Universalidad y humanismo
En conversación con Antonio Bonet Correa
Antonio Bonet Correa (La Coruña, 1925), actual presidente de la Real Academia de San Fernando y catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid es uno de nuestros grandes humanistas. Formado en la Universidad Complutense, ha ejercido su magisterio asimismo en las universidades de Santiago de Compostela, Murcia, Sevilla y París. Ha desarrollado su labor también como director del Museo de Bellas Artes de Sevilla, y es autor de numerosas obras, además de haber ejercido como crítico de arte en ABC y en El Correo de Andalucía. Gran entendido y estudioso del tema de la ciudad –tomando el testigo de maestros como Pierre Lavedan–, son conocidos sus ensayos y artículos sobre la ciudad renacentista y barroca, de la Ilustración, de la Revolución industrial y del siglo XX. En 2010 recibió la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes.
VOLUNTAD
Soy muy voluntarista, porque creo que la voluntad es esencial. «Todos nosotros, en tanto que hijos de nuestra época, hemos querido transformar nuestro entorno, el mundo en el que vivimos. Pero transformar algo es muy duro, y según van pasando los años en nuestra vida nos vamos dando cuenta de lo difícil que es llevar a cabo ese cambio, venciendo todo lo que se opone. Y cómo, en realidad, nada se hace desde una sola postura individual. A pesar de todo, no cejamos en nuestro intento de transformación, y ello nos desazona». Esto lo dije en 1973, aunque con los años se vuelve uno muy escéptico. El otro día hablaba con una persona que decía que con la edad uno cambia, y toma el papel de «observador». No estoy de acuerdo con esa afirmación, creo que más bien depende de la persona; algunos, por el contrario, se radicalizan, como le ocurrió a Valle-Inclán, que era más radical literaria, política y socialmente cuando murió que en su juventud. Aunque es cierto que, como decía, una de las consecuencias del paso del tiempo es que te haces más escéptico; eso no quiere decir que hayas perdido las ilusiones ni que hayas cambiado, sino que contemplas las cosas desde una óptica en la que la voluntad individual es importante, pero hay algo muy difícil de vencer, que es lo colectivo, ya que es algo ajeno a ti. El escepticismo no tiene por qué resultar negativo o paralizador, también puede ser crítico. Como historiador sabes que, aunque en ocasiones las individualidades hayan conseguido ciertos logros, resulta muy difícil vencer la inercia de la colectividad. Una de las principales dificultades con las que me he topado a lo largo de mi trayectoria profesional es la apatía de nuestra sociedad, tan paralizadora, el convencionalismo. Y hay tantas cosas que se podrían haber hecho y que no se han llevado a cabo, que se han iniciado y que se han dejado, se han olvidado.
LAS ARTES EN ESPAÑA
La perspectiva cultural de las artes en nuestro país ha cambiado felizmente, a pesar de todo. España es un país muy creador, en el que las artes han tenido siempre una importancia enorme, tanto en los buenos como en los malos momentos. El arte ha sido como una especie de conciencia, de centro insobornable. Y no hablo solamente de la época contemporánea sino también, por ejemplo, del Siglo de Oro: un Quevedo, con sus burlas al poder y los latigazos que dio, o un Cervantes. Durante el franquismo el arte supuso un frente, una tabla de salvación para muchos, contra el que no pudo el Régimen, a pesar del genocidio intelectual. Desde la instauración de la democracia –a pesar de todos los desencantos que hayamos podido sufrir– hemos disfrutado de un adelanto muy visible. Además, el arte se ha extendido a una cantidad mucho mayor de gente y se ha abierto a unas clases sociales que antes no tenían acceso a él. No obstante, del estado de las artes en España lo que criticaría hoy es precisamente la parte política, lo artístico desde lo oficial –y yo estoy situado en un terreno en el que casi no lo debería decir–, la cultura que se ha convertido un poco en un espectáculo. Uno de los peligros contra los que tenemos que luchar es el modo en que la acción política del poder banaliza el arte. El poder siempre es un fenómeno social, por lo que quizás vivimos en una sociedad más banalizada también, no solamente en España, sino en todo el mundo. Además, creo que hoy se confunden muchos conceptos que son obvios con el arte, que debe tener más trascendencia, más calado, ir más lejos, romper más y alcanzar una mayor profundidad. El problema viene de confundir lo conceptual con lo real, porque el arte es concreto, y si no existe una segregación casi física o corporal del arte, éste se queda en un gesto. Y los gestos pueden ser sublimes, o baladíes y superficiales. Por todo ello existe hoy en día una confusión de términos, y el espectáculo –que es algo maravilloso e incluso puede representar la obra de arte total, como ha pretendido serlo la ópera del siglo XIX– acaba convirtiéndose en algo insustancial.
