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El inconsciente opcional

Sonu Shamdasani
Traducción Daniel López González
Adolf Wölfi, Crucifixión de Jesucristo, 1914
Madge Gill, Sin título, 1951
Kunizo Matsumoto, Calendario 2004 (n. 5-13), 2004

A lo largo del siglo XIX, el concepto de conciencia sufrió una importante transformación debido al desarrollo, tanto en Europa como en Estados Unidos, de la noción rival de «funcionamiento mental inconsciente» en disciplinas tales como la filosofía, la fisiología, la biología y la investigación psíquica y psicológica. Muchos de los trabajos incluidos en Thinking the Unconscious* han trazado principalmente las diversas trayectorias de la noción de inconsciente en el ámbito del pensamiento alemán del siglo XIX. No obstante, en paralelo a estas investigaciones, el concepto de inconsciente también se desarrolló en otras disciplinas. Por ejemplo, en la fisiología británica del siglo XIX, la noción de inconsciente surgió como extensión del concepto de acción refleja. Por otro lado, William Carpenter, con el concepto de «cerebración inconsciente», sostuvo que una gran proporción de la actividad mental ocurría automáticamente y de manera inconsciente. Al mismo tiempo, en el terreno de la biología alemana, surgieron distintas versiones de la noción de «memoria orgánica» basadas en la teoría de los caracteres hereditarios de Jean Baptiste Lamarck, así como en la ley biogenética fundamental de Ernst Haeckel, para la que la ontogénesis reproduce la filogénesis. Gracias a figuras como la de Ewald Hering, se desarrollaron concepciones del inconsciente transindividuales y colectivas, para las cuales lo inconsciente era el receptáculo y transmisor de la historia de la raza. Sin embargo, el legado más perdurable de estos desarrollos lo atesora la psicología dinámica y la psicoterapia del siglo XX. En cuanto fundamento para la explicación de la psicopatología, el inconsciente ocupó un lugar relevante en la psiquiatría del siglo XX, pero más especialmente en la psicoterapia, donde se convirtió en un medio eficaz para la explicación del comportamiento humano en general y un excelente recurso para el autoconocimiento, que a partir de ahora se entendería como el descubrimiento de aquello que, de una forma u otra, permanecía inconsciente para el sujeto. La historia del inconsciente muestra la forma en la que los conceptos psicológicos, a pesar de su carácter controvertido, son asumidos por grandes sectores de la sociedad occidental contemporánea, formando parte de su lengua vernáculaEn otro lugar he reconstruido el desarrollo de estas formaciones históricas y de sus complejas interrelaciones. Véase Shamdasani, S.: Jung and the Making of Modern Psychology: The Dream of a Science. Cambridge, Cambridge University Press, 2003). También he tratado este asunto en «Encountering Hélène: Théodore Flournoy and the Genesis of Subliminal Psychology», introducción a From India to the Planet Mars: A Case of Multiple Personality with Imaginary Languages de Théodore Flournoy (Princeton, Princeton University Press, 1994) y en «Automatic Writting and the Discovery of the Unconscious», en Spring: A Journal of Archetype and Culture, Nº 54, 1993, pp. 100-131.. En este ensayo voy a reflexionar sobre el estado actual de este concepto.

Cualquier examen de la historia del inconsciente está en deuda con la monumental obra de Henri Ellenberger El descubrimiento del inconscienteH. Ellenberger, The Discovery of the Unconscious: The History and Evolution of Dynamic Psychiatry, Nueva York, Basic Books, 1970 [hay traducción al castellano: El descubrimiento del inconsciente. Historia y evolución de la psiquiatría dinámica, Madrid, Gredos, 1976].. El trabajo de Ellenberger constituye y delinea un nuevo campo de investigación. Su tesis central se encuentra en el título mismo de la obra. Tal y como apunta Mark Micale, para Ellenberger «el inconsciente no fue algo inventado o formulado; fue algo descubierto»M. Micale (ed.), Beyond the Unconscious: Essays of H.F. Ellenberger in the History of Psychiatry, Princeton, Princeton University Press, 1993, p. 127.. La realidad del inconsciente como objeto natural parecía incuestionable. En consecuencia, las diversas concepciones del inconsciente pasaron a considerarse como diferentes mapas de un mismo terreno preexistente; había una realidad singular subyaciendo a todas estas representaciones. No obstante, para comprender la constitución histórica del inconsciente, hay que dejar de lado concepciones naturalistas como esta. De lo contrario, al dar por sentada la existencia del propio objeto de estudio en cuanto algo natural, resulta difícil analizar su desarrollo histórico.

