Tamaño de fuente grande
Tamaño de fuente normal
Tamaño de fuente pequeña
Anterior
Pequeña
Normal
Grande
Siguiente

La historia como maestra

Entrevista con Winfried Nerdinger

Carolina del Olmo
Fotografía Eva Sala | Traducción Begoña Moreno-Luque

Winfried Nerdinger es historiador de la arquitectura. Profesor en la Universidad Técnica de Múnich y director hasta 2012 del Museo de Arquitectura de esta misma universidad, Nerdinger ha sido nombrado director del NS-Dokumentationszentrum, un centro de reciente creación para el estudio de la historia del nacionalsocialismo. En abril visitó el CBA para impartir una conferencia en torno a la reconstrucción urbana y la memoria histórica en el marco de las actividades impulsadas por la Cátedra Acciona para la escuela SUR.

La «Casa Parda», sede del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán en Múnich entre 1930 y 1945
La catedral de Ulm junto al centro cultural proyectado por Richard Meier. Fotografía de Das Phantom

Diriges el Centro de Documentación para la Historia del Nacionalsocialismo. ¿Con qué objetivos nace esta nueva institución?

El NS-Dokumentationszentrum abrió sus puertas el 30 de abril de 2015, el día del 70º aniversario de la ocupación de la ciudad por los aliados para liberarla del nazismo. Como indica su subtítulo –Lern- und Erinnerungsort zur Geschichte des Nationalsozialismus–, es un lugar para la memoria y el aprendizaje. Nuestra labor es documentar la historia del nazismo desde sus orígenes, analizando qué ocurría entonces en la sociedad de Múnich donde todo comenzó y cómo actuaron sus habitantes durante los años treinta y a lo largo de la guerra. Pero no nos detenemos ahí, también hacemos un seguimiento de la ideología nazi hasta nuestros días, abordando cuestiones relativas a la supervivencia y renacimiento de estas ideas, y estudiamos también la forma en la que los habitantes de Múnich han afrontado este terrible pasado. Todo ello aún nos concierne. Aún podemos aprender de la historia con el objetivo, claro está, de que nunca vuelva a ocurrir algo así.

Durante mucho tiempo se ha presentado el nazismo como un episodio absolutamente excepcional en la historia humana. Sin embargo, revisando la historia cabe encontrar situaciones que guardan algunas semejanzas importantes. Me pregunto si es útil, por motivos pedagógicos, enfatizar la excepcionalidad del proyecto nazi o si sería más útil mostrar sus semejanzas con otros sucesos y momentos históricos.

Es verdad que durante bastante tiempo el nazismo se consideró algo completamente excepcional e inexplicable, pero hace tiempo que esta visión ha sido superada. Es perfectamente posible explicar el auge del nazismo: no es algo tan extraño, también ha habido genocidios en otros países. Ahora bien, hay algo que no es comparable con nada y es el holocausto. Creo que es importante distinguir la ideología nazi o cualquier otra ideología asesina que puede causar la muerte a millones de personas –que es algo que lamentablemente ocurre y ha ocurrido a lo largo de la Historia–, de un Estado que organiza la matanza de toda una raza y lo ejecuta de una forma organizada e industrializada. Esto no puede compararse con ningún otro crimen acontecido en la Historia. Por mucho que trate uno de buscar semejanzas llega un punto en que no es posible.

Su trabajo al frente de este centro ¿despierta polémicas? ¿Puede desempeñar su tarea sin sufrir interferencias o presiones políticas?

No creo que quepa hablar de presiones o interferencias reales pero, evidentemente, existen diferentes intereses. Hay distintas posturas acerca de a qué se debe dar más relevancia: unos opinan que a la resistencia, otros que a los grupos religiosos, otros que a tal o cual aspecto… Esto demuestra que el diálogo es necesario. Pero ya hace setenta años que la guerra terminó y hemos llegado a un punto de cierta paz. Fue muy difícil abordar estos asuntos durante las primeras décadas después de la Guerra, cuando todos los implicados en el nazismo vivían aún. Con la segunda generación, la que nosotros llamamos del 68 italiano, se percibió cierto cambio en la forma de aproximarse a la historia, pero es ahora, con la tercera generación, cuando existe la suficiente distancia con la historia del nazismo como para poder observarla de una forma más objetiva. No obstante, sigue habiendo mucho debate sobre el tema y eso es bueno. La historia es muy importante para entender una sociedad democrática: nos interpretamos desde la historia y es normal y beneficioso que existan diferentes interpretaciones que deben dialogar. Se trata de un proceso continuo y nuestro centro es uno de los lugares en los que canalizar ese debate.

