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CAMBIO CLIMÁTICO

“Nunca es demasiado tarde para derrocar el capitalismo y restaurar la biosfera”

Entrevista con Troy Vettese

Pablo Elorduy
Imágenes Miguel Balbuena

El historiador ambiental Troy Vettese es el autor, junto a Drew Pendergrass, de Socialismo de medio planeta (Levanta Fuego, 2023), ensayo a medio camino entre la hoja de ruta, el manifiesto político y la ficción utópica, con el que proponen una salida factible a la crisis ambiental a través del ecosocialismo. A raíz de la presentación del libro en España el pasado julio, Vettese participó en un coloquio en el Círculo con el entonces ministro de Consumo Alberto Garzón, y el periodista Pablo Elorduy lo entrevistó para Minerva.

La angustia ante un futuro que se nos presenta en forma de desastre climático, enfermedad, extinción y devastación genera cierto atractivo morboso –las películas distópicas dan cuenta de ello–, pero también tiene un enorme potencial desmovilizador. Pensar en una propuesta económica y ambiental alternativa que nos saque de la vía muerta a la que parece encaminarse la humanidad es, por el contrario, una necesidad y un compromiso con nuestro presente y con el futuro que vendrá. Como adhesión a ese compromiso, el ingeniero medioambiental Drew Pendergrass y el historiador Troy Vettese, especializado en economía ambiental, estudios animales e historia de la energía, han escrito Socialismo de medio planeta, publicado en España por Levanta Fuego.

Lo que ellos llaman socialismo de medio planeta es una apuesta radical, que bebe de las fuentes de la utopía en cuanto que es una proposición vitalista y esperanzada, pero que toma la ciencia como punto de partida y de llegada. Se trata, ante todo, de una demoledora crítica del maltusianismo frívolo o psicopático de la «ética del bote salvavidas», que, bajo ropajes crudos o sofisticados, condena a la población de los países pobres a perecer en favor de la supervivencia de los más ricos.

Si el tecnofetichismo no es la solución, la pregunta clave que plantean Pendergrass y Vettese es qué medidas se pueden tomar para atajar la crisis ambiental multinivel que ya nos ocupa. El socialismo de medio planeta precisará que la humanidad al completo deje de comer carne, así como la resilvestración de la mitad del planeta –de ahí el título del libro– y una planificación económica que establezca, entre otras medidas, cuotas o limitaciones para el consumo energético y sitúe en primer plano a quienes hacen posible vivir en la Tierra y no a quienes la están sangrando. Según Pendergrass y Vettese, al que entrevistamos a propósito de la presentación del libro en España, la crisis medioambiental nos obliga a decidir entre controlar el mercado y controlar la naturaleza. Lo segundo se ha demostrado imposible; lo primero es una cuestión de voluntad política, y ahí reside la esperanza que nos queda.

En la actualidad, abundan las ficciones distópicas. Vuestro libro es un intento de salir del oscuro placer que produce imaginar el fin del mundo. ¿Os resultó difícil escapar de la tentación de escribir desde una perspectiva distópica?

Mi posición sobre esta cuestión es compleja: no soy pesimista, en el sentido de que crea que la humanidad se va a extinguir y que, de alguna manera, nuestra especie es irremediablemente malvada, por lo que la naturaleza solo podrá recuperarse cuando nosotros ya no estemos. Tampoco creo que la izquierda deba darse por vencida. Pienso que es posible que todos tengamos los recursos necesarios para vivir una buena vida y, al mismo tiempo, devolver suficiente tierra y mar a la naturaleza para que la biosfera y los ciclos elementales globales puedan estabilizarse. En mi opinión, el socialismo es factible, incluso cuando elaborar los mecanismos de planificación de algo tan complejo como la economía global sea extremadamente difícil y no vaya a estar exento de deficiencias. Tengo fe en que la gente corriente pueda comprender la crisis ambiental en sus muchas y feas facetas, así como participar en su autogobierno como planificadores y legisladores elegidos mediante métodos democráticos directos. Dicho esto, soy pesimista en el sentido de que creo que estamos muy lejos de donde deberíamos estar y no veo que haya mucho movimiento hacia el ecosocialismo.

¿Por qué?

