Tranströmer político
El poeta y traductor Franscisco Uriz, gran conocedor de la poesía nórdica en general, y de la de Tranströmer en particular, desgrana uno de los aspectos menos conocidos del Nobel sueco: su tensa relación con la militancia política de izquierdas.
No todo fue un camino de rosas para Tomas Tranströmer: el ambiente político que reinaba en el país en la década de 1960 le puso las cosas difíciles. El éxito de su primer poemario, 17 dikter [17 poemas], lo colocó a la cabeza de los poetas de su generación. Los dos siguientes, también muy bien acogidos, cimentaron su prestigio.
Es a mediados de la década de los sesenta, años marcados por el final de la descolonización, las luchas de liberación nacional, el despertar de una conciencia tercermundista y la agresión norteamericana a Cuba, Santo Domingo y sobre todo a Vietnam, cuando Tranströmer se siente a disgusto en su país. Fue una época en la que la visión política que reinaba en la izquierda se resumía en el ensayo del poeta Göran Palm, En orättvis betraktelse, un breve libro que, para decirlo en pocas palabras, desenmascaraba la explotación del Tercer Mundo por Occidente y definía a Suecia como un pequeño y rapaz país imperialista.
En ese ambiente, el poemario Tañidos y huellas (1966) no fue tan bien recibido como los anteriores. Tranströmer se sentía marginado e incómodo; así lo comenta en una carta de 1966 a su amigo y traductor, el poeta norteamericano Robert Bly: «En Dagens Nyheter, el periódico más influyente, un crítico joven escribió que yo seguía siendo el mismo, inalterado, aunque ahora algo peor que en el libro del debut en 1954. También me elogiaba, pero para el iniciado quedaba claro que ya me habían bajado del pedestal». Y terminaba: «[los intelectuales] vuelven sus serios rostros hacia mí con aire de reproche: ‘tú no estás socialmente comprometido’. ¡Contesto tartamudeando que llevo seis años trabajando a jornada completa en un trabajo social, en un frente tambaleante de la sociedad! ‘¡Eso no cuenta!’ –replican– ‘no has escrito ni un solo artículo de debate, estás fuera’».
Y lo que más le dolía era la injusticia: trabajaba en un servicio de rehabilitación de delincuentes juveniles, estaba en contra de la guerra de Vietnam y seguía con atención los acontecimientos políticos, pero la izquierda no solo le reclamaba compromiso, sino que se hiciese con el vocabulario y los clichés adecuados. Tranströmer luchaba contra el dogmatismo y las simplificaciones de los análisis de la izquierda, y no estaba dispuesto a abandonar su forma de escribir, lo que resultaba inadmisible en el ambiente intolerante de aquellos años.
En dos textos de la época, Tranströmer expresa con claridad sus opiniones políticas: primero en una larga carta fechada el 2 de febrero de 1967 y dirigida al poeta Göran Palm, autor del libro anteriormente mencionado; y más tarde, en 1969, en su respuesta a una encuesta en la que se preguntaba por un posible fenómeno de «izquierdización» en Suecia, y por sus potenciales causas, de la que damos su versión íntegra.
En la carta, Tranströmer manifiesta su aprecio por el libro de Palm, pero le plantea una objeción a la totalidad: «hay un rasgo repetido de rabioso alivio por el hecho de tener la simplificación cerca, de repente al alcance de la mano, de repente admitida. Hay partes en el libro que parecen sacadas de una especie de antología del Reader’s Digest socialista. La explotación ocurre, como sé muy bien, en la mayoría de los contextos económicos, pero eso no significa que todas las relaciones, procesos históricos y crisis actuales se puedan colocar bajo esa fórmula. Ni siquiera cuando la explotación es más patente se gana nada si se prescinde de otros componentes».
«Si se va a aplicar la misma explicación marxista de la explotación al nazismo alemán –algo que ya se ha hecho– a las luchas religiosas en la India, etc., se hace tremendamente forzado. Piensa en lo más importante de ahora, como las luchas intestinas en China; resulta completamente inútil. Se habla en el libro de ‘un pequeño grupo de personas que han tomado la senda capitalista’, ¿cómo? El último ejemplo es interesante también porque no se le puede aplicar el complemento de la explotación, que es la teoría de la conspiración. Tú no puedes creer en serio que la CIA está detrás de la lucha por el poder en el entorno de Mao, y sin embargo, sostienes que las caídas de Nkrumah, de Ben Bella, de Sukarno y de muchos otros están directamente provocadas por las conspiraciones de Occidente (cuando algún gobernante de un país subdesarrollado proclive al Este es derribado por el ‘pueblo’ se dice en el bloque del Este que se debe a las conspiraciones de Occidente. Cuando algún gobernante pro occidental es derribado por el pueblo, se explica en los círculos reaccionarios de Occidente que se debe a ‘la agresión comunista’).