Cabría suponer que el que los nazis hayan pasado a la historia como los malvados, sin paliativos ni matices, podría facilitar un tanto la mirada sobre el pasado reciente en Alemania, por comparación con España, donde tendemos a pensar (no sé si con razón o sin ella) que el tema de la memoria histórica y el pasado reciente es más complicado que en otros lugares. ¿Es así?

En realidad también en Alemania es muy difícil: existen grupos de derecha nacionalista que nos acusan de perpetuar el sentimiento de culpa en las generaciones futuras, que no se dan cuenta de que es necesario contar con un espacio para el diálogo, para entender nuestra historia y aprender de ella. En sus páginas webs nos amenazan incluso con atentar contra el centro. Por eso es tan importante que exista un lugar como este donde podamos dialogar, sin la urgencia de las discusiones políticas partidistas.

En la conferencia que impartió ayer en el CBA, hablaba de la reconstrucción urbana y arquitectónica como un medio para establecer cierta continuidad, para salvaguardar aquellas cosas que la gente (por motivos políticos, religiosos o sentimentales) considera importante conservar. Pero, ¿qué podemos hacer con el entorno construido cuando evoca un pasado que a nadie le gusta? Entiendo que no conviene borrar los rastros de lo sucedido, pero también entiendo que la gente no quiera, simplemente, soportar los símbolos de un pasado odioso. Estoy pensando, por ejemplo, en el Valle de los Caídos o en el arco de triunfo que Franco levantó en una de las principales entradas a Madrid. 

En Alemania los llamamos monumentos incómodos: forman parte de nuestro pasado y no podemos elegir. Venimos de la historia y tenemos que lidiar con ella. El historiador francés Pierre Nora acuñó el término «lugares de memoria». En todos los países hay lugares relevantes donde la historia, en cierto modo, ha cristalizado: campos de batalla, lugares donde hubo proclamaciones… Estos son los lugares de memoria. Algunos son incómodos porque están ligados a sucesos dolorosos, pero tenemos que aprender a lidiar con ellos. En muchas ocasiones, los vencedores destruyen estos monumentos. En Múnich hay cientos de monumentos del periodo nazi y en toda Alemania miles de ellos. Algunos no son muy relevantes pero los que son representativos de la historia deben conservarse como lugar para producir diálogo. Resulta perturbador, pero se puede aprender de ellos. En la Revolución Francesa lo primero que hicieron en París fue derribar la Bastilla como símbolo del derrocamiento de la monarquía feudal. Después quisieron volar todos los puestos de peaje del tan odiado sistema de recaudación, pero entonces el Abbé Grégoire pidió que no se destruyeran porque, en un futuro, podrían servir para recordar el tiempo en el que habían sido esclavos. Yo creo que se puede aprender de estos edificios incómodos: documentan sucesos de la historia que se han superado porque ahora las cosas se hacen mejor. Y esto es precisamente lo que hacemos en nuestro centro, que está situado en la parcela donde se hallaba la sede de los primeros representantes del partido nazi (el edificio fue destruido durante la guerra).

Pero en Alemania, por ejemplo, no conservan los nombres de las calles que homenajean a políticos o militares nazis, ¿no? 

Los nombres de las calles fueron cambiados inmediatamente después de la guerra.

Y hay monumentos que, de algún modo, cumplen la misma función que los nombres de las calles: son homenajes. Es difícil considerarlos lugares de aprendizaje porque son símbolos de una victoria.

Por supuesto, la situación aquí es diferente. En Alemania todo el país tuvo que ser ocupado para liberarlo del nazismo. En 1945 aún existían ocho millones de miembros del partido, ¡ocho millones! Prácticamente el país entero formaba parte de ese sistema. Los aliados guiaron un largo proceso de reeducación –la desnazificación– para devolver a los alemanes a la democracia. Ordenaron eliminar todas las esvásticas, el nombre de Hitler y todo lo relacionado con el nazismo. Crearon nuevas escuelas, libros de texto, etc. Por lo demás, cuando se inició la guerra fría, en 1947, los americanos habían pasado a tener otros enemigos, los rusos, y así fue como los alemanes pasaron a ser considerados más o menos parte de los aliados. A mediados de los cincuenta la gran mayoría de todos esos ex nazis ya estaban integrados en la sociedad. Fueron muy pocos los que se opusieron al sistema. Aquí en España es diferente, habéis sufrido una guerra civil que dividió la sociedad en dos. 

Supongo que aún necesitamos una transición democrática… 

Seguramente.

