salvaje

y llegar por fin, como vosotros, a extraordinarios puertos!
¡Huir con vosotros de la civilización!
¡Perder con vosotros la noción de moral!
¡Sentir que cambia mi humanidad en la lejanía!
¡Beber con vosotros en los mares del sur
nuevas mezclas salvajes, nuevos trastornos del alma,
nuevos fuegos centrales en mi volcánico espíritu!
¡Ir con vosotros y desnudarme –¡ah! ¡fuera!–
mi vestido tan civilizado, mi blandura de acciones,
mi miedo innato a las cárceles
y mi serena vida,
asentada y estática, reiterada y reglada!

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¡Ah! ¡el salvajismo de este salvajismo!
¡Mierda para una vida como la nuestra, que no es nada de esto!

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Nuestra sensibilidad es de una complejidad tal que la antigüedad no podía ni soñarla. Así, nuestra disciplina de esa sensibilidad debe implicar el uso de una cantidad mucho más elevada de fuerza mental.

Los griegos podían sentir profundamente, intensamente, o salvajemente, pero lo hacían siempre racionalmente. Sus emociones surgían razonables aun cuando con fiereza y violencia. No sólo no podemos alcanzar esa calidad, sino que tampoco debemos; pues si tuviéramos el sentimiento griego y el intelecto griego, seríamos griegos de la antigüedad y no europeos modernos.

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Nuestra sensibilidad es de una complejidad tal que la antigüedad no podía ni soñarla. Así, nuestra disciplina de esa sensibilidad debe implicar el uso de una cantidad mucho más elevada de fuerza mental.

Los griegos podían sentir profundamente, intensamente, o salvajemente, pero lo hacían siempre racionalmente. Sus emociones surgían razonables aun cuando con fiereza y violencia. No sólo no podemos alcanzar esa calidad, sino que tampoco debemos; pues si tuviéramos el sentimiento griego y el intelecto griego, seríamos griegos de la antigüedad y no europeos modernos.

Fernando Pessoa
Sobre literatura y arte

«Eróstrato», 45, Sobre literatura y arte, p. 394


FÁRMACOS
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