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La apuesta por la democratización de Boaventura de Sousa Santos

Coloquio Jesús Espino • María José Fariñas • Juan Carlos Monedero • Boaventura de Sousa Santos • Juan José Tamayo

Acampada Sol, foto de Barcex, CC by-sa 3.0

Boaventura de Sousa Santos (Coimbra, 1940) es probablemente el intelectual portugués más reconocido internacionalmente en el campo de las ciencias sociales y el pensamiento crítico. En España se han publicado más de veinte libros suyos, entre ellos, el último, La difícil democracia. Una mirada desde la periferia europea (Akal 2016). Para presentarlo, se celebró en el CBA hace unos meses un interesante debate en el que tomaron parte su editor, Jesús Espino, el teólogo Juan José Tamayo, la catedrática de filosofía del derecho María José Fariñas y el politólogo Juan Carlos Monedero. Minerva reproduce a continuación la transcripción de parte de sus intervenciones.

Jesús Espino

No deja de ser curioso presentar un libro que lleva por título «La difícil democracia» precisamente un 23 de febrero en España… Pero más allá de la curiosidad quería detenerme un momento en la palabra «difícil». En el mundo en el que vivimos lo que triunfa es lo que es sinónimo de fácil, de entretenimiento, de banalidad y superficialidad y todo aquello que no es fácil adquiere una connotación negativa. Pero para mí, que cada vez estoy más empeñado en esta lucha por dar a las palabras el valor que les corresponde y por no dejar que nos las vacíen de contenido, «difícil» es un concepto positivo, porque suele implicar complejidad, debate, diálogo, confrontación. «Difícil democracia» no quiere decir que la democracia sea algo imposible de alcanzar, quiere decir que es algo complejo, que requiere debate, que no se puede reducir a unos parámetros sencillos de votar cada cuatro años. Quiere decir confrontar perfiles muy distintos, ideas muy distintas, pero siempre con un mismo fin que es el dotar a la ciudadanía de herramientas que les permitan tener un concepto de gobierno distinto del que se nos ha tratado de imponer.

En ese nuevo libro de Boaventura hay dos secciones especialmente interesantes: una, la que dedica al fascismo social, un concepto fundamental que designa una realidad que muchas veces nos pasa desapercibida y, sin embargo, está en el ambiente, y otra, la parte final, que son las cartas a las izquierdas, que deberían ser de lectura obligada para entender precisamente cómo esa «difícil democracia» se debe construir desde el diálogo, desde el debate, desde la confrontación en el mejor sentido de la palabra y desde la polémica.

Foto Carlos Delgado. CC BY-SA 3.0
Juan Carlos Monedero

Siempre que digo alguna cosa inteligente es porque se la he robado a Boaventura. procuro no citarle para que parezca que se me ha ocurrido a mí y parecer más listo… El conjunto del trabajo de Boa, como él mismo señala, está marcado por el pensamiento de Spinoza, para quien los seres humanos tenemos dos grandes pasiones: el miedo y la esperanza. Un esquema, por lo demás, que después han corroborado los biólogos: el miedo lo rige el hipotálamo. El miedo monologa, el miedo es la respuesta inmediata a lo que leemos como un riesgo para nuestra vida o para nuestra seguridad, mientras que la esperanza es un diálogo. A la esperanza no la rige el hipotálamo sino el neocórtex: es una construcción a medio o largo plazo, que necesita el lenguaje y que, necesariamente, se hace con los otros. Lo que está pasando en Europa y en todas partes nos obliga a aprender a pasos acelerados, porque hay todo un mundo que está en peligro de desaparecer. Vivimos tiempos críticos, un verdadero parteaguas en el que se quiebran los marcadores de certeza. La palabra «crisis» hace referencia al campo de la medicina en el mundo griego, donde alude a ese momento decisivo donde el cuerpo enfermo sana o muere. Y en estos tiempos de crisis civilizatoria Boa interpela con sus «cartas a las izquierdas» a una izquierda que ha sido a menudo sorda y ciega, implora a las izquierdas que sean conscientes de ese cambio civilizatorio y, por tanto, de la obligación de hacer un buen diagnóstico para después no errar en la terapia. En este mundo en transformación se hace presente la frase de Gramsci de que lo viejo no termina de marcharse y lo nuevo no termina de llegar, y es en ese tiempo de incertidumbre, en esta lucha entre los anhelos y la sectarización ante el miedo de la pérdida, cuando surgen los monstruos.

