«Pensar que podemos escapar de la naturaleza es una ilusión»
Entrevista con Vandana Shiva
Fotografía Minerva
Activista ecologista, académica, feminista, doctora en Física, figura destacada del movimiento contra la globalización... Es difícil escoger una sola faceta para describir a Vandana Shiva (India, 1952), que llega al Círculo de Bellas Artes para participar en el proyecto El Gran Río. Resistencia, rebeldía, rebelión, revolución. Lleva varios días inmersa en unas intensas jornadas de entrevistas y presentaciones de su último libro, pero enseguida se presta a conversar sobre temas que la apasionan, como la agroecología, el ecofeminismo y la defensa del medio ambiente.
Me gustaría comenzar con algunas preguntas sobre sus inicios y su trayectoria. Estudió Física pero luego decidió dedicarse a la ecología. ¿Hubo algún evento en su vida que provocó este cambio?
Decidí estudiar Física porque cuando era una niña me inspiraba mucho Albert Einstein como científico, quería saber más sobre el mundo. En los años setenta, antes de irme a Canadá para hacer el doctorado sobre los fundamentos de la teoría cuántica, quise visitar algunos de mis lugares favoritos, para llevarme el recuerdo. Pero resultó que el viejo bosque al que quería ir ya no existía. Ese día me di cuenta del daño que podemos hacer a la naturaleza. Fui consciente de que la naturaleza no será tal y como la hemos conocido si continuamos por este camino. Luego oí hablar de unas mujeres que decían «no os permitiremos talar los árboles». Eran las mujeres del movimiento Chipko. Entonces me hice una promesa: volvería siempre en vacaciones para ser voluntaria en el movimiento Chipko.
Este movimiento no violento y protagonizado por mujeres consiguió parar la tala de los bosques que suponían el sustento de sus comunidades. ¿Qué podemos aprender de Chipko?
Creo que lo primero que aprendimos es que las mujeres son poderosas. No estoy de acuerdo con el concepto de «empoderar a las mujeres». Creo que tenemos que acabar con las estructuras de desempoderamiento y violencia contra las mujeres, pero también pienso que las mujeres ya tienen poder, y las del movimiento Chipko lo demostraron. Yo por aquel entonces estudiaba Física, trabajaba en el ámbito nuclear… todo eso te hace pensar que eres más lista que el resto. Y ahí me encontré con mujeres rurales que me enseñaban todo tipo de cosas sobre biodiversidad, conocimientos que yo no tenía. Las llamaba mis profesoras de la Universidad Chipko de Ecología. Esa fue la segunda cosa que me enseñaron: me hicieron ser más humilde. Me di cuenta de que el conocimiento tiene una estructura patriarcal que se ha impuesto a la sociedad, pero que las mujeres corrientes, los campesinos, los trabajadores, tienen su propio conocimiento, un conocimiento profundo. La tercera cosa que aprendí de Chipko fue la valentía. La policía venía, arrestaba a gente, pero las mujeres no se rendían. Durante diez u once años siguieron con estas acciones. Decían: «si vais a talar los árboles, nos tendréis que matar antes a nosotras». De ellas aprendí la manera de hacer política.
En España acaba de publicarse su libro ¿Quién alimenta realmente al mundo? El fracaso de la agricultura industrial y la promesa de la agroecología (Capitán Swing, 2017) ¿Cómo cree que la agricultura industrial afecta a la crisis alimentaria y al medio ambiente?
Creo que es muy importante poner la agricultura industrial en contexto. La agricultura industrial es la continuación de la guerra, una vez que las guerras se han acabado. Porque muchos elementos de la agricultura industrial –los fertilizantes químicos, los pesticidas, los herbicidas...– vienen de la guerra. Se han diseñado como químicos para los conflictos armados. Si no recordamos esa continuidad, olvidaremos su impacto.
¿Cuál es nuestra postura hacia la agricultura industrial? Primero, ha aniquilado la increíble capacidad de los seres vivos para contribuir al sistema alimentario. Ha matado a los organismos de la tierra, ha matado a los polinizadores, es la mayor causa de la inestabilidad del clima. Un porcentaje muy importante de los gases de efecto invernadero proviene de la agricultura industrial. Es la principal causa de la desertificación, de la falta de agua, de la desaparición de la biodiversidad. Y, al final del proceso, ¿conseguimos más comida? No, conseguimos menos comida, conseguimos cuatro productos básicos: maíz, colza, soja y algodón. El 90% del maíz y la soja se usa para los biocombustibles y para dar de comer a los animales. No es un sistema alimentario.
