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La metropolitanización del territorio 

Entrevista con Francesco Indovina

Álvaro Sevilla
Fotografía Miguel Balbuena

«La forma de una ciudad cambia más rápido que el corazón de un mortal» dejó escrito Baudelaire hace ya siglo y medio. Pero ya no es solo la morfología urbana la que cambia, impulsada por la dinámica social acelerada del capitalismo tardío, sino el territorio al completo: como nos recuerdan estudiosos como Francesco Indovina (Termini Imerese, Italia, 1933), en los últimos años la condición metropolitana se ha independizado de la vieja urbe compacta para colonizar espacios que no son ya ni campo ni ciudad: ciudad de ciudades, metrópolis regionales, campo urbanizado… Los conceptos se multiplican para dar cuenta de una realidad nueva que, sin embargo, sigue mostrando las viejas huellas de las luchas de poder, como siempre ha sabido recordar el urbanismo crítico. Invitado por el Club de Debates Urbanos, Indovina, autor de libros como Del análisis del territorio al gobierno de la ciudad (Icaria, 2012) visitó el CBA la pasada primavera. Su apretada agenda impidió hacer una entrevista presencial, y lo que sigue a continuación es una conversación vía e-mail con Álvaro Sevilla, arquitecto y profesor de la Escuela de Arquitectura de Madrid.

Desarrollo suburbano en Milton, Ontario. Fotografía de SimonP, CC BY-SA 3.0
Esquema dibujado por Francesco Indovina
Paso de cebra en North Carolina. Fotograífa de Mac Nicolae
«Suburbia». Fotografía de David Shankbone, CC BY-SA 3.0

Usted ha elaborado conceptos que pretenden no solo explicar los patrones de urbanización contemporánea, sino también orientar un nuevo proyecto territorial. Hoy, sin embargo, nos enfrentamos a dinámicas de cambio social y espacial cuya velocidad, magnitud y complejidad parecen hacer estéril cualquier intento de análisis. En su opinión, ¿qué rol debe desempeñar la reflexión teórica en relación a las prácticas de transformación y gobierno de la ciudad y el territorio?

La ciudad no puede considerarse en sí misma, es la traducción espacial de la sociedad, de su dinámica, sus transformaciones, sus conflictos. Un nuevo proyecto para la ciudad requiere una reflexión sobre las dinámicas sociales. No se trata solo de describirlas, es preciso también interpretarlas: es decir, construir un modelo interpretativo de las dinámicas sociales de relaciones de poder entre clases y, por tanto, de la distribución de hecho de ventajas y desventajas urbanas.

Hubo un período histórico reciente, digamos tras la Segunda Guerra Mundial, durante el cual las luchas sociales y sindicales no solo formulaban demandas, sino que exigían que fueran satisfechas con una distribución alternativa de las plusvalías, con una fuerte disponibilidad de recursos por parte de las instituciones públicas. En esa época la ciudad mejoró en beneficio de la colectividad y especialmente de los que menos tenían: aumento de servicios, soluciones a los problemas de vivienda, salud, etc. Los equilibrios de fuerzas en esa etapa beneficiaban a las clases subalternas. Hacia el final del milenio el equilibrio de fuerzas cambió, y también lo ha hecho la distribución de las plusvalías y la ciudad misma, entre otras cosas por la escasa disponibilidad de recursos públicos, lo que ha empeorado los servicios. Las clases subalternas son las más perjudicadas. En España los ritmos han sido distintos, pero no creo que esto cambie la naturaleza del fenómeno.

Lo que quiero decir es que el gobierno de la ciudad no es ni técnico, ni neutro. Son las relaciones de poder existentes en la sociedad las que determinan su naturaleza, calidad y orientación social. No es posible pensar un gobierno de la ciudad que no se base en una interpretación de los fenómenos objetivos y que se mida con ellos. La realidad del poder puede ser «forzada», pero solo hasta cierto punto.