Cuando hablo de la quiebra de los marcadores de certeza me refiero a problemas para los que aún no hemos encontrado solución: la muerte de Dios; la quiebra del mundo del trabajo con la robotización de la economía; la quiebra de las ideologías desde el hundimiento de la Unión Soviética y su sustitución por planteamientos técnicos (ese mundo de los expertos que viene a sustituir al mundo de las opciones y de los valores); las guerras; las migraciones; el cambio climático… Cuando desaparecen los elementos que habían balizado y ordenado nuestra existencia, ¿a dónde te agarras? Es importante entender que, en este mundo de incertidumbres en el que, cuando teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas, el incremento del miedo es una constante. La gente tiene miedo: miedo al desempleo, miedo a un mundo mercantilizado en el que has de vigilar que no te coman, pero donde tú tampoco deseas comerte a los demás; miedo a las guerras; miedo al diferente que, de alguna manera, actúa como un recordatorio de donde no nos quisiéramos ver…

En este escenario que podría inducirnos a la parálisis y a la tristeza, Boaventura nos abre puertas de salida. Con el tiempo he llegado a la conclusión de que lo que diferencia a una persona progresista de una conservadora es que las personas conservadoras no confían en la gente, mientras que las progresistas sí confían en el ser humano. Boa, que es de la tierra de Pessoa, conoce esta frase: «Si ya no puedo creer que nada sea verdadero, ¿por qué sigue viniendo la luz de la luna a batir la hierba?» Si el mundo está dominado por la fealdad de los Trumps, por el auge de la extrema derecha, de las grandes coaliciones donde los rescoldos de la izquierda se echan en brazos de la derecha, si el mundo parece un enorme vertedero, ¿por qué siguen naciendo flores? Boa nos ayuda a pensar que así es y así debe ser, que incluso en un mundo que parece clausurado siempre hay flores, grietas y relámpagos en la noche y estamos obligados a confiar en el ser humano.

Póster de John Yates, 1993

En sus cartas a las izquierdas nos recuerda que el riesgo al que nos enfrentamos es enorme y es probable que los partidos políticos sean instituciones que se han quedado anticuadas. De ahí su grito desesperado con el que implora a las izquierdas que sean sensatas, que busquen y acepten toda posibilidad de emancipación, porque Boa ha entendido que en un mundo que está cambiando no tenemos una alternativa cerrada, pero sí tenemos la certeza de que el socialismo es democracia sin fin, sin clausuras. No hay ningún sujeto revolucionario que porte en su esencia el germen de la transformación, sino que, como hemos aprendido de América Latina, la transformación viene de mil lugares diferentes y de mil sujetos diferentes. En este siglo XXI que nos ha tocado vivir, vamos a tener que pensar en fragmentos que tienen que unirse, tenemos que entender que seguramente la alternativa pasará por activar ese diálogo capaz de desafiar los monólogos que están sembrando el miedo.

Las propuestas de Boaventura nos han ayudado en Podemos a no meter la pata. Porque lo cierto es que cada vez que hay una crisis del capitalismo –sea la del año 29, la del 73, o la más reciente de 2008–, invariablemente, se quiebra la unión de teoría liberal y teoría democrática y el liberalismo se desembrida de la democracia y vuelve a su versión autoritaria. Esto produce un gran enfado que desemboca en una impugnación de la democracia representativa y del sistema capitalista. Estas impugnaciones nos obligan, en ese momento populista que es puramente transitorio, a pensar bien cuál va a ser la respuesta que vamos a dar, una respuesta que debe librarnos del populismo de derechas que agita los excesos del sistema para conseguir que votemos a los responsables de lo que nos está pasando.