¿Merece la pena comerlo, se puede considerar comida? Comida es aquello que nutre nuestro cuerpo, que nos da salud y bienestar. En mi lengua decimos que la «buena comida» es la mejor medicina. Pero hoy en día la comida es la enfermedad, porque está llena de químicos y vacía de nutrición. La tragedia es que esos fabricantes de veneno que comenzaron en la guerra y desarrollaron los agroquímicos, hacen dinero hoy en día vendiendo fármacos. Porque son las mismas empresas –como Bayer, que se está fusionando con Monsanto– las que son propietarias de los químicos y de las medicinas que curan las enfermedades que este sistema genera. Es un círculo vicioso.
Actualmente en Europa la agroecología está prosperando. ¿Qué experiencias locales y alternativas están teniendo lugar en India de las que podamos aprender?
Creo que los principios de la agroecología son los mismos principios en todos lados, aunque se pueden expresar de distinta forma. Tú cultivas tomates, nosotros cultivamos vegetales indígenas. Desde los últimos treinta años, cuando empecé a guardar semillas en Navdanya, el movimiento para evitar que las semillas se patentasen y estuviesen libres de transgénicos, hemos creado 120 bancos de semillas comunitarios.
La agroecología se basa en las semillas indígenas y en la biodiversidad, que evoluciona constantemente. La biodiversidad produce más nutrición por acre, la agroecología podría alimentar al doble de la población mundial. Cuando practicamos la agroecología devolvemos la materia orgánica a la tierra y hacemos algo increíble: cogemos dióxido de carbono de la atmósfera, a través de las plantas que hacen fotosíntesis, y ponemos el carbono de vuelta en la tierra, donde pertenece. De esta forma se palia el cambio climático y se cultiva más comida.
En España, uno de los problemas con los productos ecológicos es que suelen ser bastante caros, de modo que no son accesibles para mucha gente. ¿Cómo podemos cambiar esta situación?
Si seguimos teniendo esta concepción de ser sólo consumidores no exploramos todas las posibilidades que existen para ser individuos verdaderamente libres. Llamamos coproductores a las personas que comen buena comida, comida agroecológica. Puedes ser coproductor cultivando en tu casa o en un huerto urbano, eso no es muy caro. Puedes tener mercados de agricultores de cercanía, apoyarlos no es muy caro. La única razón por la que parece que lo orgánico es caro es, en primer lugar, porque la comida tóxica está subvencionada en Europa. Arruina la salud, destruye el planeta. ¿Está pagando esos costes? No. Si tuviese que pagarlos, nadie podría permitirse comprar comida química. La segunda razón es que sí, es verdad, mucha gente se está apuntando al carro de lo orgánico, pero es responsabilidad del resto de la sociedad decir: esta no va a ser la siguiente carrera para sacar beneficios sino el paso que necesitamos dar para revitalizar la tierra, nuestra salud y nuestras comunidades.
Hoy en día hay un intenso debate sobre el cambio climático, pero tengo la impresión de que muchas veces los argumentos se centran en la responsabilidad individual de la gente como consumidores (recicla, cambia tu estilo de vida) y no tanto en la de las empresas o gobiernos. ¿Por qué cree que sucede esto?
Bueno, básicamente porque las grandes corporaciones están detrás del cambio climático: gran parte de los productos que provienen de los combustibles fósiles están creando el problema. Pero la responsabilidad no es del consumidor individual, sino de las empresas que se benefician de ello. En ecología tenemos un principio muy importante que dice: el que contamina, paga. Los contaminadores que están destruyendo el planeta deben pagar la factura. Por supuesto, están tratando de trasladar la culpa hacia los consumidores, por dos razones: porque así nadie se fija en su responsabilidad y porque hacen que nos olvidemos de que, antes que consumidores, somos productores y creadores. Nos están reduciendo a ser sólo consumidores, para que no pensemos en cómo podemos crear mejores alimentos, mejor ropa, mejores viviendas, en lugar de entregar esa capacidad al 1%. Es una cuestión de nuestros derechos democráticos y los derechos de la Tierra.
Ha sido muy crítica con el concepto de «capitalismo verde». Muchas de estas iniciativas se justifican diciendo que van a acabar con el cambio climático...
