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Ironías de la filosofía

Entrevista con Richard Bernstein

Ramón del Castillo, con la colaboración de Jaime Infante

El filósofo estadounidense Richard Bernstein (1932), que a lo largo de su dilatada carrera ha abordado temas tan complejos como el mal radical, las raíces de la violencia y la corrupción y reconstrucción de la democracia, visitó el Círculo de Bellas Artes de Madrid para dar la conferencia ¿Qué es la ironía socrática?, en el marco del Congreso Internacional After Irony. Esta entrevista nos adentra en algunas de las interpretaciones contemporáneas que se han dado a la ironía socrática y que Bernstein confronta tomando como hilo conductor la idea de la ironía como vehículo de transformación de la propia vida mediante un autocuestionamiento radical.

The Death of Socrates de Jacques-Louis David. Museo Metropolitano de Nueva York. http://www.metmuseum.org
Ironía de Álvaro Ibáñez via Flickr

Sabemos que has estado trabajando en un nuevo libro sobre el tema la ironía. Este libro aparece después de otro llamado Violencia. Pensar sin barandillas, publicado en 2013. El contraste entre los temas es llamativo, y provoca ya ciertas cuestiones, pues se diría que la ironía tiene que ver más con ciertas formas de crueldad que con la violencia, pero antes de hablar del nuevo libro nos gustaría saber más sobre su origen, sobre los asuntos que te empujaron a escribirlo…

Si alguien me hubiera dicho hace diez años que iba a escribir un libro sobre la ironía, le hubiera respondido que no estaba interesado en el tema. Siempre he admirado a la gente que tiene ingenio irónico, como William James o Richard Rorty, pero no era lo mío. De hecho, lo que me sugirió la idea de escribir sobre ironía fue la lectura del libro de Jonathan Lear, A Case for Irony (Harvard University Press, 2011). A Lear no le interesaba la ironía como un simple tropo o como una forma figurada de hablar, sino que la comprendía como un fenómeno relacionado con el sentido de la vida humana, y pensé que era una idea interesante, aunque algunas cosas que Lear afirmaba no me parecían correctas, como por ejemplo, su desdeño hacia Rorty. En ese punto, tuve claro que Lear no había entendido a Rorty en absoluto, ya que a él también le había concernido la ironía como una forma de tomarse la vida, y no solo como un tropo. Así que emprendí la tarea de comprender esta diferencia y tratando de entender la perspectiva de cada parte, y luego entender lo que no encajaba. Lo interesante es que haciendo esto, quedaba claro que Sócrates y Kierkegaard estaban en el trasfondo de ambos puntos de vista, así que también me sentí obligado a volver a Sócrates –del cual publicamos un texto adjunto en Minerva digital–. En el libro, además, presento un largo capítulo sobre lo que Kierkegaard entiende por ironía y, finalmente, otro sobre Rorty. 

Si entiendo bien este libro no tendrá la misma estructura que El mal radical o Violencia, es decir, no se rastrea la historia de un debate contrastando las perspectivas de muchos autores.

No, no. La bibliografía sobre la ironía es inmensa y un tanto caótica. Quiero que todos los argumentos estén más concentrados y por ello no toco la ironía en la literatura, o la romántica; me centro esencialmente en la ironía relacionada con la forma de vivir la vida humana. Lo que intento es ver en qué contribuye cada autor para tener un entendimiento más rico sobre este asunto.

Sí, como otras veces en tu obra sugieres una especie de fusión de horizontes, pero la necesidad de escribir el libro –como has dicho– lo provoca cierta insatisfacción. ¿Por qué no nos explicas entonces cuál es la principal fuente de tu desacuerdo con Lear?

Creo que Lear lee a Rorty de una forma demasiado superficial y algo injusta. Por ejemplo, dice que Rorty posee una «concepción muy estrecha de la ironía y de sus posibilidades», pero eso es distorsionar lo que Rorty entiende por ironía. Lear es incapaz de darse cuenta de hasta qué punto su propia caracterización de ironía podría aplicarse a la vida y la obra de Rorty. También no puede apreciar el reto tan serio que Rorty propuso cuando afirmó que lo que él llama los «vocabularios finales» no pueden ser «racionalmente justificados». Y Lear tampoco es capaz de apreciar a lo que Rorty se refirió cuando habló de la «contingencia». Mucha gente malinterpreta a Rorty, y hay que insistir en que a él no le interesaba la ironía simplemente como una expresión de ingenio. Le interesa como una manera radical de cuestionamiento que atañe a la propia idea de comunidad y de democracia, porque la ironía es la antítesis de cualquier clase de dogmatismo, ese dogmatismo que hace funcionar el mundo moderno y que se apoya en distinciones absolutas. Creo que Rorty hizo una gran contribución al entender la actitud irónica como una actitud política, como una forma de tomarse las cosas que resulta saludable para la propia política. La ironía es una actitud que se vive de verdad, un espíritu o temperamento contrario a los maniqueísmos y a las oposiciones binarias absolutas, como la que se hace entre los buenos y los malos, o los bondadosos y los malvados. Ese tipo de distinciones forma parte del juego de la sociedad moderna, pero la ironía es un tipo de antídoto contra ese juego.

