Luis Feria
Presente y nada más, mediodía del ser
Resulta difícil, casi impracticable, la entrada a la obra del poeta canario Luis Feria si se ha dejado definitivamente atrás al niño que fuimos. Y no sólo por la pérdida de la capacidad de juego, o por la despreocupación de la mirada, que se posa sin objetivos ni flechas, gratuitamente. Pareciera como si la normalización que nos permite existir en la edad adulta pagando alquileres, cumpliendo plazos, encontrando las calles precisas, las fórmulas de la convención para aplacar los goznes de lo social, los nombres exactos para el etiquetado, nos robara en cambio una cualidad sutil y única, que queda sumergida casi siempre para emerger sólo de vez en cuando, en algún sueño, o en momentos perdidos entre actividades que nos separan momentáneamente de la prisa del día, y nos recuerdan algo.
La infancia es la etapa en la que se instala con más fuerza el reino de las imágenes y de la fantasía. Cuando el niño entrecierra los ojos en la contemplación de un árbol y ve, colgando de sus ramas más altas, un diminuto paracaidista que se agita y le hace señas, no se lo está imaginando: lo ve realmente.
Walter Pater, a mediados del siglo XIX, afirmaba que «existen muy pocos artistas […] capaces de crear con entera pureza, desechando los restos y dejándonos únicamente lo que el ardor de su imaginación ha fundido y transformado por completo»Walter Pater, El Renacimiento. Estudios sobre arte y poesía, Barcelona, Alba Editorial, 1999, p. 18.. Pureza o inocencia –cualidades vinculadas a la infancia, el territorio del entusiasmo y de los juegos, reino de las imágenes– que son, para Baudelaire, uno de los distintivos indispensables del artista moderno. Así, por ejemplo Rimbaud fue, para Tristan Tzara, «la infancia que se expresa con medios que transgreden su condición», y el mismo Baudelaire rememora el «inocente paraíso de los amores infantiles»Alain Verjat, «La lírica», dentro de «Siglo XIX», en Javier del Prado (coord.), Historia de la literatura francesa, Madrid, Cátedra, 1994, pp. 989 y 975..
Javier Arnaldo, en su ensayo «El movimiento romántico», afirma que «la visión del artista de la modernidad es como la del niño: el niño ve todo como novedad, está siempre ebrio […] El genio, concluye Baudelaire, no es sino la infancia recobrada a voluntad»Javier Arnaldo, «El movimiento romántico», Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas, vol. 1, Madrid, Visor, 1996-2000, p. 335..
Ciertos adultos, y entre ellos algunos poetas, como es el caso evidente de Luis Feria, son capaces de mantener casi intacta esa zona de infancia, todo depende del espacio en blanco que se procuren. En la celda luminosa del místico, en el desierto, en la isla, el niño interior se abre, se manifiesta, toma posesión de su reino. Únicamente así, dejando que las ramas atraviesen la página escrita, puede leerse a Luis Feria, que no es un niño sino un adulto, un poeta que no ha perdido ni las preguntas, ni la mirada, ni su lenguaje abierto de niño. Que –redimiéndolas, devolviéndolas a su inocencia– nos hace ver que
mayores que la ausencia y que la infamia.
Tal vez debamos siempre escribir en los aires,
que el sol en los caminos las incendie un momento
y las vuelva a la nada,
al silencio
y al polvo,
las integre a la noche
y a su germen,
intocables y puras como una antorcha viva.
O aprender con él a leer lo vivo, como expresa en su poema «Antiliteraria»: «Yo nunca leeré a Lezama Lima/ ¡qué frescor el de la hoja verde!».
Luis Feria nació en Santa Cruz de Tenerife en 1927, pero se trasladó a Madrid, donde continuó unos estudios universitarios (en Derecho, Farmacia y Letras) que nunca llegó a terminar, y entró a trabajar en la edición española del Reader’s Digest, dirigida entonces por Fernando Quiñones. En el 56 viaja a Inglaterra, donde permanece un año y adquiere conocimientos de inglés que le permitirán después traducir a autores como Truman Capote.
