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CAMBIO CLIMÁTICO

“La gentrificación verde conduce a desigualdades sanitarias”

Entrevista con Helen Cole

Irene G. Rubio
Steel Rings, instalación de Rayyane Tabet en el High Line de Nueva York. © Ron Cogswell CC BY-SA 2.0

Helen Cole, investigadora y psicóloga estadounidense especialista en salud pública, forma parte del equipo del Barcelona Lab for Urban Environmental Justice and Sustainability (BCNUEJ) y fue una de las comisarias de la Bienal Ciudad y Ciencia 2023 en Barcelona. En esta entrevista con Irene García Rubio, periodista de la cooperativa Pandora Mirabilia, habla, entre otras cuestiones, de la «gentrificación verde» de las ciudades y de la labor que lleva a cabo el BCNUEJ en favor de proyectos que consigan el difícil equilibrio entre medio ambiente, salud y justicia social.

Para esta edición de la Bienal de Ciudad y Ciencia 2023, Helen Cole decidió a apostar por la presencia de científicas. Y lo hizo no para hablar del papel de las mujeres en la ciencia o de las dificultades con las que estas se encuentran, sino simplemente para contar su trabajo. También quiso hacer un guiño al barrio del Raval, donde se celebró la Bienal en Barcelona. Sede de instituciones culturales como el Macba o el CCCB, hogar de personas que provienen de todas las latitudes y con una gran carencia de espacios verdes, el Raval es un ejemplo de intersección de las cuestiones que trabajan en el BCNUEJ, dirigido por Isabelle Anguelovski, dentro del Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals de la Universitat Autò­noma de Barcelona. En mitad de su baja por maternidad, nos hace un hueco para conversar sobre los retos medioambientales y de salud a los que se enfrentan las ciudades.

Un amigo que vivió en Nueva York me contó que había colectivos vecinales que se oponían a los carriles bici porque los consideraban una avanzadilla de la gentrificación. Precisamente, en el BCNUEJ vinculáis la gentrificación con los procesos de renaturalización de las ciudades. ¿Puedes explicar en qué consiste y a qué os dedicáis en el laboratorio?

El laboratorio se centra en la justicia medioambiental urbana, fundamentalmente en lo que llamamos «gentrificación verde». Esta sucede cuando proyectos urbanos vinculados a la creación de espacios verdes en las ciudades, especialmente grandes proyectos de infraestructuras relacionados con la renaturalización, como la construcción de parques, que implican una inversión de millones de euros, acaban provocando la gentrificación de una zona. Eso significa que se puede producir una subida de precios, lo que muchas veces conduce al desplazamiento de aquellas personas que ya no pueden permitirse vivir allí. Cuando este tipo de proyectos se llevan a cabo en barrios donde vive gente con menos ingresos o menos recursos, puede ser problemático.

Los miembros del laboratorio procedemos de distintos campos, como la planificación urbana, las ciencias ambientales o los servicios ecosistémicos. Es una buena suma de investigadores, cuyos análisis se conectan en esta intersección que es la justicia ambiental. Por mi parte, me centro en cómo repercuten estos procesos en la salud. Hemos hecho muchos estudios sobre las repercusiones sanitarias de la gentrificación verde y, en concreto, sobre cómo conduce a desigualdades sanitarias. No quiero decir con esto que no debamos hacer ciudades más verdes y saludables. Creemos que los espacios verdes son muy beneficiosos, pero cuando gentrifican los barrios parte de la población puede quedar excluida de esos beneficios. Y normalmente se trata de personas con bajos ingresos, o de minorías raciales o étnicas, que se ven expulsadas por los altos precios de la vivienda.

Hay numerosos estudios sobre gentrificación, pero me llama la atención que le pongáis el apellido «verde». ¿Por qué decidisteis centraros en ese aspecto?

