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La alicística, el arte de atravesar espejos

Conversación Elisa McCausland • Paz Olivares

Imágenes Alejandra Alarcón (de la serie Alicia y su abismo)

Más de 150 años después de la publicación de Alicia en el país de las maravillas, el personaje de Lewis Carroll sigue inspirando a creadores de todos los ámbitos y hasta movimientos políticos recientes, como el de Chile, han hecho suya la subversiva aventura de Alicia. Para hablar sobre estas Alicias del nuevo siglo, Paz Olivares invitó a los Diálogos de la Escuela Sur a Elisa McCausland, crítica especializada en cómic y cultura popular y autora, entre otros ensayos, de Supernovas. Una historia feminista de la ciencia ficción audiovisual (Errata naturae, 2019), coescrito con Diego Salgado.

PAZ OLIVARES

Vamos a entrar por la madriguera que abrió Lewis Carroll para perdernos tras los pasos de Alicia e intentar entender cómo son hoy esos pasos. A la Alicia de Carroll la hemos utilizado según nos ha convenido hasta despojarla de su esencia. Nos hemos quedado con la versión amable de Disney, hemos renunciado a los juegos de lógica y a las reflexiones sobre la realidad, la ficción o la identidad, la represión, el cuerpo, el gesto, la subversión del lenguaje, las normas… Parece que no quisiéramos entrar en el verdadero mundo de las maravillas, ese en el que hay que enfrentarse al otro lado del espejo para ver de verdad. En La lógica del sentido (1969), un célebre ensayo sobre la obra de Lewis Carroll, Gilles Deleuze decía: «En la superficie, los acontecimientos emanan como lo hace el vapor de la tierra, brillan por encima del caos de las profundidades, exhalan sobre él un incorpóreo, una señal nada más. Vemos no la espada, sino el destello de la espada. El destello sin espada, la sonrisa sin gato. Es el signo lo que hay que descifrar». El lenguaje afecta a la forma en la que vemos el mundo. Alicia nos ayuda a vislumbrar el truco.

ELISA MCCAUSLAND

Soy alicística de pro. Sé que tú, Paz, también lo eres. Cuando hablo de los y las alicísticas, parece una secta y, en parte, lo es. La integramos personas a las que Alicia ha tocado, removido, incluso atravesado, como si nosotras mismas fuéramos el espejo. Hablabas de los malentendidos causados por las aproximaciones del mainstream a Alicia, y soy la primera víctima de ello. La Alicia de Disney fue una de mis primeras obsesiones. Era una película que me ponía a menudo en vídeo, pero casi con temor, porque no sabía si la estaba entendiendo y qué iba a significar lograr entenderla. Es ahí donde para mí reside la naturaleza del truco alicístico, que yo ligo al misterio del arquetipo. En Wonder Woman. El feminismo como superpoder (2017), dedicado a la heroína de cómic, hablé de sus aventuras como un viaje alicístico, un recorrido que lleva a Wonder Woman, cuando se arriesga a atravesarse a sí misma, al encuentro con la otra, con lo más oscuro de sí misma. Por tanto, con su faceta más inhóspita y creativa y, por extensión, con la creatividad, el concepto en el que para mí adquiere Alicia todo su sentido. Un sentido que no está ligado tanto a la multiplicidad del signo –tan interesante en la obra de Carroll y que tiene que ver también con el lenguaje, otra de mis obsesiones– sino, más bien, a la idea nietzscheana de conocernos en el concepto del abismo, un sentido negativo al que nos aboca el hablar de Alicia más allá de su realidad, de ese viaje propio de una heroína y una feminista hacia el conocimiento de uno o una misma hasta nuestra esencia más oscura. Porque, ¿qué abismo hay más evidente que el propio reflejo y lo que allí encontramos?

PAZ OLIVARES

Lo primero que nos llega del personaje de Disney es esa figura de la niña, con el vestido azul y el delantal blanco, tan icónica como perturbadora. Cuando yo era niña y veía la película, sabía que había algo que no era dulce y amable como acostumbraba a ver en las películas de Disney. Alicia era un personaje fuera de lo común porque no se ajustaba al ejemplo que siempre nos traía Disney. Era una niña buena, pero hacía cosas extrañas: se perdía y se encontraba con personajes totalmente ilógicos, el tiempo y el espacio se trastocaban y la narración, circular, extraña, tampoco se ajustaba a los arcos narrativos habituales en Disney.