En su trabajo sugiere que la condición urbana se ha disociado de la ciudad propiamente dicha y circula por el conjunto del territorio, un fenómeno ya intuido en su momento por autores como Louis Wirth o Henri Lefebvre. ¿Cuáles son los principales rasgos de nuestra sociedad urbana y en qué se diferencia de la que ellos observaron en las décadas de 1930 y 1960-70?

Histórica y científicamente, se ha considerado que morfología y condición urbana están estrechamente unidas. Podemos decir que esta relación es milenaria. Salvo en el trabajo de unos pocos pensadores, su historicidad ha impedido considerar ambas como separadas y separables. Se ha razonado siempre según una relación de reciprocidad: la morfología urbana determinaba la condición urbana y la condición urbana influía en la morfología urbana, como dos compañeras de viaje que recorrían de la mano las dinámicas de cambio urbano. Todo esto era cierto en el pasado. Pero llegados a este punto no podemos emocionarnos con las grandes transformaciones de nuestra vida, la tecnología o la cultura, sin pensar en las consecuencias. Los problemas son complejos, pero intentaré simplificarlos. La tradición siempre se ha referido a una ciudad densa, intensa y sin soluciones de continuidad, lo que llamamos «ciudad compacta». Asumamos este hecho. Consideremos, por otra parte, que el tamaño de una ciudad no puede ser considerado solo como un hecho cuantitativo, tiene también un valor cualitativo. Mayor es mejor —más cultura, más oportunidades económicas, más socialización ampliada, etc–, pero mayor es también peor —más soledad, más segregación, más contaminación, más congestión, etc–.

A nivel mundial el proceso de urbanización parece seguir una senda de crecimiento constante: hay metrópolis de treinta y dos millones de habitantes, numerosas ciudades con más de diez millones, la posibilidad de una metrópoli de cien millones de personas en China, etc. Ante este panorama la situación europea es desigual, y esto es digno de reflexión. Creo que aquí nos estamos moviendo hacia la construcción de metrópolis regionales o, como dice Oriol Nel·lo, ciudades de ciudades. Esta situación tiende a eliminar la preocupación principal: no renunciamos a las ventajas de la cantidad, pero escapamos de las desventajas por la ausencia de concentración. Esta oportunidad se debe en gran parte a la estructura urbana de los países europeos: las pequeñas y medianas ciudades, los pueblos, etc. constituyen una densa retícula sobre la cual se dispone un proceso de urbanización difuso. Pero el fenómeno se debe a una considerable reducción de la fuerza de aglomeración: por un lado, la posibilidad de conexiones remotas intensas (electrónicas) ha reducido la ventajas de proximidad para las actividades económicas; y la difusión de los servicios, que en su búsqueda de espacio han salido también de la ciudad concentrada, ha reducido los beneficios de la aglomeración para los hogares. Es decir, se han creado las condiciones para que familias y empresas pueden aprovechar ventajas antes apenas consideradas: rentas más bajas, más espacio, mejor calidad ambiental, etc. Se puede constatar que hay una distribución de población, actividades y servicios en centros menores e incluso en el campo urbanizado. Pero cuidado: no se trata de un rechazo o incapacidad para disfrutar de los beneficios de la metrópoli, sino más bien de la posibilidad de tener un efecto-metrópoli sin concentración, o con una concentración relativa.

Es común experimentar una especie de desgarro psicológico y social. Queremos vivir en la ciudad concentrada, pero rechazamos sus aspectos negativos; queremos vivir en el campo o en una pequeña ciudad, pero echamos de menos los beneficios y servicios de la ciudad concentrada. Hoy podemos resolver este desgarro: cada cual tiene una relativa libertad de elección, dependiendo de su estatus social, para asentarse sin perder tanto las ventajas de la metrópoli como las de la pequeña ciudad. Aquí se aprecia claramente la separación entre morfología y condición urbana y metropolitana: es el territorio urbanizado, con sus soluciones de continuidad, con áreas de campiña que penetran el tejido urbano, con la deslocalización de los servicios, el que es usado en su totalidad por todos los ciudadanos. Puedo vivir en un pequeño centro o en el campo urbanizado, pero disfrutar de la condición metropolitana. En cierto sentido, si antes la condición urbana caía sobre los hombros del ciudadano, lo quisiera o no, ahora la posibilidad de gozar de la condición urbana y metropolitana se convierte en una opción. Creo que ésta es la principal diferencia respecto a las décadas de 1930 y 1970.

