muerte

[Caeiro] el revelador de la Realidad o, como él mismo dijo, «el Argonauta de las sensaciones verdaderas» –el gran Libertador que nos restituyó, cantando, a aquella nada luminosa que somos; que nos arrancó de la muerte y de la vida para dejarnos entre las simples cosas que no conocen nada, en su transcurso, respecto de vivir ni de morir; que nos libró de la esperanza y de la desesperanza, para que no nos consolemos sin razón ni nos entristezcamos sin causa; comensales con él, y sin pensarlo, de la realidad objetiva del Universo.

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Por eso, si muero ahora, me muero contento,
porque todo es real y porque todo está bien.

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Por eso, si muero ahora, me muero contento,
porque todo es real y porque todo está bien.

Alberto Caeiro
Poesía II. Los poemas de Alberto Caeiro 2

«Poemas inconjuntos», vss. 14-15, p. 27


FÁRMACOS
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Esto de vivir y de morir son clasificaciones como las de las

[plantas.

¿Qué hojas o qué flores tienen alguna clasificación?
¿Qué vida tiene la vida o qué muerte la muerte?

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Así me quedo, me quedo... Pues yo soy el que siempre desea

[partir,

y que siempre se queda, queda siempre, sí, se queda siempre,
hasta la muerte se queda, aunque se vaya, sí, se queda, se queda...

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¡Y de este miedo, esta angustia, este peligro propio de ultraser,
no se puede huir, no se puede huir, no se puede!

Cárcel del Ser, ¿no hay liberación de ti?
Cárcel de pensar, ¿no hay liberación de ti?
¡Ah, no, no hay ninguna –ni tampoco muerte, ni vida, ni Dios!
Nosotros, los gemelos del Destino, existimos en ambos.
Nosotros, gemelos de todos los Dioses, de toda su especie,
siendo el mismo abismo y la misma sombra,
porque seamos sombra, o seamos luz, siempre se trata de la

[misma noche.

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¡Sea quien sea, navío, no quiero ser yo!
¡Llévame lejos de mí, a remo, vela o máquina!
¡Vamos!, ¡vamos!, ¡que vea cómo se abre el abismo entre la

[costa y yo,

y cómo se abre el río entre la orilla y yo,
y cómo se abre el mar entre el muelle y yo,
la muerte al fin, la muerte, entre yo y la vida!

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voy andando parado,
voy viviendo muriendo,
voy siendo yo a través de una gran cantidad de personas sin

[ser,

y así voy siendo todo menos yo.
Acabé.

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―Vive tu vida. No seas vivido por ella. En la verdad y en el error, en el gozo y en el malestar, sé tu propio ser. Sólo podrás hacer eso soñando, porque tu vida real, tu vida humana es aquella que no es tuya, sino de los otros. Así, sustituirás la vida por el sueño y te preocuparás tan sólo de soñar con perfección. En todos tus actos de la vida real, desde el del nacimiento hasta el de la muerte, tú no actúas. Eres actuado; no vives; sólo eres vivido. Vuélvete, para los demás, una esfinge absurda. Enciérrate, pero sin golpear la puerta, en tu torre de marfil. Y tu torre de marfil eres mismo.

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Los grandes fragmentos», «Fórmula de bien soñar», p. 495


FÁRMACOS
MUERTE
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Es entre la sensación y la conciencia de ella donde ocurren todas las grandes tragedias de mi vida. En esa región indeterminada, sombría, de bosques y rumores de agua abundante, neutral hasta el ruido de nuestras guerras, vive aquel ser mío cuya visión en vano busco… Yazgo mi vida. (Mis sensaciones son un epitafio gongórico sobre mi vida muerta.)

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Los grandes fragmentos», «Vía Láctea», p. 549


FÁRMACOS
MUERTE
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El tedio de Khayyam no es el tedio de quien no sabe lo que hace, porque la verdad es que nada pudo o supo hacer. Ése es el tedio de los que nacieron muertos, el de los que legítimamente se orientan hacia la morfina o la cocaína. Es más profundo y más noble que eso el tedio del sabio persa. Es el tedio de quien pensó con claridad y vio que todo era oscuro; de quien pasó por todas las religiones y todas las filosofías y después dijo, como Salomón: «Vi que todo era vanidad y aflicciones del ánimo», o, como, al despedirse del poder y del mundo, otro rey, que era emperador, Septimio Severo: Omnia fui, nihil expedit. «Lo fui todo; nada vale la pena».

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Me oculté, como el sol en mi paisaje. No queda, de lo dicho y de lo visto, sino una noche ya cerrada, llena de brillo muerto de lagos, en una planicie sin patos salvajes, muerta, fluida, húmeda y siniestra.