A finales del siglo XIX, numerosas figuras relevantes en Occidente pretendieron establecer una psicología científica que fuese independiente de la filosofía, la teología, la biología, la antropología, la medicina o la neurología, pero haciéndose cargo de los problemas tradicionales que abordaban todas estas disciplinas. La posibilidad misma de dicha psicología pasaba por una negociación exitosa en esta suerte de cruce interdisciplinar. La mayor parte de las cuestiones que los psicólogos hicieron suyas ya habían sido planteadas y elaboradas por las disciplinas anteriores, así que no tuvieron más remedio que extrapolar a su ámbito de estudio los asuntos ya tratados por otros especialistas. En cuanto disciplina científica, se esperaba que la psicología fuese capaz de dar una respuesta rigurosa a las cuestiones que habían ocupado a pensadores y filósofos durante siglos, sustituyendo de este modo la superstición, la sabiduría popular o la especulación metafísica por leyes científicas universales. Un resultado de esta índole podría considerarse como la clausura y culminación de toda una revolución científica.

No obstante, en el último cuarto del siglo XIX, se produjo una mutación decisiva. Distintas concepciones de lo inconsciente se convirtieron en la base de toda una gama de psicologías dinámicas variadas. Psicólogos y filósofos hacían referencia constantemente a cuestiones relativas a la hipnosis, los sueños, la glosolalia, las fugas disociativas, la escritura automática, las alteraciones de la memoria, las alucinaciones, la telepatía y un sinfín de trastornos de la personalidad. Todos estos asuntos planteaban grandes retos para la psicología y la filosofía de la conciencia. Acerca de estos temas, Ernst Renan dijo lo siguiente:

El estudio de la psicología individual, los sueños, la locura, los delirios, el sonambulismo, las alucinaciones, etc., abre un espacio de investigación más fructífero que el de los estados normales de conciencia. Fenómenos psicológicos que, en estado normal, son apenas apreciables, surgen de manera palpable, casi exagerada, en los momentos de crisis extraordinarias […] La psicología humana tiene que definirse mediante el estudio de la locura de la humanidadCitado en G. Canguilhem, The Normal and the Pathological, Nueva York, Zone Books, 1989, pp. 44-45 [hay traducción al castellano: Lo normal y lo patológico, México, Siglo XXI, 2005]..

En esta época, la búsqueda de un reordenamiento general de las relaciones entre lo normal y lo patológico, lo regular y lo irregular, se convirtió en un rasgo constitutivo de la psicología moderna. En el ámbito de la floreciente psicología dinámica, el término que se usaría con más frecuencia para conceptualizar los estados psicológicos sería el de inconsciente. En 1890, Eduard von Hartmann escribió lo siguiente acerca de la flamante irrupción de este concepto:

[Lo inconsciente] se respiraba en el ambiente, se palpaba por todos lados. Más aún; se trataba del requisito fundamental para el progreso de la autoconciencia y el despliegue de la Humanidad. Se correspondía con el deseo más profundo de la mente humana, y de ahí que su descubrimiento recibiese una aceptación rápida y favorable por parte de la gente. Hasta los gorriones piaban de alegría en los tejadosCitado en D. Darnoi, The Unconscious and Eduard von Hartmann, La Haya, Martinus Nijhoff, 1967, p. 75..

Ese mismo año, con su característica premonición, William James advierte sobre las consecuencias del uso abusivo de esta noción. James sostuvo que la distinción entre lo consciente y lo inconsciente era «la excusa perfecta para creer lo que a uno le venga en gana en materia psicológica y para convertir lo que podría ser una ciencia en un terreno ideal para acrobacias caprichosas»W. James, Principles of Psychology (I), Londres, Macmillan, 1918, p. 163 [hay traducción al castellano: Principios de psicología, México, Fondo de Cultura Económica, 1989]..

