He nacido sujeto, como todos, a tener errores y defectos,
pero nunca al error de pretender comprender de más,
nunca al error de quien quiere comprender solamente con la
Poesía II. Los poemas de Alberto Caeiro 2
«Poemas inconjuntos», vs. 17-19, p. 71
FÁRMACOS
Canto en mi verso a los trenes, canto a los automóviles, canto a
[los vapores,
pero es que en mi verso, por más que lo ice, sólo hay ritmos e[ideas,
no hay hierro, acero o ruedas, no hay maderas ni cuerdas,ni la realidad de cualquier piedra callejera y nula;
la de aquella piedra que, casualmente, nadie mira al pisar,
pero puede mirarse y ser pisada, y tomarse en la mano,
y mis versos en cambio sólo son como ideas, como ideas que
[pueden no ser comprendidas.
Lo que quiero no es cantar al hierro: es el hierro.Lo que pienso es dar sólo la idea de acero –pero no es
[el acero–.
Lo que más me enfurece en la emoción de la inteligenciaes el no poder cambiar mi ritmo, ese ritmo que imita al agua
[que canta,
por lo que es el real frescor del agua tocando mis manos,el sonido visible de ese río, ése en el que puedo entrar y
[mojarme,
que puede dejar mi traje chorreando,donde podría ahogarme, si quisiera,
que tiene la natural divinidad de estar ahí sin literatura.
¡Mierda! ¡Mil veces mierda a todo lo que yo no puedo hacer!
¿Qué todo, Walt –me oyes–?, ¿qué es todo, qué es todo?
¡Y que mil rayos partan la falta que nos hace no ser Dios
para escribir poemas al Universo y a la Realidad por nuestra
[carne,
tener ideas-cosas, pensamiento Infinito!Para lograr tener estrellas reales en el interior de mi
[ser-pensamiento,
nombres-números ya en los confines de la gran reina[emoción-la-Tierra.
¡Futilidad, irrealidad, […] estática de todo arte,
condena del artista a no vivir!
¡Oh quién nos diera, Walt,
esa tercera cosa que es la media entre el arte y la vida,
Poesía III. Los poemas de Álvaro de Campos 1
«Salutación a Walt Whitman», vss. 518-544, pp. 303-305
SENSUALISMO / SENSACIÓN
REALIDAD
Estoy cansado de la inteligencia.
Pensar es malo para las emociones.
Poesía III. Los poemas de Álvaro de Campos 1
vss. 1-2, p. 185
SENSUALISMO / SENSACIÓN
Casi sin saberlo nos corroe una simpatía ancestral por la magia negra, por las formas prohibidas de la ciencia transcendente, por los Señores del Poder que se vendieron a la Condenación y a la Reencarnación degradada. Nuestros ojos de débiles y de inseguros se pierden, con un celo femenino, en la teoría de los grados invertidos, en los ritos inversos, en la curva siniestra de la jerarquía descendente. Satanás, sin que lo queramos, posee para nosotros una sugestión como de macho para hembra. La serpiente de la Inteligencia Material se nos enroscó en el corazón, como en el Caduceo simbólico del Dios que comunica ―Mercurio, señor de la comprensión.
Libro del desasosiego
«Los grandes fragmentos», «Declaración de diferencia», pp. 480-481
FÁRMACOS
AMOR
La única actitud intelectual digna de una criatura superior es la de una tranquila y fría compasión por todo cuanto no le es propio. No porque esa actitud tenga la más mínima señal de ser justa y verdadera; sino porque es tan envidiable que es preciso tenerla.
No conozco placer como el de los libros, y leo poco. Los libros son presentaciones a los sueños, y no precisa de presentaciones quien, con la facilidad de la vida, entra en diálogo con ellos. Nunca pude leer un libro entregándome a él; siempre, a cada paso, el comentario de la inteligencia o de la imaginación me entorpecía la secuencia de la propia narración. Al cabo de unos minutos, el que escribía era yo, y lo que estaba escrito no estaba en parte alguna.