En su obra, Boaventura ha sembrado un mandato que, en Podemos, nos ha ayudado a entender que ante algo tan maravilloso como el 15-M la solución no pasaba por querer representar esa propuesta de la calle, sino por reconducirla, es decir, por aprovechar la ventana de oportunidad que abría la situación de unas clases medias proletarizadas para aprovechar algo que raramente sucede en nuestros países, y es la apertura de un espacio de diálogo entre los sectores populares y las clases medias. En España sucedió con la Segunda República, sirvió en la Transición para acabar con el Franquismo y ahora tenemos que conseguir que nos sirva para acabar con el modelo neoliberal. Intentar representar el enfado es no entender que una parte de este sólo busca una salida individual a una crisis que ha cargado también sobre las espaldas de las clases medias la recuperación de la tasa de ganancia del capital. De lo que se trata, pues, es de aprovechar ese enfado para que esa persona golpeada comprenda que lo que le pasa no puede entenderse en términos individuales, sino que hay que pensarlo y solucionarlo en términos colectivos. De otro modo no podremos avanzar.

Hay una película muy hermosa que de algún modo resume el pensamiento de Boa: se trata de Pride, que cuenta la historia de cómo los mineros galeses, hombres rudos y recios que luchan contra la Inglaterra de Margaret Thatcher, reciben inesperadamente el apoyo de un grupo de gais de Londres. Tanto el grupo de gais como los mineros que aceptan su apoyo parece que hubieran leído con anticipación a Boaventura, porque lo que están planteando es que las luchas hay que traducirlas; que no se trata de que los gais vacíen su identidad, ni que los mineros vacíen la suya para construir un significante vacío que permita algún tipo de acuerdo sobre la nada, pero sí de hacer un esfuerzo para que los mineros entiendan que su lucha tiene mucho que ver con la lucha de los gais y viceversa, y eso, en el fondo, es lo que pienso que nos está planteando Boaventura, que nos traduzcamos, que hay un hilo rojo que une todas las luchas y el diálogo entre clases medias y clases populares, y que es el que explica que en Portugal esté gobernando hoy el partido socialista junto con el partido comunista y el bloque de izquierda. Como me ha dicho Boa tantas veces: «Va a haber que sumar… Tended puentes, traducid».

En un mundo donde el modelo neoliberal nos ofrece su utopía, su felicidad, su patrón de salvación basado en el consumo, nosotros no hemos logrado plantear una alternativa. Pero a pesar de que tenemos que luchar contra un deseo, Boa nos abre puertas de esperanza y nos hace ver que la traducción es posible, que cuando los pueblos que están luchando se traducen, se abren todas las ventanas de la emancipación. Y que la posibilidad de la transformación reposa, en último término, en lo que dio su aire de familia a la izquierda en la Revolución Francesa: la fraternidad, ese sentimiento de empatía que no se logra en los parlamentos, sino que se construye cuando las personas conviven en los lugares de la vida.

Lo que nos plantea Boa en La difícil democracia es que la democracia es difícil, pero es posible. Y es posible en la medida en que volvamos a confiar en nosotros mismos, en que volvamos a recuperar lo que nos hace seres humanos, que es el diálogo