Para la psicología dinámica, el concepto de inconsciente estaba destinado a satisfacer sus aspiraciones de cientificidad y servir como eje central para constituir una disciplina científica unitaria. Para lograr este objetivo, el inconsciente era el término ideal. Con esta noción se abría un espacio en el que descubrir leyes universales y constituir una suerte de tabla periódica en lo relativo a los asuntos psicológicos. El nuevo concepto permitió a los psicólogos dinámicos disponer de un espacio propio en lo referente al estudio de la mente, así como lograr una gran popularidad gracias a toda una plétora de objetos psíquicos, mecanismos y modos especiales de funcionamiento de la mente, todos ellos descritos en un lenguaje técnico similar al utilizado por las ciencias naturales. Muy pocas cosas quedaban sin explicación: los sueños, las ilusiones, las pasiones, las aspiraciones e incluso las experiencias religiosas se podían describir en términos inconscientes. No obstante, para presentar el concepto de manera científica, debía diferenciarse de aquél inconsciente al que hacían referencia las disciplinas filosóficas anteriores. Este objetivo se consiguió negando abiertamente la herencia filosófica o bien criticándola con severidad. En este sentido, la filosofía del inconsciente de Von Hartmann fue uno de los blancos preferidos tanto de psicólogos dinámicos como de los fisiólogos del momento.

Hermann Ebbinghaus, cuyo trabajo de 1885 acerca de la memoria (On Memory) fue crucial para las investigaciones experimentales en este ámbito, dedicó su tesis de 1873 a criticar el trabajo de Von Hartmann. Ebbinghaus afirmó sin miramientos que todo lo que había de cierto en la obra de Hartmann no era nuevo y que todo lo que era nuevo, no era cierto. Si había algo relevante en Hartmann, se derivaba simplemente de la filosofía de SchopenhauerH. Ebbignhaus, Über die Hartmannsche Philosophie des Unbewussten, Düsseldorf, 1873, p. 67..

En 1889, el psicólogo norteamericano James Mark Baldwin sometió el concepto filosófico de inconsciente a una severa crítica en su Handbook of Pychology: Sense and IntellectJ. M. Baldwin, Handbook of Psychology: Sense and Intellect, Londres, Macmillan, 1890, pp. 45-58.. Las aportaciones de Von Hartmann eran rechazadas por completo debido a su carácter metafísico. Baldwin concluyó:

Los fenómenos denominados «estados mentales inconscientes» pueden explicarse, desde la perspectiva física, como excitaciones inapropiadas en una determinada situación psicológica, y desde la perspectiva mental, como estados de falta de conciencia. Cuando todo esto ocurre simultáneamente, alterando la propia subsistencia de la conciencia, no podemos decir nada significativo al respecto. […] Como dijo Binet, en caso de que existan fenómenos mentales inconscientes, «no sabemos absolutamente nada acerca de ellos»Ibid., p. 58..

Oswald Külpe, un estudiante de Wilhelm Wundt que desempeñó un papel clave en el establecimiento del estudio experimental del pensamiento, dedicó una parte bastante extensa de su trabajo The Philosophy of the Present in Germany a criticar la obra de Von Hartmann, una prueba significativa de la relevancia de este autor para sus coetáneos. Külpe sostuvo que la filosofía de Von Hartmann, al igual que la de Schopenhauer, «más que una extensión y realización del conocimiento científico, podía catalogarse como una especulación medio mitológica, similar a las narraciones míticas de Platón»O. Külpe, The Philosophy of the Present in Germany, Londres, George Allen & Co., 1902, p. 189..

En 1890, William James dedicó una sección importante de sus Principios de psicología a una crítica del concepto de inconsciente. En el capítulo consagrado a la teoría de la mente, James abordó el asunto de la existencia de los estados mentales inconscientes. Presentó diez supuestas pruebas de su existencia –pruebas «sistemáticamente exhortadas» por Von Hartmann– y las sometió, punto por punto, a una contundente refutaciónPara una consideración detallada de los argumentos de James contra la existencia del inconsciente en los Principios, véase D. Klein, The Unconscious: Invention or Discovery? A Historico-Critical Inquiry, Santa Mónica, Goodyear, 1977, pp. 38-64.. Lo que resulta más llamativo en el planteamiento de James es que, por un lado, reconoce la existencia de los fenómenos psicológicos en cuestión, pero por otro, sostiene que todos estos fenómenos se podrían conceptualizar mediante otras explicaciones, todas ellas perfectamente razonables aunque diferentes entre sí. En este sentido, en lugar de proponer una aproximación monística al asunto del inconsciente, lo que hacía falta era una explicación pluralista de la diversidad de los fenómenos considerados. En lo relativo al trabajo de Von Hartmann, James también lo desestima:

Hartmann acompasa sin mayor problema el ritmo del universo con el principio del pensamiento inconsciente. Para él, no hay cosa en este mundo que no sirva como ejemplo de lo inconsciente […] Lo mismo ocurría con SchopenhauerW. James, Principles of Psychology (I), p. 169. En 1901, Von Hartmann describió la psicología naciente como una «auto-castración», muy representativa del mundo materialista y mecanicista que él mismo se encargó de denunciar (p. 118). Afirmó que, en cuanto que ciencia independiente, la psicología debería ser psicología del inconsciente, esto es, un saber científico acerca de las relaciones entre la conciencia y el inconsciente. Una ciencia así, para Von Hartmann, aún no existía (p. 30). Die Moderne Psychologie: Eine kritische Geschichte der Deutschen Psychologie in der zweiten Haelfte des Neunzehnten Jahrhunderts, Leipzig, 1901..