Disney la despoja de su parte reflexiva, metafísica, de los juegos de lógica, y la sitúa en el absurdo, en el entusiasmo, en la locura. Es bastante fiel a la historia, pero se queda en esa parte irracional; nos deja con lo maravilloso de Alicia. Y aun así, cuando estás viendo Alicia en el país de las maravillas de Disney, no es un Disney puro. Hay algo muy perturbador en esa niña y en su manera de enfrentarse a la realidad que a mí me hechizó.

ELISA MCCAUSLAND

La atracción por lo extraño a partir de su contraste con lo cotidiano y lo lógico me interesa especialmente. Sobre todo desde la idea del feminismo weird o del extrañamiento, para otros ámbitos, lo denominado xenofeminista. Un útil dialéctico que te ubica en un sitio extraño para contigo misma; todo lo que dabas por hecho, todo lo consensuado, empieza a difuminar sus perfiles y también lo que tú misma pensabas ser. El artefacto revelador eres, por supuesto, tú misma, cuando has atravesado el espejo como Alicia y te has convertido en otra. Por eso, a nivel arquetípico, Carroll dio en la diana. En este aspecto, valdría la pena recordar una de esas cosas que poca gente conoce: la primera Alicia la dibujó el propio Carroll. John Tenniel fue quien culminó el diseño, pero tuvo sus más y sus menos con Carroll. De hecho, la prensa de la época se mofaba de cómo Tenniel, frente a las copias y versiones que se habían hecho de Alicia, hacía todo lo posible para que su diseño fuese considerado el único y el original, lo que, por otra parte, nos da una idea de hasta qué punto impactó la publicación del libro. Fue un verdadero best seller que tuvo hasta merchandising y dijo mucho acerca de los anhelos de toda una época por romper con su imagen establecida.

PAZ OLIVARES

Carroll era muy consciente de la importancia que tenían las ilustraciones en su obra y se enfadó mucho con la imagen final de la protagonista, porque la encontraba desproporcionada, cabezona, muy distinta a la Alicia que él se había imaginado. Le exigía a Tenniel las medidas en pulgadas de cada ilustración, pelearon cada trazo... Debieron de ser discusiones muy fructíferas, porque el resultado es asombroso. Pero Tenniel se pensó mucho si participar en la segunda parte, Alicia a través del espejo.

ELISA MCCAUSLAND

Hablando de Disney y su tendencia a los esquematismos, hubo versiones ya en el momento de publicación de la obra de Carroll más digeribles, menos agresivas que la planteada por el propio Carroll, algo que cabe ligar al mainstream actual y su tendencia por lo dócil. Con el tiempo, sin embargo, los planteamientos visuales más interesantes surgidos de la Alicia de Carroll son los que igualan o superan su capacidad para el extrañamiento de nuestra mirada. Pienso por ejemplo en Alice’s Mirror (1974), del fotógrafo estadounidense Duane Michals, que establece un juego fascinante con la imagen del espejo, en la que están presentes el lenguaje fotográfico y, a la vez, el metafórico, la idea del sueño con su potencial emancipador, que se encuentra también en Neo (Keanu Reeves), el protagonista de Matrix (1999), la Alicia más Alicia del cambio de siglo. Otro ejemplo puede ser la película El atlas de las nubes (2012), de Tom Tykwer y las hermanas Wachowski, firmantes asimismo de Matrix. El atlas de las nubes profundiza en una cuestión clave para las Wachowski relacionada con Alicia: la transformación y esas pequeñas rebeliones que ya no tienen que ver con una vida en particular, sino con las vidas que se generan a la largo de la historia, aquellos personajes que, durante el corto plazo que representa su vida, se resisten al conformismo y la corrupción de su yo.