Este fenómeno, que hemos denominado «metropolitanización» del territorio se ha desarrollado de forma auto-organizada, es decir, sin una guía pública, un proceso que ha llevado a una situación paradójica: las metrópolis territoriales están sobredimensionadas en lo que se refiere a servicios privados que se ubican a lo ancho del territorio en función de la accesibilidad —triviales, tales como centros comerciales, hipermercados, multicines, centros de ocio, gimnasios, o de excelencia, como centros de investigación, centros de comunicación, instalaciones sanitarias privadas, etc.— pero infradimensionado en lo que se refiere a equipamientos públicos. Por otra parte, en muchos casos la movilidad se basa principalmente en el sector privado —automóvil— con sus aspectos negativos individuales y colectivos. Abandonado a sí mismo, un proceso de metropolitanización que podría dar resultados avanzados tanto en términos de organización del territorio como en las relaciones sociales, ha quedado muy por debajo de su potencial. Ninguna forma de organización del territorio que prescinda de una guía pública que salvaguarde el interés colectivo logrará jamás objetivos de calidad funcional, social o cultural.

«Ciudad difusa», «archipiélago metropolitano»… algunas de sus nociones se han convertido en palabras clave para entender la dialéctica de difusión e integración de actividades que caracteriza ciertos sistemas territoriales. Se trata en todo caso de categorías que surgen del análisis de regiones concretas, con rasgos muy particulares. ¿Considera legítima la aplicación de estos conceptos en otros contextos? ¿Se han convertido, por así decirlo, en condiciones urbanas universales?

Inicialmente estudiamos los fenómenos de difusión urbana que acabo de comentar en el Véneto central —el área entre Venecia, Padua y Treviso— un territorio que había experimentado primero un proceso de urbanización del campo, después de urbanización difusa y por último de ciudad difusa. Había una serie de aspectos económicos subyacentes en estas dinámicas: el abandono del campo para encontrar trabajo en la industria, la acumulación de recursos destinados a construir o, a menudo, a autoconstruir una nueva vivienda en el campo, paralela al deseo de algunos habitantes de la ciudad de trasladarse al mismo en busca de más espacio, silencio, aire limpio, etc. La propia administración pública y algunas cooperativas estaban trasladando sus iniciativas de vivienda a este territorio en busca de suelo más barato. Se trata de procesos de desarrollo lento, lo que condujo a un modelo de asentamiento que forma, junto a las tres ciudades compactas cercanas, una pequeña metrópoli. Esta situación ha animado a los operadores privados a equipar el área con servicios, convirtiendo poco a poco la urbanización difusa en una «ciudad difusa». Este concepto era contradictorio con la naturaleza convencional de la ciudad, que es la concentración, pero con esa oposición de los dos términos queríamos expresar los cambios de paradigma y modelo que estaban en marcha en ese momento.

Los habitantes de estas áreas estaban utilizando el territorio en su conjunto como si se tratara de una ciudad. Se podría decir que se trataba de una ciudad desplegada en el espacio, pero que garantizaba mejores condiciones de vida que el centro urbano si se disponía de una movilidad ampliada. La situación se ha consolidado en buena medida gracias a la difusión del trabajo en el hogar: muchas trabajadoras, especialmente, pero también los ancianos podían tener un empleo sin salir de casa. Este tipo de trabajo era abundante en el sector de la calcetería y el calzado. Esta condición específica de la región y su análisis ha interesado a diversos estudiosos de las cuestiones territoriales, algunos de los cuales han mostrado un claro desacuerdo con el concepto y la realidad de la «ciudad difusa».

