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Primero la información y después la estética

Entrevista con Anna Surinyach

Nicolás Cañete 
Fotografías de la serie Seguir con vida (Siria y Sudán del Sur)

La primera vez que vi a Anna Surinyach estábamos en la azotea del CBA. Estaba inaugurando la exposición Seguir con vida, fotografías que nos acercaban a los refugiados sirios y de Sudán del Sur. Los periodistas la rodeaban y le hacían preguntas sobre el contenido de las imágenes. Anna se acabó emocionando, tal era el impacto que las imágenes habían dejado en ella y más tarde dejarían en los visitantes de la exposición. Pero Anna no se detiene. En unos días se va a Palestina con Médicos Sin Fronteras. Hace dos años empezaron un proyecto para contar cómo vive la gente la ocupación. Visitan la zona cada cierto tiempo, juntando historias para que el tema no quede olvidado. Después volverá a España y probablemente viaje a la República Centroafricana.

Anna Surinyach fotografiada por Alessio Romenzi

No llevas mucho tiempo en España y ya vuelves a Palestina ¿Cómo te sientes cuando estás en España, entre proyecto y proyecto? ¿Cuesta dejar atrás todo lo que se fotografía?

Depende del tiempo que esté fuera. Cuando voy muy justa de tiempo estoy concentrada en el trabajo, de modo que vuelvo y retomo mi vida sin más. Los problemas vienen después. Cuando estoy mucho tiempo es diferente. Estuve en verano en el barco de Médicos Sin Fronteras que rescata a la gente que viene de Libia por el Mediterráneo. Tras pasar un par de meses en el barco, cuando vuelves a tu vida cuesta integrarse en el día a día. Pero al fin y al cabo este es mi trabajo.

¿Qué ventajas ofrece trabajar con Médicos sin Fronteras (MSF) frente a la situación de los periodistas freelance?

Yo he estado siempre con ellos, primero como becaria y luego contratada. Siempre he ido con la estructura de MSF. Con ellos tienes todos los medios para desplazarte, mientras que sin una organización detrás es muy complicado y caro moverse en países como Sudán del Sur. En cambio, haciendo cobertura de la crisis de refugiados, en sitios donde el acceso y la comunicación no son complicados, esta estructura no es tan necesaria.

¿Cómo empezaste en el fotoperiodismo? ¿Hubo alguna aproximación a la fotografía artística o siempre consideraste la imagen como un vehículo de información?

Estudié periodismo y mientras estaba en la carrera tenía claro que quería dedicarme al fotoperiodismo. Nunca me he planteado la fotografía como arte. Yo la utilizo para contar historias y mostrar lo que veo. Tampoco me he planteado nunca hacer fotografía de moda. Entiendo la fotografía en otras vertientes, pero yo solo la ejerzo haciendo periodismo. Tengo límites. Retoco muy poco, no preparo nada cuando estoy haciendo imágenes. Eso es básico para que el fotoperiodismo tenga credibilidad.

¿Cuáles son tus referentes?

Salgado y Nachtwey, evidentemente. Y entre quienes están ahora en activo, Sara Naomi Lewkowicz, que ha hecho un trabajo muy interesante sobre la violencia de género, o Darcy Padilla.

Has creado junto con otros periodistas la revista 5W, una alternativa al periodismo instantáneo. ¿Cuáles son las bases del proyecto? ¿Qué buscáis? 

La revista la fundamos entre ocho, todos periodistas, menos la persona que se ocupa de la web. Creamos un medio donde poder contar historias de slowjournalism, huyendo de la instantaneidad, historias que no iban a encontrar espacio en otros medios. Yo me encargo de la imagen. Pero la revista también apuesta por la narración. Intentamos cuidar ambos aspectos, el uno sin el otro no tienen sentido. Está todo el año online, colgamos dos historias a la semana y, una vez al año, hacemos una edición en papel con contenidos exclusivos, un numero monotemático. El tema del último monográfico fue el después de la guerra: ¿qué pasa después?, ¿existe realmente un después?, ¿qué significa después de la guerra? La cuestión se plantea a través de historias, diferentes personajes y diferentes conflictos, y la idea es que el lector saque sus propias conclusiones.

