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Hasta llegar a la duda

Entrevista con Patxi Mangado

Anatxu Zabalbeascoa

Asegura el arquitecto navarro Patxi Mangado (Estella, 1957) que cada vez tiene más dudas y le resulta más difícil hacer una arquitectura de la que sentirse satisfecho. Esa duda se nota en una obra que, en la última década, se ha hecho más libre, algo más formal y mucho más contextual. Proyectos recientes como el Museo Arqueológico de Álava, en Vitoria, el Centro de Congresos de Ávila, el Palacio de Congresos Baluarte de Pamplona o su Taliesin particular en el valle de la Ultzama (Centro Hípico de Alto Rendimiento de Doma Clásica) permiten mirar con más curiosidad que seguridad el inminente Auditorio Municipal que levanta en Teulada (Alicante). Hasta hace poco, la seguridad era el sello Mangado: su arquitectura solucionaba con corrección, contención y elegancia sin salirse jamás del presupuesto. La experiencia profesional y docente le está permitiendo añadir osadía y riesgo a esa trayectoria segura en un momento en el que el arquitecto de Pamplona maneja proyectos en Chile, Argentina, México y Francia, y en un tiempo en el que ha vuelto a hacer vivienda social en Madrid y en Barcelona.

¿El Baluarte marca un antes y un después en su trayectoria?

El mayor proyecto que había hecho tenía 4.000 metros cuadrados y el Baluarte tiene 70.000, eso supone un tránsito a otra arquitectura con otra responsabilidad.

¿Más social? ¿Más urbana?

Evidentemente, los edificios de esa magnitud tienen una responsabilidad urbana mucho mayor. Cuando estás trabajando con un objeto pequeño, las decisiones son objetuales, dependen de aspectos materiales, espaciales... Con un objeto de esta dimensión, tienes que lidiar con condicionantes sociales, económicos, políticos... Rafael Moneo me decía que hacer un proyecto grande tiene dificultades enormes porque te encuentras con cantidad de situaciones al margen de la arquitectura que tú no controlas.

¿Lo ha sufrido?

Continuamente. En el Palacio de Congresos que construimos en Palma de Mallorca hasta extremos inverosímiles. Me he tenido que inhibir completamente. Igual que en otros proyectos políticos haces una declaración hablando del edificio, aquí me di cuenta de que era tal el follón, que era mejor estar mudo.

¿Sabe hacer eso? Tiene fama de decir lo que piensa.

En este caso he tenido que callar mucho, porque sabía que si decía lo que pensaba, el proyecto no se haría. Nosotros nos hemos inhibido del contexto político y hemos ido a construir, construir, construir y creo que ésa es la realidad que se ha impuesto. Y ahora mismo todos quieren subirse al carro del edificio. Lo que ocurre es que en muchos de estos edificios, y puedo citar el caso del Pabellón de España, o del Museo de Arqueología de Vitoria, tienes que tener en cuenta cuestiones no exclusivamente arquitectónicas. No se trata sólo de hacer un objeto bello. Yo siempre he tenido a gala que mis proyectos acabaran en el presupuesto que se calculó. Y todos han acabado así. Eso implica un esfuerzo. Te enfrentas a ingenieros que te dicen que pongas la mitad de presupuesto y luego ya se verá. Y eso es algo que muchos arquitectos aceptan y luego el presupuesto se dispara y no es por culpa suya, porque el proyecto ya valía eso.

¿Cree que su trayectoria debe tanto a ese orden como a la obra?

Espero que no. No es un mérito, es una obligación profesional.

Tiene fama de negociador.

Pues yo pensaba que no, por aquello de que digo lo que pienso. Me gustaría tener capacidad negociadora, pero diría que tengo capacidad de convicción, en el sentido de convencer, no de vencer. En el sentido de explicar a la gente claramente las cosas, decírselo de una manera animosa y animarles. Se trata de decirle a la gente que merece la pena hacer las cosas. Hay gente que gana los concursos y no hace los edificios. Yo gano y luego les animo, les convenzo...

¿Y cómo lo hace?

Cada proyecto lo empiezo como si fuera el primero. Soy una persona muy acomplejada en términos de arquitectura. Tiendo a pensar que lo que he hecho es insuficiente. En cada nuevo proyecto te la juegas, tienes que descubrir algo. Y eso tiene un coste extraordinario, porque hay que ser autocrítico hasta el extremo.

¿No le gusta lo que hace?

Cuando veo las cosas que he hecho y las cosas de otra gente que admiro...

¿A quién admira?

A Rafael Moneo como arquitecto inteligente. Es más que un arquitecto, es una manera de pensar, de articular, de juzgar. No es un hombre humilde, sino ambicioso, pero con una ambición sensata. Le admiro muchísimo por cómo es. Y porque conmigo ha sido tremendamente generoso.