Juan José Tamayo

A mí me pasa algo parecido a lo que ha contado Juan Carlos y es que desde que conocí a Boaventura en el año 2005 en Porto Alegre, en el quinto Foro Social Mundial, he dejado casi de pensar por mí mismo y estoy pensando por él hasta el punto de que tengo miedo de convertirme en un clon. Este libro que nos reúne hoy es una selección muy bien elaborada de textos cuya guía está, pienso yo, en el subtítulo: «Una mirada desde la periferia europea». Diría que esta es la clave hermenéutica de toda su obra, y la que refleja toda su elaboración posterior de la «epistemología del sur». En este libro Boa hace un riguroso análisis crítico de los procesos democráticos vividos en algunos países del sur de Europa. Me ha interesado especialmente el análisis que hace de las diferentes crisis de estos años: financiera, económica, política, ambiental, energética, alimentaria y civilizatoria, todas ellas globalmente relacionadas. Me interesa también el acento que pone en las repercusiones de la crisis en los países considerados periféricos, con relación a un centro que condiciona muy negativamente sus opciones políticas. También presta atención a América Latina, donde los pueblos indígenas han experimentado en las dos últimas décadas una crisis global del capitalismo vivida como crisis de su modelo de producción, de su modo de vida, de convivencia y de relación con la naturaleza. Una crisis que se agrava con lo que él llama la proliferación y el fortalecimiento del fascismo social con fachada democrática. Como escribe Boa, «El fascismo social tiene lugar en las relaciones sociales cuando la parte más fuerte detenta un poder tan superior al de la parte inferior que le permite disponer de un derecho no oficial de veto y de control sobre sus deseos, necesidades y aspiraciones de una vida digna». Pero como bien decía Juan Carlos, no sólo hace un análisis de la crisis, sino que también se plantea dos preguntas: cómo vivir la crisis y cómo salir de ella. Su respuesta me parece muy certera: «Con dignidad y esperanza». Una esperanza que no se inventa, que tiene que «construirse con inconformismo, alimentarse con rebeldía competente y traducirse en alternativas reales a la situación presente».

Un militar manejando un dron en la base aérea de Keesler, Mississippi, en 2015. Foto Kemberly Groue / U.S. Air Force

Yo también quiero destacar de este libro las cartas a las izquierdas. Es un texto brillante desde el punto de vista literario, lúcido en sus análisis políticos y sugerente en sus propuestas reformadoras. Son cartas dirigidas a colectivos que conforman la izquierda plural de hoy: partidos políticos, movimientos sociales que luchan contra el capitalismo, el colonialismo, el racismo, el sexismo y la homofobia. Por eso me ha gustado mucho la referencia de Juan Carlos a la película Pride, porque Boaventura está constantemente vinculando todas estas luchas. También considera que la izquierda está formada por una ciudadanía no organizada que comparte las aspiraciones de los partidos de izquierda y de los movimientos sociales. Estas cartas son una llamada a reconstruir las izquierdas para evitar la barbarie a la que nos dirigimos, a que las izquierdas se reinventen en las condiciones actuales, partiendo de una rigurosa lectura del cambio de paradigma que se está produciendo.

Me he permitido resumir muy brevemente la agenda que Boaventura marca para las izquierdas en los próximos años en una serie de puntos que solamente enumero: el primero y más importante es la necesidad de que las izquierdas piensen y reflexionen, sobre todo en torno a la polarización social creada por las grandes desigualdades, y sobre el riesgo de la conversión de la democracia en democradura, que es un término que me parece muy acertado.

Su segunda propuesta aboga por la necesidad de hacerse cargo de que los Estados nacionales actuales son post-soberanos porque han transferido no pocas de sus prerrogativas a los poderes financieros, siguiendo la agenda del neoliberalismo.

La tercera idea me parece importantísima, sobre todo para las izquierdas europeas. Boaventura alerta de que las izquierdas, que empezaron siendo colonialistas, han aceptado de manera acrítica que con la independencia de las excolonias ha desaparecido el colonialismo, cuando no es así. Por eso nos advierte de que las izquierdas deben prepararse para las luchas anticoloniales de nuevo cuño.

La cuarta propuesta es la de refundar la democracia más allá del neoliberalismo, compaginar la democracia representativa con la participativa y directa y, sobre todo, defender una democracia anticapitalista ante un capitalismo cada vez más antidemocrático.

El quinto punto versa sobre la necesidad urgente de que las izquierdas aborden a fondo el debate en torno al crecimiento y al desarrollo. En América Latina las izquierdas tienen un fuerte debate sobre el extractivismo que, por un lado, puede paliar la pobreza, pero al mismo tiempo daña el medioambiente y puede considerarse una pervivencia colonial. También en Europa hay un debate similar, ya que el crecimiento que se traduce en empleo y soluciona muchos problemas, pero como recuerda Boaventura, no todo crecimiento es bueno.

