ser

La Naturaleza es partes sin todo.
Ése es quizá el misterio de que hablan.

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XLVII, vss. 7-14, p. 149


SENSUALISMO / SENSACIÓN
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Canto en mi verso a los trenes, canto a los automóviles, canto a

[los vapores,

pero es que en mi verso, por más que lo ice, sólo hay ritmos e

[ideas,

no hay hierro, acero o ruedas, no hay maderas ni cuerdas,
ni la realidad de cualquier piedra callejera y nula;
la de aquella piedra que, casualmente, nadie mira al pisar,
pero puede mirarse y ser pisada, y tomarse en la mano,
y mis versos en cambio sólo son como ideas, como ideas que

[pueden no ser comprendidas.

Lo que quiero no es cantar al hierro: es el hierro.
Lo que pienso es dar sólo la idea de acero –pero no es

[el acero–.

Lo que más me enfurece en la emoción de la inteligencia
es el no poder cambiar mi ritmo, ese ritmo que imita al agua

[que canta,

por lo que es el real frescor del agua tocando mis manos,
el sonido visible de ese río, ése en el que puedo entrar y

[mojarme,

que puede dejar mi traje chorreando,
donde podría ahogarme, si quisiera,
que tiene la natural divinidad de estar ahí sin literatura.
¡Mierda! ¡Mil veces mierda a todo lo que yo no puedo hacer!
¿Qué todo, Walt –me oyes–?, ¿qué es todo, qué es todo?
¡Y que mil rayos partan la falta que nos hace no ser Dios
para escribir poemas al Universo y a la Realidad por nuestra

[carne,

tener ideas-cosas, pensamiento Infinito!
Para lograr tener estrellas reales en el interior de mi

[ser-pensamiento,

nombres-números ya en los confines de la gran reina

[emoción-la-Tierra.


¡Futilidad, irrealidad, […] estática de todo arte,
condena del artista a no vivir!

¡Oh quién nos diera, Walt,
esa tercera cosa que es la media entre el arte y la vida,

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Sensación metafísica de las otras personas, y de sus realidades

[como de su decoro...

¡Oh enfermedad humanitaria de mis nervios, siempre

[vibrando llenos de otras personas,

voluptuosidad de gozar y sufrir las posibles hipótesis de la vida

[de otros...

¡Y yo ser sólo yo, sólo yo eternamente, no tener otras vidas

[sino sólo la mía!

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¿Qué eres tú aquí?, ¿qué eres aquí?, ¿qué eres tú aquí?
¡Embárcate, incluso sin maletas, en ti mismo diverso!

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¿Hay reglas, sin embargo, dentro de las cuales esa idea o sensación tiene básicamente que ser expresada? Sin duda que las hay, y son las reglas fundamentales del arte. Son tres:

1. Todo arte es creación, y está por tanto subordinado al principio fundamental de toda creación: crear un todo objetivo, para lo cual es necesario crear un todo parecido a los todos que hay en la Naturaleza; esto es, un todo en el que haya la armonía necesaria entre el todo y las partes componentes, no armonía artificial y exterior, sino armonía interna y orgánica. Un poema es un animal, dijo Aristóteles; y así es. Un poema es un ente vivo. Sólo un ocultista, claro, puede comprender el sentido de esta expresión y no es permisible quizá explicarla muy detalladamente, o más de lo nada que ya se ha dicho.

2. Todo arte es expresión de algún fenómeno psíquico. El arte, por tanto, consiste en la adecuación, tan exacta como quepa en la competencia artística del autor, de la expresión a la cosa que quiere expresar. De donde se deduce que todos los estilos son admisibles y que no hay estilo simple o complejo, ni estilo extraño o vulgar. Hay ideas vulgares e ideas elevadas, hay sensaciones simples y sensaciones complejas; y hay criaturas que sólo tienen ideas vulgares y criaturas que muchas veces tienen ideas elevadas. Según la idea, así el estilo y la expresión. No hay para el arte criterio exterior. El fin del arte no es ser comprensible, porque el arte no es propaganda política o inmoral.

3. El arte no tiene para el artista fin social. Tiene, sí, un destino social, pero el artista nunca sabe cuál es porque la Naturaleza lo oculta en el laberinto de sus designios. Lo explico mejor. El artista debe escribir, pintar, esculpir sin mirar otra cosa que lo que escribe, pinta o esculpe. Debe esculpir sin mirar fuera de sí. Por eso el arte no debe ser premeditadamente moral ni inmoral. Ambas [cosas] implican que el artista se rebajó hasta preocuparse de la gente. Tan inferior es en este punto un predicador católico como un tiste Wilde o D’Annunzio, siempre con la preocupación de irritar a la platea. Irritar es un modo de agradar. Todas las criaturas a las que les gustan las mujeres saben esto, y yo también lo sé.

El
arte tiene, sin embargo, un resultado social, pero relacionado con la Naturaleza y no con el poeta o pintor. La Naturaleza produce un artista determinado para un fin que ese mismo artista desconoce, por la simple razón de que él no es la Naturaleza. Cuanto más quiera darle un fin a su arte, más se aparta del verdadero fin de dicho arte ―que él no sabe cuál es, pero que la Naturaleza escondió dentro de él, en el misterio de su personalidad espontánea, de su inspiración instintiva. Todo artista que da a su arte un fin extrartístico es un infame. Es, además, un degenerado en el peor de los sentidos que la palabra no tiene. Es, además de esto y por esto, un antisocial. La manera de que el artista colabore útilmente en la vida de la sociedad a la que pertenece es que no colabore. Así le ordenó la Naturaleza que hiciese cuando lo creó artista, y no político o comerciante.

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