Otra Alicia muy potente es la Lucy (2012) de Luc Besson, que atraviesa el espejo y cambia radicalmente. También en su última película, Anna (2019), Besson habla de lo que yo llamo «desprogramación». El ser conscientes del lenguaje nos lleva a ser conscientes del sistema y nos brinda pistas sobre su posible desprogramación. Por eso, el arquetipo alicístico, en el sentido de desprogramación, tiene que ver con trascender lo que ves o con cómo reduces a un personaje en un fetiche. A un nivel feminista, lo más sofisticado en la protagonista de Anna es cómo engañar a todas las partes del sistema para lograr salirse de la malla, que, a fin de cuentas, es de lo que hablan las Wachowski y también lo que planteaba el propio Carroll. En el momento en el que descubres de qué está hecho el sistema, qué lo constituye, empiezas a disponer de las herramientas para deconstruirlo y escapar de su programación. El sistema también nos atraviesa, debemos ser muy conscientes de ello, aunque no lo seamos, porque se nos educa desde la más tierna infancia para entenderlo como normalidad.

PAZ OLIVARES

Carroll publicó el libro en 1865, en plena época victoriana, cuando las niñas de clase alta estaban sometidas a unos corsés muy definidos. La manera en la que Alicia se mueve en su viaje trastoca todas las normas, el tiempo y el espacio se ponen del revés, la lógica que nos dice cómo y desde dónde y hacia dónde movernos vuela por los aires… Ese romperlo todo, Alicia lo hace en el libro de Carroll desde la subversión del lenguaje.

ELISA MCCAUSLAND

Carroll trabajaba la idea de que en la ficción todo es posible, sobre todo en lo que respecta al despliegue de la imaginación. Un testigo que recogió Alan Moore en el cómic Promethea (1999). Moore, un conocedor enciclopédico de la cultura popular y sus manifestaciones en la Inglaterra victoriana y posterior, embarca a Promethea en un viaje arquetípico poético y superheroico, que debe parte de su codificación a Alicia en el país de las maravillas, pero también a El mago de Oz (1900) de L. Frank Baum. Moore plantea en Promethea un mundo maravilloso, donde todo puede ocurrir, donde todo se puede imaginar y experimentar frente a las constricciones mentales que sufrimos en nuestro mundo, sujeto a estructuras que pueden y deben romperse para conocernos. Hablábamos antes de Matrix, de las Alicias del cambio de siglo, y me gusta mucho la Alice (Milla Jovovich) de la saga Resident Evil (2002-2017) por la violencia simbólica que encarna. En la primera entrega tenemos a una heroína que descubre que está atrapada en su propia casa, donde es un sujeto a observar. ¿Cómo romper, a nivel simbólico, con todo esto? ¿Cómo reventar esa estructura cuando te das cuenta de que no solo te contiene, sino que toda esa formalidad es una codificación, una domesticación?

La realidad es que ya no estamos en la época victoriana, estamos en el siglo XXI, y aun así se han dado momentos en los que hemos tenido que cuestionar todo lo que entendíamos como consenso de la realidad. Propuestas como Matrix o Resident Evil, que tienen mucho que ver con la aparición de lo virtual en nuestras vidas, son, a fecha de hoy, espejos desde los que recordar el internet de aquella época (la década de 1990 y principios de los 2000), en la que la gente no estaba tan interesada como ahora en construir a partir de la proyección del propio yo, sino desde una disolución de la identidad material a partir de la cual expandirse en todas direcciones. Veinte años después, sumidos en una hiperexplotación del yo aumentado con el que crees que puedes conseguir más, parece que aquella idea que nutrió la prehistoria de internet ya no tiene sentido, pero alberga un potencial de subversión interesante para recuperar. Lo hacía en cierto modo Sucker Punch (2011), de Zack Snyder, un director con un ojo increíble para lo icónico y las dinámicas transmedia, que jugaba en su cuarta película con el juego de espejos, con la realidad dentro de una realidad y con cómo empoderarse, a través de las ficciones, a fin de lograr escapar… Al final de la película, lo conseguirá la Alicia que tiene más claro qué quiere ser, la que no se va quedando por el camino, distraída por las pequeñas tentaciones o por los momentos de duda frente a lo que quiere hacer. Snyder trata el tema de voluntad, que es clave a la hora de plantear la aventura alicística en un sentido feminista.