Por otra parte, en mi propia trayectoria como gestor de museos, las mayores dificultades que he encontrado se han generado por la intromisión del poder político, que ha querido darles determinado sesgo. Y, en segundo lugar, por el apoyo financiero que en ocasiones supone un derroche para trivialidades y es limitado para lo esencial. Siempre está la dificultad entre la realidad y el deseo, un equilibrio difícil de mantener. Sin embargo, la mayor satisfacción que he tenido a lo largo de mi vida profesional, no sólo en los museos, sino también como profesor, es ver que no estaba solo en lo que intentaba, sino que había gente a mi lado para acometer unas tareas que se realizaron, a pesar de las dificultades, y supusieron un cambio.
MAGISTERIO ACADÉMICO
De mi labor como docente durante más de cuarenta años en las universidades de Santiago de Compostela, Murcia, Sevilla, París y Madrid, la satisfacción más grande que tengo es la cantidad de catedráticos punteros que han salido de mi entorno universitario, de mis alumnos, de mis seminarios… como, por ejemplo, Estrella de Diego. Soy de los que cree que la educación es algo esencial, ya que el intelecto y la ética dependen de la mente y de la conciencia de otras personas; concibo el conocimiento como algo que el hombre éticamente debe poseer. El esfuerzo mental se traduce en comunicación con los otros, en comprensión, en entender el mundo, en transigencia con el otro, en la comprensión de lo existente. Además, enseñando aprendes, porque debes estar a la altura de lo que quieres impartir, de lo que aspiras a ser, aunque no lo logres del todo.
No conozco bien la universidad española de ahora, aunque he escuchado comentar que es demasiado burocrática, pero sí he estado en la universidad francesa en una época en la que ya no es lo que era. Uno de los principales problemas es que se ha rebajado el esfuerzo para adquirir conocimientos y se ha banalizado también la sabiduría, la maestría. Todo eso se refleja en los planes de estudios, en los horarios, y en la manera de vivir y entender la universidad; ahora se estudia una carrera para obtener una situación social y económica, cuando la universidad debe, en primera instancia, formar a hombres y mujeres íntegros. Quizá casi sacralizo la universidad, pero es porque la considero el punto culminante de la formación. En eso, por ejemplo, la Segunda República fue extraordinaria; es tremendo pensar en la ilusión con la que nació, en las empresas que realizó, y en que acabase todo en una lucha fratricida. Por eso, pese a los fracasos políticos que tuvo, la República sigue siendo, para un intelectual, una utopía no realizada.
Por otra parte, en este tiempo de excesiva especialización, los intelectuales se atrincheran en diferentes bandos, separando por ejemplo lo científico de lo artístico, lo que dificulta un conocimiento más auténticamente humanista. Creo, sobre todo, en el concepto antropológico del saber. Y el saber a veces es un saber plástico, literario, histórico o filosófico. Pero detrás de la sociedad siempre está el hombre, y su pensamiento. El querer ser del hombre, el realizarse completamente.
Por ello, cada vez soy más partidario de la universalidad, y quisiera dominar y conocer mejor todos los elementos de las ciencias, pues creo que no solamente se debe saber de literatura, de arte, de estética, de historia, tanto política como cultural, sino también de ciencia. El problema es que el hombre tiene sus limitaciones, y el saber ocupa lugar, pero quisiera saber matemáticas, más de las que sé, de la misma manera que también quisiera saber muchas más lenguas, y más física, más química, más botánica, más geología, conociéndolas en profundidad, no sólo de una manera pormenorizada y escolar. Recuerdo algo que sucedió en Francia cuando yo ya había regresado y vivía en Madrid: un ministro de entonces parceló el presupuesto destinado a la Sorbona, dedicando más dinero a los de ciencias que a los de letras, ya que consideraba a las ciencias más útiles para el Estado francés. Se organizó una protesta monumental, promovida sobre todo por los de ciencias, hasta el punto de que clausuraron la Sorbona por primera vez en su historia, pues no había cerrado hasta entonces ni una sola vez, ni tan siquiera con la Revolución Francesa. El ministro tuvo que dar marcha atrás, porque el equilibrio entre las ciencias y las humanidades, entre las ciencias naturales –como se decía antes– y las ciencias del espíritu es esencial. Como cuerpo y alma juntos, no se pueden disociar.