En su libro, A Case for Irony, Jonatahn Lear tuvo en cuenta opiniones como la de Richard Moran (autor de Authority and Stangement. An Essay on Self-knowledge, Princeton, 2001), pero caricaturizó completamente la visión de Rorty, ignorando el hecho de que a su modo, Rorty también estaba en contra del desapego y exigía un tipo de compromiso intenso con la utopía liberal. No estoy diciendo que no haya otras razones para criticar a Rorty, pero en el libro trato de hacer comprensible por qué su comprensión positiva de la ironía quizás es complementaria a la del propio Lear.

¿Tienes más motivos de desacuerdo con Lear en relación con su lectura de Kierkegaard? 

Sí. Creo que Lear se pierde en el significado de El Concepto de Ironía, de Kierkegaard. No comparto su interpretación. Asegura que la ironía resulta esencial para alcanzar la excelencia humana, pero Lear creo que no lo justifica apropiadamente. Nunca explica claramente qué entiende exactamente por excelencia humana. También pienso que la concepción de Lear de la ironía es demasiado monológica. Para él la experiencia irónica tiene lugar en primera persona. Sin embargo, yo me inclino mucho más por una concepción dialógica de la ironía.

¿Cuándo leíste por primera vez a Sócrates o a Kierkegaard? Fue hace muchos años, claro….

Bueno, en todo esto siempre hay muchas dosis de contingencia. Sócrates me ha interesado siempre por los diálogos platónicos. Fueron esos diálogos los que me metieron en la filosofía cuando tenía dieciocho o diecinueve años. En cierto modo, he estado pensando sobre la figura de Sócrates toda mi vida. En mi primera época pensé sobre el problema de la práctica y la acción, y luego más tarde me vi hablando de ironía, de Platón y de Kierkegaard en buena medida porque lo propiciaron los estudiantes. Pero déjame darte la clave: cuando me empecé a interesar por la ironía como una forma de vivir la vida humana, me di cuenta de que en realidad no se trataba de un tema tan nuevo para mí, pues tenía que ver con la forma de tomarse la propia filosofía, si como una simple disciplina teorética o como algo que da forma a tu propia vida, algo a lo que, en efecto, había dado vueltas desde el comienzo de mi trabajo.

La ironía no concierne solo a los departamentos de filosofía académicos. La ironía es parte de nuestras vidas, de la política, de la vida pública y la privada. ¿Piensas que la ironía, en tanto que algo ordinario, es muy diferente de la ironía filosófica, incluso cuando concebimos la filosofia como un arte de vivir y no como pura teoría?

Sí, lo creo, porque creo que la gente no tiene dificultad a la hora de reconocer una declaración irónica. Un ejemplo sería alguien que llega a Los Ángeles cuando está lloviendo a mares y dice: «¡qué buen día hace!». La mayoría lo entendería como algo irónico, no hay dificultad a la hora de captarla. Puede utilizarse con finalidad humorística, satírica, para burlarse de la política, etc., pero a mí me interesa cómo la ironía puede transformar la manera en que vivimos nuestras vidas y no como una forma de forma de hablar ingeniosa. En este sentido diría que existe una diferencia entre los distintos usos ordinarios de la ironía y a la clase de actitud a la que me refiero.

¿Cuál es la diferencia?

Puedo hacer declaraciones irónicas, tú puedes hacerlas, pero no por eso dejamos de formar parte de los discursos habituales. Estaríamos siendo graciosos o satíricos, pero lo que me parece interesante es cuando la ironía se convierte en un tipo de cuestionamiento radical que marca la diferencia en cómo vivimos. Estoy interesado en la idea de Alexander Nehamas: la ironía es el arte de vivir. Nehamas hace una distinción que me parece muy útil entre dos tipos de tradición filosófica, dos formas de filosofar que podemos rastrear hasta los griegos: la teorética y la práctica. Con «teorética» Nehamas se refiere a la tradición en la que el objetivo principal es «arreglar las cosas» y apoyar nuestras opiniones con las mejores razones posibles. Podemos tratar cualquier tema desde una orientación teorética, incluyendo la misma naturaleza de la realidad, el conocimiento, la política, o la ética, por poner algunos ejemplos. Esta tradición evalúa las afirmaciones de un filósofo, pero no tiene en cuenta la manera en que este vive su vida. Pero existe otra tradición que se ocupa, principalmente del «arte de vivir», que es a lo que Nehamas llama un «estilo práctico». Esta es la tradición que se pregunta cómo la filosofía puede ayudarnos a dar forma a nuestras vidas. El origen de esta vía podemos rastrearlo hasta Sócrates, que es el paradigma del filósofo que trata de equilibrar las preocupaciones teoréticas con el arte de vivir; es el primer filósofo que destacó el papel de la reflexión filosófica en el arte de vivir. Mi tesis principal es que la filosofía académica es practicada hoy en día, principalmente como una disciplina teorética, donde muy pocos se preocupan por cómo la filosofía puede dar forma a la manera en que vivimos. Hoy necesitamos buscar el equilibrio entre el enfoque teorético y el práctico. Y creo que la ironía ayuda a integrar teoría y práctica.