A su vuelta a Madrid publica su primer libro de poemas, Conciencia, que gana el premio Adonais. Su segundo libro, Fábulas de octubre, obtuvo en 1964 el premio Boscán. Regresó a Tenerife para cuidar a su madre en 1978, donde volvió a radicarse, llevando desde entonces una vida retraída y solitaria, aunque volviera a la escena poética a principios de los ochenta con la publicación de Calendas (1981), a partir de la cual no dejó de sacar a la luz su obra, progresivamente, hasta su muerte.
Para Antonio Álvarez de la Rosa:
Según el testimonio de Luis Antonio de Villena, Luis Feria, cuando se conocieron –a mediados de los setenta– «hacía tiempo que no publicaba y era un hombre callado, irónico y singularmente raro. Soltero, solitario, algo huidizo, tenía fama de extraterritorial. Un día me dijeron en Santa Cruz, si lo quieres ver debes ir a la confitería X, donde va muchas tardes a comer pasteles. Feria estaba enormemente grueso –no lo era antes– y caminaba con dificultad. Seguía viviendo solo»Luis Antonio de Villena, «Obituario: Luis Feria», El Mundo, 5 de marzo de 1998..
Con respecto a esa soledad persistente, encontramos una explicación en el prólogo a la obra completa de Luis Feria, donde José Carlos Mainer rescata un texto de los papeles póstumos del poeta, un folio mecanografiado sobre la poesía, donde puede leerse el siguiente fragmento, como parte de una «Teoría del poeta»:
El Desvelado adquiere sin embargo, en virtud de su soledad, otros privilegios. Feria, como muy acertadamente subraya el también poeta y crítico Miguel Casado, no rememora su infancia sino que retrocede hacia ella y la ejerce, y les da asimismo la espalda a los sólo adultos y a su lenguaje, y les recrimina, antes de seguir jugando en el extremo más alejado del patio:
Sí; aquello de ser hombres había que pensarlo más despacio. A lo mejor ya no nos interesa.
El mundo del niño, como la página en blanco del poeta, es un espacio despoblado, nuevo y sin responsabilidades, un presente absoluto con el sol en su punto más alto (de terrores nocturnos, si ese punto se esconde), en el mediodía del ser, sin el contagio de lo ordenado, de lo normativo. Como el poeta, el niño abre su «vis imaginativa» y cree en su fantasía. El Luis Feria poeta lo sabe. Para él: «No existe lo imposible: el poema lo niega».
© Esther Ramón, 2009. Texto publicado bajo una licencia Creative Commons. Reconocimiento – No comercial – Sin obra derivada 2.5. Se permite copiar, distribuir y comunicar públicamente por cualquier medio, siempre que sea de forma literal, citando autoría y fuente y sin fines comerciales.
Obra escogida, Valencia, Pre-Textos, 2008
Obra poética y cuentos, Valencia, Pre-Textos, 2000
Fábulas de octubre, Madrid, La Palma, 2000
Bestiario, Madrid, La Eneida, 1999
Tres cuentos, La Laguna, Luis Feria, 1994
Dinde, Valencia, Pre-Textos, 1993
Del amor, Las Palmas, Editora Regional Canaria, 1988
Más que el mar, Valencia, Pre-Textos, 1986
Conciencia, Madrid, Rialp, 1962
JORNADAS LA POESÍA DE LUIS FERIA (1927-1998)
OFICIO DE CREER, LEY DEL FURTIVO
26.11.08 > 27.11.08
COORDINADOR MIGUEL CASADO
PARTICIPANTES ANTONIO ÁLVAREZ DE LA ROSA • JOSEFINA BETANCOR • MANUEL BORRÁS • JUAN MANUEL CASTAÑEDA • JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO • FERNANDO DELGADO • RAFAEL JOSÉ DÍAZ • ERNESTO GARCÍA LÓPEZ • MARIANO PEYROU • ESTHER RAMÓN • MIRIAM REYES • CRISTÓBAL DE LA ROSA
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