contemplar

Es preciso también no poseer ninguna clase de filosofía.
Con filosofía no hay árboles: hay solamente ideas.
Hay sólo cada uno de nosotros, como estando en un sótano.
Ahí no hay sino una ventana cerrada, y todo el mundo afuera;
y un sueño de lo que se podría contemplar si la ventana se

[abriera,

pero que nunca es lo que se ve al abrir la ventana.

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Mi destino natural de contemplador indefinido y apasionado de las apariencias y de la manifestación de las cosasobjetivador de los sueños, amante visual de las formas y los aspectos de la naturaleza

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Los grandes fragmentos», «El amante visual», p. 526


FÁRMACOS
SUEÑO
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¡Cuánto más hermosa la Gioconda si no pudiéramos contemplarla! ¡Y si quien la robara la quemara, qué gran artista sería, cuánto más artista que el que la pintó! ¿Por qué es hermoso el arte? Porque es inútil ¿Por qué es fea la vida? Porque toda ella es fines, intenciones y propósitos. Todos sus caminos son para ir de un punto a otro.

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Por más que pertenezca, en alma, a la estirpe de los románticos, no encuentro reposo sino en la lectura de los clásicos. Su misma sobriedad, a través de la cual la claridad se expresa, me reconforta de no sé qué. Recojo en ellos una impresión risueña de una vida dilatada que contempla amplios espacios sin recorrerlos. Los mismos dioses paganos descansan del misterio.

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nos quedaba, como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida. Y así, ajenos a la solemnidad de todos los mundos indiferentes a lo divino y menospreciadores de lo humano, nos entregamos fútilmente a la sensación sin propósito, cultivada en un epicureísmo sutilizado, como conviene a nuestros nervios cerebrales.

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nos quedaba, como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida. Y así, ajenos a la solemnidad de todos los mundos indiferentes a lo divino y menospreciadores de lo humano, nos entregamos fútilmente a la sensación sin propósito, cultivada en un epicureísmo sutilizado, como conviene a nuestros nervios cerebrales.

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Por más que pertenezca, en alma, a la estirpe de los románticos, no encuentro reposo sino en la lectura de los clásicos. Su misma sobriedad, a través de la cual la claridad se expresa, me reconforta de no sé qué. Recojo en ellos una impresión risueña de una vida dilatada que contempla amplios espacios sin recorrerlos. Los mismos dioses paganos descansan del misterio.

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Llamo estética aristotélica a la que pretende que el fin del arte es la belleza o, por decir mejor, la producción en los otros de la misma impresión que la que nace de la contemplación o sensación de las cosas bellas. Para el arte clásico ―y sus derivados: el romántico, el decadente y otros tales― la belleza es el fin; divergen sólo los caminos hacia ese fin […] Creo poder formular una estética basada no en la idea de belleza, sino en la de fuerza, tomando, está claro, la palabra fuerza en su sentido abstracto y científico, pues, si fuese en el vulgar, se trataría, en cierto modo, sólo de una forma disfrazada de belleza.

Fernando Pessoa
Sobre literatura y arte

«Apuntes para una estética no aristotélica», p. 253


LECTURAS / ESTÉTICA
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El fin del arte es imitar perfectamente la Naturaleza. Este principio elemental es justo si no olvidamos que imitar a la Naturaleza no quiere decir copiarla, pero sí imitar sus procesos. Así, la obra de arte debe tener las características de un ser natural, de un animal; debe ser perfecta como son ―y cada vez lo vemos mejor según la ciencia progresa― los seres naturales; […] Así, notémoslo, la idea de perfección no es, como pensaba Platón, griego decadente, una idea venida del ideal; la idea de perfección nace de la contemplación de las cosas, de la Materia y de la perfección que la Naturaleza pone en los seres que produce […]

Fernando Pessoa
Sobre literatura y arte

«II. Arte y estética», 11, pp. 282-283


LECTURAS / ESTÉTICA
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