Centrarse en la gentrificación verde es interesante, porque se dan similitudes en todos los lugares donde sucede. Una tendencia es que se produce en barrios que han sufrido en el pasado una degradación medioambiental extrema. Son barrios con muchos problemas ambientales que se renaturalizan, como una forma de limpiar estos problemas. Es lo que ha sucedido, por ejemplo, en Poblenou (Barcelona), que, debido a su pasado industrial, acumula una gran cantidad de contaminación residual. Las cosas se complican cuando renaturalizas un barrio, porque no solo lo estás transformando físicamente, sino que esa transformación también interactúa con cuestiones sociales o políticas. El estudio de la gentrificación verde nos permite conectar ciencias sociales y ciencias duras.

Seguramente, en la mayoría de ocasiones, este tipo de proyectos se hacen con buenas intenciones, para mejorar la calidad de vida de la gente. Sin embargo, al final acaban teniendo efectos no deseados.

Exactamente. Después de algunos de los primeros casos de gentrificación verde, como el proyecto High Line en Nueva YorkSe trata del parque lineal urbano que se construyó sobre la antigua vía de tren elevada que cruza la zona oeste de Manhattan., que tuvo un impacto muy fuerte en el barrio en el que se encuentra, y de otros proyectos por el estilo, las ciudades son más conscientes de estos efectos. Ahora muchas ciudades están teniendo en cuenta estas cuestiones a la hora de llevar a cabo procesos de renaturalización.

El BCNUEJ se dedica a la justicia medioambiental. ¿Qué entendéis por este concepto?

La justicia –o injusticia– medioambiental se produce cuando las comunidades corren el riesgo de verse perjudicadas por la mala calidad del medio ambiente, algo que ocurre a menudo. En muchos lugares de Estados Unidos, la población negra o inmigrante acaba siendo la más expuesta a residuos tóxicos, pues las áreas que rodean estas zonas con alta contaminación son más baratas para vivir. Este tipo de industrias se suelen instalar en lugares o barrios donde vive población de color, ya que tiende a haber menos resistencia. La justicia medioambiental intenta evitar que ciertos grupos o comunidades se vean más afectados que otros. Y no se trata solo del resultado, sino también del proceso. La justicia medioambiental intenta garantizar que las comunidades en las que, por ejemplo, se va a instalar una nueva industria, participen en el debate sobre la planificación de ese espacio y se impliquen de forma significativa. En urbanismo suele ser habitual implicar a los vecinos para salvar las apariencias, pero no se sabe con certeza si al final se escuchan realmente sus voces o si solo se trata de cubrir el expediente.

A la justicia medioambiental sumáis otra cuestión: la equidad en salud.

La desigualdad en salud se refiere al hecho de que hay comunidades que tienen peores resultados sanitarios que otras. A menudo afecta a los mismos tipos de población que la gentrificación verde, como son las personas con ingresos más bajos, los inmigrantes o las personas de color…Refiriéndonos de nuevo a Estados Unidos, aunque también ocurre aquí, estas personas suelen tener más probabilidades de sufrir hipertensión o diabetes y muchos otros problemas de salud. Esto está relacionado con las exposiciones ambientales que tienen en su vida diaria, en sus barrios o en sus lugares de trabajo. 

¿Podríamos pensar que un sistema de sanidad pública es la vía para evitar esas desigualdades en salud, o tiene que ver con otras cuestiones?

Tiene que ver con numerosos factores. Un sistema sanitario público como el que tenemos en España es absolutamente esencial para abordar estas desigualdades, pero lo que muestran los datos es que el acceso a la sanidad pública es solo una pequeña parte de lo que determina la calidad de la salud de una persona. Hay que tener en cuenta todos los factores a los que uno está expuesto: dónde vive, si se trata de un lugar seguro y sin peligros, si está junto a un parque o junto a una zona contaminada, si está protegido del calor y el frío extremos y de los efectos del cambio climático, que es otra área en la que trabaja nuestro laboratorio. Todos estos aspectos no tienen mucho que ver con si tienes o no acceso a un médico o a la atención sanitaria, aunque esta última sea muy importante.