¿Le admira más como persona que como autor?

Le admiro como persona, como arquitecto, más que como autor. Y a otra persona a la que admiro es a Álvaro Siza. Ha nacido arquitecto, tiene una intuición extraordinaria. Y eso únicamente lo tienen los genios. Por ejemplo, Rafael no lo tiene. Sin embargo, Rafael tiene inteligencia. Los que no tenemos genio, lo suplimos con trabajo e inteligencia. Pero envidiamos lo otro. A mí me gustaría tener esa capacidad que tiene Siza. Y cojo a esas dos personas porque creo que son los dos paradigmas de lo que se necesita para la arquitectura. Por un lado, inteligencia para captar los problemas reales; y por otro, sensibilidad para resolverlos. Yo creo que me muevo más en la manera de acercamiento de Rafael, sin tener su capacidad.

¿Firma todos sus edificios?

¿Cómo que si firmo?

Si no tiene doble contabilidad: los proyectos publicables y los que alimentan el estudio...

No, en absoluto. Tenemos que ser dueños de nuestras virtudes y de nuestros defectos. Que, por cierto, sólo nosotros sabemos. Tú te miras al espejo y sabes lo que tienes de bueno y lo que tienes de malo.

¿Se considera autocrítico?

Sé cuáles son mis virtudes y mis inconvenientes. A veces puedo parecer un tipo intolerante y violento, pero es porque defiendo con convicción lo que pienso. Creo que soy de una gran tolerancia con la arquitectura que se hace. Hay poca gente que apoye tanto la arquitectura joven.

Es poco tolerante con un tipo de arquitectura que llama gratuita...

Mi tesis es la siguiente: la arquitectura ha cambiado, por supuesto, como han cambiado la sociedad y los mecanismos productivos. Nunca hemos tenido tanta capacidad de hacer arquitectura ni tantos jóvenes arquitectos buenos. Ojalá hubiera hecho yo el proyecto de final de carrera que me presentan algunos alumnos actualmente.

Ahora hay cuarenta mil tíos estudiando y cuando nosotros estudiábamos éramos cuatro mil. En realidad, la información, el conocimiento es francamente fructífero. Pero a la vez que se produce esa avalancha de gente pensando y haciendo se produce también un grado de superficialidad extraordinario. Es decir, que existe también la tendencia de que la arquitectura se convierta en una cuestión de apariencia.

Y eso, ¿a qué obedece?

A muchas cosas. En primer lugar, a la rapidez, puesto que no tenemos tiempo para hacer las cosas. Y sin tiempo haces una imagen que sea impactante...

Pero luego hay que construirlo. Y también se construye más rápido.

Hasta ahora, se construía lo que querías, y sobre todo si había una administración o una sociedad dispuesta a aceptar todo. La sociedad tiene muy poco juicio crítico. Pedían que la cosa estuviera bien construida, que estuviera bien puesto el tabique. La realidad es que lo que se daba era espectáculo. El alcalde de Teulada me dijo: «Pero no me das un proyecto espectacular». Y yo le pregunté si lo que quería era un proyecto espectacular o un buen proyecto. Se ha producido una desviación que es la arquitectura de la imaginería, del parecer. Hay que ser más responsable. No digo que tengamos que cortarnos. Hablo de investigación seria, no caligráfica. Hay que mantener una actitud intelectual y una cierta actitud ética para pelear contra todo esto.

¿No ve nada positivo? La arquitectura que define como de florituras ha aportado frescura. Ahora han decidido arriesgar todos. Usted mismo también se ha beneficiado.

Sí, claro. Estoy de acuerdo, tienes razón. Pero si eso es un aditivo y un esfuerzo serio que se añade, entonces es lo mejor. El problema es cuando sólo es eso. El problema es que muchas veces se intenta vender la moto.

¿Cree que en todas las disciplinas hay una saturación de información?

Completamente de acuerdo, también. Si tú analizas la economía, ha pasado lo mismo que en la arquitectura. Lo que digo es que eso tiene que estar presente para mejorar la arquitectura, no para diluir su responsabilidad.

Los arquitectos le reconocen como el mejor negociador. Y lo cierto es que la crisis le ha afectado menos.

Yo procuro pensar que no hay ningún cliente tonto. Todos tienen algo que enseñar. Por eso no entiendo esa postura del arquitecto como alguien que te viene a salvar la vida. No dejaré nunca que un cliente me diga cómo tiene que ser un dintel. Pero escucho.

¿Aprende de sus proyectos con el paso del tiempo?

