Ningún poema existe en razón del lector, ni ningún cuadro por el espectador, ninguna sinfonía por su oyente.
Para elaborar una buena prosa es preciso subir tres escalones: el musical, en el que hay que componerla, el arquitectónico, en el que hay que construirla, y el textil, en el que tenemos que tejerla.
La música tiene notas, tonalidades y escalas: por lo tanto, puede construir. Mas, ¿qué es construcción en poesía? Casi siempre, un retoque de lo que es la estructura lógica. Por ello, en el campo de la fonética, los simbolistas trataron de imitar la construcción de las sinfonías. Cuando Mallarmé ya ha elaborado las grandes obras maestras de este estilo, aún da un paso más. Hace que la escritura compita estrictamente con la música.
Uno se veía atrapado por la impresión la primera vez que visitaba el Campo de Marte. Con la sola excepción de la avenida central, que era el acceso, al principio tan sólo se alcanzaban a ver [...] hierros y humo [...]. La primera impresión que se tenía ejercía tal fuerza en el visitante que, prescindiendo de las distracciones que lo tentaban mientras que pasaba, se apresuraba a avanzar hacia el movimiento y el ruido, que lo iban atrayendo. Pues en todos los puntos [...] donde las máquinas estaban en reposo estallaba el acorde de los órganos movidos por la fuerza del vapor, junto a las sinfonías producidas por los instrumentos de cobre.
A. S. de Doncourt. Les expositions universelles, Lille/París, 1889, pp. 111-112. Cit. en Obra de los pasajes, G 7 a, 5