Las luchas internas en la izquierda y la sempiterna hostilidad hacia el socialismo por parte de otros grupos son deprimentes. Como historiador, estudio a los neoliberales y puedo decir que están mejor organizados, son más poderosos y más despiadados que sus oponentes. La coalición que necesitamos debería agrupar a conservacionistas, activistas climáticos y por la liberación animal, activistas antirracistas, socialistas, sindicalistas, pueblos indígenas y científicos. Pero ahora veo muy poca unidad. No hay acuerdo sobre cuál es nuestra utopía. Necesitamos tener mejores ideas, estar mejor organizados y ser más decididos que los neoliberales y los fascistas si queremos vencerlos.

Socialismo de medio planeta empieza con una perspectiva dolorosa y aterradora. Lo que la hace aún más aterradora es que se basa en observaciones científicas y modelos matemáticos.

Comenzamos con un escenario de cómo podría ser la vida durante los próximos veinticinco años. Esto incluye una pandemia grave, proyectos de geoingeniería, la expansión de la producción de combustibles fósiles, desempleo masivo, etc. No creo que este escenario sea una exageración distópica, sino algo bastante probable. En nuestro escenario –llamémoslo «verde claro»–, pecamos de optimismo al suponer que los partidos ambientalistas son capaces de impulsar los vehículos eléctricos y los programas de límites máximos en el comercio de emisiones para argumentar que estas políticas convencionales no tienen valor. Es probable que las cosas sean mucho peores que en ese escenario, dada la debilidad de los principales partidos ambientalistas.

Lo que buscábamos con ese inicio del libro era mostrar que estamos en la trayectoria equivocada y que se requieren cambios importantes para restaurar cierta estabilidad en el sistema Tierra y conseguir una economía global más igualitaria. El contraste de nuestra distopía para 2047 tiene como objetivo empujar a los lectores a considerar cosas extrañas, incluido el veganismo obligatorio, el rewilding [resilvestración], el racionamiento energético mediante cuotas y la planificación económica global.

En la primavera de 2020, el mundo entero vivió una especie de première de distopía con la pandemia del coronavirus. ¿No le hemos prestado demasiada atención a esta vertiente de la crisis ambiental?

El problema de las enfermedades zoonóticas es esclarecedor, ya que muestra que el destino de la humanidad está ligado al de otras especies. Personalmente, pienso que deberíamos hablar mucho más de la industria cárnica y de la crisis de biodiversidad. Si el cambio climático desapareciera por arte de magia, mucha gente no se preocuparía de las otras catástrofes ambientales en curso. En lugar de adoptar esa perspectiva, deberíamos pensar cuál debe ser nuestra relación con la naturaleza.

Dais mucha relevancia al riesgo de que las zoonosis afecten masivamente a la salud del planeta en ciclos cada vez más cortos. ¿Estamos generando los virus que pueden acabar con la civilización humana?

No existe una buena solución técnica para las zoonosis. Se puede intentar fabricar vacunas o antibióticos para hacer frente a un virus nuevo, pero no hay garantía de éxito. Se necesitaron décadas para hacer del VIH una enfermedad manejable y aun así mató a treinta millones de personas. No existe una solución sencilla para las zoonosis porque pueden surgir de casi cualquier perturbación ecológica, incluidos el comercio de animales exóticos, la cría de animales, los animales de laboratorio, la expansión suburbana, la deforestación, etc. El ritmo al que surgen nuevas enfermedades ha aumentado rápidamente desde la década de 1970. Las probabilidades de que aparezca una enfermedad nueva dependen de la interrelación entre el número de personas cercanas a los animales salvajes y domesticados, y esa interrelación se ha ampliado de forma drástica durante el último medio siglo. Necesitamos reducir esa superficie de contacto ampliando de manera radical las reservas naturales y aboliendo la cría de animales.

¿Es más peligroso eso que la crisis climática?

Lo repito, no creo que el cambio climático sea un riesgo existencial para la civilización. Muy pronto los neoliberales lograrán implementar la geoingeniería, una muy mala «solución» que permitirá que el espectáculo capitalista continúe, a pesar de los crecientes costes ecológicos y sociales. Evidentemente, millones de personas –especialmente en el Sur global– sufrirán, pero eso ya sucede en el mundo en el que vivimos. Pienso que las únicas amenazas existenciales reales para la humanidad son las armas nucleares –y las probabilidades de una guerra nuclear están aumentando otra vez– y una pandemia grave. El SARS-CoV-2 no era una enfermedad especialmente letal. Su tasa de letalidad se situaba alrededor del 2%. Sin embargo, enfermedades como la gripe aviar tienen una tasa de mortalidad cercana al 50%. Incluso suponiendo que esa tasa se reduzca durante una pandemia real, gracias a una mejora del recuento y el tratamiento, el número de muertos podría alcanzar los doscientos millones en todo el mundo; más de diez veces que en el caso del SARS-CoV-2. Un virus persistente y mortal o varias pandemias seguidas podrían provocar que las cosas se desmoronen. No estamos muy lejos de una pandemia de gripe aviar, dado la gravedad del último brote y el hecho de que ahora parece que se puede transmitir de mamífero a mamífero, lo que es una novedad aterradora.