Asimismo, hubo críticas a las concepciones psicológicas del inconsciente. Hippolyte Bernheim, quien desempeñara un papel central en la promoción de la hipnosis moderna y los movimientos psicoterapéuticos, criticó la noción de «hipnótico inconsciente», así como la utilización de la hipnosis para explicar los estados hipnóticos propiamente dichos. Según Bernheim, «en la base de todos los errores cometidos en psicología se encuentra una noción falsa de inconsciente. El sujeto siempre es consciente […] el hipnótico inconsciente no existe»H. Bernheim, Hypnotisme, suggestion, psychothérapie, París, Fayard, 1990, p. 127 (el original data de 1891).. De la misma manera, Bernheim rechazó la noción de amnesia hipnótica. Lejos de estar aislados del entorno que los rodea, los sujetos hipnotizados tenían plena conciencia de lo que ocurría a su alrededor y eran perfectamente sensibles a cualquier señal del exterior:

Cuando parece que los recuerdos del sonámbulo están completamente borrados de su mente y que, por tanto, no va a poder recuperarlos con facilidad, basta con decirle: «ahora vas a recordar todo lo ocurrido». Si el sujeto no recobra toda la información rápidamente, pongo mi mano sobre su cabeza y le digo: «vas a recordarlo.» Pasado cierto tiempo, el individuo se concentra, lo recuerda todo y es capaz de relatar con exactitud todo lo que ha ocurrido. Esto prueba que la conciencia no ha sido eliminada con la hipnosis, y que los sonámbulos no actúan como robots inconscientes, sino que ven, oyen y saben todo lo que ha pasado. Tan sólo están dominados por imágenes, ideas, sugestiones e impresiones, así como por un exceso de credulidad y una alta tendencia a la obediencia […] Esto no es inconsciencia; es otro estado distinto de concienciaH. Bernheim, New Studies in Hypnotism, Nueva York, International University Press, 1980, p. 99..

No está de más recordar que, paradójicamente, el traductor de Bernheim, Sigmund Freud, echó mano de la sugestión post-hipnótica para demostrar la existencia del inconsciente. En 1915, Freud escribe: «Un tanto por casualidad, antes de la llegada del psicoanálisis, los experimentos hipnóticos y, especialmente, la sugestión post-hipnótica, ya habían demostrado de manera tangible la existencia del inconsciente y el modo en que funcionaba»S. Freud, «The Unconscious», Standard Edition, vol. 14, p. 167 [hay traducción al castellano en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1992, Vol. 14]..

James y Wundt tuvieron pocas cosas en común, pero una de ellas fue precisamente su crítica a la noción de inconsciente. En sus Lectures of Human and Animal Psychology, Wundt afirmó que el interés creciente por lo inconsciente surgió de la asunción –errónea– de la conciencia como un estado mental, una suerte de escenario en el que nuestras ideas hacían las veces de actores. Visto así, era razonable que el interés se dirigiese hacia lo que pudiera ocurrir detrás de ese escenario, en lo inconsciente. Por el contrario, Wundt sostuvo que la conciencia no permanecía después de que ocurriese un determinado proceso mental consciente, y que por tanto, no teníamos ni la más remota idea de lo que pasaba con ella una vez finalizado dicho proceso:

No hay mayor fuente de errores en psicología que considerar a las ideas como objetos imperecederos que aparecen y desaparecen […] Vistas así, las ideas, una vez que se han constituido como tales, tan sólo se diferencian por su presencia en la conciencia o en el inconscienteW. Wundt, Lectures on Human and Animal Psychology, Londres, Swan Sonnenschein, 1894, p. 236..

Wundt afirmaba que las ideas, al igual que otras experiencias mentales, no eran objetos sino procesos y eventos.