PAZ OLIVARES

En la aventura de Alicia hay voluntad, curiosidad, deseo…

ELISA MCCAUSLAND

Sí, auténticos superpoderes de los que no suele hablarse cuando se analiza la ficción. Alicia está motivada sobre todo por el deseo de saber qué hay más allá, qué le aguarda tras la próxima esquina, y en ello late una voluntad, una curiosidad y un deseo que hacen de ella el prototipo de toda superheroína posterior, cuyos poderes dan voz a lo que son en el fondo; no se superponen a ellas, las revelan. Hay un caso ejemplar en los últimos años: la Batwoman lesbiana y judía creada por el guionista Greg Rucka, erigida desde una voluntad indomable de ser lo que puede ser, en un entorno militar de gran sentido simbólico si lo que quieres es hablar de sujetos que trascienden las estructuras férreas en que se encuentran inmersos. Sujetos muy conscientes de que la estructura no funciona sola, sino que todos formamos parte de ella y que, además, siempre hay planteamientos de voluntad que chocan con ese tipo de instituciones. No es casual, claro, que el despertar de Batwoman respecto de las estructuras venga de la mano de una villana llamada Alicia, su hermana gemela, que puede considerarse su reverso lúcido y plenamente feminista. Batwoman representa el orden, la razón, la voluntad, y Alicia, una villana que encarna todo aquello que remueve sus estructuras; su gemela oscura y enloquecida, con todo lo que ello acarrea sobre lo que hemos hablado ya, el valor auténtico de la extrañeza que solo aparece cuando se complementa y se enfrenta a lo supuestamente racional.

PAZ OLIVARES

Eso me lleva a preguntarme y preguntarte si Alicia, la Alicia que ha vuelto de su viaje carrolliano y saca de su ensueño de la realidad a todas sus herederas, es una niña, una mujer o un monstruo...

ELISA MCCAUSLAND

A Alicia nunca la llamaría mujer. Es una niña, se halla en plena transición entre mundos, entre lo racional y lo imaginario. Por eso también es, por supuesto, un monstruo. Es muy interesante cómo Alan Moore y su pareja creativa y de vida, Melinda Gebbie, plantearon en el cómic Las niñas perdidas (1991-1992/2006), en clave erótico-pornográfica, los viajes al despertar de la edad adulta de la Alicia de Carroll, la Wendy de Peter Pan y la Dorothy de El mago de Oz. El despertar, la idea de la somnolencia y el duermevela, el estar viviendo de pronto un sueño que, en realidad, constituye también una revelación que te distancia de las categorías niño, niña, hombre, mujer, son sin duda otros de los grandes temas de Alicia. Eso me lleva, aunque te pueda sorprender, a Chile, donde se vive lo que allí llaman el «estallido gráfico», un movimiento creativo que se manifiesta con pintadas en las paredes en las que predomina el mito de Alicia y su estadio indeterminado entre lo material y lo espiritual para hablar de la ruptura del discurso hegemónico, histórico, de un despertar alicístico con un enorme poder subversivo.

PAZ OLIVARES

Es curioso que apeles a la idea del despertar. En el poema que cierra A través del espejo, una de las estrofas dice: «Mas su espíritu..., aún inquieta mi ánimo: / Alicia deambulando bajo cielos / que nunca ojos mortales vieron». Ojos mortales, dice la (mala) traducción. El original usa waking eyes, ojos despiertos, que es lo opuesto. Y esto es lo que tiene que ver con ese despertar a la madurez, al futuro. Esa es la esencia de Alicia.