Hablemos de arquitectura. En su charla de ayer habló mucho de continuidad, de reconstrucción como medio para lograr cierta continuidad, con todo lo que conlleva de familiaridad y confort. Pero, con este énfasis en la continuidad, ¿no corremos el riesgo de taponar las posibilidades de cambio social? ¿Cómo conjugar las aspiraciones de continuidad, perfectamente comprensibles, con la idea, que también parece razonable, de subrayar los momentos de ruptura para conformar una historia crítica, que pueda ser útil a las aspiraciones de cambio social?

Si me preguntas si estoy a favor de la reconstrucción en la medida en que ofrece continuidad, la respuesta es no. Soy historiador y, como tal, trato de comprender los procesos históricos y aprender de ellos. Aprender lo que puede ocurrir, lo que es posible en el seno de ciertas estructuras. Lo que me interesa en relación con la reconstrucción son las razones: ¿Se reconstruye por razones políticas? ¿Por razones nacionales? ¿Para preservar la memoria? Trato de comprender porque es la única forma de abordar la cuestión sin dogmatismos. En Alemania se han discutido estos temas durante muchos años. Los arquitectos y los conservadores estaban, por principio, en contra de la reconstrucción. Sostenían que para que algo fuese auténtico debía darse una ruptura y, si no, lo que tendríamos sería una especie de Disneylandia. Quienes estaban a favor de la reconstrucción lo estaban simplemente porque querían que volviera lo que había. Esos no son argumentos, solo dogmatismo. Yo me pregunto por qué han ocurrido las cosas y si se puede aprender algo de ello. Y una vez que hayamos dialogado sobre estas cuestiones, podremos discutir sobre reconstrucción: estudiar, por ejemplo, si en una determinada ciudad existe alguna tradición específica de identidad con sus símbolos y demás, para después debatir cómo abordarla.

Otra cuestión que mencionas es si se deben acentuar los momentos de ruptura para tener una historia crítica que sirva de herramienta para el cambio social. Una vez más, mi respuesta sería que hay que prestar atención a la historia. La historia no es sólo ruptura y los cambios no siempre son a mejor. Hay que analizar los porqués de un cambio y si realmente sirve a la mayoría. No estoy a favor ni en contra de subrayar las rupturas: hay momentos para la ruptura y momentos para la continuidad. Mi opinión es que hay que dialogar con conocimiento histórico pues en algunos casos la ruptura es necesaria y supone, por ejemplo, un avance en derechos civiles, pero en otros produce un empeoramiento. Los arquitectos están obsesionados con que haya ruptura y con introducir siempre algo nuevo. Esto es un problema porque, a menudo, este afán de innovar responde solo a los intereses del propio arquitecto y del mercado. Hacer algo nuevo significa que se puede obtener dinero y que puede figurar el nombre del arquitecto en lugar de la historia. 

Mencionaba usted el culto occidental por las reliquias como una de las explicaciones de ese rechazo moderno a la reconstrucción que, se supone, destruiría la «esencia histórica» de los edificios. ¿Podría tener algo que ver también la formación del mercado del arte, como si fuera una especie de efecto secundario de ese culto a la autenticidad que se necesita para mantener los precios en ese mercado? 

Sí, podría ser. La autenticidad está siempre vinculada a algún mercado. Me viene a la mente una anécdota en relación con el cuadro de Veronés «Las bodas de Caná» que Napoleón robó del refectorio de un monasterio de Venecia dejando en la pared el marco vacío. Los avances técnicos permitieron hacer una réplica de esta enorme pintura que aún se encuentra en el Louvre, y la colocaron doscientos años después en su lugar en Venecia. Salvatore Settis, comentando el asunto, dijo que era solo una réplica pero, a continuación, señaló algo muy interesante: afirmó que la autenticidad es una construcción social. Estamos obsesionados con la autenticidad porque está ligada al mercado. Que algo sea lo más antiguo o singular posible no es una cualidad ligada a la valía del objeto sino al precio de mercado. Deberíamos preguntarnos qué es lo que hace que un edificio se considere auténtico. ¿Es realmente tan valioso? ¿A qué se da importancia y qué hay detrás? En este sentido, y en lo que a reconstrucción se refiere, lo fundamental es el proyecto del arquitecto y no el material concreto, la piedra exacta que se utilizó. Por eso me parece importante el pabellón de Mies Van der Rohe en Barcelona, pues se trata de una reproducción de la idea del arquitecto, que es lo fundamental, igual que en el caso de la música lo fundamental es la idea del compositor.

