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Bob Dylan. Persiguiendo al maestro

Nacho Vegas

Coincidiendo con el septuagésimo aniversario del nacimiento de Bob Dylan, el CBA organizó un concierto homenaje al cantante de Minnesota. Por el escenario pasaron Hugues Aufray, Amaral, Christina Rosenvinge y Nacho Vegas, que firma esta crónica de sus experiencias como espectador de Dylan. La celebración se completó con una conferencia de Rodrigo Fresán y Benjamín Prado y un ciclo de cine con las principales películas dirigidas, interpretadas, escritas o musicadas por Dylan.

Fue durante el verano de 2006, en julio. Yo acababa precisamente de leer el libro de Sam Shephard contando su experiencia como espectador privilegiado de la Rolling Thunder Revue, la mítica gira que Dylan puso en marcha en 1975 acompañado por un nutrido grupo de músicos y escritores afines que recorrieron los Estados Unidos como si de una caravana circense se tratara. Y le había regalado el libro a Enrique Bunbury, con quien acababa de mezclar el disco que habíamos hecho al alimón. Dylan actuaba en España, cinco fechas. Enrique quería hacerlas todas, seguir al Maestro allá donde fuera. Yo quería hacer lo mismo y me dispuse a consultar mi agenda. Pero descubrí que no tenía agenda. En fin, repasé mentalmente mis compromisos y, bueno, podía estar en al menos tres de los cinco conciertos. El primero de ellos era en Girona y yo lo tenía complicado. Quedé con Enrique para vernos en Valencia, la segunda de las fechas. Cuando llegué, la ciudad era un hervidero. Habían cortado algunas de las arterias principales del centro, había vallas y gente apostada en ellas y un montón de policías y agentes de seguridad. Parecía un poco exagerado aun tratándose de Bob Dylan, pero no pude evitar sentirme parte de algo especial, había un sensación de comunión en el ambiente multitudinario y me dio la impresión de que un sentimiento de justicia cósmica se había apoderado de los allí congregados. Me esforcé por ser razonable, pero fui incapaz. Quise compartir mi felicidad con una señora susurrándole al oído mis versos favoritos de «Like a Rolling Stone» mientras atacaba los acordes con mi guitarra aérea pero para mi sorpresa me llevé un bolsazo en el ojo y la energúmena empezó a gritar para que me apartaran de su lado mientras comprobaba cómo una pandilla de seres enajenados me echaba de allí a empujones. Estaba desconcertado y avergonzado, eché a caminar por una callejuela que no estaba tomada por la multitud y de pronto vi un cartel pegado en una farola. El Papa, el Papa de Roma, Benedicto XVI, venía a Valencia. Vaya por Dios, pensé, me he equivocado de concentración. El Papa llegaba al día siguiente, pero la gente ya estaba cogiendo sitio. Tomé un taxi y llegué al recinto en el que se celebraría el concierto. Afuera había una cola larguísima de gente con camisetas amarillas. Era un puesto de merchandising del Papa. Un poco más allá estaba la cola de entrada al concierto, bastante menos numerosa. Me encontré con Enrique y entramos a toda prisa. Dylan comenzó con «Masters of War» y aquello fue... dejémoslo en éxtasis. No se me dan bien las crónicas de conciertos, así que no lo voy a intentar.

Al día siguiente partíamos para Villalba, Madrid. Íbamos Josegirl, Enrique y yo. Josegirl conducía. Directos al segundo de los conciertos –el tercero para Jose y Enrique, que habían estado en Girona–. Salimos de Valencia tomando la A3 y cuando quisimos darnos cuenta estábamos en medio de un atasco que parecía no avanzar ni un milímetro. Pensamos que había habido un accidente. Al cabo de quince minutos parados salimos del coche para tomar el aire y echar un cigarrillo. «¿Qué ha sido, un golpe?», preguntamos a otro conductor aburrido. «No, el Papa de los cojones...», nos contestó airado. En efecto, el papamóvil se acercaba a paso de tortuga por el sentido contrario de la autopista y hasta que no nos rebasara no se abriría la circulación de nuevo. Lo divisamos a lo lejos. Transcurrieron varios minutos hasta que lo tuvimos cerca. Pasó a escasos cinco metros de nosotros, saludándonos con un movimiento parsimonioso de la mano como si nos conociera de algo. No le devolvimos el saludo, aunque nuestras caras eran un poco de bobos. Reanudamos la marcha hacia Madrid, y comentamos que en menos de doce horas habíamos visto en persona y a tiro de piedra a dos de las personas más influyentes de Occidente en nuestros días, el Papa y Bob Dylan.

En Villalba, Dylan estuvo aún mejor que en Valencia. El siguiente destino era Valladolid. Cogimos la carretera de La Coruña y no nos encontramos por el camino a ningún líder religioso que nos retrasara, así que pudimos parar a comer tranquilamente. Durante la comida Enrique y yo nos planteamos un dilema de gran calado. «Si tuvieras que irte a una isla desierta», me decía Enrique, «y solo pudieras llevar contigo la discografía completa de un artista, ¿a quién elegirías?» Decidimos que tan sólo existían dos opciones posibles: Leonard Cohen o Bob Dylan. Yo opté por Dylan, alegando que su discografía era bastante más extensa que la de Cohen, y que si hay que estar en una isla desierta sin nada más que tus discos, mejor que estos fueran cuarenta en lugar de quince. Enrique, que había elegido a Cohen en un primer momento, acabó por darme la razón.

El concierto de Valladolid era el que necesitábamos. Si quieres ver a Dylan tienes que ir detrás de él, porque él siempre va a ir un paso por delante de ti. O muchos pasos por delante. Él toma sus canciones, las estruja, las reinventa y te las escupe sin que te dé tiempo a asimilarlas. También ocurre eso con sus grabaciones. Su obra es inmensa, y la mayoría de sus discos son interminables, porque los escuchas una y otra vez y sigues teniendo la sensación de que aún no has alcanzado a Dylan. Hay que estar persiguiéndole toda una vida, porque a él le ha llevado una vida entera crear todo aquello.

Josegirl y Enrique aún asistieron al último de sus conciertos en la península, en Donosti. Yo no pude estar. Cuando nos volvimos a encontrar, de promoción con nuestro disco conjunto, cayó un ejemplar del Rolling Stone de ese mes en nuestras manos. Un artículo hablaba de la gira de Dylan y mencionaba que Bunbury había ido detrás de él en cada una de las cinco citas en nuestro país. Recuerdo que le preguntaban en ese artículo a Joaquín Sabina por qué no había querido ver a Dylan en esa ocasión, y él respondía (haciendo mención al hecho de que Dylan únicamente tocaba los teclados en esa gira): «No he ido porque Dylan es Dios y Dios no toca el puto piano». La señora que me dio el bolsazo lo debería saber. Dylan es Dios.

DYLAN CUMPLE 70: FOREVER YOUNG
17.05.11 > 26.05.11

CONCIERTO AMARAL • CHRISTINA ROSENVINGE • NACHO VEGAS
CONFERENCIA RODRIGO FRESÁN • BENJAMÍN PRADO
CINE ESTUDIO CICLO BOB DYLAN
ORGANIZA CÍRCULO DE BELLAS ARTES
COLABORA RADIO 3