Yo pensaba que algunos pensadores irónicos como Rorty se sentían más cerca de los sofistas que de Sócrates, y en varias ocasiones él mismo dijo que se sentían más cerca de Protágoras o de Gorgias que de Sócrates.

Bueno, creo que entiendo lo que quería decir Rorty. Pero yo creo que Sócrates era un sofista aún más radical. De hecho, también lo vio así Kierkegaard, y quizás también Hegel, pero Kierkegaard lo deja mucho más claro. La dificultad con los sofistas es que no trataron de cuestionarlo todo. Había toda una red de inclinaciones e intereses que los delimitaban. Kierkegaard dice algo muy interesante: dice que los sofistas se volvieron demasiado autoreflexivos: cuestionaron la tradición, pero en cierto punto detenían su crítica y no iban más allá. Por eso Sócrates era un sofista aún más radical porque preguntaba con una mayor profundidad. Por supuesto, tenemos que trazar una distinción porque si tomamos los diálogos platónicos, en ocasiones Sócrates es el portavoz de las opiniones de Platón. Así, quede también dicho que pienso en los diálogos tempranos.

En cualquier caso, tanto en el sentido socrático como en el de los sofistas, la ironía estaba relacionada con la vida en la polis, una vida que se ha idealizado muy a menudo

Creo que la clave de la ironía era el autocuestionamiento y, en efecto, con frecuencia los lectores –muchos estudiosos incluidos– tienen una imagen demasiado idealizada de Sócrates. Se supone que sus cuestionamientos eran provechosos para la polis. En teoría está muy bien, pero ¿con quién estaba realmente tratando? ¿Con tiranos y con gente terrible? ¿Quién se volvía mejor persona como resultado de hablar con él? La cuestión, por tanto, no era lo bueno que resultaba para la polis que se actuara así –de hecho Platón fue escéptico sobre su efecto reformador–, lo interesante más bien, era inculcar un autocuestionamiento más radical. Respecto a ciertas cuestiones públicas a veces no había mucha diferencia entre humor, comedia e ironía. Pero la conciencia autorreflexiva de la propia humildad fue una virtud política, y en ese sentido, simpatizo con la idea de que una sociedad democrática sana es aquella en la que la gente puede reírse de sí misma.

¿Cómo podemos distinguir hoy día las distintas formas de tomarse la filosofía como examen de uno mismo? Lo digo porque algunas de ellas acaban asimiladas por las modas de la terapia del yo, que en realidad no empuja a cuestionar nada, sino más bien a que el individuo se encierre más en sí mismo.

No creo que haya una manera sencilla de responder a esta pregunta. En el mundo moderno casi cualquier práctica puede ser convertida en lo contrario. Se abusa muchísimo del término «diálogo». Hoy en día, parece haber adquirido un significado instrumental, como si la persona más dialogante fuera la que tiene más poder para conseguir lo que se desea. Con la idea autoexamen ocurre lo mismo, no tiene el sentido socrático, sino uno mucho más banal. La propia idea de ironía se ha ido asociando con algo puramente negativo, casi con el cinismo, y creo que en este punto, Kierkegaard vuelve a resultar relevante, pues él muestra como la dimensión nihilista y negativa de la ironía debe ser corregida con otro elemento de pasión. La ironía implica autocuestionamiento, pero no sólo eso, tiene que incluir algún tipo de deseo positivo.

Hace un tiempo tuvimos una discusión con Simon Cricthley sobre la diferencia entre tragedia antigua y tragedia moderna. ¿Distingues entre la ironía clásica y la moderna o ves una continuidad?