La captura y el secuestro de carbono mediante bioenergía y la «modificación de la radiación solar» parecen ser las herramientas del neoliberalismo para mitigar la crisis ambiental. Son dos formas de intentar no llegar al punto que señaláis, en el que será imprescindible elegir entre controlar los mercados y la naturaleza. ¿Por qué no funcionan?

Afortunadamente, la captura y secuestro de carbono mediante bioenergía (BECCS por sus siglas en inglés) nunca se implementará a la escala necesaria porque es demasiado costosa. BECCS solo existe como producto de la imaginación de los modeladores climáticos para que sus simulaciones funcionen. De manera similar, el «renacimiento nuclear» nunca parece renacer, porque la energía nuclear también es demasiado cara. Por el contrario, la gestión de la radiación solar (MRS por sus siglas en inglés), en la que esta es parcialmente bloqueada por aerosoles arrojados a la atmósfera superior, es muy barata y probablemente se implementará muy pronto. La MRS hace innecesario que los gobiernos intervengan en el mercado y restrinjan la producción de carne y combustibles fósiles. Sus especificaciones –dónde se implementa, cuánto enfriamiento se necesita– podrían ser determinadas por el mercado. Los neoliberales temen que la crisis ambiental conduzca al surgimiento del Leviatán y, por lo tanto, prefieren la devastación ecológica a imponer cualquier grillete al mercado. Si la MSR sale mal, se corre el riesgo de teñir el cielo de blanco, destruir el monzón y otros sistemas atmosféricos vitales, dañar la capa de ozono, alterar los patrones de precipitación e incluso precipitar una guerra entre Estados con armas nucleares.

Los aspectos cruciales para que se haga efectivo el socialismo de medio planeta son el veganismo, las energías renovables con cuotas energéticas y la resilvestración a escala planetaria. Entiendo que sin una de estas condiciones el plan no funcionará.

El punto de partida del libro es que la crisis ambiental obliga a la humanidad a asumir una serie de contrapartidas, pero deberíamos enfrentarlas directamente, en lugar de resolverlas a través del mercado. Los socialistas y los ambientalistas son conscientes de la gravedad de las crisis ecológicas y económicas, pero al mismo tiempo quieren convencer a la gente de que para remediarlas solo son necesarios pequeños ajustes, como pasar a los coches eléctricos o contar con algún tipo de algoritmo que organice la economía. La pregunta que se hacen algunos socialistas estadounidenses es «¿cómo conseguimos que Amazon sea socialista?», en lugar de «¿cómo abolimos Amazon?».

Socialismo de medio planeta adopta un rumbo diferente al ofrecer una evaluación más realista y sombría de la situación y las posibles soluciones. Drew y yo creemos que el veganismo, las energías renovables, la resilvestración y las cuotas energéticas serán bastante efectivos para remediar muchos aspectos de la crisis ambiental: extinción, cambio climático, eutrofización, etc. Mucha gente no estará de acuerdo porque no quieren reducir su consumo de energía o de carne, lo que me lleva a preguntarme cuánto nivel de extinción pueden soportar.

Nuestra estrella polar al escribir el libro fue el filósofo Otto Neurath, quien argumentó que el socialismo consiste en hacer visible la economía, convirtiéndola en un objeto de debate democrático. Hemos seguido ese método, presionando a la izquierda para que tenga un debate más serio sobre las contrapartidas.

¿Cuáles son los plazos y cuán urgentes son estas soluciones?

No me gustan los plazos. La crisis medioambiental ya es una catástrofe. Las poblaciones de vida silvestre han disminuido el 69% desde los años setenta del siglo pasado, cuando ya había gente que era consciente de estar viviendo una crisis ambiental. Es obvio que el cambio climático ha empeorado notablemente durante la última década, con terribles catástrofes anuales a gran escala, como cuando en 2020 ardió Australia o, en 2022, tuvieron lugar las inundaciones de Pakistán. Hubiera sido muy bueno implementar regulaciones ambientales serias en las décadas de 1970 o de 1990, pero no es ese el mundo en el que vivimos. Ya hemos perdido mucho, y deberíamos reconocer las características distópicas de la sociedad presente. Dicho esto, nunca es demasiado tarde para intentar derrocar el capitalismo y restaurar la biosfera.

