¡Ave, salve, viva la veloz unidad de todo!
¡Ave, salve, viva la igualdad de todo como flecha!
¡Ave, salve, viva la gran máquina que es el universo!
¡Ave, que sois lo mismo, árboles, máquinas, leyes!
¡Ave, que sois lo mismo, la carcoma, los émbolos, las ideas
la misma cosa sois, y el resto externo y falso,
Poesía IV. Los poemas de Álvaro de Campos 2
«El paso de las horas», vss. 281-287, p. 79
PANTEÍSMO
y además una cosa que se encuentra más allá de los dioses, y
[de Dios, del Destino–
siendo aquello que hace que haya dioses, y Dios, y Destino,siendo aquello que hace que haya ser para que pueda haber
[seres,
aquello que subsiste entre todas las formas,todas las vidas, abstractas o concretas,
contingentes, eternas,
verdaderas o falsas!
¡Aquello que, cuando todo se abarcó, aún se quedó fuera,
porque cuando todo se abarcó no se abarcó explicar por qué es
[un todo,
por qué hay algo, por qué, por qué hay algo!Porque yo no sólo soy un soñador, soy exclusivamente un soñador. El hábito único de soñar me ha dado una extraordinaria nitidez de visión interior. No sólo veo con formidable y a veces perturbador realce las figuras y los décors de mis sueños, sino que con igual realce veo mis ideas abstractas, mis sentimientos humanos ―lo que de ellos me queda―, mis secretos impulsos, mis actitudes psíquicas ante mí mismo. […] Por ello me conozco enteramente, y, a través del conocerme enteramente, conozco enteramente a la humanidad toda.
Pasar de los fantasmas de la fe a los espectros de la razón no es más que ser trasladado de celda. El arte, si nos libera de los abstractos ídolos de costumbre, también nos libera de las ideas generosas y de las preocupaciones sociales ―ídolos también.
Encontrar la personalidad en el perderla ―la misma fe abona ese sentido de destino.
Saber no tener ilusiones es absolutamente necesario para poder tener sueños.
Alcanzarás así el punto supremo de la abstención soñadora, donde los sentidos se mezclan, los sentimientos se desbordan, las ideas penetran las unas en las otras. Así como los colores y los sonidos saben unos a otros, los odios saben a amores, los vigores a tedios, las cosas concretas a abstractas, y las abstractas a concretas. Se rompen los lazos que, al tiempo que todo lo ligaban, lo separaban todo, aislando cada elemento. Todo se funde y se confunde.
Esta es mi moral, o mi metafísica, o yo. Transeúnte de todo ―hasta de mi propia alma―, no pertenezco a nada, no deseo nada, no soy nada ―centro abstracto de sensaciones impersonales, espejo caído que siente orientado hacia la variedad del mundo. Con esto, no sé si soy feliz o infeliz; y tampoco importa.
Yo de día soy nulo, y de noche soy yo. No hay diferencia entre yo y las calles de la parte de la Alfândega, salvo el ser ellas calles y yo ser alma, lo que puede que nada valga ante lo que es la esencia de las cosas. Hay un destino igual, porque es abstracto, para los hombres y para las cosas ―una designación igualmente indiferente en el álgebra del misterio.
Pasar de los fantasmas de la fe a los espectros de la razón no es más que ser trasladado de celda. El arte, si nos libera de los abstractos ídolos de costumbre, también nos libera de las ideas generosas y de las preocupaciones sociales ―ídolos también.
Encontrar la personalidad en el perderla ―la misma fe abona ese sentido de destino.
La metafísica puede ser una actividad científica, pero también puede ser una actividad artística. Como actividad científica, aunque sea virtual, procura conocer; como actividad artística, procura sentir. El campo de la metafísica es lo abstracto y lo absoluto. Ahora bien, lo abstracto y lo absoluto pueden ser sentidos, y no sólo pensados, por la simple razón de que todo puede ser y es sentido.
Llamo estética aristotélica a la que pretende que el fin del arte es la belleza o, por decir mejor, la producción en los otros de la misma impresión que la que nace de la contemplación o sensación de las cosas bellas. Para el arte clásico ―y sus derivados: el romántico, el decadente y otros tales― la belleza es el fin; divergen sólo los caminos hacia ese fin […] Creo poder formular una estética basada no en la idea de belleza, sino en la de fuerza, tomando, está claro, la palabra fuerza en su sentido abstracto y científico, pues, si fuese en el vulgar, se trataría, en cierto modo, sólo de una forma disfrazada de belleza.
Sobre literatura y arte
«Apuntes para una estética no aristotélica», p. 253
LECTURAS / ESTÉTICA
El genio es la locura que se hace normalidad por la dilución en lo abstracto, como un veneno convertido en medicina mediante mezcla.
Preguntando cuál es el fin del arte, el sensacionismo verifica que no puede ser ni la organización de las sensaciones del exterior, porque ése es el fin de la ciencia, ni la organización de las sensaciones procedentes del interior, porque este es el fin de la filosofía; pero sí, por lo tanto, puede ser la organización de las sensaciones de lo abstracto.
Así, el arte tiene por asunto no la realidad (por lo demás, no hay realidad, sino solamente sensaciones artificialmente coordinadas), no la emoción (por lo demás, no hay propiamente emoción, sino solamente sensaciones de la emoción), sino la abstracción. No la abstracción pura, que genera la metafísica, sino la abstracción creadora, la abstracción en movimiento. Mientras que la filosofía es estática, el arte es dinámico; es precisamente ésta la única diferencia entre el arte y la filosofía.
Por concreción abstracta de la emoción entiendo que la emoción, para resaltar, tiene que ser dada como realidad, pero no realidad concreta, sino realidad abstracta. Por eso no considero artes la pintura, la escultura y la arquitectura, que pretende concretar la emoción en lo concreto. Hay sólo tres artes: la metafísica (que es un arte), la literatura y la música.
Cualquiera que de algún modo sea poeta sabe muy bien que es mucho más fácil escribir un buen poema (si está en su mano escribir buenos poemas) sobre una mujer que le interesa mucho que sobre una mujer de la que está profundamente enamorado. El mejor tipo de poema de amor es generalmente el que trata de una mujer abstracta.