No sé si tengo claros mis aciertos, pero mis errores los tengo grabados en la cabeza y sé cuáles son. Y un arquitecto que no tenga en la cabeza cuáles son sus errores, miente. Si es un arquitecto medianamente inteligente, conoce sus errores. La actitud de que cada proyecto es algo nuevo me parece fundamental. Por eso, también estoy un poco en contra de esto que yo defino como identidad. En realidad es esta obsesión por buscar una caligrafía y un estilo que te identifique. Prefiero hablar de unidad, de preocupaciones comunes.

¿Han ido cambiando esas preocupaciones?

Si no cambiaran, serías un necio. Inicialmente, estaba más preocupado por el objeto en sí mismo. Ahora me preocupa más el contexto: el físico, las realidades económicas... Eso me ha llevado a investigar la recuperación de materiales tradicionales buscando nuevas maneras de expresión con formas más contemporáneas. Mis proyectos, cuando están enfrentados al Mediterráneo tienen formas cerradas como respuesta al soleamiento. Antes pensaba mucho más en el objeto, y tenía una especie de código estilístico, de normas, que debía mantener. Ahora me ocurre menos, aunque no estoy muy seguro. Sinceramente, no soy un arquitecto muy seguro.

En el catálogo de la exposición del CBA dice que cada vez tiene más dudas.

Absolutamente. Sin embargo, transmito una imagen de confianza. Me resulta muy difícil hacer arquitectura. Cada vez más. Antes me salían los proyectos más rápido.

Los últimos (como el Auditorio de Teulada) se ven más sueltos, más libres...

Los últimos son muy especiales. El contexto del Museo de Vitoria es una situación de kale borroka. Así, las formas ovaladas que dan profundidad en la fachada responden al hecho de que no se puedan hacer pintadas, porque no se pueden leer.

Y esa reacción hace más amable al edificio.

Efectivamente. Todo viene de entender el sitio. No te puedes creer la cantidad de veces que hablé en la radio pidiendo que entendieran que el edificio se podía convertir en algo capaz de transformar el lugar, y si no de transformar, de darle orgullo y valor.

¿Algún edificio marca un giro en su trayectoria?

Dos: Teulada y el Pabellón de España. Sin Teulada –que empezó antes y se concluye ahora– no hubiera salido ni Ávila, ni Palma de Mallorca. Ahora estoy otra vez con vivienda social.

¿Por qué ha querido volver a hacer vivienda social?

Es un tema que te ayuda a ser más estricto, más cuidadoso con las decisiones. Me pareció que era una especie de cura de humildad después de todo este tiempo de otra arquitectura.

¿Lo mejor que podría hacer la arquitectura de la época que vivimos sería reparar?

Sí, sin duda. Pero cuidado, dejar de ser ambiciosos también tiene problemas. Lo que pasa es que la ambición se puede mostrar de maneras muy distintas. Se puede tener una ambición grandilocuente y estúpida, o esta ambición de recuperar, de sentarse a pensar y, por lo tanto, de suturar cosas que están mal hechas. Tener pensamientos nuevos, reflexionar sobre lo que se ha hecho mal... Tenemos que volver a recuperar la ciudad existente, porque no tenemos otro remedio económico, y cuando hablo de arquitectura pública, no me refiero sólo al centro, sino que me refiero también a las periferias, que ya se han convertido en centro. Todo el mundo habla de la periferia como lo nuevo. La periferia ya no es lo nuevo, la periferia ya es el centro. Es verdad que estamos viviendo una crisis económica muy potente, pero también es verdad que en términos de ciclos tocaba. ¿Alguien pensaba que la administración española podía seguir construyendo tanto edificio público cuando se había construido ya mucho? En Europa, en los años sesenta y setenta, se construyeron un montón de centros sociales, museos, centros de salud ... Y en los años ochenta y noventa, en los que a nosotros nos tocó crecer, a ellos les tocó mantener. Ahora nos toca mantener a nosotros: veinte años de mantenimiento, de readaptación, de recuperación de edificios.

¿Siempre ha entendido la ciudad o ha sido un aprendizaje?

Ha sido un aprendizaje. En los años ochenta, cuando hablabas de la ciudad, pensabas en el centro. La ciudad-estructura, interrelacionada y con distintos centros la hemos aprendido en los años ochenta y noventa.

Su Fundación Arquitectura y Sociedad organizó el congreso Más por menos, para demostrar cierto compromiso con el momento actual. ¿Dar más por menos significa que se estaba cobrando de más?

El Congreso quedó insuficiente, porque los que intervinieron fueron arquitectos, y básicamente de lo que se habló fue de objetos arquitectónicos. Por eso quiero dar otro paso, olvidarme de los objetos y hablar de la arquitectura y la ciudad como elemento de equilibrio, hablar más de las ciudades, del barrio. Los arquitectos tenemos que hacer una arquitectura más comprometida con la sociedad. Mi obsesión sería estar tres meses sin parar de escribir.

