Canto en mi verso a los trenes, canto a los automóviles, canto a
[los vapores,
pero es que en mi verso, por más que lo ice, sólo hay ritmos e[ideas,
no hay hierro, acero o ruedas, no hay maderas ni cuerdas,ni la realidad de cualquier piedra callejera y nula;
la de aquella piedra que, casualmente, nadie mira al pisar,
pero puede mirarse y ser pisada, y tomarse en la mano,
y mis versos en cambio sólo son como ideas, como ideas que
[pueden no ser comprendidas.
Lo que quiero no es cantar al hierro: es el hierro.Lo que pienso es dar sólo la idea de acero –pero no es
[el acero–.
Lo que más me enfurece en la emoción de la inteligenciaes el no poder cambiar mi ritmo, ese ritmo que imita al agua
[que canta,
por lo que es el real frescor del agua tocando mis manos,el sonido visible de ese río, ése en el que puedo entrar y
[mojarme,
que puede dejar mi traje chorreando,donde podría ahogarme, si quisiera,
que tiene la natural divinidad de estar ahí sin literatura.
¡Mierda! ¡Mil veces mierda a todo lo que yo no puedo hacer!
¿Qué todo, Walt –me oyes–?, ¿qué es todo, qué es todo?
¡Y que mil rayos partan la falta que nos hace no ser Dios
para escribir poemas al Universo y a la Realidad por nuestra
[carne,
tener ideas-cosas, pensamiento Infinito!Para lograr tener estrellas reales en el interior de mi
[ser-pensamiento,
nombres-números ya en los confines de la gran reina[emoción-la-Tierra.
¡Futilidad, irrealidad, […] estática de todo arte,
condena del artista a no vivir!
¡Oh quién nos diera, Walt,
esa tercera cosa que es la media entre el arte y la vida,
Poesía III. Los poemas de Álvaro de Campos 1
«Salutación a Walt Whitman», vss. 518-544, pp. 303-305
SENSUALISMO / SENSACIÓN
REALIDAD
Hay sin duda quien ame lo infinito,
hay sin duda quien quiera lo imposible,
hay sin duda quien no desee nada
–tres tipos de idealistas; yo ninguno:
pues yo amo infinitamente lo finito,
deseo imposiblemente lo posible,
quiero todo, o algo más, si puede ser,
y hasta, incluso, si no puede ser...–.
En cualquier espíritu que no sea disforme, existe la creencia en Dios. En cualquier espíritu que no sea disforme, no existe la creencia en un Dios definido. Es algún ser, existente e imposible, que lo rige todo; un ser cuya persona, si la tiene, nadie puede definir; un ser cuyos fines, si de ellos se sirve, nadie puede comprender. Llamándolo Dios lo decimos todo, porque, no teniendo la palabra sentido preciso alguno, así lo afirmamos sin decir nada. Los atributos de infinito, de eterno, de omnipotente, de sumamente justo o bondadoso, que a vedes le asignamos, se desprenden por sí mismos como todos los adjetivos innecesarios cuando el sustantivo basta. Y Él, al que, por indefinido, no podemos asignar atributos, es, por eso mismo, el sustantivo absoluto.
Cada uno tiene su alcohol. Yo tengo alcohol bastante con existir. Borracho de sentirme, voy errante y seguro. Si es la hora, acudo a la oficina como otro cualquiera. Si no es la hora todavía, voy hasta el río a observar el río, como cualquier otro. Soy igual. Y por detrás de todo eso, cielo mío, me constelo a escondidas y tengo mi infinito.
Entonces también tenemos nuestra noche, y el cansancio de todas las emociones se ahonda al ser emociones del pensamiento, ya de por sí profundas. Pero es una noche sin reposo, sin luz de luna, sin estrellas, una noche como si todo hubiera sido vuelto del revés ―el infinito hecho interior y apretado, el día convertido en forro negro de un traje desconocido.