La crisis ecológica es un síntoma de la enfermedad de la economía del 1%, en la que se incluye el cambio climático, la acidificación de los océanos, la contaminación, los gases tóxicos… Pero otros aspectos de esta crisis son sociales: expulsa a la gente de sus tierras y convierte a los jóvenes en desempleados. No vivimos una sola crisis, sino múltiples crisis y todas ellas están enraizadas en, por un lado, la concentración del poder económico y, por otro, la economía de los combustibles fósiles. Utilizan todos los medios a su alcance para hacer que esta mentira parezca verdad. Los dos principios básicos de la vida son la diversidad y lo circular. Frente a eso tenemos los monocultivos y la extracción lineal, ya sea a través de la concentración de riqueza y la desigualdad, ya sea con la crisis ecológica en la que se extraen combustibles fósiles y se ponen en la atmósfera… Todo esto es resultado de una economía extractiva. Solo los sistemas circulares sirven.
En sus primeras obras hablaba de la importancia del «principio femenino». ¿Ha cambiado o evolucionado su pensamiento en relación con este concepto?
En mi cultura existe el concepto de shakti, la parte femenina, creativa del universo. Una de las razones por las que llevo el bindi [círculo rojo que se coloca en la frente] es porque simboliza la parte creativa del universo. Incluso la palabra «naturaleza» viene de ahí, la parte creadora. Sé que en mi primer libro, Staying Alive (1988; traducido como Abrazar la vida, Horas y horas, 1995), esta idea generó muchos problemas, porque en Occidente, con el pensamiento cartesiano, existe una tendencia a la esencialización. Y esta esencialización llevaba a pensar que el principio femenino era un principio basado en las mujeres cuando no es así: el principio femenino se refiere a la parte creativa del universo, mujeres y hombres somos parte de ese universo. Lo que sucede es que mientras los hombres se veían involucrados en la lucha, la guerra y la obtención de beneficio, la economía del cuidado y del compartir, que es la economía del principio femenino, se dejó en manos de las mujeres y se concibió como una no-economía.
Hoy en día, si no cambiamos nuestra forma de funcionar, nos enfrentamos a un gran desafío: las generaciones venideras no tendrán futuro porque el sistema que tenía que cuidar de ellas está siendo desmantelado con las privatizaciones. Es difícil imaginar un futuro basado en el sistema patriarcal y capitalista que consiste en el dominio sobre la tierra y las mujeres y en sacar beneficios a cualquier coste, privatizando todos los bienes comunes. Por eso la idea del principio femenino es tan importante en nuestra época. El principio femenino está en cualquier persona que es creativa, en cualquier persona que se da cuenta de que puede ser libre. Los hombres también lo tienen, tienen el potencial de la compasión, el potencial de rechazar ser desechables.
Mencionaba que su primer libro no fue bien comprendido en Occidente. Para usted las mujeres son creadoras de vida, tienen una relación más cercana con la naturaleza. Pero aquí en Occidente esa relación se ha roto para muchas mujeres y se les ha despojado de sus conocimientos tradicionales.
Creo que pensar que podemos escapar de la naturaleza es una ilusión. Por un corto periodo de tiempo, durante unos doscientos años, la humanidad asumió esta ilusión por la cual cuanto más te separes de la naturaleza, más libre eres. Pero no te puedes separar de la naturaleza, porque sin ella no tienes oxígeno para respirar, no tienes agua que beber, alimentos para comer, ni la salud que te dan los verdaderos alimentos. Por supuesto, las mujeres formaron parte de esa ilusión, porque se les hizo creer que cultivar alimentos y cocinar era tan degradante que nos esclavizaba. Yo creo que la comida es liberadora y todo el mundo debería aprender a cultivar y a cocinar. Aunque nos hayan hecho olvidar las cosas que necesitamos para vivir una buena vida, eso no significa que no las podamos volver a aprender. Nos han hecho olvidar que somos parte de la naturaleza, pero eso no significa que no podamos despertar.
Autoras como Nancy Fraser afirman que una parte del feminismo ha ido de la mano del neoliberalismo, olvidando las cuestiones de justicia económica. ¿Coincide con esta afirmación?