Mis lecturas predilectas son la repetición de libros banales que duermen conmigo a mi cabecera. Hay dos que nunca me abandonan ―La Retórica del Padre Figueiredo y las Reflexiones sobre la Lengua Portuguesa, del Padre Freire.
No conozco placer como el de los libros, y leo poco. Los libros son presentaciones a los sueños, y no precisa de presentaciones quien, con la facilidad de la vida, entra en diálogo con ellos. Nunca pude leer un libro entregándome a él; siempre, a cada paso, el comentario de la inteligencia o de la imaginación me entorpecía la secuencia de la propia narración. Al cabo de unos minutos, el que escribía era yo, y lo que estaba escrito no estaba en parte alguna.
Mis lecturas predilectas son la repetición de libros banales que duermen conmigo a mi cabecera. Hay dos que nunca me abandonan ―La Retórica del Padre Figueiredo y las Reflexiones sobre la Lengua Portuguesa, del Padre Freire.
El hecho es que creo ser el primero en dar en palabras el absurdo siniestro de esta sensación sin remedio.
Y la curo escribiéndola. Sí, no hay desolación, si es de veras profunda, mientras que no sea puro sentimiento, pero en ella participe la inteligencia, para que no exista el remedio irónico de decirla. Aun cuando la literatura no tuviera otra utilidad, tendría esta, aunque sea para unos pocos.
[…] Escribo como quien duerme, y toda mi vida es un recibo por firmar.
El ansia de comprender, que en tantas almas nobles sustituye a la de actuar, pertenece a la esfera de la sensibilidad. Sustituir por la Inteligencia la energía, romper el lazo entre la voluntad y la emoción, despojando del interés todos los gestos de la vida material, eso es lo que, logrado, vale más que la vida, tan difícil de poseer por entero y tan triste de poseer parcialmente.
Decían los argonautas que navegar es preciso, mas vivir no es preciso. Argonautas nosotros de la sensibilidad enfermiza, digamos que sentir es preciso, mas que no es preciso vivir.
El ansia de comprender, que en tantas almas nobles sustituye a la de actuar, pertenece a la esfera de la sensibilidad. Sustituir por la Inteligencia la energía, romper el lazo entre la voluntad y la emoción, despojando del interés todos los gestos de la vida material, eso es lo que, logrado, vale más que la vida, tan difícil de poseer por entero y tan triste de poseer parcialmente.
Decían los argonautas que navegar es preciso, mas vivir no es preciso. Argonautas nosotros de la sensibilidad enfermiza, digamos que sentir es preciso, mas que no es preciso vivir.
El hecho es que creo ser el primero en dar en palabras el absurdo siniestro de esta sensación sin remedio.
Y la curo escribiéndola. Sí, no hay desolación, si es de veras profunda, mientras que no sea puro sentimiento, pero en ella participe la inteligencia, para que no exista el remedio irónico de decirla. Aun cuando la literatura no tuviera otra utilidad, tendría esta, aunque sea para unos pocos.
[…] Escribo como quien duerme, y toda mi vida es un recibo por firmar.
No subordinarse a nada ―ni a un hombre, ni a un amor, ni a una idea, tener aquella independencia lejana que consiste en no creer en la verdad, ni tampoco, caso de haberla, en la utilidad de su conocimiento― tal es el estado en que, me parece, debe transcurrir, para con ella misma, la vida íntima intelectual de los que no viven sin pensar. Pertenecer ―he ahí la banalidad. Credo, ideal, mujer o profesión ―todo significa la celda y las esposas. Ser es estar libre.
Más de una vez, al pasear lentamente por las calles vespertinas, me ha golpeado el alma, con una violencia súbita y aturdidora, la extrañísima presencia de las cosas. No son exactamente las cosas naturales las que de ese modo me afectan y las que de manera tan poderosa me producen esa sensación: son más bien las distribuciones de las calles, los letreros, las personas vestidas y charlando, los empleos, los periódicos, la inteligencia de todo eso. O, mejor, es el hecho de que existan distribuciones de calles, letreros, empleos, hombres, sociedad, todo entendiéndose y prosiguiendo y abriendo caminos.