ELISA MCCAUSLAND

Cuando se celebró, en 2015, el 150 aniversario de la publicación de Alicia en el país de las maravillas, dediqué precisamente un artículo a reflexionar sobre hasta qué punto el arquetipo como personificación del despertar ha evolucionado, se ha ido adaptando y sigue vigente a día de hoy. En esas investigaciones sobre el arquetipo del despertar he tenido como colaboradora frecuente, como compañera de viaje, podríamos decir, a la acuarelista boliviana Alejandra Alarcón, que trabaja con arquetipos literarios que tienen que ver con los cuentos infantiles, como la serie Caperucita la más roja. Alejandra les da siempre un giro perverso en sus acuarelas. Un día, cuando le pregunté por qué nunca había trabajado con Alicia, descubrí que es muy alicística, como nosotras, y también que su relación con Alicia había sido siempre tan especial que nunca había surgido algo que estuviese a la altura de lo que pensaba sobre el tema. Le propuse que ilustrara el artículo que te comentaba y, a partir de ahí, fue como si se descorriese un velo: resultó que compartíamos una idea muy similar de Alicia. Para mí, el hecho de atravesar el espejo supone admitir que todas odiamos a la reina de corazones porque, en cierto modo, forma parte de nosotras; es, de hecho, nuestra parte más odiable, y su erradicación acaba por revertir en una suerte de reconocimiento de una misma.

Si te fijas, Alejandra tiene una visión muy parecida, y por eso en sus acuarelas la reina de corazones lleva en el cetro un corazón arrancado. A partir de esa imagen nació toda una serie que ha ido alimentando el proyecto Alicia y su abismo, que luego derivó en exposición para la que colaboré con varios textos. Alicia y su abismo juega, además, con la idea de la caída y la gravedad, con la percepción de que no dejamos nunca de caer en cuanto nos atrevemos a saltar, aunque creamos en algunos momentos que hemos llegado. Como se puede apreciar, Alicia en el país de las maravillas te acompaña constantemente a partir de la revelación de sus claves, y en su protagonista no hay nada bueno ni malo, nada negativo o positivo, sino una enorme complejidad. Algo muy necesario en nuestros días, cuando le pedimos a la ficción límites, regulaciones, dando por hecho que así las personas van a hacer lo que tienen que hacer. Le exigimos a la ficción lo que no somos capaces de plantearnos a nosotras mismas en el día a día.

PAZ OLIVARES

¿No crees, en ese sentido, que la ficción ha de tener algo de amoral? Para mí, el valor de fondo de Alicia es que es amoral, mientras que lo más terrible que puedo concebir es la literalidad absoluta a la hora de aproximarse a la ficción, cuando la ficción es todo lo contrario: un territorio salvaje, ambiguo… De ahí el mérito esencial de Alicia, de ese lenguaje subversivo y ambiguo de Carroll que no tiene interés por nombrarlo todo. En esa ambigüedad y esa amoralidad radica el avance personal y social, en la necesidad de seguir curioseando e investigando en lo que nos rodea y en nosotras mismas. Si nos aferramos a la literalidad, si los autores tienen que estar de acuerdo con todo lo que escriben y los lectores con todo lo que leen, estamos exigiéndole a la ficción algo que no le corresponde.

ELISA MCCAUSLAND

Estoy de acuerdo. El propio Lewis Carroll es una figura ambigua, controvertida, y también lo es su manera de crear y de utilizar la imaginación. Muchas veces juzgamos Alicia en el país de las maravillas desde nuestros parámetros actuales. Por eso, apelo a la generosidad y al rigor para entender la cultura y a sus creadores en su contexto. Al entender y aprender de esas situaciones pasadas, tenemos más agencia de cara a saber dónde queremos dirigirnos nosotros. No se trata de reducir el pasado y las ficciones del pasado a nuestras necesidades, en particular con obras como la de Carroll, que, como hemos visto, son plenamente presentes y albergan las semillas de muchos posibles futuros. Lo interesante es perderse en ellas para encontrarnos a nosotras mismas.

Para mí, la aventura heroica que plantea la Alicia de Carroll es un apocalipsis del símbolo, de los sentidos y de la propia materia y la no materia, algo que Moore ha trasladado muy bien a Promethea y sus demás ficciones. Esto es lo que hay que tener siempre en cuenta: ser crítico tiene que ver con reflexionar acerca de por qué pensamos lo que pensamos y con analizar unas inercias que, quizá, tengamos que replantear desde otros puntos de vista, desde el otro lado de ese espejo que llevamos siempre a cuestas, atravesado en nosotras, esperando a que tengamos el valor suficiente para asomarnos a su superficie perfilada a golpe de profundidades.