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Iván Zulueta y las hormigas

Montero Glez

El cine como droga, la droga como forma de vida… Todo eso y alguna cosa más es Arrebato, la película maldita del director maldito por excelencia del cine español: Iván Zulueta, un joven artista gráfico de buena familia de San Sebastián que se enredó en la heroína en los locos años de la Transición y dio a luz todo un clásico del cine en nuestro país. En este sobrio texto, el escritor Montero Glez dibuja de un solo plumazo y a través de la memoria de su encuentro con Zulueta, un lúcido retrato de aquella época.

En el famoso cuento de Perrault, el pequeño Pulgarcito marca su camino de vuelta a casa con los guijarros blancos que había recogido a la orilla de un riachuelo. De eso, entre otras cosas, trata Arrebato, la película de Iván Zulueta; del camino de vuelta al territorio de la infancia a través de objetos que han sobrevivido en el tiempo, como la muñeca de la Betty Boop que Cecilia Roth abraza y a la que luego imita delante de una pantalla iluminada por el foco del proyector.

Iván Zulueta rodó la película en 1979. Para hacernos una idea, en aquella época una caña de cerveza costaba 25 pesetas y un café poco más o menos. Por otro lado, la heroína se podía conseguir a quinientas pesetas la dosis tal y como escribía Eduardo Haro Ibars en una de las publicaciones de entonces. Por cien duros podías ser arrebatado al otro lado del espejo, hacerte la ilusión de que el mundo se despojaba de peso como ocurre en la infancia.

Por decirlo de otra manera, en la vida de todo ser humano siempre llega el momento de elegir las herramientas para transformar el mundo y en aquella época, las herramientas tenían nombre de veneno. De eso va la película de Zulueta, de un mundo que transformaría a sus protagonistas, arrancándoles la voluntad a golpes de aguja hipodérmica.

Conocí a Iván Zulueta en Madrid, a principios de los años noventa, cuando las nuevas tecnologías digitales empezaban a hacer aparición y él experimentaba con ellas desde lo alto del Edificio España, donde vivía. Tomaba polaroids que rayaba con una moneda. Luego llevaba el resultado a la fotocopiadora para que se lo sacaran en color. Lo recuerdo bien. Acababan de aparecer las primeras fotocopias a color y los establecimientos que se dedicaban al tema las ofrecían como un invento de lo más novedoso. En eso estaba Zulueta cuando nos conocimos, con aquella novedad, mientras las nubes del cielo de Madrid se asomaban a las ventanas de su apartamento; una tarde de principios de primavera.

Nos presentó Mario Pacheco, de la disquera Nuevos Medios. Yo acababa de ver los trabajos de Zulueta en un ciclo que le había dedicado la Filmoteca Nacional, en el cine Doré, y le propuse a Mario que fuera Iván Zulueta el encargado de realizar el videoclip de un grupo musical de cuyo nombre no guardo memoria. Me había llamado la atención su película Un, dos, tres, al escondite inglés, que era una colección de videoclips musicales de la época ye-ye; el pop rock psicodélico que condicionaría mis sueños cuando yo aún andaba a gatas y el primer tocadiscos hizo aparición en casa. No me gustó la película Arrebato y, de todo lo suyo, lo que más me llamó la atención fue su película musical, ya digo.

Pero sobre todo lo demás, reconocía a Iván Zulueta en su obra gráfica, un trabajo extenso que incluía desde carteles de cine para Almodóvar, hasta la portada del primer disco de la Orquesta Mondragón, titulado Muñeca hinchable y que traía un puñado de buenas canciones con letras de Eduardo Haro Ibars. Aunque a Iván Zulueta se le conocía por haber dirigido una película fundacional como Arrebato, su expresión artística siempre llegó más lejos. Por eso mismo le propuse a Mario Pacheco que fuese Iván Zulueta –y no otro– el encargado de realizar el videoclip.

Fue decir su nombre y Mario Pacheco responderme de inmediato y sin duda alguna. «Estupendo, es mi amigo, estuvimos juntos en la cárcel». Luego Mario me contó la historia, una redada en un cine a principios de los años setenta, unas papelinas y lo típico: Carabanchel, fin del viaje. No sé si sería verdad o no lo de la cárcel, pero lo cierto es que eran amigos tal y como pude comprobar una tarde primaveral, cuando Mario Pacheco y yo subimos hasta su apartamento situado en aquel edificio emblemático de Madrid que se conocía como «El Taco» y donde reconocí a todas luces la lámpara de papel que salía en uno de sus cortos. Recuerdo también que me impresionó ver un trozo de ciudad desde aquella altura. Apoyado en la baranda de la terraza, distinguí los semáforos y los coches, la Plaza de España y un trecho de la Gran Vía, lo más parecido a un hormiguero animado por el trajín de las gentes.

De eso fue de lo que hablamos, de hormigas, de su orientación espacial y de cómo la consiguen esos insectos sociales que sirven de modelo de conducta en nuestra civilización. Desde la terraza del apartamento de Zulueta, comprendí que el mundo de las hormigas es tan enorme y variado como infinito y, por lo mismo, no hay momento en el que su anatomía, así como su conducta, dejen de sorprendernos. Al igual que los seres humanos, las hormigas acumulan alimento y memoria en su camino, siendo así que las primeras hormigas que acuden al lugar donde se encuentra el alimento son las que marcan el camino a las demás. Lo consiguen emitiendo feromonas, sustancias químicas particulares que originan una reacción en cadena, de ahí las hileras animadas de hormigas que se suceden cuando dejamos restos de comida en un ambiente orgánico. Iván me comentó que las hormigas encuentran su camino valiéndose de su memoria individual, una memoria que las asalta con una secuencia ordenada de imágenes que, a su vez, coinciden en orden inverso con las imágenes grabadas durante la ida en su complejo cerebro; un órgano más pequeño que la cabeza de un alfiler.

