Poesía IV. Los poemas de Álvaro de Campos 2
«El paso de las horas», vs. 11, p. 57
FÁRMACOS
No conozco placer como el de los libros, y leo poco. Los libros son presentaciones a los sueños, y no precisa de presentaciones quien, con la facilidad de la vida, entra en diálogo con ellos. Nunca pude leer un libro entregándome a él; siempre, a cada paso, el comentario de la inteligencia o de la imaginación me entorpecía la secuencia de la propia narración. Al cabo de unos minutos, el que escribía era yo, y lo que estaba escrito no estaba en parte alguna.
Mis lecturas predilectas son la repetición de libros banales que duermen conmigo a mi cabecera. Hay dos que nunca me abandonan ―La Retórica del Padre Figueiredo y las Reflexiones sobre la Lengua Portuguesa, del Padre Freire.
No conozco placer como el de los libros, y leo poco. Los libros son presentaciones a los sueños, y no precisa de presentaciones quien, con la facilidad de la vida, entra en diálogo con ellos. Nunca pude leer un libro entregándome a él; siempre, a cada paso, el comentario de la inteligencia o de la imaginación me entorpecía la secuencia de la propia narración. Al cabo de unos minutos, el que escribía era yo, y lo que estaba escrito no estaba en parte alguna.
Mis lecturas predilectas son la repetición de libros banales que duermen conmigo a mi cabecera. Hay dos que nunca me abandonan ―La Retórica del Padre Figueiredo y las Reflexiones sobre la Lengua Portuguesa, del Padre Freire.
Si existiera en el arte el mester de perfeccionador, yo tendría en la vida una función…
Tener la obra hecha por otro, y trabajar sólo en perfeccionarla… Así, tal vez, se hizo la Ilíada…
¡Sólo no necesitar el esfuerzo de la creación primitiva!
¡Cómo envidio a los que escriben novelas, a los que las empiezan, y las van componiendo, y las acaban! Sé imaginarlas, capítulo a capítulo, a veces con las frases del diálogo y las que están entre el diálogo, pero no sabría trasladar al papel esos sueños de escritura