Artistas contemporáneos del Magreb
Traducción Inés Bértolo
En otoño de 2011, la exposición Magreb: dos orillas reunió en las salas del CBA las obras de una selección de artistas que residen en Marruecos, Argelia, Túnez o Europa y comparten, más allá de sus correspondencias geográficas y culturales, una reflexión y una búsqueda en torno a la creación en la interfaz de las dos riberas del Mediterráneo. Este gozne les permite explorar toda la riqueza y la complejidad de sus relaciones, y alimentar una apasionante dialéctica entre lo local y lo global.
En otoño del pasado año, la exposición Magreb: dos orillas reunió en las salas del CBA las obras de una selección de artistas que residen en Marruecos, Argelia, Túnez o Europa y comparten, más allá de sus correspondencias geográficas y culturales, una reflexión y una búsqueda en torno a la creación en la interfaz de las dos riberas del Mediterráneo. Este gozne les permite explorar toda la riqueza y la complejidad de sus relaciones, y alimentar una apasionante dialéctica entre lo local y lo global.
El Magreb, con sus dos fachadas sobre el Atlántico y el Mediterráneo, es la parte del mundo árabe que tradicionalmente ha mantenido una relación más estrecha con Europa. Los vínculos y los intercambios históricos y humanos entre el Magreb y el sur de Europa se multiplicaron durante el siglo XX a través de los vestigios de la colonización y de los movimientos migratorios. Estos contactos se inscriben en la prolongación histórica del tránsito entre las dos riberas del Mediterráneo, que ha sido el escenario de una intensa circulación de hombres, ideas y bienes desde la Antigüedad hasta nuestros días y que ha tenido una significativa influencia en el nacimiento y el desarrollo de sucesivas civilizaciones.
Es innegable que en el Magreb el arte moderno y contemporáneo lleva en sí las trazas de una historia marcada por las transiciones, las confrontaciones y los diálogos artísticos entre las dos riberas del Mediterráneo, lo que le confiere un carácter muy particular. Todo empezó a principios del siglo pasado, cuando la dominación colonial condujo a la instauración de condiciones propicias para el surgimiento de la modernidad: se implantaron estructuras de enseñanza, se crearon escuelas de bellas artes y se formaron artistas locales que, más tarde, en los años cincuenta, se establecieron en diferentes capitales europeas. Muchos de ellos volvieron a sus países de origen tras la independencia y, así, favorecieron la emergencia de una corriente artística postcolonial que tendía a anclar el arte contemporáneo en una búsqueda de la identidad y en la exploración de la relación con el «otro».
Las experiencias artísticas de aquella época cuestionaron simultáneamente el legado colonial y la presunta universalidad de su cultura y el tradicionalismo preconizado por la «cultura oficial». Así contribuyeron a cuestionar las formas artísticas dominantes y a abrir un nuevo espacio para la creación. Intentaron romper las líneas divisorias establecidas mediante lo que Abdelkebir Khatibi llamó «la doble crítica», concepto que forjó y le sirvió para pensar y escribir en las junturas culturales, apartándose de todo dogmatismo disciplinario.
Esta concepción pluralista de la modernidad ha dominado el campo cultural y artístico postcolonial en el Magreb. La desarrollaron principalmente los autores magrebíes y ha sido retomada por artistas que le dieron nuevas formas y demostraron que la creación es ante todo obra individual, capaz de beber en las fuentes de la memoria, lo real o lo imaginario, sin perder su vitalidad. Hoy sigue siendo uno de los rasgos distintivos de la producción literaria y artística en el Magreb.
Sin embargo, el tránsito al siglo XXI ha propiciado una mutación importante del arte contemporáneo de esta región, con el surgimiento de una nueva generación de creadores que se ha beneficiado de una dinámica global de interconexión y circulación de las obras y los artistas. Estos jóvenes afrontan la conquista de su individualidad y de su subjetividad en el contexto de sociedades civiles en plena ebullición. Preocupados por generar una cultura novedosa y refundar un mundo que cada día construye una nueva modernidad, pintores, fotógrafos, videoartistas e instaladores, todos traducen a su manera su íntima preocupación, su mundo en mutación y su potencialidad creativa. Además, mantienen un diálogo con los artistas de la diáspora que viven y crean en gran parte en las grandes ciudades europeas. Estos últimos están pensando la cultura del mañana, desarrollando una especie de interfaz con la otra ribera del Mediterráneo. Sus obras se mueven en las líneas fronterizas, fomentan la creación de vínculos, la evolución del pensamiento y la transformación de las mentalidades.
De hecho, estos artistas de aquí y de allá, marcados por este entramado de vínculos culturales y afectivos con el Mediterráneo, han elegido trabajar en las junturas. Subrayan aquello que une más que aquello que separa y proponen una mirada lúcida y crítica sobre ambas riberas, esquivando las trampas tanto de la visión «orientalista» como de los mensajes de carácter étnico o estrechamente identitario. Su proceso artístico aúna las nociones de identidad y alteridad e intenta escapar de un pensamiento prisionero de los estereotipos petrificados, incluso hostiles, que oponen a Oriente y Occidente.
Esta nueva relación con la creación plantea múltiples cuestiones relacionadas con la transversalidad, el tránsito y la hibridación. Tiende a cuestionar la representación hegemónica de la cultura y la identidad para inscribirse en una dinámica universalista que va más allá del estrecho marco de los nacionalismos. Desde este punto de vista, las experiencias de estos artistas pueden considerarse como vías de acceso hacia una nueva modernidad que se caracteriza por valores susceptibles de acercar a poblaciones ancladas en sus particularismos. Dan un paso importante en la construcción de un espacio mediterráneo común y el establecimiento de un diálogo intercultural entre las dos riberas.