Pulverización de la personalidad: no sé cuáles son mis ideas, ni mis sentimientos, ni mi carácter… Si siento una cosa, vagamente la siento en la persona visualizada de una criatura cualquiera que aparece en mí. Me sustituí por mis propios sueños.
Libro del desasosiego
«Los grandes fragmentos», «Fórmula de bien soñar en los metafísicos», p. 496
FÁRMACOS
SUEÑO
Pensando que cada paso en mi vida era un contacto con el horror de lo Nuevo, y que cada nueva persona que conocía era un nuevo fragmento vivo de lo desconocido que yo ponía encima de mi mesa para cotidiana meditación aterrorizada ―decidí abstenerme de todo, no avanzar hacia nada, reducir la acción al mínimo, huir lo más posible de la posibilidad de ser encontrado por los hombres o por los acontecimientos, quintaesenciar sobre la abstinencia y abdicar a la bizantina. Hasta tal punto el vivir me aterra y me tortura. Decidirme, finalizar cualquier cosa, salir de lo dudoso y de lo oscuro, son cosas [que] se me antojan catástrofes, cataclismos universales.
Libro del desasosiego
«Los grandes fragmentos», «Sentimiento apocalíptico», p. 537
FÁRMACOS
Perder el tiempo conlleva una estética. Hay, para los sutiles en las sensaciones, un formulario de la inercia que incluye recetas para todas las formas de lucidez. La estrategia con que se lucha con la noción de las convenciones sociales, con los impulsos de los instintos y con las solicitaciones del sentimiento exige un estudio que un simple esteta cualquiera no soportaría realizar. A una exacta etiología de los escrúpulos debe seguir una diagnosis irónica de las servidumbres que exige la normalidad. Hay que cultivar también la agilidad contra las intrusiones de la vida; un cuidado — debe acorazarnos contra el hecho de sentir las opiniones ajenas, y una blanda indiferencia encamarnos el alma contra los golpes sordos de la coexistencia con los otros.
En cualquier espíritu que no sea disforme, existe la creencia en Dios. En cualquier espíritu que no sea disforme, no existe la creencia en un Dios definido. Es algún ser, existente e imposible, que lo rige todo; un ser cuya persona, si la tiene, nadie puede definir; un ser cuyos fines, si de ellos se sirve, nadie puede comprender. Llamándolo Dios lo decimos todo, porque, no teniendo la palabra sentido preciso alguno, así lo afirmamos sin decir nada. Los atributos de infinito, de eterno, de omnipotente, de sumamente justo o bondadoso, que a vedes le asignamos, se desprenden por sí mismos como todos los adjetivos innecesarios cuando el sustantivo basta. Y Él, al que, por indefinido, no podemos asignar atributos, es, por eso mismo, el sustantivo absoluto.
Me gusta hablar. O mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tangibles, sirenas visibles, sensualidades incorporadas. Tal vez porque la sensualidad real carece para mí de cualquier interés ―ni siquiera mental o de ensoñación―, se me transmutó el deseo en aquello que en mí crea ritmos verbales, o los oye de los otros. Me estremezco si hablan bien.
Perder el tiempo conlleva una estética. Hay, para los sutiles en las sensaciones, un formulario de la inercia que incluye recetas para todas las formas de lucidez. La estrategia con que se lucha con la noción de las convenciones sociales, con los impulsos de los instintos y con las solicitaciones del sentimiento exige un estudio que un simple esteta cualquiera no soportaría realizar. A una exacta etiología de los escrúpulos debe seguir una diagnosis irónica de las servidumbres que exige la normalidad. Hay que cultivar también la agilidad contra las intrusiones de la vida; un cuidado — debe acorazarnos contra el hecho de sentir las opiniones ajenas, y una blanda indiferencia encamarnos el alma contra los golpes sordos de la coexistencia con los otros.
El lema que hoy más quiero como definición de mi espíritu es el de creador de indiferencias. Querría que mi acción en la vida fuera, más que cualquiera otra, la de enseñar a los otros a sentir cada vez más por sí mismos, y cada vez menos según la ley dinámica de la colectividad. Enseñar aquella desinfección espiritual gracias a la cual no puede existir contagio de vulgaridad me parece el más constelado destino del pedagogo íntimo que yo querría ser. Que cuantos me leyeran aprendiesen ―aunque poco a poco, como exige el asunto― a no tener sensación alguna ante las miradas ajenas y las opiniones de los demás; ese destino enguirnaldaría suficientemente el estancamiento escolástico de mi vida.