CIUDAD
Las ciudades siempre me han interesado muchísimo. Conozco muy bien el campo, tengo un arraigo rural muy grande que mi familia me transmitió, algo muy propio de Galicia y de un determinado tipo de gente, urbana a la vez que rural, porque desde niño viví además en la ciudad, en Madrid. Tal vez por ello me apasionan las grandes ciudades. Me atrae la literatura sobre la ciudad, sus representaciones y la ciudad en sí misma, lo que tiene de cambio y de nuevo, representado por aquel verso de Baudelaire: «París cambia más deprisa que mi corazón». También me interesan mucho las ciudades de fantasía. Es interesantísimo el punto de unión que se traza entre los dos ámbitos a finales del siglo XIX, con el planteamiento de la ciudad jardín, y las colonias con árboles y zonas verdes, y también resulta apasionante el tema de las grandes ciudades industriales y de las enormes metrópolis. La evolución de determinadas ciudades –y un ejemplo muy claro es México DF– asusta, son entornos urbanos monstruosos donde puedes acabar incomunicado, dentro de un atasco, durante horas. Por eso, durante el Antiguo Régimen se imaginaron unas ciudades utópicas que, entre otras cosas, tenían unas dimensiones que no debían sobrepasarse.
Por otra parte, el difícil equilibrio entre la ciudad y el entorno natural o el paisaje es algo que no puede solucionarse de una manera artificial, como ocurre con la colonia, o el suburbio, porque después sobrevienen problemas como el automóvil, por ejemplo. Pero no podemos profetizar cómo serán en el futuro las grandes metrópolis, ya que la ciudad es un ser vivo, que reaccionará de determinadas maneras; probablemente surgirán nuevas formas que hoy no sospechamos. La ciudad encontrará su equilibrio o será ya tan catastrófica que se hallarán otras fórmulas que la sustituyan.
A mí de la ciudad lo que me atrae no es la arquitectura, sino los habitantes, aunque uno de los grandes males de la ciudad es la soledad de las personas. Lo que se ha perdido quizá en la ciudad son las formas de sociabilidad antiguas, como el café, las tertulias o las fiestas populares, y en la actualidad se intenta recuperarlas de otras maneras. Una de las falsas creencias más extendidas se basa en la idea de que en el campo nunca sucede nada, y todo sucede en la ciudad. Pues no, en el campo también suceden muchas cosas: te levantas por la mañana, y quizá se ha producido la floración, o un enjambre que llega; y acontecen las muertes y los nacimientos de una manera mucho más presente en la comunidad, configurándose toda una convivencia rural que el hombre urbano no entiende. Lo que hay que incrementar en la ciudad es, precisamente, la comunicación entre las distintas personas y clases sociales, todas esas barreras de incomunicación que existen y que degeneran en una soledad tremenda.
En cuanto a la política urbanística de España en la actualidad, tengo una opinión bastante crítica, aunque está sucediendo algo bueno en ese sentido: la crisis al menos ha conseguido parar en seco la especulación, no por una toma de conciencia, por supuesto, sino porque en estos momentos no se puede continuar con ella, no da beneficios.
Aunque, de nuevo, mi crítica va dirigida a la política, sin ánimo de devaluarla. Yo creo que el político debiera ser muy importante en el sentido aristotélico y platónico, muy filosófico. Pero, en este momento, hay tal perversión entre los intereses que esto resulta una utopía. Respecto al pasado europeo, podemos observar tal perversión entre la política y el capital que resulta casi imposible luchar contra ello.
