Abbado en Lucerna
Traducción Guadalupe González
Entre los momentos más hermosos de comienzos de agosto, justo antes del inicio del Festival de Verano de Lucerna, se cuentan desde hace ya nueve años las escenas de saludo entre los músicos recién llegados de todos los rincones del mundo con sus familias y Claudio Abbado. Calurosos abrazos, conversación estimulante, y la alegría anticipada por hacer música juntos que se refleja en todos los rostros dominan desde el primer momento la atmósfera de las tres semanas de estancia en Lucerna. Se escucha un alegre «Ciao Claudio» desde el despacho del director de orquesta: Abbado rechaza categóricamente el tratamiento de «maestro».
Entre los momentos más hermosos de comienzos de agosto, justo antes del inicio del Festival de Verano de Lucerna, se cuentan desde hace ya nueve años las escenas de saludo entre los músicos recién llegados de todos los rincones del mundo con sus familias y Claudio Abbado. Calurosos abrazos, conversación estimulante, y la alegría anticipada por hacer música juntos que se refleja en todos los rostros dominan desde el primer momento la atmósfera de las tres semanas de estancia en Lucerna. Se escucha un alegre «Ciao Claudio» desde el despacho del director de orquesta: Abbado rechaza categóricamente el tratamiento de «maestro».
Pero, ¿cómo ha llegado a formarse esta orquesta tan excepcional y feliz? Históricamente, la Orquesta del Festival de Lucerna se remonta a la orquesta de élite que Arturo Toscanini dirigió en el verano de 1938 en el parque de la Villa Tribschen en Lucerna, que antaño fuera residencia de Richard Wagner. En aquella ocasión se unieron solistas internacionales a la orquesta de la Suisse Romande en una formación de lujo, de la que surgió después la orquesta del festival suizo. Esto era lo que tenía en mente Claudio Abbado, cuando abordó en 1999 al director artístico Michael Haefliger, quien guarda el siguiente recuerdo del decisivo encuentro: «Quería devolver a la vida a esta Orquesta, que él ya había dirigido en su 60ª edición, con sus amigos musicales, con Sabine Meyer como solista de clarinete, con el violinista Kolja Blacher, con los miembros de los Cuartetos Hagen y Alban Berg, con la violonchelista Natalia Gutman, con el violinista Wolfgang Christ, y la Orquesta de Cámara Mahler... Era su sueño. Me pareció una idea estupenda, pero por supuesto, entonces vi ante mí un Himalaya... Lo apasionante es que cuando Abbado dice algo, es que lo tiene bien pensado, tan bien como ha resultado en este caso.»
El 14 de agosto de 2003 ya estaba todo hecho. La recién creada Orquesta del Festival de Lucerna se presentó con Wagner y Debussy, y conquistó por asalto tanto al público como a la prensa. Desde entonces la Orquesta está cada vez más unida de año en año, y entusiasma no sólo al público de Lucerna cada verano, sino también, en sus actuaciones como orquesta invitada, a los amantes de la música en Roma, Tokio, Viena, Londres, Nueva York, Pekín y Madrid.
¿Qué es lo que hace regresar año tras año a los cerca de 120 músicos, que son miembros de orquestas sinfónicas más grandes, solistas destacados o músicos de cámara? Una y otra vez se aducen la amistad, la sensibilidad, la entrega al trabajo y, ante todo, el arte de escuchar a los demás que Claudio Abbado personifica en tan gran medida. En Lucerna estos ideales cobran vida, y así se desarrolla una cultura musical que adapta las virtudes de la música de cámara a la música de orquesta. El solista de violín Kolja Blacher da en el blanco al explicar cuánto les hace disfrutar el tocar juntos: «¿Qué es lo que hace especial a nuestra orquesta? El hecho de que no es que tengamos que tocar juntos, sino que queremos hacerlo». Muchos profesionales de las orquestas de música clásica reconocen que no se dedican a su trabajo únicamente por el placer y disfrute que les aporta, sino porque es un trabajo. En cambio, en esta orquesta todos tocan porque les apetece, y porque Claudio Abbado se lo ha pedido.
Hanns-Joachim Westphal, exmiembro de la Orquesta Filarmónica de Berlín, de 80 años de edad, que llegó a tocar bajo la dirección de Wilhelm Furtwängler, toca de segundo violín junto a Raphael Christ Stimmführer, de 27 años. Esta constelación, característica de la orquesta, era lo que Abbado tenía en mente: «La vinculación del temperamento juvenil y la experiencia de muchos años hace posible que se vuelvan a desarrollar tradiciones vivas». Con la sabiduría de la vejez, Hanns-Joachim Westphal expresa sus sentimientos de manera concisa: «Aquí siempre es domingo. Día de diario, nunca.» Desde otras esferas, el crítico musical de uno de los periódicos más reputados en Alemania, el Süddeutsche Zeitung, expresó su entusiasmo tras un concierto en Lucerna: «Si hubiera habido música en el paraíso terrenal, no habría sonado mejor que esta Cuarta Sinfonía de Mahler dirigida por Claudio Abbado».
Si se pregunta a Claudio Abbado por el momento en el que eligió su oficio, dice que él nunca estudió para convertirse en solista o director, o para hacer carrera, sino para reencontrar la magia que experimentó en su primera visita a La Scala, y producirla. «Entonces tenía yo siete años, y escuché los Nocturnos de Debussy. Dirigía Antonio Guarnieri. Pensé: lo que estoy viviendo aquí es magia. Y un buen día me decidí a intentar yo mismo ejecutar esa magia».