Cada uno tiene su alcohol. Yo tengo alcohol bastante con existir. Borracho de sentirme, voy errante y seguro. Si es la hora, acudo a la oficina como otro cualquiera. Si no es la hora todavía, voy hasta el río a observar el río, como cualquier otro. Soy igual. Y por detrás de todo eso, cielo mío, me constelo a escondidas y tengo mi infinito.
Me gusta hablar. O mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tangibles, sirenas visibles, sensualidades incorporadas. Tal vez porque la sensualidad real carece para mí de cualquier interés ―ni siquiera mental o de ensoñación―, se me transmutó el deseo en aquello que en mí crea ritmos verbales, o los oye de los otros. Me estremezco si hablan bien.
Me gusta hablar. O mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tangibles, sirenas visibles, sensualidades incorporadas. Tal vez porque la sensualidad real carece para mí de cualquier interés ―ni siquiera mental o de ensoñación―, se me transmutó el deseo en aquello que en mí crea ritmos verbales, o los oye de los otros. Me estremezco si hablan bien.
Así, cada uno de nosotros ha nacido enfermo de toda esta complejidad. En cada alma giran los volantes de todas las fábricas del mundo, por cada alma pasan todos los trenes del globo, todas las grandes avenidas de todas las grandes ciudades acaban en cada una de nuestras almas. Todos los asuntos sociales, todas las perturbaciones políticas, por poco que nos preocupemos de ellas, entran en nuestro organismo psíquico, en el aire que respiramos psíquicamente, pasan a nuestra sangre espiritual, pasan a ser, inquietamente, nuestras como cualquier cosa que sea nuestra.
¿Qué arte debe corresponder a este estado de civilización?
Vimos ya que el papel del arte es el de, al mismo tiempo, interpretar y oponerse a la realidad social contemporánea.
Así, cada uno de nosotros ha nacido enfermo de toda esta complejidad. En cada alma giran los volantes de todas las fábricas del mundo, por cada alma pasan todos los trenes del globo, todas las grandes avenidas de todas las grandes ciudades acaban en cada una de nuestras almas. Todos los asuntos sociales, todas las perturbaciones políticas, por poco que nos preocupemos de ellas, entran en nuestro organismo psíquico, en el aire que respiramos psíquicamente, pasan a nuestra sangre espiritual, pasan a ser, inquietamente, nuestras como cualquier cosa que sea nuestra.
¿Qué arte debe corresponder a este estado de civilización?
Vimos ya que el papel del arte es el de, al mismo tiempo, interpretar y oponerse a la realidad social contemporánea.
La poesía de Víctor Hugo es sólo la glorificación de lugares comunes.
Víctor Hugo tiene el gran defecto de los temperamentos retóricos: las ideas en él son momentáneas, son realmente inspiraciones y no propiamente ideas […] Con ideas momentáneas quiero decir que Víctor Hugo, cuando tiene una idea brillante y lúcida, no sabe sacar de ella las conclusiones lógicas, no sabe hacerla punto de partida de una asociación lógica de ideas, de un razonamiento cualquiera. […]
Es el mal de todos los inspirados, de todos los «videntes». Son «parciales» mentalmente; no piensan, tienen ideas.
Sobre literatura y arte
«Crítica de autores», «5. Víctor Hugo», Sobre literatura y arte, pp. 339-340
LECTURAS / ESTÉTICA
El verdadero peligro del romanticismo está en que los principios por los cuales se rige o dice regirse son de naturaleza tal que cualquiera puede invocarlos para conferirse a sí mismo categoría de artista. Tomar el ansia de una felicidad inalcanzable, la angustia de los sueños irrealizados, la inapetencia ante la acción y la vida como criterio distintivo del genio o del talento facilita al punto a todo individuo que sienta dicha ansia, sufra de dicha angustia, y sea presa de dicha inapetencia, el convencimiento de que es una individualidad interesante y de que el Destino, al destinarle a tales ansias, tales sufrimientos y tales imposibilidades, lo destinó implícitamente a la grandeza intelectual.
Sobre literatura y arte
«Crítica e historia literaria», «5. [El peligro del romanticismo]», Sobre literatura y arte, p. 320
LECTURAS / ESTÉTICA
SUEÑO
Cuando Milton escribía un soneto lo hacía como si fuera a vivir o a morir a causa de ese único soneto. No se debería escribir ningún soneto en cualquier otro estado de ánimo.
Cualquiera que de algún modo sea poeta sabe muy bien que es mucho más fácil escribir un buen poema (si está en su mano escribir buenos poemas) sobre una mujer que le interesa mucho que sobre una mujer de la que está profundamente enamorado. El mejor tipo de poema de amor es generalmente el que trata de una mujer abstracta.