Siempre que he leído historia de la arquitectura me sorprende lo tendenciosa o partisana que es la visión de los historiadores, como si fuera imposible desgajar la historia de la arquitectura de la crítica de la arquitectura. Los historiadores se muestran abiertamente parciales y supongo que eso tiene su lado positivo: no tratan de simular objetividad alguna.

Quizá al comienzo de la historia de la arquitectura era así, pero no creo que hoy exista ningún tipo de declaración de intereses o del punto de vista del historiador que haga de esta disciplina algo más honesto. Por supuesto, no hay forma de que la historia sea objetiva, pero en otros sectores al menos se tiene en cuenta que existen diferentes perspectivas. La historia de la arquitectura es, en su mayor parte, una historia de los vencedores, de los que construyen obras emblemáticas e hitos. Se hace el seguimiento de una innovación tras otra, cuando este no es el modo en que un historiador debería observar la historia. Bruno Taut afirmaba que el gusto es una cuestión social. El que algo te guste más o menos depende del dinero que tengas, de tu estatus, de tu estilo de vida. Un pobre no va a desarrollar el mismo tipo de gusto que un rico. Por lo tanto, para observar la historia es preciso tener en cuenta los diferentes grupos que existen en la sociedad y sus respectivos intereses, y en muchos casos la historia de la arquitectura opera como quien mira por un espejo retrovisor: solo mira el pasado desde el ángulo que ofrece su posición y deja fuera todas las demás perspectivas que existen. La historia de la arquitectura no debería ser solo la de los héroes de la innovación.

Usted ha dicho que, en cierto sentido, la arquitectura moderna ha sido un gran fracaso: después de más de cien años de estética moderna, no ha sido aceptada. ¿Cómo se explica, pues, que perdure y se la siga considerando un éxito?

No se puede decir que la historia de la arquitectura moderna sea una historia de éxito porque, insisto, únicamente estamos considerando un puñado de figuras relevantes. Por supuesto, lo que hicieron arquitectos como Le Corbusier o Louis Kahn es magnífico, yo soy un gran admirador de ambos, pero debemos darnos cuenta de que se trata de una mínima parte de la producción arquitectónica del mundo. Yo estudié arquitectura y, durante mucho tiempo, hacía excursiones con mis amigos para visitar los modernos edificios que aparecían en las revistas. Para llegar al lugar y decir «¡Oh! ¡Qué maravilla arquitectónica!» habíamos tenido que recorrer cien kilómetros de construcciones terribles a derecha e izquierda, y esto ocurre en los alrededores de cualquier ciudad. Nuestro planeta está cubierto de una arquitectura espantosa. Francamente, no puede decirse que haya sido una historia de éxito.

Ahora bien, la población del mundo está creciendo muchísimo y muy deprisa, y para construir viviendas para todos se ha utilizado una especie de arquitectura internacional en serie. Donde quiera que vayas, de Japón a Buenos Aires, de Melbourne a Vancouver, siempre encuentras las mismas construcciones de estilo internacional que dan cobijo a millones de personas. Si se quiere, se puede llamar éxito a esto pero, desde luego, no lo es desde el punto de vista de la calidad de la arquitectura.

¿Puede poner algún ejemplo de arquitectura actual que le resulte interesante?

Álvaro Siza, por ejemplo, es un arquitecto al que realmente admiro. Hace un tipo de construcción nueva pero que tiene en cuenta el contexto y las estructuras históricas y siempre construye para la gente. Es magnífico. También me interesan Luigi Snozzi o Giorgio Grassi: prestan atención tanto a los intereses de la gente como al contexto y son conscientes de que las personas tienen una historia a la que están conectadas, que es algo fundamental. También admiro a Peter Zumthor: algunos de los mejores trabajos que tenemos en la actualidad son suyos.

¿Qué rasgos de la arquitectura moderna considera positivos?