Trabajaste en un proyecto llamado Éxodos que consistía en largos reportajes sobre la gente que protagoniza algunos de los grandes movimientos de población recientes. Tu siguiente proyecto, Seguir con vida, se conforma de pequeñas historias. ¿Por qué este cambio en la distribución del contenido?

Es una buena observación. Éxodos fue un proyecto de dos años con MSF. Queríamos explicar las diferencias y similitudes entre un refugiado, un desplazado y un migrante. Escogimos tres lugares: Siria, Sudán del Sur y México, y utilizamos el webdocumental para ir contando los contextos y las historias de cada una de las personas con quienes nos encontramos. Así, quien lo lee puede tener una imagen más clara de la situación. Una vez analizado el webdocumental, ahora que se puede contabilizar y estudiar cómo navega la gente, vimos que existe un público al que le interesa y se queda muchísimo tiempo en la página, hasta consumir todo el contenido. Pero ese público es muy reducido, algunos estudiantes, periodistas o gente muy metida en el tema. Para esta campaña, Seguir con vida, intentamos hacerlo diferente. Han pasado dos años y cada vez más se consume la información a través del móvil. Queríamos que la campaña llegase a un público mucho más amplio, así que hacer píldoras cortas que no exijan tanto esfuerzo por parte del lector nos pareció más eficaz. Entras, lees dos historias y las tienes en mente. Y si quieres vuelves y lees dos más. No es como Éxodos, en donde lo lógico era leer de principio a fin. Por supuesto, si consumes todo Seguir con vida te queda una idea muy cabal de la situación, pero la manera de distribuir la información es totalmente diferente. La vara de medir que nos pusimos fue que el lector pudiera acceder a la información en un trayecto de metro. Básicamente se trataba de adaptar la información al tipo de consumo que más se da. Médicos sin Fronteras tiene que llegar a cuanta más gente mejor. Y no solo son historias más cortas, también hay crónicas de todo tipo para poder llegar a un público lo más diverso posible. Hay historias muy duras, de bombardeos y gente que pierde su hogar, pero hay también algunas narraciones más distendidas, que muestran los juguetes con los que juegan los niños. Hay historias para todo tipo de públicos.

Antes me has dicho que Salgado es uno de tus referentes. Susan Sontag lo acusó de hacer estética con el dolor ajeno. McCullin dijo de sí mismo que no tenía derecho a usar el sufrimiento ajeno para hacer de su oficio un arte. ¿Cuál es tu opinion sobre las críticas que apuntan a la amoralidad del fotoperiodismo? ¿Es inevitable la estetización de la fotografía documental?

Salgado tuvo su estilo y quizá se ha sobrepasado en ese estilo. Pero marcó un hito e hizo que lo que pasaba en un mundo lejano llegase al llamado primer mundo. Acercó dos realidades. Sus fotografías son mainstream, consiguió que llegaran al público: quizá la belleza de sus imágenes hace que no sean tan duras y que la gente las mire más. Si es fidedigno y fiel a lo que está viendo no me parece inmoral. Ha hecho que más personas se acerquen a algunos problemas y esa es la labor de la fotografía documental. Para mí primero es la información y después la estética. Si tengo una escena que me está contando algo haré la foto independientemente de la estética. Quien pone la estética por encima de la información tiene otro estilo. Yo no sé si es bueno o malo, pero no es el mío. Cada uno destaca lo que quiere mientras sea fiel a lo que ve, que para mí es lo importante.

En el libro de estilo de uno de los periódicos más importantes de España se puede leer lo siguiente: «Las fotografias con imágenes desagradables solo se publicarán cuando añadan información».

No entiendo qué quiere decir eso. Es tan amplio que no me atrevo a interpretarlo. ¿Qué es desagradable? ¿Qué es información? Para mí, lo importante es que una foto te cuente algo, pero siempre respetando a la persona que sale ahí. Ese sería mi libro de estilo. Cuando el 11-M, uno de los grandes periódicos puso en portada la cara de un chico con el ojo reventado. Eso no hacía falta, no respetaba su dignidad. Ahí solo había morbo. Aporta información, sí, pero hay miles de imágenes que aportan esa misma información y lo hacen respetando a los fotografiados. No es el caso de Aylan. Esa foto no falta a la dignidad de nadie. No se distingue al niño, podría ser cualquiera. Y esa foto ha movido conciencias, es necesaria. Por supuesto, la línea es muy débil.