La sexta propuesta es que partidos y gobiernos progresistas o de izquierda recuperen los derechos humanos, que tantas veces han abandonado en aras del desarrollo.

La séptima propuesta es que hay que construir una alternativa de poder y no solo una alternancia en el poder.

Y finalmente, la conclusión que a mí más me interesa es que es necesario hablar de la pluralidad de las izquierdas, pero sin caer en la fragmentación. Tenemos una larga experiencia de cómo esa fragmentación ha desembocado en la permanencia de los gobiernos de derechas en contra de la voluntad popular. Frente a esta experiencia, el ejemplo de Portugal aparece como una forma de respetar y reconocer las diferencias, minimizando las divergencias y maximizando las convergencias.

María José Fariñas

Conozco a Boa desde hace más de veinte años. En toda su trayectoria intelectual, Boaventura siempre nos ha provocado con sus libros, con sus proyectos, con su capacidad para despertar una mirada crítica sobre la sociedad, el derecho, la democracia, el Estado y los derechos humanos. Nos ha provocado a no conformarnos con las narrativas oficiales, y a no dormirnos en sueños dogmáticos; nos ha provocado a aventurarnos a rupturas epistémicas decoloniales, a mirar hacia el sur y a no cesar en la lucha por la dignidad humana.

El libro que nos convoca esta tarde es una nueva provocación en torno a la difícil democracia y, en concreto, al papel de las izquierdas en un contexto en el que la democracia está en suspenso, prácticamente interrumpida, especialmente en los países del sur de Europa, y muy particularmente en España y Portugal. Son países que entraron en la democracia tras largos periodos dictatoriales y que se incorporaron a la Unión Europea justamente cuando empezaba a acoger en su seno la ideología neoliberal con la que se fue al traste el proyecto político y social del europeísmo de posguerras para favorecer la concentración del poder financiero y político de los países ricos de Europa.

La democracia, en efecto, es difícil. Y lo es, a mi juicio, por varias razones: en primer lugar, porque no es un estado sino un proceso, con avances y retrocesos, con idas y venidas. La puesta en marcha de las ideologías neoliberales hace ya cuarenta años nos ha conducido a un largo camino de desdemocratización de nuestras sociedades donde los miedos parecen estar ganando la batalla a la esperanza.

En segundo lugar, porque la democracia es, además, un proceso de integración e inclusión social. La democracia crece cuanto mayor es el grado de inclusión social y se pierde cuantos más márgenes de exclusión existan. En las últimas décadas el incremento de la desigualdad está aumentando exponencialmente la marginación y la exclusión haciendo cada vez más difícil la democracia y generando un caldo de cultivo propicio para el desarrollo de lo que Boa denomina la «sociabilidad fascista» o «fascismo social».

En tercer lugar, la democracia es difícil porque hasta ahora la han gestionado las élites nacionales de los Estados que han buscado su base legitimadora en las clases medias y en las promesas de ascenso social. Pero la irrupción del proceso de globalización ha cambiado las coordenadas, ha abierto un camino descendente de desclasamiento cuyos efectos están todavía por verse; ha frenado en seco las promesas de movilidad social con la desregulación de los derechos sociales y laborales, la privatización y recorte de los servicios públicos y el insoportable aumento del desempleo. Las élites nacionales ya no gestionan nuestras democracias, ahora son las corporaciones globales las que se ponen al mando cooptando la gestión política de las mismas con el binomio austeridad económica y autoritarismo político, el peor escenario posible para la «difícil democracia».

El foco del problema se sitúa, a mi juicio, en la tensión entre neoliberalismo y democracia. ¿Qué hacer desde la izquierda? ¿Cómo salir de esta crisis profunda? Como dice Boa, y ha citado ya Juan José Tamayo, con dignidad y esperanza: persistiendo en la lucha por los derechos para todos, en la democratización de la justicia, en la civilización de la economía, en la erradicación de la barbarie y permitiendo así que el Estado y sus instituciones funcionen mejor. Especial responsabilidad tienen las izquierdas en esta labor, que han de ser capaces de generar esperanza es un contexto social de depresión colectiva. ¿Cómo? En primer lugar, evitando caer en lo que yo llamo «las políticas de las tripas», es decir, evitando entrar en el juego espurio de los miedos de la gente para sacar réditos electorales, como están haciendo algunos partidos desde hace ya años en Europa, incluida una parte de la socialdemocracia, que también ha seguido este juego.