¿Qué tiene que decir?

Veo a millones de arquitectos diciendo banalidades, y me da pudor. Creo que es importante escribir sin irse por las ramas. Como todo, tienes que estar entrenado, tener recursos. Analizando aprendes. Enseñando también he aprendido muchísimo. Tengo la sensación de que con los estudiantes gano muchísimo más de lo que doy.

Algo común a muchos estudiantes y becarios es que están trabajando sin cobrar.

Eso es una vergüenza, un disparate. En mi estudio no hay nadie que no tenga un contrato y seguridad social.

¿Todos cobran?

¿Cómo que si cobran? Tienen contrato y seguridad social. Y si alguno viene como becario, además de la beca, les doy un plus. Simplemente, por justicia social. Durante estos años, los arquitectos hemos ganado muchísimo dinero. ¿Cómo era posible que hubiera estudios que no pagaran? Eso es una vergüenza. Aunque sólo sea por miedo a que venga el inspector y te hunda. Es que es inmoral. Por eso tengo un montón de peticiones. Eso sí, tampoco quiero gente que me diga en mitad de un concurso: «Me voy, que son las siete y media». Nunca me dicen: «Oye, Patxi, que son las dos de la mañana». Otras veces les tengo que decir, «este viernes, a las cuatro todo el mundo fuera, al cine o a hacer lo que queráis».

¿Es capaz de ponerse en la piel del estudiante?

Yo empecé a estudiar económicas, porque me dijeron que no valía para arquitectura. Mi madre murió muy joven. Y mi padre nos dejó a mi hermano y a mí, y me crió la hermana de mi madre y su marido, que era director del Banco de Estella. Fui a estudiar a Pamplona, pero me dijeron que no valía para arquitecto. Me marché a estudiar Economía, y estuve en la Comercial de Deusto. Allí hice primero de económicas y primero de derecho. Luego, como tenía el mejor expediente de Deusto, me dejaron entrar en arquitectura. Y hasta ahora.

La preocupación por la sostenibilidad del pabellón de la Expo de Zaragoza, ¿se extiende a obras posteriores?

Se está desarrollando una especie de estilo sostenible que me pone enfermo. Hay edificios con placas solares mal orientadas. Yo creo que es sostenible el edificio en el que la relación medio-fin es la adecuada. La arquitectura inteligente y sensata implica decisiones medioambientales. Frente a más tecnología y más medioambientalismo, más labor del arquitecto. Estoy comprometido con la sostenibilidad en el mismo sentido en que lo estaban los arquitectos de hace cien o doscientos años.

¿Qué le preocupa hoy como arquitecto?

Lo que más me preocupa es que el noventa y nueve por ciento de nuestras ciudades no es arquitectura, sino que es simplemente un mero hecho productivo. Y eso no lo estamos resolviendo. El problema es que el noventa y nueve por ciento del magma que invade nuestras ciudades es mierda, no es arquitectura. Y lo que de verdad me preocupa es que a veces hacemos un ejercicio demasiado endogámico de hablar entre nosotros, los arquitectos, y ese noventa y nueve por ciento va colando. En realidad, las decisiones sobre la ciudad no las están tomando los sectores públicos, ni siquiera la ciudadanía, se están tomando decisiones estrictamente económicas.

¿Está diciendo que los alcaldes no mandan?

Por supuesto que los alcaldes no mandan. Ni manda lo político. Yo, por ejemplo, soy un tío que sigue teniendo convicción en lo político. Me da igual si hay corrupción. Si dejamos todo en manos del mercado, esto es un desastre. Y la arquitectura hoy está en manos del mercado. La sociedad pide que le construyan bien el edificio, no pide nada más. Y eso es lamentable, porque es como pedir que la copa en la que estás bebiendo no se raje.

¿Se siente reconocido?

Sí. Sería falso no sentirme reconocido. Incluso, a veces, más de lo que debiera.

¿Ha tenido que sacrificar mucho?

Lo que peor he llevado estos años ha sido no pasar tiempo con mis hijos. Pero no he sacrificado nada, porque he hecho lo que me gusta. En todo caso, he sido egoísta. Y mi mujer ha sido muy generosa. Hemos tenido discusiones enormes por la educación de los críos. Yo soy permisivo, muy de estimular, pensando que mi mujer es muy de prohibir. Pero ella dice, y quizás tiene razón, que si yo hubiera prohibido un poco más, quizás ella hubiera estimulado un poco más.

EXPOSICIÓN FRANCISCO MANGADO. ARQUITECTO


22.02.11 > 10.04.11

COMISARIA ARIADNA CANTIS
ORGANIZA CBA • ESTUDIO FRANCISCO MANGADO. ARQUITECTOS