ciudad

¡Pasa, ave, pasa, y enséñame a pasar!

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XLIII, vss. 8-9, p. 139


FÁRMACOS
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Nada quitamos y nada le añadimos; pasamos y olvidamos;
y el sol siempre es puntual todos los días.

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XLII, vss. 4-5, p. 137


FÁRMACOS
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¡Pasa, ave, pasa, y enséñame a pasar!

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XLIII, vss. 8-9, p. 139


SENSUALISMO / SENSACIÓN
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Paso y me quedo, como el Universo.

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XLVIII, v. 25, p. 153


FÁRMACOS
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Y me vuelvo hacia atrás, me vuelvo hacia el pasado no vivido;
lo miro y el pasado es como un futuro para .

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Ante cada cosa, lo que el soñador ha de procurar sentir es la nítida indiferencia que esa cosa, en cuanto tal, le provocó.

Saber, con una inmediatez instintiva, abstraer de cada objeto o acontecimiento lo que pueda tener de soñable, dejando muerto en el Mundo Exterior todo lo que tenga de real ―eso es lo que el sabio debe procurar realizar en sí mismo.

No sentir nunca sinceramente los propios sentimientos, y elevar su pálido triunfo hasta el punto de mirar indiferentemente para sus propias ambiciones, ansias y deseos; pasar por sus alegrías y angustias como quien pasa por encima de quien no le interesa.

El mayor dominio de sí mismo es la indiferencia hacia uno mismo, teniendo el alma y el cuerpo por la casa y la quinta donde el Destino quiso que pasáramos la vida.

Tratar sus más profundos sueños y sus deseos más íntimos altivamente, en grand seigneur, poniendo una íntima delicadeza en no reparar en ellos.

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Mañana también yo ―el alma que siente y piensa, el universo que soy para mismo―, mañana, sí, yo también seré el que dejó de pasar por estas calles, aquel a quien otros evocarán con un «¿Qué habrá sido de él?». Y todo cuanto hago, todo cuanto siento, todo cuanto vivo, no será más que un transeúnte de menos en la cotidianidad de las calles de una ciudad cualquiera.

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Primero es un ruido que produce otro ruido, en la concavidad nocturna de las cosas. Después es un aullido vago, acompañado de un oscilar arrastrado de los letreros de la calle. Más tarde se hace de pronto un alto en la voz rugiente del espacio, y todo se estremece, no oscila, y hay silencio en el miedo de todo esto como un miedo sordo que ve a otro miedo mudo pasar.

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Creé en varias personalidades. Creo personalidades constantemente. Cada sueño mío pasa a encarnarse de inmediato, nada más aparecer soñado, en otra persona que pasa a soñarlo y que ya no soy yo. Para crear me destruí. Tanto me exterioricé dentro de mí que en mi interior no existo sino exteriormente. Soy la escena desnuda por donde pasan varios actores representando diferentes obras.

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Me gusta, en las tardes lentas de verano, el sosiego de la parte baja de la ciudad, y sobre todo aquel sosiego que el contraste acentúa en el momento en que el día se entrega más al bullicio.

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Porque la vida no me canse, dejo
que ella, sí, por pase,
y que yo siga, el mismo.

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