Más de una vez, al pasear lentamente por las calles vespertinas, me ha golpeado el alma, con una violencia súbita y aturdidora, la extrañísima presencia de las cosas. No son exactamente las cosas naturales las que de ese modo me afectan y las que de manera tan poderosa me producen esa sensación: son más bien las distribuciones de las calles, los letreros, las personas vestidas y charlando, los empleos, los periódicos, la inteligencia de todo eso. O, mejor, es el hecho de que existan distribuciones de calles, letreros, empleos, hombres, sociedad, todo entendiéndose y prosiguiendo y abriendo caminos.
Me golpea entonces, siempre que así siento, la vieja frase de no sé qué escolástico: Deus est anima brutorum, Dios es el alma de los brutos. Así entendió el autor de la frase, que es maravillosa, que podía explicarse la certeza con que el instinto guía a los animales inferiores, en los que no se adivina inteligencia, o se adivina apenas un bosquejo de ella. Pero todos somos animales inferiores ―hablar y pensar no pasan de ser nuevos instintos, menos seguros, por nuevos, que los otros. Y la frase del escolástico, tan justa en su belleza, se me ensancha y digo: Dios es el alma de todo.
Me golpea entonces, siempre que así siento, la vieja frase de no sé qué escolástico: Deus est anima brutorum, Dios es el alma de los brutos. Así entendió el autor de la frase, que es maravillosa, que podía explicarse la certeza con que el instinto guía a los animales inferiores, en los que no se adivina inteligencia, o se adivina apenas un bosquejo de ella. Pero todos somos animales inferiores ―hablar y pensar no pasan de ser nuevos instintos, menos seguros, por nuevos, que los otros. Y la frase del escolástico, tan justa en su belleza, se me ensancha y digo: Dios es el alma de todo.
Vivir es pertenecer a otro. Morir es pertenecer a otro. Vivir y morir son la misma cosa. Pero vivir es pertenecer a otro por fuera, y morir es pertenecer a otro por dentro. Las dos cosas se asemejan, pero la vida es el lado de fuera de la muerte. Por eso la vida es la vida y la muerte la muerte, pues el lado de fuera es siempre más verdadero que el lado de dentro, tanto que es el lado de fuera el que se ve. Toda emoción verdadera es mentira en la inteligencia, pues no se da en ella. Toda emoción verdadera tiene por tanto una expresión falsa. Expresarse es decir lo que no se siente. […] Fingir es conocerse.
Así el arte de los griegos también es grande según mi criterio, y lo es sobre todo según mi criterio. La belleza, la armonía, la proporción no eran para los griegos conceptos de su inteligencia, sino disposiciones íntimas de su sensibilidad. Por eso eran un pueblo de estetas, buscando, exigiendo la belleza todos¸ en todo, siempre. Por eso emitieron con tal violencia su sensibilidad sobre el mundo futuro que aún vivimos súbditos de la opresión de esa sensibilidad. Nuestra sensibilidad, sin embargo, es ya tan diferente ―de trabajada que ha sido por tantas y tan prolongadas fuerzas sociales― que ya no podemos recibir esa emisión con la sensibilidad, sino sólo con la inteligencia. Ha consumado este desastre estético nuestro la circunstancia de que hemos recibido en general esa emisión de la sensibilidad griega a través de los romanos y los franceses.
