convertido en una contractura, fruto de la mala postura.
Manuel Llorente
Para cerrar esta mesa, dejo la última estrofa de otro poema de pérdida y de desamor, «A Francisco», de Leopoldo María Panero, alguien que amó mucho y sufrió mucho:
porque eras suave como el peligro,
como el peligro de vivir de nuevo.