Y continúa con la objeción a la idea de que la simplificación sea necesaria:
«Los problemas del mundo son tan grandes que no podemos permitirnos el lujo de sostener guerras ideológicas. Lo único que puede salvarnos es un estudio imparcial, la simplificación es una intoxicación. No digo con ello que no crea que un poco de propaganda agresiva no sea importante para Occidente, pero creo en una propaganda sobrecogedora, científica y no ideológica, del tipo de la del profesor BorgströmGeorg Borgström, una de las personas más influyentes en el debate ecológico en la década de 1960., más que en carteles políticos que animan al ruido de sables en lugar de a la colaboración».
«No necesitas que defina mi posición política después de las vivas discusiones que hemos tenido, entre otros sitios, en la cocina de VästeråsSe refiere a la cocina de la casa donde vivía entonces.. Tú sabes que estoy un poco en todas las posiciones, pero eso sí, de la manera más inamovible. Y voto a los socialdemócratas».
«Cada problema puede formularse políticamente, pero igual de importante es poder formularlo apolíticamente, en el sentido de objetivamente. Tienes que tratar de hacerte transparente un instante para dejarte traspasar por el problema en toda su complejidad. Los problemas grandes y catastróficos exigen con frecuencia que sacrifiquemos nuestra posición política tradicional, que en el caso de los trabajadores de la cultura suele ser de izquierdas, y en el de los administradores, de derechas» (entrevista en 1968).
Cuando, en otra entrevista, le preguntan qué opina acerca de la queja de que los jóvenes escritores no se comprometan, responde:
«Sí, hay quejas. Pero observe que lo que se grita es ‘tomen partido’ y no ‘estudien bien el problema’. Lo que, al parecer, se le exige al escritor son, en primer lugar, posiciones extremas y de lucha. No un verdadero interés constructivo por el asunto».
Y esta es la respuesta que daba a la encuesta sobre las causas de la «izquierdización», con el fin de iniciar un debate que nunca tuvo lugar:
- Las indiscutibles condiciones de la historia universal: el deshielo de la Guerra Fría y el traslado de la atención hacia el Tercer Mundo en torno a 1960; la política exterior cada vez más brutal de Estados Unidos a mediados de la década de los sesenta, con la guerra de Vietnam como catalizador que difícilmente puede sobrevalorarse. Sobre todo, la guerra de Vietnam como un punto en el que la izquierda dividida puede unirse y fundirse con una opinión que no es izquierdista en lo demás. Cuando ocurre esto se produce una ola que desplaza un poco toda la corriente de opinión. Es en el debate cultural donde con más fuerza se nota.
- La participación de una generación que era demasiado joven para vivir la Segunda Guerra Mundial y el nazismo, y no tiene un sentimiento espontáneo de que la democracia, en su tradicional definición occidental, es algo valioso y amenazado.
- Creciente conciencia de que el capital privado se concentra cada vez más en poderosos bloques, tanto a nivel nacional como internacional.
- La necesidad de fe; en parte me refiero a la puramente religiosa. El ambiente intelectual sueco es uno de los más rigurosamente secularizados que existe. Como el camino a la religión en sentido corriente está cerrado, las necesidades religiosas buscan su satisfacción en lo que está aceptado: justo ahora, entre otras, en la ideología de la izquierda. Pero también en un plano no religioso existe la necesidad de fe: de sencillez, de normas firmes, de un método de análisis infalible. El alud creciente de informaciones –a menudo contradictorias entre sí– en un mundo en constante cambio, hace que la necesidad de una estructura mental firme, un aparato para clasificar y valorar las informaciones, se sienta con extraordinaria pujanza. Cuando la desorientación se ha experimentado con fuerza suficiente, se vive el salto hacia una ideología como una salvación moral y un suplemento de energía. Se puede tomar partido y uno puede sentir con fuerza y en una sola dirección.