Sobre literatura y arte
«Apuntes para una estética no aristotélica», pp. 258-259
LECTURAS / ESTÉTICA
Como en política y religión sucede en arte. Hay un arte que domina captando, otro que domina subyugando. El primero es el arte según Aristóteles, el segundo es el arte según lo entiendo y defiendo. El primero se basa naturalmente en la idea de belleza, porque se basa en lo que agrada; se basa en la inteligencia, porque se basa en lo que, por ser general, es comprensible y por eso agradable; se basa en la unidad artificial, construida e inorgánica, y por tanto visible, como la de una máquina, y por eso apreciable y agradable. La segunda se basa naturalmente en la idea de fuerza¸ porque se basa en lo que subyuga; se basa en la sensibilidad, porque la sensibilidad es particular y personal, y dominamos con aquello que en nosotros es particular y personal, porque, si no fuese así, dominar sería perder la personalidad o, en otras palabras, ser dominado; y se basa en la unidad espontánea y orgánica, natural, que puede ser o no ser sentida, pero nunca ser vista o visible porque no está allí para ser vista.
Sobre literatura y arte
«Apuntes para una estética no aristotélica», Sobre literatura y arte, pp. 257-258
LECTURAS / ESTÉTICA
El propio Nietzsche aseveró que una filosofía no es sino la expresión de un temperamento.
No es enteramente así. Las teorías de un filósofo son la resultante de su temperamento y de su época. Son el efecto intelectual de su época sobre su temperamento. Otra cosa no podía suceder (ser).
Así pues, la filosofía de Friedrich Nietzsche es la resultante de su temperamento y de su época. Su temperamento era el de un asceta y el de [un] loco. Su época en un país era de materialidad y fuerza. Resultó inevitablemente una teoría en la que un loco ascetismo se casa con una (aunque fuera involuntaria) admiración por la fuerza y el poder. Resulta una teoría donde se insiste en la necesidad de un ascetismo y en la definición de ese ascetismo como un ascetismo de fuerza y de dominio.
Sobre literatura y arte
«Crítica de autores», «7. Friedrich Nietzsche», Sobre literatura y arte, p. 342
LECTURAS / ESTÉTICA
Nuestra sensibilidad es de una complejidad tal que la antigüedad no podía ni soñarla. Así, nuestra disciplina de esa sensibilidad debe implicar el uso de una cantidad mucho más elevada de fuerza mental.
Los griegos podían sentir profundamente, intensamente, o salvajemente, pero lo hacían siempre racionalmente. Sus emociones surgían razonables aun cuando con fiereza y violencia. No sólo no podemos alcanzar esa calidad, sino que tampoco debemos; pues si tuviéramos el sentimiento griego y el intelecto griego, seríamos griegos de la antigüedad y no europeos modernos.
Nuestra sensibilidad es de una complejidad tal que la antigüedad no podía ni soñarla. Así, nuestra disciplina de esa sensibilidad debe implicar el uso de una cantidad mucho más elevada de fuerza mental.
Los griegos podían sentir profundamente, intensamente, o salvajemente, pero lo hacían siempre racionalmente. Sus emociones surgían razonables aun cuando con fiereza y violencia. No sólo no podemos alcanzar esa calidad, sino que tampoco debemos; pues si tuviéramos el sentimiento griego y el intelecto griego, seríamos griegos de la antigüedad y no europeos modernos.
Hay tres clases de cultura: la que resulta de la erudición, la que resulta de la experiencia transferida, y la que resulta de la multiplicidad de intereses intelectuales. […] Daremos ejemplos de todas según existieron en tres grandes poetas: vemos la primera en Milton, que se preparó conscientemente para su obra poética ―la que habría de ser, pues de joven no sabía cuál sería― por medio del dominio del griego, del latín, del hebreo y del italiano (que no sólo leía, sino que también escribía), y mediante el estudio de los clásicos en las dos primeras lenguas. Vemos la segunda en Shakespeare, persona poco leída y cultivada, pero intenso y profundo en su aprovechamiento de cuanto veía y oía, hasta el extremo de simular involuntariamente una erudición que en verdad no tenía. Vemos la tercera en Goethe, que ni tenía la erudición de Milton ni la ultra asimilación de Shakespeare, pero cuya variedad de intereses, que abarcaba todas las artes y casi todas las ciencias, compensaba en universalidad lo que en profundidad o absorción perdía.