El estancamiento producido de pronto en lo que es el flujo real de la vida, instante en que su curso se detiene, es perceptible ahí como reflujo: y uno que, sin duda, es el asombro. La dialéctica en estado de parálisis es su auténtico objeto. Es el peñasco a partir del cual la mirada se hunde dentro de la corriente de las cosas. […] Pero si el torrente de las cosas se rompe en el peñasco del asombro, ya no hay diferencia entre una vida y una palabra humana. En el teatro épico, ambas son la cresta de la ola que hace alumbrar la vida desde el lecho del tiempo, lucir por un momento en el vacío e irse luego al fondo nuevamente.
Un camarero del Romanisches Café respondió a aquel cliente que se escandalizaba de que la taza de café de repente costara unos millones de marcos más que el día anterior, dado que el dólar aún no había subido: «¿No sabe usted cuál es hoy la divisa? Ser un filósofo, no pensar, ser un filósofo». Sin duda que quería decir esto: asombrarse en silencio.