¡Y de este miedo, esta angustia, este peligro propio de ultraser,
no se puede huir, no se puede huir, no se puede!
Cárcel del Ser, ¿no hay liberación de ti?
Cárcel de pensar, ¿no hay liberación de ti?
¡Ah, no, no hay ninguna –ni tampoco muerte, ni vida, ni Dios!
Nosotros, los gemelos del Destino, existimos en ambos.
Nosotros, gemelos de todos los Dioses, de toda su especie,
siendo el mismo abismo y la misma sombra,
porque seamos sombra, o seamos luz, siempre se trata de la
[misma noche.
Esto me sirve de consuelo en esta oficina reducida, cuyas ventanas mal lavadas dan a una calle sin alegría. Me sirve de consuelo, y en ello tengo por hermanos a los creadores de la conciencia del mundo ―el dramaturgo desordenado William Shakespeare, el maestro de escuela John Milton, el gandul Dante Alighieri —e incluso, si se me permite la cita, el Jesucristo aquel que no llegó a nada en el mundo, hasta el punto de que los historiadores dudan de su existencia. Los otros son de otra especie ―el consejero de estado Johann Wolfgang von Goethe, el senador Víctor Hugo, el jefe Lenin, el jefe Mussolini
«Mis hábitos son los de la soledad, no los de los hombres»; no sé si fue Rousseau, si Senancour, quien dijo esto. Pero fue algún espíritu de mi especie ―no podré quizás decir que de mi raza.
Ese lugar activo de las sensaciones, mi alma, pasea a veces conmigo conscientemente por las calles nocturnas de la ciudad, en las horas tediosas en que me siento un sueño entre sueños de otra especie, a la luz — del gas, entre el ruido transitorio de los vehículos.
Ese lugar activo de las sensaciones, mi alma, pasea a veces conmigo conscientemente por las calles nocturnas de la ciudad, en las horas tediosas en que me siento un sueño entre sueños de otra especie, a la luz — del gas, entre el ruido transitorio de los vehículos.
Ese lugar activo de las sensaciones, mi alma, pasea a veces conmigo conscientemente por las calles nocturnas de la ciudad, en las horas tediosas en que me siento un sueño entre sueños de otra especie, a la luz — del gas, entre el ruido transitorio de los vehículos.
Esto me sirve de consuelo en esta oficina reducida, cuyas ventanas mal lavadas dan a una calle sin alegría. Me sirve de consuelo, y en ello tengo por hermanos a los creadores de la conciencia del mundo ―el dramaturgo desordenado William Shakespeare, el maestro de escuela John Milton, el gandul Dante Alighieri —e incluso, si se me permite la cita, el Jesucristo aquel que no llegó a nada en el mundo, hasta el punto de que los historiadores dudan de su existencia. Los otros son de otra especie ―el consejero de estado Johann Wolfgang von Goethe, el senador Víctor Hugo, el jefe Lenin, el jefe Mussolini
«Mis hábitos son los de la soledad, no los de los hombres»; no sé si fue Rousseau, si Senancour, quien dijo esto. Pero fue algún espíritu de mi especie ―no podré quizás decir que de mi raza.
La poesía es, sin duda, en lo que la buena lógica tiene sólo de buena lógica, una especie del género de la literatura. Es ésta el arte que se forma con palabras; aquélla la especie que se forma con palabras dispuestas de determinada manera. «La prosa», decía Coleridge, «es las palabras dispuestas en el mejor orden; la poesía las mejores palabras dispuestas en el mejor orden». Es así, o casi.
Sobre literatura y arte
«IV. Literatura, prosa y poesía», 1, p. 293
LECTURAS / ESTÉTICA