He desarrollado junto a Antonio Font en Barcelona y Nuno Portas en Oporto una investigación de alcance internacional para averiguar si el fenómeno de la difusión territorial era una figura común en otras partes de Europa. Los resultados de los análisis de doce ciudades de Francia, Italia, Portugal y España han demostrado que lo que se ha llamado la «explosión urbana» apareció como figura común en todo el sur de Europa, de ahí nuestro uso del concepto de «metropolitanización del territorio» y, en consecuencia, de «metrópoli territorial». El tratamiento común no pretende que exista una identidad en los fenómenos; cada ciudad tiene su historia, tamaño, topografía, etc. Pero en sustancia los fenómenos que experimentan pertenecen a una misma familia, la de la metropolitanización del territorio y la explosión urbana.

Ha sugerido que los territorios emergentes crean las condiciones para la aparición de una nueva forma de ciudadanía, recurriendo al trabajo de Zygmunt Bauman para caracterizar la experiencia metropolitana contemporánea como soporte de una identidad líquida, potencialmente más libre. La hipótesis es atractiva, pero ¿no implica esta forma de organización también conflictos importantes, particularmente en términos sociales y de vida cotidiana? Por ejemplo, una parte considerable de la población experimenta los niveles crecientes de movilidad como un desplazamiento forzado y perpetuo…

Creo que está demostrado que no podemos comparar las formas de conflicto en el presente (¿y tal vez en el futuro?) con las del pasado. La falta de concentración espacial de la fuerza de trabajo, su debilidad identitaria, la falta de instituciones intermedias para su organización, etc. han desgastado su estructura de clase organizada. No sé si esto es el efecto del desarrollo de una sociedad líquida, pero sé que han cambiado muchas cosas en la organización de la sociedad. Para entendernos: hasta finales del siglo pasado el antagonista era «el capital», que podía ser identificado fácilmente; sabíamos cómo desarrollar un conflicto que obligara al oponente a aceptar propuestas o, al menos, a alcanzar soluciones de mediación. La fábrica era el centro de dicho conflicto. La lucha social y sindical perseguía una distribución diferente de las plusvalías, sabíamos quién y dónde las producía, sabíamos quién se aprovechaba de las relaciones de fuerza para apropiarse de una parte sustancial del pastel. Pero en el momento en que el capital se transforma y su valorización no se produce principalmente mediante la producción de mercancías según el ciclo D-M-D’ (es decir, cantidad de dinero-mercancías producidas-cantidad mayor de dinero), sino a través de la especulación financiera (D-D’), todo se vuelve más complicado. Un capital que tiende a prescindir de fábricas, oficinas o lugares identificables es más difícil de combatir. Los símbolos (bancos, bolsas, etc.) cuentan, pero solo hasta cierto punto.

La transformación del capital no ha apaciguado la sociedad, no podía hacerlo — el conflicto es endémico–. Pero ¿qué forma, qué dirección y qué objetivos tiene este conflicto? Es necesario que reflexionemos sobre ello, también en relación con los problemas de la ciudad. Dado que considero positiva la existencia de formas de conflicto —me parecen expresión no solo de un malestar, sino también de «demandas»— no puedo prescindir del análisis. Punto por punto:

  1. Como he indicado desaparece el antagonista de clase (el capital), y cuando se le menciona en algunas (pocas) manifestaciones multitudinarias parece más un ritual y un conjuro que la constatación de un hecho consistente.
  2. En lugar del capital, el antagonista parecen ser las instituciones, sobre todo locales. Estas, sin embargo, tienen una capacidad de acción reducida por las obligaciones internacionales (la UE, sobre todo), la crisis económica y la incapacidad de los gobiernos para ver la matriz que ha recortado los recursos y por lo tanto sus capacidades operativas.
  3. Los «objetos» del conflicto parecen o muy particulares (por ejemplo, una organización de transporte) o muy generales (como el cambio climático). En el primer caso hay una movilización de las personas directamente implicadas, en el segundo caso se trata de una adhesión cultural o ideológica. La ideología del «pensar globalmente y actuar localmente» no parece efectiva.
  4. A menudo, las grandes movilizaciones resultan impresionantes pero tienen poca repercusión real, mientras que las pequeñas reivindicaciones obtienen resultados aunque apenas reciben atención.
  5. Es habitual considerar cada nueva reivindicación como la chispa que encenderá la mecha, pero en la práctica no sucede nada.
  6. Por último, y esto es un aspecto más grave, en muchos de estos conflictos puede leerse un rechazo de la política. No pretendo decir que la política haya hecho o esté haciendo un buen papel, pero identificar en la «casta» o «clase política» al enemigo para derrotarlo parece engañoso e ineficaz.

