¿Que cómo? Vea, vea, somos páginas, páginas aplicadas de
[novelas.
Somos traducciones, hijo mío.¿No sabe usted por qué está tan triste? Eso es por culpa de
[Platón,
alguien al que usted nunca leyó.Y un soneto de Petrarca, que usted desconoce, ha aumentado
[el equívoco,
Pensar sin convicciones ni deseos,
ser dueño de sí mismo sin sufrir la influencia de novelas!
¡Existir sin Freud ni aeroplanos,
sin cabarets, tampoco los del alma, sin velocidad, ni en el
[cansancio!
La mejor manera de empezar a soñar es mediante libros. Las novelas son muy útiles para el principiante. Aprender a entregarse totalmente a la lectura, a vivir de manera absoluta con los personajes de una novela, es el primer paso. Que nuestra familia y sus desgracias nos parezcan repulsivas e insípidas al lado de ellas, esa es la señal del progreso.
Libro del desasosiego
«Los grandes fragmentos», «Fórmula de bien soñar», pp. 497-498
LECTURAS / ESTÉTICA
SUEÑO
Mi ideal sería vivir todo en forma de novela, descansando en la vida ―leer mis emociones, vivir mi desprecio por ellas. Para quien tenga la imaginación a flor de piel, las aventuras de un protagonista de novela son emoción propia que le basta y sobra, pues son suyas y nuestras. No hay aventura tan grande como haber amado a Lady Macbeth
Si existiera en el arte el mester de perfeccionador, yo tendría en la vida una función…
Tener la obra hecha por otro, y trabajar sólo en perfeccionarla… Así, tal vez, se hizo la Ilíada…
¡Sólo no necesitar el esfuerzo de la creación primitiva!
¡Cómo envidio a los que escriben novelas, a los que las empiezan, y las van componiendo, y las acaban! Sé imaginarlas, capítulo a capítulo, a veces con las frases del diálogo y las que están entre el diálogo, pero no sabría trasladar al papel esos sueños de escritura
Mi ideal sería vivir todo en forma de novela, descansando en la vida ―leer mis emociones, vivir mi desprecio por ellas. Para quien tenga la imaginación a flor de piel, las aventuras de un protagonista de novela son emoción propia que le basta y sobra, pues son suyas y nuestras. No hay aventura tan grande como haber amado a Lady Macbeth
Otra vida, la de la ciudad anochecida. Otra alma, la de quien contempla la noche. Sigo inseguro y alegórico, irrealmente sentidor. Soy como una historia que alguien hubiera contado, y, de tan bien contada, paseara carnal pero no mucho por este mundo novela, al principio de un capítulo: «A esa hora podía verse a un hombre caminando lentamente por la calle…»
¿Qué tengo yo que ver con la vida?
Otra vida, la de la ciudad anochecida. Otra alma, la de quien contempla la noche. Sigo inseguro y alegórico, irrealmente sentidor. Soy como una historia que alguien hubiera contado, y, de tan bien contada, paseara carnal pero no mucho por este mundo novela, al principio de un capítulo: «A esa hora podía verse a un hombre caminando lentamente por la calle…»
¿Qué tengo yo que ver con la vida?
Considerar todo cuanto nos sucede como accidentes o episodios de una novela, a la que asistimos no con la atención sino con la vida ―sólo con esta actitud podremos vencer la malicia de los días y los caprichos de los acontecimientos.
La mayor parte de la literatura moderna son cuentos orales escritos, narraciones en voz alta junto al fuego, el soplo equivocado, a veces esa triste Carta a la Posteridad que, como decía Voltaire del poema de J. B. Rousseau así titulado, nunca encontrará su destinatario. Perdemos en escribir el tiempo que deberíamos ganar conversando o quizá no lo desperdiciamos pero no tenemos a nadie con quien hablar o tal vez nos guste un auditorio demasiado amplio para el poder de la laringe o la paciencia de un oyente remoto. De ahí nuestras brillantes y fútiles novelas, nuestras inteligentes e inútiles sátiras y ensayos, nuestros poemas de mesa de comedor: cosas a menudo entretenidas, con frecuencia superiores, cosas que siempre vale la pena hacer con tal de que no las llamemos arte. Pero lo cierto es que, por pequeñas que sean, no las haríamos nunca si no las creyésemos arte.
La tensión y la presión de las condiciones modernas pueden tener muchos aspectos desagradables, pero han tenido uno muy favorable: la necesidad de concisión y de interés deliberado en una obra literaria. Uno de los triunfos críticos de Poe fue prever la necesidad de poemas más breves. Fue ésta una de sus visiones de futuro como la novela policíaca fue una de sus anticipaciones a ese futuro.
La mayor parte de la literatura moderna son cuentos orales escritos, narraciones en voz alta junto al fuego, el soplo equivocado, a veces esa triste Carta a la Posteridad que, como decía Voltaire del poema de J. B. Rousseau así titulado, nunca encontrará su destinatario. Perdemos en escribir el tiempo que deberíamos ganar conversando o quizá no lo desperdiciamos pero no tenemos a nadie con quien hablar o tal vez nos guste un auditorio demasiado amplio para el poder de la laringe o la paciencia de un oyente remoto. De ahí nuestras brillantes y fútiles novelas, nuestras inteligentes e inútiles sátiras y ensayos, nuestros poemas de mesa de comedor: cosas a menudo entretenidas, con frecuencia superiores, cosas que siempre vale la pena hacer con tal de que no las llamemos arte. Pero lo cierto es que, por pequeñas que sean, no las haríamos nunca si no las creyésemos arte.
Nos hemos hecho teatrales (por malos que sean nuestros dramas) y deseamos que nuestras novelas sean tan directas como los dramas.
La pintura sucumbirá. La fotografía le privó de muchos de sus atractivos. La futilidad de la insensatez la ha privado de casi todo lo demás. Lo que quedaba lo han arruinado los coleccionistas americanos. Un cuadro magnífico significa algo que un americano rico quiere comprar porque a otros les gustaría comprarlo si pudieran. Así los cuadros se sitúan en paralelo no a los poemas y las novelas, sino a las primeras ediciones de ciertos poemas y novelas. […] La crítica de arte cae gradualmente en manos de comerciantes de antigüedades.
La arquitectura se convierte en un aspecto secundario de la ingeniería.
Sólo la música y la literatura permanecen.
[…] Una visita al museo puede llegar a ser no una contribución a la cultura, sino un estímulo para la envidia, como mirar desde nuestros pies cansados el automóvil de un rico.
La novela es una explicación del carácter; el drama es sólo su creación.
Sobre literatura y arte
«V. Sobre el drama», 1, Sobre literatura y arte, p. 298
LECTURAS / ESTÉTICA