En segundo lugar, abordando las cuestiones socioeconómicas, fiscales, redistributivas e institucionales fuertes que durante décadas han sido declaradas «zonas prohibidas» por el ideario neoliberal. Es decir, volviendo a politizar la economía y evitando los debates culturalistas o identitarios que no entran en el debate socioeconómico fuerte.

En tercer lugar, volviendo a conectar el poder con la acción política, para evitar que aparezca como una mera gestión técnica de lo que existe, que pretende solucionar los conflictos sociales como si fueran problemas técnicos anulando cualquier planteamiento utópico o esperanzador de cambio social que debería ser consustancial a la política.

En cuarto lugar, dando la batalla política por la re-regulación global. La globalización necesita ser regulada, necesita límites y mecanismos de control para evitar los abusos y la desmedida concentración de poder a los que estamos asistiendo en las últimas décadas. Para ello es imprescindible el blindaje constitucional de los derechos fundamentales y de los derechos sociales y de emancipación, especialmente sanidad, educación y pensiones.

En suma, podemos resumir este programa en tres palabras claves muy queridas por Boa: democratizar, desmercantilizar y descolonizar.

Boaventura de Sousa Santos

Mis amigos y compañeros de mesa ya han identificado la naturaleza de los desafíos a los que nos enfrentamos y la necesidad de reinventar la democracia para que se democratice, porque está en marcha un proyecto reaccionario que la está desdemocratizando. No es un proyecto conservador, es un proyecto rupturista, un proyecto contrarevolucionario y reaccionario, que tiene una cierta simetría con el pensamiento de la izquierda radical y que aspira a lograr una sociedad ideal, una especie de utopía como las socialistas, pero de signo contrario. La aspiración utópica del neoliberalismo es el regreso a una edad de oro conservadora, armónica, de cohesión de un grupo que se defendía con sus muros de otros grupos extraños. El neoliberalismo es un proyecto reaccionario porque es la parte más antisocial del capitalismo. Mientras que el capitalismo productivo necesita obreros que trabajen, el capitalismo financiero no necesita de nadie, en el capitalismo financiero no hace falta esforzarse, ni conversar o tratar con los demás. No es extraño entonces que surja dentro de la democracia un pensamiento despótico, al que he llamado «fascismo social».

Foto Nemo. CC BY-SA 4.0

Hasta ahora me había fijado sobre todo en una fase de este proceso reaccionario que consiste en banalizar el horror y la violencia (la violencia de la gente que duerme en la calle, de los refugiados, de los que mueren bajo el fuego de los drones…). De algún modo estamos inmunizados frente a ese horror, y esa banalización ha sido un logro del fascismo social que contribuye a liquidar el inconformismo, a conseguir que nos conformemos con lo que está pasando. Pero existen otras fases que son directamente políticas –no sólo sociales– en este proyecto reaccionario, dos formas de este poder unilateral y despótico que surge dentro de la democracia. Uno es el poder de la extrema distancia, y su metáfora son los drones militares que matan a la gente desde una pantalla de un ordenador en Nebraska. Este poder no tiene enemigos enfrente, no tiene que protegerse, no puede ser derrotado. Es un poder que opera a través de una gran distancia, un poder abstracto que no se nota ni se ve, y que es despótico porque, aunque surge dentro de la democracia, se desarrolla en paralelo a las instituciones, o las manipula. De algún modo, es un poder extrainstitucional dentro de las instituciones. Pero no se limita al poder militar: el capital financiero actúa igual que los drones. De un día para otro ataca a Grecia, la deuda soberana aumenta y eso significa desempleo, recortes de pensiones y de salarios y, en última instancia, muertes como hemos visto en Portugal y Grecia. Es un poder que actúa de una manera impune y que es fuerte, extremo, inmune a casi todo. Es un poder extremo que opera dentro de una democracia que ya no tiene nada de sistema procedimental, que ya no tiene nada que ver con Habermas.

