El estancamiento producido de pronto en lo que es el flujo real de la vida, instante en que su curso se detiene, es perceptible ahí como reflujo: y uno que, sin duda, es el asombro. La dialéctica en estado de parálisis es su auténtico objeto. Es el peñasco a partir del cual la mirada se hunde dentro de la corriente de las cosas. […] Pero si el torrente de las cosas se rompe en el peñasco del asombro, ya no hay diferencia entre una vida y una palabra humana. En el teatro épico, ambas son la cresta de la ola que hace alumbrar la vida desde el lecho del tiempo, lucir por un momento en el vacío e irse luego al fondo nuevamente.
Principal referencia sobre las estrellas en Baudelaire: «¡Cómo me gustarías, ¡oh, noche!, sin estrellas, / cuya luz siempre habla lenguaje conocido! / ¡Pues busco lo vacío, lo desnudo, lo negro!»
Detrás de mí sentía el fluir y trotar inacabable de todo ese pueblo invisible de ciegos eternamente arrastrados por el objeto inmediato de su vida. Me parecía que esa multitud no estaba hecha de seres singulares, cada uno cargado con su historia, su dios único, sus tesoros y sus taras, con su monólogo y con su destino; así iba formando, sin saberlo, [...] un fluir de granos enteramente idénticos, [...] aspirados por no sé qué vacío [...]. Nunca he sentido tanta soledad, mezclada con orgullo y con angustia.
Paul Valéry. Choses tues, París, 1930, pp. 122-124. Cit. en Obra de los pasajes, M 20, 2