Señalas que la gentrificación tiene efectos en la salud, pero no es tan evidente. ¿Cuáles son estos efectos? 

La gentrificación en general puede acabar afectando a la salud, aunque solo sea por vivir en un entorno más estresante. Si corres el riesgo de ser desahuciado de tu casa porque los alquileres están subiendo y no te puedes permitir ese gasto, obviamente esto afecta a tu salud mental y física. Además, como los barrios cambian debido a la gentrificación, a medida que la gente es expulsada o se muda voluntariamente, el tejido social del barrio varía. Y eso puede significar que tu red social de toda la vida ya no esté ahí. Tener conexiones sociales saludables es una cuestión muy importante para la salud.

También existen otros factores. La idea estándar de la gentrificación es el surgimiento de nuevas tiendas, de comercios saludables, como los de alimentos orgánicos. Pero estos tienden a ser muy caros, por lo que no son accesibles para los vecinos que llevan viviendo en ese barrio toda la vida. En cuanto a la gentrificación verde, los espacios verdes son positivos si puedes disfrutar de ellos. Sin embargo, aunque te quedes en el barrio, tal vez tengas que trabajar en un segundo empleo para poder permitirte el aumento del coste de la vida, por lo que no tendrás tiempo de disfrutar de ese bonito parque nuevo que está al lado de tu casa. Esas son algunas formas, pero hay muchas más. Y, por supuesto, puede ser beneficioso para algunas personas, como las que pueden permitirse el aumento del coste de la vida o de la vivienda, o las que se mudan al barrio porque los cambios les resultan atractivos.

¿Hay ejemplos de proyectos urbanos que hagan justicia medioambiental o que, al menos, no tengan efectos tan negativos? ¿Cómo se puede combinar la renaturalización y la equidad?

Es la pregunta del millón. Lo que defendemos es que haya políticas que protejan a los residentes, y que estas se pongan en marcha al mismo tiempo que una ciudad está pensando en llevar a cabo este tipo de mejoras. Lo habitual es que esas políticas de protección se apliquen cuando ya es demasiado tarde. Así que hay que pensar de antemano en lo que puede ocurrir en el futuro. Existen ejemplos concretos donde estas políticas de protección se han puesto en marcha, pero también hay casos en los que no han funcionado. Además, es importante pensar en cómo se ha iniciado la producción de nuevos espacios verdes. En muchas ocasiones, estos espacios no son una respuesta a las demandas de los vecinos, sino que las ciudades ven la creación de espacios verdes como oportunidades económicas. Saben que si su ciudad es verde, será más atractiva para los visitantes y los residentes más ricos. Eso implica beneficios económicos y conduce fácilmente a la gentrificación. Otra cosa diferente son los proyectos más pequeños, como un parque de barrio, que responden en gran medida a la demanda de los vecinos para que jueguen sus hijos o para que haya más espacios verdes. Si los residentes participan en este tipo de decisiones, se puede obtener mejores resultados.

También es un reto a nivel logístico transformar una ciudad entera, especialmente si se trata de ciudades grandes como Madrid o Barcelona. No se pueden cambiar de la noche a la mañana. El proyecto de las supermanzanas de BarcelonaEl programa Supermanzanas de Barcelona, en catalán superilles, consiste en la transformación de las calles de la ciudad para reducir el espacio ocupado por el vehículo privado en favor de la superficie dedicada a los peatones y al transporte público. comenzó de esa manera, había un plan para ponerlo en práctica poco a poco. Pero es un proceso lento y hay barreras que surgen cuando empiezas a implementarlo, como cambios en el Gobierno de la ciudad.

Entonces, la clave está en combinar las políticas medioambientales con otro tipo de medidas.