Pero junto a este poder de extrema distancia, hay otro poder despótico de proximidad. Es el poder íntimo que opera a través de Twitter y otras redes sociales. Trump actúa a golpe de tweet. Es un poder arbitrario y despótico que le resulta próximo a las personas. Es algo que se ve muy bien en Estados Unidos donde el fascismo social se está convirtiendo en un despotismo de proximidad. Pero no sólo en Estados Unidos. Fíjense en Filipinas, donde Duterte mata a los narcotraficantes y a los criminales directamente, sin pasar por un proceso judicial. Este poder de proximidad deja en un lugar secundario a las instituciones, el derecho y la democracia. Es, en suma, un poder demasiado íntimo para esperar procedimientos o que está demasiado lejos para estar sujeto a procedimientos. Por eso constituye una deriva tremendamente reaccionaria y que choca frontalmente con la democracia, también con la liberal. Y en este punto la izquierda tiene que darse cuenta de que estamos en una etapa de frentes populares por la democracia.

El siglo XX se lo disputaron dos grandes modelos de transformación social: la revolución y el reformismo. En el siglo XXI nos hemos quedado sin modelos de transformación social progresistas. Y este es el terreno sin futuro que permite que el modelo reaccionario abra las puertas al pasado. Un pasado reaccionario que es parte de un modelo de tiempo lineal moderno, tan distinto del tiempo de los indígenas. Necesitamos repensar nuestros conceptos, aunque en esta situación se pueda dar legitimidad a cosas que son, a mi juicio, peligrosas. Por ejemplo, para mí todo el populismo es de derechas, no hay populismo de izquierdas porque no creo que haya significantes vacíos. Vivimos en un mundo de comunicación social mediática que todo lo llena. Y no es el pensamiento crítico el que llena ese espacio, porque ha sido expulsado. Existen grupos organizados internacionalmente para expulsar a los medios de izquierdas. Lo vemos en todos los países. Yo mismo soy una víctima de este proceso: mis columnas salen ahora en un periódico literario porque en los demás me hicieron saber que el pensamiento de izquierda ha quedado proscrito.

Nuestra razón es perezosa, pero no nos podemos permitir esa indolencia: hay una necesidad urgente de pensar de nuevo. ¿Pero cómo? Creo que Europa es demasiado pequeña y el mundo demasiado grande. Europa tiene que volver a la escuela del mundo, pero ahora como alumna, no como profesora. Europa no tiene apenas nada que enseñar, y sí mucho que aprender. Por eso yo me esfuerzo en traer cosas desde fuera, desde esa periferia de la que ya hemos hablado. Las teorías críticas, incluso la crítica democrática, nacieron siempre atendiendo a una dimensión de la dominación capitalista. El colonialismo, el capitalismo y el patriarcado trabajan juntos. No hay capitalismo sin colonialismo. Lo que sucede es que el colonialismo se ha transformado: no solo fue colonialismo la ocupación extranjera de territorios, también hay colonialismo en las relaciones sociales cotidianas, en el racismo y la discriminación. Y lo mismo sucede con el patriarcado. Desde el pensamiento crítico, las izquierdas nos hemos quedado muchas veces en la crítica al capitalismo sin conectar capitalismo con colonialismo o patriarcado. Pero si atendemos a la dimensión colonial, reconoceremos mucho mejor lo que está pasando con Trump, por ejemplo. Trump es tan colonial como capitalista. La manera en la que habla de los migrantes, de los musulmanes, etc. no es propia del capitalismo liberal, es colonial. La sociedad metropolitana tiene cada vez más elementos coloniales, aunque nos cueste reconocerlo.