A lo largo del siglo XX el estatus del concepto de inconsciente, en sus distintas acepciones, continuó siendo muy controvertido. Por una parte, y con independencia de su reputación teórica, lo inconsciente fue la piedra angular para toda una variedad de escuelas psicoanalíticas y psicoterapias dinámicas; en todas ellas, lo inconsciente operó activamente a modo de noción clave para la intervención terapéutica. Dentro de este dominio, no obstante, hubo luchas internas entre diferentes teorías de lo inconsciente (freudianas, junguianas, etc.). Por otro lado, nos encontramos con las escuelas psicológicas de corte más experimental o social, aunque la primacía de lo inconsciente dejó poco espacio para ellas. Finalmente, las principales tendencias críticas con lo inconsciente solían compartir entre sí compromisos teóricos con ontologías de corte realista y con teorías de la verdad como correspondencia, limitándose a determinar si el inconsciente existía realmente o no, o si el inconsciente de tal o cual escuela existía, mientras que el de otras escuelas, no. En otras palabras: de lo que se trataba era de dilucidar si las personas teníamos un inconsciente o si, por el contrario, no lo teníamos. Estas discusiones no tenían nada que ver con la forma en la que las distintas psicologías dinámicas estaban funcionando realmente.

De una forma cuasi-wittgensteiniana, uso el término «concepto» en un sentido muy amplio, que abarca tanto las prácticas reunidas bajo el término en cuestión como aquello que es posible hacer con dicho concepto y los usos a los que generalmente se destina. En el caso que nos ocupa, tal amplitud conceptual es necesaria debido a que, durante el siglo XX, el concepto de inconsciente se institucionalizó, estableciéndose una vasta red de asociaciones, gremios y sociedades en torno a la moderna psicología. El término, además, se convirtió en un modismo o idiolecto altamente influyente a nivel social.

En lo relativo al funcionamiento de los conceptos psicológicos, tomo como referencia la posición que sostuvo William James en Principios de psicología acerca de las distintas formas de hipnosis. James analiza el conflicto entre las distintas escuelas hipnóticas del siglo XIX. Acerca de las diferentes teorías del estado de trance, escribe:

Los tres estados de Charcot, las extravagantes reflexiones de Heidenheim y, en general, todo el grueso de fenómenos que se han considerado como consecuencias directas del estado de trance, no existen como tales. No son más que el producto de la sugestión. El estado de trance no presenta síntomas característicamente propios, aunque de no haber sido por este tipo de estado, y por las manifestaciones a él asociadas, las ocurrencias anteriormente mencionadas no habrían tenido el éxito que tuvieronW. James, The Principles of Psychology (II), Cambridge, Harvard University Press, 1981, p. 1.201..

Lo que en realidad hicieron las teorías psicológicas, impresionadas por el estado de trance, fue inventar nuevas formas de experiencia, presentándolas como si fuesen reales. Esto permitió que casi cualquier teoría fuese plausible. No obstante, la posición de James acerca de las múltiples explicaciones del trance iba más lejos; no sólo concernía a este fenómeno en particular, sino a la maleabilidad con la que suele conceptualizarse la experiencia en general y a la forma en la que los conceptos se hacen realidad. Desde esta perspectiva, la investigación clínica no consistía en describir asépticamente fenómenos puros, ya que dichos fenómenos se revestían con las características de las teorías que se utilizaban para describirlos. Las teorías del inconsciente funcionaban de manera productiva: lejos de ser una realidad continuamente redescubierta y revelada a la manera positivista, el inconsciente psicológico era más bien un artefacto producido en la clínica. Las teorías en cuestión no funcionaban descriptivamente, sino que se asemejaban más bien a una obra teatral o a un guion escénico, con el inconsciente como principal protagonista.

Sin embargo, con esto no quiere decirse, en absoluto, que el inconsciente elaborado mediante tales operaciones fuese ilusorio, irreal o meramente ficticio. Las distintas psicologías y psicoterapias han generado toda una gama de ontologías diversas gracias a las cuales los individuos pueden reescribir sus vidas. De todas ellas, sin lugar a dudas, las teorías del inconsciente han sido las más relevantes, produciendo los dispositivos más potentes de la psicología moderna. Llegados a este punto, no obstante, cabe preguntarse qué tipos de objetos son esos que catalogamos como inconscientes, y qué es lo que se ha hecho con ellos.