Es pensar en un espacio verde, como puede ser un parque, como parte del sistema que es una ciudad, lo cual es muy complicado porque implica fuerzas sociales y políticas. No se trata solo de cambiar los aspectos físicos de la ciudad para hacerla más saludable. Un ejemplo lo encontramos en la realización de procesos participativos para implantar espacios verdes. Otras medidas tienen que ver con intentar proteger la vivienda de los residentes y darles el derecho a permanecer en sus barrios. Se puede hacer de muchas formas diferentes, y también depende de si los residentes son propietarios de las viviendas o inquilinos. Ambos corren el riesgo de ser expulsados. Los propietarios, porque los impuestos sobre la propiedad, por ejemplo, suben en algunos casos de forma drástica, hasta el punto de no poder permitírselos. Para proteger a las familias en riesgo de desplazamiento, se les puede ofrecer una desgravación fiscal si hay subidas de impuestos. 

El BCNUEJ se define como un laboratorio feminista. Me da la sensación de que no es algo muy habitual en la academia, a no ser que sean departamentos de estudios de género.

Está muy ligado a lo que estudiamos y a los métodos científicos que usamos, con una perspectiva feminista. Además, nuestro laboratorio está formado principalmente por mujeres. No es algo intencionado, simplemente ha ocurrido con el tiempo. De vez en cuando, hablamos de que necesitaríamos más hombres para equilibrar las cosas (risas). Queríamos luchar contra los abusos que han tenido lugar en el mundo académico e intentar crear un entorno donde pudiéramos hacer buena ciencia sin esos peligros. La idea de construir un entorno de trabajo feminista y cuidadoso ha sido todo un reto. Y se ha logrado, en gran parte, gracias al trabajo de nuestra directora, Isabelle Anguelovski, porque supone un esfuerzo añadido a la investigación y al trabajo académico que realizamos en nuestra jornada laboral. Es una batalla constante intentar convencer a nuestros colegas que no forman parte del laboratorio, pero sí de nuestro instituto o universidad, de que son cuestiones a las que merece la pena dedicar tiempo.

Otra de vuestras apuestas se refiere a primar la calidad y la originalidad de los trabajos frente a la cantidad. Pero esta última sigue teniendo un papel clave en la carrera científica…

Sí, y es un gran problema, debido a cómo evalúan nuestro trabajo las universidades o los financiadores. Una parte importante del trabajo en ciencia es tratar de conseguir que financien tu investigación o encontrar un puesto estable, algo difícil en el ámbito académico. La forma en que te evalúan para acceder a financiación o a empleos estables suele estar muy cuantificada. Cuentan el número de artículos que has publicado, cuánta financiación has conseguido, si has publicado en una revista con un alto impacto...

Últimamente ha habido varios escándalos en los que se han destapado fraudes para alterar los rankings de universidades o conseguir el mayor número de estudios publicados. ¿Es eso un indicador de que algo está cambiando en el ámbito de la ciencia?

Eso espero, aunque no sé si soy muy optimista, porque hay muchos niveles que afectan a cómo se evalúa a los científicos. No se trata solo de la universidad. También están los donantes que financian las universidades y a los científicos, o la industria de las revistas. Estas últimas dependen del trabajo gratuito de los científicos, tanto para escribir el contenido como para realizar el proceso de revisión por pares y editarlas. Esos puestos en su mayoría no están remunerados y a menudo tienes que pagar una cuota de alrededor de tres mil euros para publicar tu propio trabajo como artículo en una revista. Hay tantos niveles que será muy difícil que se produzca el cambio.

En vuestros proyectos también colaboráis con asociaciones y colectivos de la sociedad civil que no forman parte de la academia.

Tiene que ver con nuestra apuesta por la calidad frente a la cantidad, pero requiere mucho esfuerzo y mucho tiempo colaborar con diferentes perfiles, ya que cada uno tiene necesidades muy distintas. Probablemente, su intención no sea la de publicar artículos científicos, sino que tratan de cambiar una política o de poner en marcha un proyecto. Y eso, en cierto modo, puede restarnos productividad como científicos. La gente que evalúa nuestro trabajo dentro del ámbito académico puede verlo como algo negativo porque nos quita tiempo para cosas que se consideran productividad académica, pero nosotras creemos que merece la pena.