Lo que estamos aprendiendo desde el sur global, anti-imperial, nos puede servir también para repensar Europa. Obviamente, no vamos a rechazar las cosas buenas que Europa ha producido, pero no podemos olvidar que la tierra madre de los derechos humanos y de la democracia es también el continente más violento del mundo. Nunca en ninguna parte del mundo, durante tan poco tiempo, se ha matado a tanta gente: 70 millones de personas en el siglo XX. ¿Qué autoridad tiene Europa para dar lecciones al mundo sobre democracia, derechos humanos y dignidad?

Realmente no sabemos lo que va a pasar. En estos momentos se trata de mantener la esperanza al borde del caos, y eso nos obliga a repensar muchas de nuestras categorías, y a perder muchos de nuestros egos políticos. Hay que intentar llegar al otro, lo fundamental es la traducción que decía Juan Carlos, porque la alternativa a la traducción intercultural es la guerra. Vengo de Córdoba, Argentina, y de Buenos Aires donde hemos estado hablando sobre la tierra, sobre el extractivismo. Y he visto que los gays y las prostitutas forman parte de los movimientos más activos en las luchas. Fue un grave error pensar que la tierra era de los campesinos y las fábricas de los obreros. Cuando logramos juntarnos en una sola lógica, la gente contribuye de una manera brutal.

Uno de los problemas importantes a los que nos enfrentamos hoy es que todo el marco político está basado en el estado nacional. No sabemos pensar políticamente más allá del marco geopolítico de los Estados. Pero desde los años ochenta del pasado siglo, las fuerzas del capitalismo están totalmente globalizadas, y este gran poder económico se hace político a través del proyecto contrarrevolucionario del que estoy hablando. Se puede decir que hay dos Constituciones en cada país del mundo: la nacional, y la Constitución de las multinacionales, del capitalismo financiero. Con el Foro Social Mundial de Porto Alegre intentamos, desde 2001, transformar la escala de las luchas, pero muchos de los objetivos no se lograron. De hecho, en este momento hay una reflexión muy profunda dentro del Foro para pensar si tiene futuro. Porque, de un lado, el marco de la lucha es cada vez más global, sobre todo cuando miramos a algunas de las luchas como la ambiental pero, al mismo tiempo, se concreta en unas democracias locales cada vez más fuertes: el municipalismo, la democracia de las ciudades. Pienso que las ciudades son un nudo de contradicción del futuro a las que deberíamos prestar más atención.

Creo, en suma, que vamos a tener que afrontar una lucha en diferentes marcos, y la Unión Europea es una de estas escalas: no podemos desperdiciar ninguna posibilidad democrática. En este caso, además, estamos en una encrucijada difícil porque la crítica que hicimos a la Unión Europea la está haciendo ahora, de otra manera, la extrema derecha. ¿Cómo distinguir la crítica de la izquierda de la crítica de derecha a la Unión Europea de Orban o Marine Le Pen? No podemos compartir sus críticas, pero tampoco podemos aceptar el déficit democrático de la Unión Europea. Por eso me gusta ese movimiento que comparto con Yanis Varoufakis de democratizar las instituciones europeas, por ejemplo, emitiendo en directo las reuniones de la Unión Europea, que es ahora mismo un antro antidemocrático. La Unión Europea es mucho más neoliberal que los estados miembros y es en Bruselas donde actúa el mayor número de lobbys del mundo, no en Washington. El sueño del proyecto europeo, la soberanía compartida, se vio usurpado por un reparto en el que algunos tienen un exceso de soberanía y otros una soberanía mutilada. Esto es lo que trajo consigo el Tratado de Maastricht, que la izquierda no supo leer. En mi país, sólo los comunistas supieron darse cuenta de que con este tratado el neoliberalismo iba a destruir la socialdemocracia.

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS LA DIFÍCIL DEMOCRACIA. UNA MIRADA DESDE LA PERIFERIA DE EUROPA
23.02.17

PARTICIPANTES JESÚS ESPINO • MARÍA JOSÉ FARIÑAS • JUAN CARLOS MONEDERO • BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS • JUAN JOSÉ TAMAYO
ORGANIZA AKAL
COLABORA CBA