Hoy recuerdo estas cosas que siguen frescas en mi memoria como si estuvieran expuestas en un pasillo recién pintado por ellas. Al final no se hizo el videoclip de marras y Mario Pacheco y yo nos peleamos, aunque no fue por eso, o tal vez sí pues en nuestra distancia tuvo que ver el grupo aquel de cuyo nombre no guardo memoria y cómo no, también tuvo que ver su cuñado, el contable de la disquera, un especialista de esos que el sistema distribuye siguiendo su selección natural para que los artistas se topen con ellos. Un corre-ve-y-dile que, por inutilidad y logros familiares, acabó de contable, dejándose la vista amañando regalías siempre a favor de la empresa. Pero no me quiero despistar por el pasillo fresco de la memoria. Vine aquí a hablar de Iván Zulueta y de su relación con las hormigas.

En el cuento de Perrault, la segunda vez que Pulgarcito marca su camino de vuelta a casa, lo hace con migas de pan que desaparecen al ser comidas por los pájaros. Es entonces cuando se pierde y de eso también trata la película Arrebato, de la búsqueda de un camino extraviado cuyos protagonistas intentan encontrar siguiendo las marcas en la piel que dejan los chutes de heroína. Las imágenes que filmó Zulueta para su película maldita se irán derramando a lo largo de las venas del cine español. Las primeras películas de Almodóvar son buena prueba de ello. También alguna que otra de Bigas Luna y de Víctor Erice. Llegados aquí, podemos afirmar que la llamada «Movida Madrileña» fue la manera que tuvieron los que entonces manejaban el cotarro de convertir la herencia de años oscuros en espectáculo, aceptando ciertas ideas contraculturales que favorecían la desintegración ideológica. En la película Arrebato se da el germen de todo aquello. Ahora me doy cuenta y lo hago mientras recuerdo a Iván Zulueta hablándome de la memoria fotográfica de las hormigas. En ningún momento me habló de que fueron las hormigas quienes inventaron nuestras principales instituciones y costumbres. Para qué iba a hacerlo, si en aquellos tiempos se habían despolitizado las relaciones y quedaba muy lejos saber que las hormigas fueron pioneras a la hora de inventar la tradición de la monarquía con sus reinas, así como en servirse de la estrategia militar a la hora de repeler el ataque invasor.

Quedaba muy lejos la conciencia crítica pues dicha conciencia crítica había sido arrebatada por la heroína. El arte se había despojado de raíz moral y por eso aquellos años son tan escasos en lo que a expresión artística se refiere. Aquella tarde de primavera, hubiese sido muy arriesgado seguir hablando de hormigas y de su relación con las tradiciones, pues las hormigas también nos muestran la división del trabajo, millones de años antes de que Adam Smith nos la presentase en la fábrica de alfileres más famosa de la historia económica. La única política que existía entonces era la que se hacía contra la calle, matando a la juventud con un veneno que se conocía como «jaco» o «caballo» y que en el gremio forense se denominaba «heroína».

La palabra solidaridad se había quedado fuera de los diccionarios y, desde arriba, a la gente se la pisaba más o menos igual que ahora pero sin queja. Yo era treinta años más joven y más imbécil también y aunque intuía el ejemplo de solidaridad no me lo dejaban poner en práctica. Escribía guiones, pero nunca conseguí colocar uno de ellos. El cine es un mundo hermético y, como tal, sujeto a jerarquías para un hijo de la clase trabajadora. Los Selectos Cielos del Arte sólo estaban destinados a unos pocos, pues los manejaban los herederos de aquellas familias que durante el franquismo fueron privilegiadas por el régimen. Ahora me doy cuenta cuando recuerdo aquella tarde de primavera en la que conocí a Iván Zulueta y tuve la oportunidad de contemplar la vida desde arriba por unas horas.

Por eso ningún tiempo pasado fue mejor al que ahora vivimos, de esto me doy cuenta cuando observo la política que florece en las calles y la relaciono con el ejemplo de solidaridad entre las hormigas que señalaría Kropotkin cuando escribió acerca de ellas. Según el viejo libertario, si observamos un hormiguero, veremos que todo trabajo se realiza de acuerdo con los principios de ayuda mutua voluntaria. Además de lo dicho, Kropotkin señaló el compañerismo como rasgo principal de cada hormiga, mostrado cuando toca compartir alimento –ya deglutido y en parte digerido– con cada miembro de la comunidad que esté necesitado. Por eso mismo, el aparato digestivo de las hormigas se divide en dos secciones, de las que la sección delantera es encargada de dar servicio a la comunidad –claro ejemplo de su naturaleza solidaria– mientras que la sección posterior sirve al propio organismo.

Pero claro, en aquellos tiempos de jaco y jeringuilla, cuando los pijos y su pereza epistemológica dominaban los medios de producción artística, la ideología había quedado sepultada bajo los escombros del muro de Berlín. Entonces la herencia del franquismo celebraba el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección o mejor aún, el encuentro fortuito de una aguja hipodérmica y una lata de película virgen.

CICLO CUENTOS DE CINE: ZULUETA / ROSSELLINI / MINNELLI / BERGMAN / RAY
01.09.17 > 01.10.17

PROYECCIONES ARREBATO (IVÁN ZULUETA, ESPAÑA, 1979) Y LEO ES PARDO (IVÁN ZULUETA, ESPAÑA, 1976)
ORGANIZA CBA