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Pitoliana

Minerva reseña algunos de los libros más significativos del escritor Sergio Pitol, autor de una extensa obra que incluye títulos como El tañido de una flauta, Juegos florales, Tríptico de carnaval, El arte de la fuga o El viaje.

El tañido de una flauta

Anagrama, 1986

En el Festival de Cine de Venecia, un director de cine mexicano asiste a la proyección de la genial película de un director japonés en cuyo protagonista reconoce, sin ningún género de dudas, a su amigo de juventud Carlos Ibarra. El tañido de una flauta es la historia de un ocaso voluntario, de la búsqueda deliberada del desastre de un joven con talento. La primera novela de Sergio Pitol –publicada en México en 1972– anticipa la mayor parte de los recursos temáticos de sus novelas posteriores: la literatura y las ciudades centroeuropeas, la erudición artística y, sobre todo, los infiernos que rodean la creación. Sin embargo, también conserva el ambiente opresivo, en cierto sentido decadente, de sus primeros relatos.

Juegos florales

Anagrama, 1985

Pitol retoma uno de los personajes de su cuento «El relato veneciano de Billy Upward» en esta novela compleja y alambicada cuyo argumento gira en torno a dos escritores frustrados que en su juventud vivieron una esperanzadora etapa creativa en Roma y Venecia para después languidecer en el México más provinciano. El autor tardó quince años en escribir esta novela, una obra de transición que marca el paso hacia la narrativa gozosa, dominada por el exceso y la libertad creativa, del Tríptico de carnaval. En buena medida, Juegos florales es una reflexión sobre el cosmopolitismo –sobre sus lados más luminosos, pero también sobre sus miserias oropeladas– que caracteriza al propio Pitol: «Cuando me fui de México pensé que apenas podía entender y escuchar algo, pero en el momento que pisé Roma tal parece que los oídos se me abrieron».

Tríptico de Carnaval

Anagrama, 1999

Tríptico de Carnaval es el título genérico que recibió la recopilación de tres novelas publicadas originalmente por separado pero con un claro aire de familia: El desfile del amor (1984), Premio Herralde de Novela, Domar a la divina garza (1988) y La vida conyugal (1991). Suponen la definitiva ruptura del autor con una época mucho más parca formal y temáticamente. Según ha explicado el propio Pitol, «cuando en la Embajada empecé a tener más responsabilidades, las cosas empezaron a complicarse. Durante el día tenía que redactar una serie de informes con la prosa estirada de la diplomacia, así que por la noche dejaba que la escritura saliera con toda espontaneidad, sin poner reparo alguno a las mayores groserías. La parodia me ayudó a equilibrar mis neuronas». El desfile del amor es una incursión en la novela de intriga de entreguerras cercana al Eric Ambler de La máscara de Dimitrios. Pitol ubica su trama en el México previo a la Segunda Guerra Mundial, una sociedad con un pie en la modernidad cultural y otro en el pasado semifeudal, y muestra al lector una auténtica galería de personajes grotescos. Estos aspectos desmesurados se exacerban en Domar a la divina garza, una divertidísima novela inequívocamente rabelaisiana, uno de cuyos muchos niveles de lectura remite explícitamente a Bajtin. Por último, La vida conyugal es probablemente la novela más depurada de Pitol, con la precisión de un cuento y un cuidadoso trabajo de los personajes que, tras una apariencia caricaturesca, casi moralizante, esconden una enorme riqueza narrativa.

El arte de la fuga

Anagrama, 1997

Aunque sólo sea por el artículo en el que Pitol narra su viaje a Chiapas poco después de la revuelta zapatista, merece leer esta colección de artículos, a menudo calificada de auténtica «suma pitoliana». Pero El arte de la fuga ofrece mucho más: una colección de piezas contrapuntísticas –«La Fuga permite establecer una forma mecida entre la aventura y el orden, el instinto y la matemática, la gavota y el mambo», escribió Pitol en Soñar la realidad (Mondadori, 2006)– en las que se entreveran las reflexiones literarias, las rememoraciones biográficas y los apuntes sobre la vida cultural y política. Pitol se revela no sólo como un notable articulista sino, por encima de todo, como un inigualable lector que ha sabido sacar provecho de toda una vida organizada en torno a los libros.

El viaje

Anagrama, 2001

Cualquiera que haya disfrutado con El imperio de Kapuscinski sabrá apreciar en lo que vale este acercamiento a la vida cultural soviética en los albores de la Perestroika. Pitol relata su viaje desde Praga a Rusia y Georgia invitado por distintas asociaciones de escritores. Frente a los típicos relatos de la Unión Soviética como un monolito cultural férreamente dominado por el aparato político, Pitol –a la sazón embajador mexicano en Checoslovaquia– detecta luchas, conflictos y contramovimientos unas veces peligrosos y nefastos, otras luminosos y esperanzadores. La descripción de la comida con el presidente de la Asociación de Escritores de la URSS en el restaurante que aparece en El maestro y Margarita, de Bulgákov, es impagable. Entre las muchas utilidades de este libro se encuentra una desternillante explicación de la génesis de Domar a la divina garza.

De la realidad a la literatura

Fondo de Cultura Económica, 2003

Este volumen recoge dos conferencias que Pitol impartió en el Instituto Tecnológico de Monterrey: «Gógol, Dostoyevski, Tolstoi, Chéjov: una mirada a la literatura rusa» y «Pedro Henríquez Ureña visto por sus discípulos». Aunque, evidentemente, no es uno de los grandes trabajos del autor, el primero de estos dos ensayos es una pequeña obra maestra digna de aparecer en cualquier antología pitoliana. El entusiasmo con el que Pitol lee a los grandes narradores rusos hace que resulte aún más notable la precisión y erudición de su análisis. Además, el libro se completa con un valioso artículo de Maricruz Castro acerca de Sergio Pitol que incluye abundantes datos biobibliográficos.

Los mejores cuentos

Anagrama, 2005

Sergio Pitol ha publicado ocho libros de cuentos que lo han convertido en uno de los escritores de relatos en lengua castellana más estimados. En el prólogo a Los cuentos de una vida (Debate, 2002), su antología de los mejores relatos de la literatura universal, Pitol explica cómo llegó a apreciar este género: «No es que no conociera el cuento como género literario, pero lo veía con cierta displicencia, atraído únicamente por sus tramas […]. Esa concepción cambió en una fecha precisa: el año 1952. Recuerdo claramente el inicio de mi redención. Tenía yo dieciocho años y viajaba de Córdoba a la ciudad de México. El autobús hacía una parada de media hora en Tehuacán para que los pasajeros bajásemos a comer al restaurante de un hotel. Allí compré un periódico, para matar el tiempo que me distanciaba de la capital […]. En su páginas encontré un cuento de cuyo autor no tenía la menor referencia: “La casa de Asterión”, de Borges; lo leí con estupor; con gratitud, con infinito asombro».