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Sea lo que sea este interludio de mímica sobre el proyector del sol y las lentejuelas de las estrellas, no viene mal desde luego saber que es un interludio; si lo que está del otro lado de las puertas del teatro es la vida, viviremos; si es la muerte, moriremos, y la obra nada tiene que ver con todo esto. Por eso nunca me siento tan próximo de la verdad, tan sensiblemente iniciado, como en las contadas ocasiones en que voy al teatro o al circo; sé entonces que por fin estoy asistiendo a la perfecta representación de la vida.

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La locura llamada afirmar, la enfermedad llamada creer, la infamia llamada ser feliz ―todo eso huele a mundo, sabe a esa triste cosa que es la tierra.

Sé indiferente. Ama el ocaso y el amanecer, porque no tiene ninguna utilidad, ni siquiera para ti, el amarlos. Viste tu ser del oro de la tarde muerta, como un rey depuesto en una mañana de rosas, con Mayo en las nubes blancas y la sonrisa de las vírgenes entre las quintas retiradas.

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Y asomado al parapeto, disfrutando del día, sobre el volumen vario pinto del conjunto de la ciudad, sólo un pensamiento me inunda el alma ―el íntimo deseo de morir, de acabar, de no ver ninguna otra luz sobre ciudad alguna, de no pensar, de no sentir, de dejar atrás, como un papel de envolver, el curso del sol y de los días, de despojarme, como de un traje pesado, a la orilla del lecho infinito, del esfuerzo involuntario de ser.

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¡El tiempo! ¡El pasado! Ahí en algún sitio, una voz, una canción, un perfume ocasional, levantó en mi alma el telón de boca de mis recuerdos… ¡Lo que fui y nunca más seré! ¡Lo que tuve y nunca más tendré! ¡Los muertos! Los muertos que me amaron en mi infancia. Cuando los evoco, toda el alma se me enfría y yo me siento desterrado de corazones, solo en la noche de mismo, llorando como un mendigo el silencio cerrado de todas las puertas.

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Al actuar junto a otros pierdo, al menos, una cosa ―el actuar solo.

Cuando me entrego, aunque parezca que me expando, me limito. Convivir es morir. Para , sólo mi autoconciencia es real; los otros son fenómenos inciertos en esa conciencia, a los que resultaría mórbido prestar una realidad muy verdadera.

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Nos sentimos contentos porque, hasta cuando pensamos y sentimos, somos capaces de no creer en la existencia del alma. En el baile de máscaras en que vivimos, nos basta el encanto del traje, que en el baile lo es todo. Somos esclavos de las luces y de los colores, entramos en el baile como en la verdad, y no somos conscientes ―salvo si, solitarios, no bailamos― del enorme frío de la ya bien entrada noche exterior, del cuerpo mortal por debajo de los andrajos que le sobreviven, de todo cuanto, a solas, juzgamos que es lo que esencialmente somos, pero al final resulta ser apenas la parodia íntima de la verdad de lo que creemos ser.

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Mi manía de crear un mundo falso me sigue acompañando, y sólo con mi muerte me abandonará. […] Tengo un mundo de amigos dentro de , con vidas propias, reales, definidas e imperfectas.

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El dios Pan no murió,
pues cada campo muestra
al sonreír de Apolo
el desnudo de Ceres
pecho; ahí veréis un día
que el inmortal, de pronto,
divino Pan retorna.

No dio muerte a los dioses
el triste dios cristiano.
Cristo es sólo un dios nuevo,
tal vez el que faltaba.

Aún Pan sigue dando
el sonar de su flauta
a los oídos de Ceres
recostada en los campos.

Son los mismos los dioses,
siempre claros y calmos,
de eternidad repletos,
despreciándonos siempre,

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De la sensibilidad, de la personalidad definida que ella determina, nace el arte por medio de lo que se llama la inspiración: el secreto de que nadie habló, el sésamo pronunciado por azar, el eco en nosotros del encantamiento distante. La sola sensibilidad, sin embargo, no genera el arte; es tan sólo su condición, como el deseo lo es del propósito. Es preciso que a lo que aporta la sensibilidad se junte lo que el entendimiento le niega. Así se establece un equilibrio; y el equilibrio es el fundamento de la vida. El arte es la expresión de un equilibrio entre la subjetividad de la emoción y la objetividad del entendimiento, y como subjetiva y objetivo, se interponen, y por eso, conjugándose se equilibran.

Tiene el arte para nacer que ser de un individuo; para no morir, que parecer extraño a él.