Estoy totalmente de acuerdo. De hecho, en la última gran cumbre sobre mujer que tuvo lugar en 1995 en Beijing (China) hubo una división muy clara. En India veníamos de haber sufrido los programas de ajuste estructural; Europa los sufrió en 2008, cuando se impuso la austeridad para destruir la educación, el trabajo estable y toda clase de sistemas públicos. Hemos visto cómo el neoliberalismo destruye las estructuras de justicia, por lo que no puedes tener justicia de género si toda la sociedad es injusta y desigual. Que unas pocas mujeres consigan subir la escalera del capitalismo patriarcal no es feminismo de verdad, no es liberador. Para mí la cuestión es muy simple: ¿Cómo le va a la última mujer? ¿Cómo le va al último niño? En India fueron las mujeres las que lucharon contra los planes de ajuste estructural, las que lucharon contra el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, son ellas las que han seguido luchando contra la Organización Mundial de Comercio. Necesitamos un cambio desde un feminismo atomizado, de unas pocas privilegiadas, a un feminismo ecologista para toda la vida de la Tierra y todos los seres humanos.
Actualmente vivimos un momento de auge del feminismo, con manifestaciones masivas. ¿A qué riesgos nos enfrentamos?
Celebro las women’s marches, particularmente las manifestaciones en Argentina contra el feminicidio y la violencia contra las mujeres. Estoy contenta de que las mujeres norteamericanas tuvieran las narices de levantarse contra las elecciones. Pero creo que necesitamos las mismas manifestaciones por el pan, las movilizaciones globales muchas veces dejan de lado las cuestiones de justicia económica. Muchas veces también olvidan el liderazgo de base de las mujeres en cuestiones ecológicas. Creo que esas cuestiones tienen que ganar importancia a la hora de movilizarse a nivel global.
¿Así que el feminismo no debería olvidar las cuestiones ecológicas?
Cuando empecé a darme cuenta del nivel existente de violencia contra las mujeres vi la profunda conexión con las cuestiones económicas. Te doy dos ejemplos: en las zonas en las que se introdujo la agricultura industrial en nombre de la revolución verde es precisamente donde empezó el infanticidio femenino. Con la agricultura industrial, el trabajo de las mujeres de cuidar las semillas, el compostaje, etc., desaparece. Las mujeres se convierten en un sexo desechable, y como tal, son exterminadas. 35 millones de niñas murieron y la mayor parte de los lugares en donde sucedió son áreas en las que se había implantado la agricultura industrial.
Hace pocos años, hubo una violación múltiple y asesinato brutal de una chica joven, conocida como el caso Nirbhaya. Nuestro primer ministro de entonces salió en la televisión y dijo: «son esos inmigrantes descontrolados, que están violando niñas». Me preguntaron qué me parecían estas declaraciones, y lo que dije fue: «Tengo que informar al primer ministro de que no se trata de inmigrantes descontrolados, son personas que han sido expulsadas de sus pueblos, de sus trabajos y de sus tierras por las políticas neoliberales. Estas políticas están creando gente embrutecida, sin otra identidad que la de dominar a otras personas. Y resulta que estas personas a las que dominan son mujeres. Si no, ¿por qué estamos viendo violaciones de niñas de dos años y asesinatos tras las violaciones?» Es una nueva patología, diferente de las discriminaciones más antiguas, más sutiles. Esta brutalidad ha venido de la mano de la injusticia económica. Tenemos que abordar ambas como si fuesen una sola, no se acaba la violencia contra las mujeres sin el fin de un sistema económico injusto y violento.
Ha hablado de la importancia de las alianzas internacionales entre el Norte y el Sur. ¿Cómo podemos fortalecerlas, cómo podemos trabajar en esa dirección?
Antes teníamos la solidaridad obrera. Incluso los movimientos sufragistas se extendieron de manera global. Pero en los últimos veinte o veinticinco años hemos vivido una globalización, una extensión del dominio de las corporaciones, que ha separado y fragmentado a la gente hasta el punto de que hoy en día la población insegura se está convirtiendo en una mercancía electoral. Eso explica el crecimiento de nuevas tendencias fascistas en todos los países. Debemos crear economías para todos los seres vivos, no solo para 7.000 millones de humanos, pero también, de manera simultánea, debemos crear democracias vivas. Estas democracias vivas comienzan en lo local, evolucionan en lo regional, van a lo nacional y se convierten en planetarias. Las alianzas internacionales son extremadamente importantes para construir la fuerza opositora frente a la avaricia globalizada, que va unida a ideologías cerradas de nacionalismo cultural.
© Irene G. Rubio, 2018. CC BY-NC-SA