Recuerdo haber tenido una conversación con Kafka –dice Brod– cuyo punto de partida era la Europa actual y la decadencia de la humanidad. «Somos», dijo, «pensamientos nihilistas, ideas de suicidio que se alzan en la cabeza divina».
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En un momento dado oí en mí de pronto una llamada, una extraña advertencia, y vi esas tres magníficas ciudades [...] como amenazadas de hundimiento, de destrucción por el agua y por el fuego, carnicería y desgaste repentino, como si fueran bosques fulminados en bloque. Luego las veía devoradas como por una grave enfermedad, por algún mal oscuro y subterráneo que hacía de repente derrumbarse monumentos o barrios, o completos muros de mansiones. [...] Desde estos alzados promontorios lo que mejor se nota es la amenaza. Lo aglomerado es amenazante, y el trabajo gigante lo es también; el hombre necesita trabajar, mas también tiene otras necesidades [...]. Necesita aislarse y agruparse, sublevarse y gritar, y apaciguarse y someterse. [...] Finalmente también se encuentra en él la necesidad de suicidarse, y eso en la misma sociedad que forma; necesidad que aún es más intensa que el propio instinto de conservación.
Léon Daudet. Paris vecu, París, 1930, pp. 220-221. Cit. en Obra de los pasajes, C 9 a, 1
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En el tiempo en que vivimos todo es santo, ¡incluso el suicidio! [...] ¡Maldito el que no quiera descubrirse ante nuestros cadáveres! ¡Él sería el impío!
Claire Démar. Ma loi d’avenir, obra póstuma, París, 1834, pp. 10-11. Cit. en Obra de los Pasajes, U 14, 5
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