En todos los países, de formas distintas pero con resultados similares, se experimenta un déficit político que, dada la cultura predominante, parece lejos de resolverse.

Usted defiende la necesidad de nuevas formas de gobierno del territorio que aseguren el equilibrio del proceso urbanizador. Sin embargo las dinámicas de localización de actividades inhiben una difusión integral y armónica de las funciones urbanas, algo que la planificación parece cada vez más incapaz de regular. ¿Es el gobierno de la ciudad difusa un proyecto imposible en un contexto de urbanización neoliberal?

El objetivo del gobierno de la ciudad y el territorio es una organización urbana no solo funcional, sino también socialmente avanzada, por tanto en un contexto neoliberal cualquier gobierno de la ciudad y el territorio se convierte en problemático, pero es necesario. No podemos conformarnos con referirnos a unos pocos textos teóricos —no solo liberales, también libertarios— sin tener en cuenta el equilibrio de poder entre las fuerzas sociales, ni tampoco apelar a esta discrepancia de fuerzas para abrazar la inactividad.

En un contexto neoliberal predominan las fuerzas «particulares», que engañan también a los ciudadanos haciéndoles pensar que sus problemas de vida urbana pueden solucionarse a través de iniciativas individuales. Es mentira: la ciudad es un producto colectivo y su gobierno ha de tener un fin claro. No se trata de sumar una serie de iniciativas sociales —nobles, sin duda— ni mucho menos de acumular muchas actividades individuales en busca de éxito, sino más bien de hacer transparente un proyecto colectivo. Individualmente, no hay salvación en la ciudad: para cualquier proyecto es necesario aunar intercambio y puesta en común con participación individual. Esta es la encrucijada en la que se debate hoy día cualquier proyecto de gobierno urbano.

Diversos autores han barajado recientemente la hipótesis de una urbanización que deviene planetaria. En este esquema el conjunto del globo se convierte en campo de operaciones de una cadena de producción mundial y las viejas «ciudades» son reconfiguradas por procesos que rebasan los ámbitos tradicionales de jurisdicción local y regional, al tiempo que transforman estos mismos procesos. ¿Qué rol puede desempeñar el urbanista en esta encrucijada?

Los datos son claros: el proceso de urbanización es general, constante y continuo. Nadie, consciente o inconscientemente, quiere renunciar a la condición urbana o metropolitana. Por otra parte, la ciudad produce o puede producir casi todo, pero no alimentos. La humanidad necesita comida. Muchos tienen promesas poco realistas de retorno a la agricultura. A menudo se exaltan algunos ejemplos, sobre todo de jóvenes que regresan al campo. Pero no creo que sea esta la solución. La restauración de una relación ciudad-campo como la del siglo pasado es inaceptable y francamente reaccionaria. Me parece que la vía correcta es la metropolitanización del territorio: se puede volver a la «fábrica agrícola» a condición de que sus trabajadores puedan disfrutar de una condición metropolitana. Se trata de un conflicto muy poderoso y destructivo, el capital financiero parece indiferente a las dinámicas sociales, esperando —quizás inconscientemente— que una mayor concentración nos libere del problema demográfico. Pero esto es inaceptable.

FIESTA SOLSTICIO DE VERANO 2016 Y HOMENAJE A FRANCESCO INDOVINA
22.06.16

ORGANIZA CLUB DE DEBATES URBANOS
COLABORA CBA
PARTICIPAN FRANCESCO INDOVINA • EDUARDO MANGADA • ELIA CANOSA • PLATAFORMA CONTRA LA PRIVATIZACIÓN DEL CANAL DE ISABEL II • VÍCTOR MORENO JESÚS GAGO