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Vivir es pertenecer a otro. Morir es pertenecer a otro. Vivir y morir son la misma cosa. Pero vivir es pertenecer a otro por fuera, y morir es pertenecer a otro por dentro. Las dos cosas se asemejan, pero la vida es el lado de fuera de la muerte. Por eso la vida es la vida y la muerte la muerte, pues el lado de fuera es siempre más verdadero que el lado de dentro, tanto que es el lado de fuera el que se ve. Toda emoción verdadera es mentira en la inteligencia, pues no se da en ella. Toda emoción verdadera tiene por tanto una expresión falsa. Expresarse es decir lo que no se siente. […] Fingir es conocerse.

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El arte para mí es, como toda actividad, un indicio de fuerza o energía; pero como el arte es producido por entes vivos y es, por tanto, un producto de la vida, las formas de la fuerza que se manifiestan en el arte son las formas de la fuerza que se manifiestan en la vida. Ahora bien, la fuerza vital es doble, de integración y de desintegración ―anabolismo y catabolismo como dicen los fisiólogos―. Sin la coexistencia y equilibrio de estas dos fuerzas no hay vida, pues la pura integración es la ausencia de la vida y la pura desintegración es la muerte.

Fernando Pessoa
Sobre literatura y arte

«Apuntes para una estética no aristotélica», p. 254


LECTURAS / ESTÉTICA
MUERTE
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Los dioses no murieron: lo que murió fue nuestra visión de ellos. No se fueron: los dejamos de ver. O cerramos los ojos o alguna niebla se interpuso entre ellos y nosotros. Subsisten, viven como vivieron, con la misma divinidad y la misma calma.

Fernando Pessoa
Sobre literatura y arte

«Paganismo», «13. El regreso de los dioses», Sobre literatura y arte, p. 162


PANTEÍSMO
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Volviéndome así, cuando menos, un loco que sueña alto; cuando más, no un solo escritor sino toda una literatura, aun si no consigo divertirme, lo que para mí ya sería bastante, tal vez contribuya a engrandecer el universo, porque quien al morir deja escrito un verso bello, deja más ricos los cielos y la tierra y más emotivamente misteriosa la razón de que haya estrellas y gentes.

Con una falta tal de literatura como hay hoy, ¿qué puede hacer un hombre de genio sino convertirse él solo en una literatura? Con una falta tal de gente con la que poder convivir como hay hoy, ¿qué puede hacer un hombre de sensibilidad sino inventar sus amigos o, por lo menos, sus compañeros de espíritu?

Fernando Pessoa
Sobre literatura y arte

«Textos generales sobre la heteronimia», 4, p. 62


FÁRMACOS
SUEÑO
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En el valle una hoguera está luciendo.
Una danza va el mundo sacudiendo.
Sombras disformes, sombras descompuestas
en negros claros por el valle van.
Súbitamente suben por las cuestas,
yendo a perderse en la oscuridad.

¿De quién la danza que la noche aterra?
Son los Titanes, hijos de la Tierra.
Danzan la muerte de ese marinero
que ceñir quiso el materno bulto
–de entre todos los hombres el primero–,
en la lejana playa al fin sepulto.

Fernando Pessoa
Poesí­a VIII. Mensaje

«Fernando de Magallanes», vss. 1-12, p. 119


NOCHE
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Claro en el pensar y en el sentir,
claro en querer;
indiferente si es el conseguir
mero obtener;
dúplice dueño, por no dividir
deber y ser.

No me pudo la Suerte dar amparo,
suyo no siendo.
Viví y morí calmadamente, bajo
los mudos cielos.
Fiel a la palabra y a la idea.
¡A Dios el resto!

Fernando Pessoa
Poesí­a VIII. Mensaje

«Don Pedro, regente de Portugal», vss. 1-12, p. 81


FÁRMACOS
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Caí –¡esperad!– en la arena a la hora adversa
que Dios les da
a los suyos, estando el alma inmersa
en Dios soñar.

¿Qué harán muerte, arena y desventura
si en Dios entré?
Con Lo que me soñé, que eterno dura,
regresaré.

Fernando Pessoa
Poesí­a VIII. Mensaje

«Don Sebastián», vss. 1-8, p. 139


PANTEÍSMO
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Loco, sí, loco, quise la grandeza
que Azar no da.
Dentro de mí no cupo mi certeza.
Por eso, allí donde la arena está,
mi ser que hubo quedó, no el que hay y habrá.

Que mi locura otros me la tomen
con lo que en ella
iba, mas sin locura, ¿qué es el hombre,
la sana bestia,
aplazado cadáver que procrea?

Fernando Pessoa
Poesí­a VIII. Mensaje

«Don Sebastián, rey de Portugal», vss. 1-10, p. 85


FÁRMACOS
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