Las distintas nociones de lo inconsciente resultaron especialmente útiles tanto en el terreno epistemológico como en el profesional, dos espacios en cierto modo interconectados. El inconsciente, en tanto que objeto natural, se consideraba transhistórico y transcultural. Para los psicoanalistas, cualquier criatura viviente, en cualquier momento de la historia humana, debió tener un inconsciente, y más aún, uno cuyo funcionamiento siguiese las leyes descubiertas y fijadas por FreudAcerca de este asunto, véase M. Borch-Jacobsen y S. Shamdasani, The Freud Report: An Inquiry into the History of Psychoanalysis, Cambridge, Cambridge University Press, 2012.. No había lugar para la variación cultural y tampoco se aceptaba la posibilidad de que otras personas pudiesen tener concepciones ontológicas alternativas o que narrasen sus malestares y formularan sus curaciones sin recurrir a la noción de inconsciente. Consecuentemente, las variaciones históricas y culturales fueron invalidadas. En lo inconsciente, los psicólogos encontraron su objeto epistemológico propio, con sus leyes específicas, sus modos de funcionamiento y sus compendios gramaticales. Un objeto análogo a los existentes en otras ciencias naturales y que requería, como en cualquier otra ciencia, de una capacitación e instrucción específica para iniciarse en su estudio. Además, esto produjo la sensación, tras una larga –y finalmente exitosa– negociación con otras disciplinas, de haber convertido la psicología en un saber independiente y con plena entidad propia.

En el terreno de la psicoterapia (al menos a nivel teórico, ya que en la práctica ocurrían otras cosas), se llegó a la conclusión de que la tarea del psicoterapeuta consistía en sacar a la luz las representaciones inconscientes reprimidas por los propios sujetos, aunque perfectamente visibles para el profesional. Su quehacer consistía en transcribir las conductas al lenguaje teórico del inconsciente. De este modo, el inconsciente pasó a ser una manera de reescribir las narrativas de la vida, una suerte de hermenéutica del sentidoEstos relatos se asemejan bastante a las «narrativas de la enfermedad» descritas por el antropólogo Arthur Kleinman en The Illness Narratives: Suffering Healing and the Human Condition, Nueva York, Basic Books, 1988.. Gracias a estas narraciones, el lenguaje psicoanalítico no se vio reducido al estricto ámbito profesional y se extendió por una gran variedad de espacios sociales, convirtiéndose en una forma bastante atractiva para describirse a uno mismo. Así las cosas, plantearse la cuestión de la existencia o inexistencia del inconsciente no resulta de gran ayuda. Independientemente de nuestra posición al respecto, con lo que nos encontramos es con una situación en la que una gran cantidad de gente considera que ellos (y también los demás) poseen un inconsciente, mientras que otro grupo de gente considera que ni ellos ni otros lo tienen. Incluso se podría elaborar, de manera aproximada, una geografía de este asunto, confeccionando un mapa en el que la gran masa de individuos «con inconsciente» se agruparía en torno a las metrópolis europeas y norteamericanas, reduciéndose la ratio de este tipo de individuos en los países en vías de desarrollo de África, China e India. Sería interesante también preguntarse cómo un antropólogo de la psicología abordaría estos temasUn estudio de estas características podría tomar como punto de partida la antropología médica de investigadores como Byron Good (B. Good, Medicine, Rationality and Experience: an Anthropologial Perspective, Nueva York, Cambridge University Press, 1994), así como la antropología inversa de la modernidad de Marc Augé (Pour une anthropologie des mondes contemporains, París, Flammarion, 1994).. Podríamos, además, realizar interrogantes como los siguientes: ¿Cómo se hace uno con un inconsciente? ¿Son determinados grupos de edad más susceptibles de tener un inconsciente que otros? ¿Hay algún tipo de experiencia de conversión mediante la cual se llega a una plena convicción de la realidad del inconsciente? ¿Por qué la gente elige un tipo de inconsciente u otro? ¿Puede uno probar distintos inconscientes? ¿Qué nos lleva a perder el inconsciente? Según la opinión de la gente que ya tiene uno, ¿qué efectos beneficiosos –o no– implica poseer un inconsciente? ¿Cómo podemos comparar las narrativas de lo inconsciente con otras ontologías alternativas? Quizás todas estas cuestiones puedan llegar a ser bastante oportunas. Si es cierto que vivimos –por usar la excelente expresión acuñada por Fernando VidalF. Vidal, «Le sujet cérébral: une esquisse historique et conceptuelle», en Revue de Psychiatrie, Sciences Humaines et Neurosciences, 3, 11, 2005, pp. 37-48.–, en una época marcada por un notable ascenso de la cerebralidad (una era en la que nuestra identidad personal se vincula cada vez más con lo que ocurre en nuestro cerebro), no es de extrañar, entonces, que el inconsciente psicológico se encuentre en franco declive.