Aunque una de las herramientas fundamentales que tenemos para combatirla es la crítica. Desde la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, a través de la Comisión de Monumentos, hacemos críticas feroces, que mandamos luego a las autoridades y hemos conseguido varios logros, aunque no salen en los periódicos. Por ejemplo, hace algunos años querían hacer en Ávila una autopista que suponía construir un enorme puente en el lugar donde actualmente están situados un azud y un puente pequeño, es decir, iban a destruir el azud y la tarjeta postal de la visión. Aún estaba vivo por entonces Fernández Ordóñez, que era ingeniero. Fuimos a Ávila, a pelear el asunto y finalmente construyeron la autopista y el enorme puente dos kilómetros más allá, pasado el río. Y en Salamanca, gracias a Antonio Fernández Alba, hemos salvado el lugar en el que vivía Unamuno, donde querían construir un auditorio que hubiera introducido todos los coches en el centro histórico. Ahora estamos trabajando en Soria –en otra época ya salvamos el río, en el que se iba a construir una carretera– donde en estos momentos quieren edificar un tercer polígono industrial, como si se tratase de una gran ciudad industrial. En Barcelona, en cambio, salvamos una de las fábricas en Poble Nou, que no se derruyó y quedó como una valiosa muestra de arqueología industrial, a petición de los propios barceloneses. Es decir, que con voluntad y tesón pueden lograrse muchas cosas.
CRÍTICA DE ARTE
En España la crítica de arte empieza en el siglo XX, porque en el XIX hubo algún crítico interesante, pero no contamos con alguien de la talla de Baudelaire, por ejemplo. En el XX, en cambio, tuvimos excelentes críticos de arte, como Manuel Abril, antes de la Guerra, o Eugenio D´Ors, ya terminada la contienda, que hacía una crítica de arte muy solemne pero de gran interés, tanto que incluso Moreno Galván lo admiraba muchísimo, y eso que era del Partido Comunista. Otro gran crítico de arte fue el poeta Juan Eduardo Cirlot, por ejemplo, cercano al grupo Dau al Set, o Enrique Lafuente Ferrari, que también fue catedrático.
En la actualidad, uno de los defectos de nuestros críticos de arte –de muchos, no de todos– es que se dejan llevar por la moda. E indudablemente hay que ser una persona de su tiempo, pero, precisamente por aquello que mencionábamos de la banalidad y del espectáculo, existe una cierta desorientación. Además, las vanguardias históricas fueron tan lejos que ahora no hay nada nuevo bajo el sol, por lo que los críticos recurren a explicaciones, a terrenos comunes y a afirmaciones que ya fueron dichas. Y yo soy tradicionalista en muchos aspectos, pero estoy de acuerdo con Gadamer cuando habla de la tradición como lo que se entrega, lo que se hereda, pero que debe reinterpretarse constantemente. Tengo un concepto hermenéutico de la historia del arte, y por eso no soy partidario de las cronologías, sino de las diacronías. Últimamente estoy muy interesado en saber qué es exactamente la historia del arte, pero estoy seguro de que la estamos rehaciendo, tendremos que rehacerla y la van a continuar rehaciendo en el futuro.
No obstante, hay también muy buenos críticos de arte, algunos excelentes, aunque el sector de la crítica de arte en España, y también fuera de nuestro país, adolece de esa misma confusión que existe en el mundo del mercado artístico. Hoy en día la crítica se pliega demasiado al mercado, al poder económico, que en el mundo actual parece dominarlo todo, incluidas las artes. Hay pocos críticos de arte independientes. O son de los que se apoyan en lo ya pasado, lo que tampoco es bueno, que sólo hablan de los valores ya consolidados, pero desde El Paso o Chillida hasta la actualidad han ocurrido muchas cosas en el arte español, y no sólo han estado detrás de ellas estos artistas que ahora ya son académicos. Y es en esa confusión en la que estamos perdidos.
© Esther Ramón, 2011. Texto publicado bajo una licencia Creative Commons. Reconocimiento – No comercial – Sin obra derivada 2.5. Se permite copiar, distribuir y comunicar públicamente por cualquier medio, siempre que sea de forma literal, citando autoría y fuente y sin fines comerciales.
Literatura y Bellas Artes, Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, 2009
La ciudad del futuro, Madrid, Instituto de España, 2009
El Real Monasterio de El Escorial, Madrid, Patrimonio Nacional, 2007
Cuarto centenario de El Quijote, Madrid, Instituto de España, 2006
Misión de las Reales Academias, Madrid, Instituto de España, 2004
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Monasterios iberoamericanos, Madrid, Ediciones El Viso, 2001
Vanguardias históricas: arte español 1918-1939, Madrid, Ediciones del Umbral, 1999
Los Goyas de la Academia de San Fernando, Barcelona, Lunwerg, 1996
Arte y luz, Madrid, Ediciones El Viso, 1995
Las claves del urbanismo, Barcelona, Planeta, 1995
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16.11.10
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