No lo sé, no estoy seguro. Soy muy escéptico con el contraste entre los antiguos y los modernos, y también soy muy escéptico con la interpretación de Pierre Hadot, que dice que los antiguos estaban preocupados de verdad por los modos de vida, pero que luego cambio todo completamente. Yo no estoy seguro, y mi ejemplo favorito es Descartes. Piensa en sus Meditaciones, que es un libro moderno, pero ¿cómo tienes realmente que leerlo? Lo leemos como un tratado de epistemología, sobre metafísica, sobre certeza, pero existe otra manera de leerlo, como una especie de ejercicios espirituales y en relación con el miedo a no ser capaz de existir. Desde luego esta forma implica un viaje aterrador, pero es posible emprenderlo. Pero no puedes clasificar esa experiencia simplemente en términos de mundo antiguo o mundo moderno.

Como dice Nehamas, la mayoría de los filósofos ni siquiera se preocupan por estas opciones. Tienen una especie de punto ciego y lo único que les preocupa es escribir aportaciones académicas. Nunca se preguntan de verdad ¿qué tengo que hacer con mi vida? Plantearse esta pregunta no es un signo de nostalgia por el pasado, sino que es un intento de devolver un cierto equilibrio a la tarea de pensar. 

¿Y qué piensas sobre la diferencia entre la ironía moderna y la posmoderna? ¿Existe la ironía posmoderna?

Bueno, la verdad es que desearía no haber empleado el término posmoderno en mis libros, porque no estoy seguro de que exista una diferencia interesante entre lo moderno y los posmoderno. Existe esa típica caricatura de lo posmoderno entendido como un espíritu contrario a la seriedad y teñido de nihilismo. Pero no creo que ninguno de los grandes pensadores que son calificados a veces de posmodernos, como Foucault, Deleuze o Derrida, puedan asociarse con esas cosas.

Bueno, Baudrillard sí hizo gala de cierta especie de cinismo, pero no de ironía. Pero quizás Derrida podría ser considerado irónico.

Sí, hay muchísima ironía en Derrida. Pero hay que recordar que Derrida se preocupó desde el principio por temas de responsabilidad. Hay una dimensión profundamente política en su pensamiento. De hecho, fue precisamente por eso por lo que comenzó mi amistad con él, porque yo no compartía el punto de vista que mucha gente tenía sobre él: desde el principio tuve claro que su obra no tenía nada que ver con la jocosidad. El ensayo que transformó mi opinión sobre Derrida fue justamente su ensayo sobre Lévinas. Creo que es un ensayo precioso. A cualquier filósofo le encantaría que alguien escribiera un ensayo como aquel. No encajaba con la imagen que yo creía tener de Derrida: mostraba un entendimiento ético profundo. Y fue entonces cuando finalmente lo conocí, en 1987 o 1988, y creo que él apreció el hecho de que, no siendo francés, fuera receptivo con su ensayo y sus dimensiones políticas y éticas. Aunque no discuto a Derrida en mi libro, es un buen ejemplo de alguien que ha empleado la ironía para socavar capa tras capa de dogmatismo.

La última pregunta. Has conocido a mucha gente a lo largo de tu vida, y dijiste en uno de tus libros que toda tu vida ha consistido en una conversación con diferentes amigos, primero con Arendt, luego con Gadamer y Habermas... ya sé que no podemos medir la ironía, como la temperatura ambiental o el nivel azúcar en la sangre, pero, si pudieras decirlo… ¿cuál ha sido el más irónico de sus amigos? 

Esta pregunta es curiosa. Nunca me lo había planteado hasta este momento. Tendría que decir que Hannah Arendt, Dick Rorty y [Jacques] Derrida, son los más irónicos, pero los tres lo fueron de formas muy diferentes. Lo que suele impresionarme es la combinación de la ironía con una profunda pasión moral. Quiero decir «moral» en un sentido político, no individual. Con Arendt parece más obvio, pero también creo que hay defender esa profundidad en el caso de Rorty. Para mí la ironía es una táctica contra muchas cosas. Creo que la enfermedad de la filosofía es la obsesión con la justificación racional. En eso debo confesar que soy casi nietzscheano, pero este es otro tema que también sale a relucir en el libro. 

CONFERENCIA WHAT IS SOCRATIC IRONY?
RICHARD J. BERNSTEIN
26.05.15 
PATROCINA RECONSTRUCCIÓN DE LA DEMOCRACIA. PROYECTO COORDINADO DE INVESTIGACIÓN (UNED +UCLM) SECRETARÍA DE ESTADO DE I+D+I, MINECO, FFI2012-38009-C02-01 • ENCRUCIJADAS DE LA SUBJETIVIDAD. PROYECTO DE INVESTIGACIÓN (UC3M), SECRETARIA DE ESTADO DE I+D+I, MINECO, FFI2012-32033 • CENTER FOR THE STUDY OF MIND IN NATURE, OSLO UNIVERSITY • PROGRAMA DE DOCTORADO EN FILOSOFÍA, UNED • CÍRCULO DE BELLAS ARTES DE MADRID