Como ya he dicho, soy un gran admirador de Le Corbusier o Frank Lloyd Wright. Los grandes arquitectos del siglo XX introdujeron ideas importantes y tuvieron grandes logros. Se ha producido mucha arquitectura de gran calidad, pero como también he apuntado, solo constituye una mínima parte de la producción mundial. Uno de los principales problemas de la arquitectura de nuestro tiempo es que cada vez hay más arquitectos que se sienten artistas y quieren crear una obra de arte y no algo que sea al mismo tiempo atractivo y funcional. Tomar este rumbo es un grave error. Hay demasiados arquitectos que pretenden crear algo completamente nuevo, que se dicen: «soy un artista», «soy un creador». Esto es lo que se llama arquitectura de firma. Frank Gehry, Zaha Hadid o Rem Koolhaas muestran esta obsesión por la autoexpresión, y si lo que hacen es útil o cumple su función no les importa. Por ejemplo, Zaha Hadid, que hacía siempre aquellos dibujos difundiendo las formas curvas, cuando por fin tuvo la oportunidad de construir algo –el parque de bomberos de Vitra–, hizo algo completamente inservible. Sin embargo los periodistas quedaron fascinados con sus formas y no paraban de decir que era una obra de arte. Hizo historia y, sin embargo, para lo único que sirve el edificio es para fotografiarlo o como punto de encuentro. Una arquitectura que toma la dirección del arte se convierte en escultura y eso es algo terrible, porque una escultura puede contemplarse como elemento independiente, como una pieza aislada, mientras que la ciudad es un contexto. La ruptura con el contexto supone la destrucción de las ciudades, por eso creo que este rumbo de la arquitectura es muy peligroso.

En una ocasión entrevisté a Peter Eisenman y…

Eisenman es un ejemplo perfecto de esta forma terrible de hacer las cosas. Cuando le preguntaron por la gente que tenía que estar en el interior de su edificio, dijo que no le importaba nada, que él lo que presentaba era una obra de arte. Es el peor enfoque que puede adoptar la arquitectura. Y el resultado se puede ver perfectamente en la Ciudad de la Cultura en Santiago de Compostela, que no sirve para nada, solo para tomar fotos en la presentación y hacer dinero.

Cuando Rafael Moneo levantó el auditorio Kursaal en San Sebastián, un edificio bastante bien aceptado en general, hubo sin embargo algunas quejas de la gente que solía tomar el sol en la playa por la gran sombra que proyectaba. Muchos desestimaron esas críticas de un plumazo diciendo que seguro que también la sombra de la cúpula de Santa Maria del Fiore en Florencia había molestado a algunos, pero era una obra maestra y era bueno que se hubiera hecho. También cuando se cuestiona el coste de algún edificio de arquitectura de firma siempre hay quien responde preguntando: «¿Y cuánto costó El Escorial? ¿Acaso no habría sido una desgracia que no se hubiera hecho porque salía muy caro?» ¿Qué le parece a usted este tipo de razonamientos?

Esa manera de actuar era propia de dictadores y de reyes. Ahora vivimos en democracia, y aunque a los arquitectos les encante recibir grandes encargos del poder, lo cierto es que todo lo financia la gente con sus impuestos y el enfoque tiene que ser distinto, hay que contar con su opinión.

En general, estoy de acuerdo con usted en que la arquitectura moderna ha hecho gala de un desprecio elitista por el gusto y la cultura popular pero, ¿tenemos algo más en el campo de la arquitectura hoy día? 

Lo relevante no es tanto la corriente estética, sino el hecho de que no se puede imponer sin más un edificio moderno en una ciudad y que a la gente no le guste. Hay que consultarlo previamente con los ciudadanos. Te pongo un ejemplo, en la ciudad de Ulm, se quiso construir en frente del Münster –que es como se llama la catedral, la más alta de Alemania y no sé si del mundo– un nuevo centro cultural. Se convocó un concurso que ganó Richard Meier con un proyecto de edificio absolutamente moderno, pero cuyas formas se adecuaban bien al contexto. Durante dos años se produjo un debate muy controvertido en el que unos estaban absolutamente a favor y otros absolutamente en contra. Se organizaron numerosos simposios y conferencias y, tras largas discusiones, los habitantes de Ulm decidieron en referéndum construir el edificio. Así fue aceptado. Y así son los procesos democráticos, hay un largo periodo de debate, una de las partes gana y, después, todo está bien, mientras que si es una pura imposición lo que le dices a la gente es: «Aquí te coloco este edificio, arréglatelas con él y no rechistes». Esa no es la manera de hacer las cosas, es elitista, al margen del aspecto del edificio. Se debe explicar el proyecto, dialogar con la gente, debatir y, si de ello resulta que no quieren tener ese edificio en la ciudad, no se debería construir.

Así que no hace falta ni que pregunte si está a favor de los proceso participativos…

En efecto, estoy totalmente a favor. Es algo muy habitual en las ciudades alemanas. A veces la gente rechaza los proyectos y a veces los acepta. Así son los procesos democráticos y así es como se deben hacer las cosas en el espacio público.

CONFERENCIA LA RECONSTRUCCIÓN DESDE UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA
13.04.16

PARTICIPANTES WINFRIED NERDINGER
ORGANIZA CÁTEDRA ACCIONA / ESCUELA SUR