- La pasividad de los representantes de los puntos de vista no de izquierda en el campo de la cultura (véase también el punto 7). Empecemos por los conservadores: se muestran bastante desinteresados. Cuando hacen algún aporte, las ambiciones intelectuales suelen ser muy bajas, en todo caso el resultado así lo indica. Les encanta que el campo de la cultura funcione como una especie de reserva natural para la izquierda y de allí se han retirado con serenidad. En cambio, se establece vigilancia en las salidas hacia la sociedad (televisión, etc.). Lo importante es procurar que la gente de izquierdas se mantenga allí dentro, en la cultura, y no se adentre subrepticiamente en los terrenos «importantes», por ejemplo la economía. Para Allan HerneliusPeriodista conservador, director del diario Svenska Dagbladet. bien podría el camarada JdanovResponsable de la política cultural soviética en tiempos de Stalin. ocuparse de la literatura y las otras artes, siempre que dejase los demás campos en paz. (La baja valoración de las tareas artísticas es común para los «reaccionarios» y para la «izquierda», así como para la mayoría de gente «corriente», e incluso para un creciente número de los propios artistas. Véase el punto 7). Al mismo tiempo, y como consecuencia de que el debate cultural se ha ido ocupando cada vez menos de la cultura, los conservadores se van intranquilizando cada vez más y agrupándose para los contraataques. En lo que respecta a las personas no conservadoras que en todo caso no están fijadas ideológicamente en la izquierda, la pasividad siempre y en todas partes depende, entre otras cosas, de que es muy problemático lanzarse a un debate en el que el uso del lenguaje y los puntos de vista ya están establecidos por un pensamiento de izquierda-derecha que uno considera lleno de clichés.
El idioma de izquierdas «funciona» aparentemente en todo el campo de la cultura, y uno se va a ver envuelto en continuos malentendidos si entra en él. En todo caso, se da esta vivencia paralizante para el presunto partícipe en el debate. - El reclutamiento de los formadores de opinión y trabajadores de la cultura. Los talentos con orientación de izquierdas buscan trabajo en la prensa, televisión y similares; de la misma manera los talentos con una orientación conservadora se dirigen a la economía, la investigación, etc. La tendencia es cada día más marcada (me baso, entre otras cosas, en mi experiencia laboral).
- Para artistas y críticos: la vivencia de aislamiento en la sociedad. La sensación de que uno escribe, pinta, compone para una minoría, de que uno es un ser de lujo, superfluo, cuya actividad tiene verdadera importancia solo cuando se implica en cuestiones que están fuera del antiguo, angosto, sector de la cultura. Más o menos reprimida la mala conciencia, la politización ofrece una salida a ese dilema. Un modernista elitista que, por ejemplo, hace unos diez años se pasaba semanas trabajando en un ensayo sobre Ezra Pound cuya publicación era recibida con una cansada reacción académica, escribe ahora textos políticos e inmediatamente tiene una respuesta, reacción, réplica, confirmación, es invitado a debates, a liderar a la juventud, a ser publicado en bolsillo. Mejora notablemente conciencia y sustento: una combinación irresistible. Cuando esto se une a lo que he descrito en el punto 4, y con una –quizá condicionada por la edad– disminución de la inspiración puramente artística, la evolución es profunda, fuerte, algo completamente diferente de «un movimiento de moda».
Y el que –independientemente de la idea política que tenga– ve su labor artística como algo importante, una cuestión de vida o muerte, no puede intervenir en el debate y «defender el arte». Lo único que sirve en la polémica es crear obras artísticas tan potentes que sobrevivan en los corazones de las personas receptivas. - La vida cultural sueca es pequeña. Cuando una tendencia empieza a imponerse, pronto alcanza un dominio total. A pesar de las actitudes superficiales rebeldes, en realidad la tendencia conformista en la vida cultural pública es extremadamente potente. Pensemos en una cuestión puramente estética del pasado como el modernismo literario, que llega al dominio total en unos pocos años (aproximadamente de los que van desde TideräkningPoemario de Karl Vennberg, publicado en 1945. a SviterPoemario de Erik Lindegren, publicado en 1947.). Y las cuestiones estéticas son menos acuciantes desde el punto de vista del grupo que una actitud política. En un grupo de jóvenes trabajadores de la cultura en Suecia, hoy el hombre no de izquierdas se encuentra en la misma posición –digamos– que un teniente en un comedor de oficiales en 1914 que se niega a levantarse y a ponerse firme cuando se brinda por el BondetågetMarcha campesina de tendencia conservadora de 1914..