¿Puede el socialismo de medio planeta hacernos más felices o se trata simplemente de un conjunto de sacrificios inevitables para seguir existiendo?

Drew y yo no estamos de acuerdo en este punto. Él quiere que subrayemos los beneficios de los «sacrificios», como tú dices, mientras que yo subrayo el conflicto político inherente a tales contrapartidas. Lo mismo ocurre en la literatura sobre el decrecimiento, cuyos autores declaran que abandonar el crecimiento nos dará más tiempo libre, nos hará más felices, etc. Hay algo de verdad en esta idea, pero creo que el problema es más complejo, tanto desde un punto de vista intelectual como político. Hablemos de carne. Yo no como carne. ¿Mi vida es peor que antes? Podría decirse que ha mejorado, pero necesito enfocarlo de una determinada manera para darme cuenta de ello. Un socialista está empobrecido espiritualmente si piensa que el socialismo se limita a tener tantas cosas como quieras, hacer realidad el sueño del capitalismo en el que todo el mundo bebe Veuve Clicquot y conduce un Ferrari. Educar nuevos deseos será un proceso disputado, en el que habrá aliados y opositores. Los socialistas tienden a alejarse de estos problemas e imaginar que el socialismo sería una especie de paraíso libertario donde todos pueden hacer de todo, lo que es una estupidez.

Entonces, ¿cuáles son las preguntas que debemos responder?

La crisis en la que nos encontramos nos obliga a tomar decisiones difíciles. Y esto no es algo malo en sí mismo, porque nos vemos obligados a enfrentar el problema básico de qué tipo de relación deberíamos tener con la naturaleza. Ofrecer una salida a la crisis ambiental a través del ecosocialismo, en lugar de ir de desastre en desastre y aceptar «soluciones» terribles como la geoingeniería, dará esperanza a la gente y hará que sea más fácil aceptar algunos sacrificios. Quiero decir, mucha más gente sería vegana si el veganismo tuviera un impacto. El veganismo de una persona carece de importancia, solo es relevante si se politiza y se adopta en masa. La vida sería mejor bajo el ecosocialismo, incluso si tuviéramos que renunciar a algunos deseos como tener un coche grande o volar lejos para pasar las vacaciones. Si la gente del Norte global tuviera que apretarse el cinturón al máximo para reducir el consumo de carne y energía, gran parte de la humanidad en el Sur global, donde se utiliza muy poca energía, experimentaría una mejora en sus niveles de vida.

¿Hasta qué punto el concepto de decrecimiento te resulta inútil? ¿Por qué?

Me hice marxista hace años porque encontraba el decrecimiento insatisfactorio. No creo que estemos en este lío porque el crecimiento sea una «cultura» o una «obsesión». Los marxistas y los neoliberales coinciden en que lo que importa no es la cifra agregada del PIB, sino la perspectiva de un capitalista individual a quien solo le importa la rentabilidad y la buena andadura de su negocio con respecto a sus competidores. Otro de mis problemas con el decrecimiento es que sigue siendo un proyecto político muy vago. Incluye a personas como Herman Daly, que imaginaba que el decrecimiento era compatible con los mecanismos de mercado y el maltusianismo. Otros creen que los bienes comunes de Ostrom proporcionan la base institucional para el decrecimiento, lo que omite que Elinor Ostrom era neoliberal. Todavía no hay muchos partidarios del decrecimiento socialista, aunque la situación está cambiando. Quiero que los partidarios del decrecimiento nos digan qué partes de la economía se verían restringidas en términos de uso de la tierra, uso de energía, consumo de carne, etc. ¿Qué mecanismos se utilizarán para organizar la economía? Simpatizo con los objetivos del decrecimiento, pero desearía que el proyecto fuera más riguroso.

Vuestro libro habla de los empleos que serán necesarios en el socialismo de medio planeta, pero no evalúa las posibilidades de emancipación del trabajo asalariado. ¿La utopía ecosocialista nos hará trabajar de nueve a cinco?

Dividamos el problema en dos extremos: o hay una automatización total y nadie necesita trabajar, o solo hay trabajo artesanal y significativo, pero con mucha menos productividad. El socialismo, probablemente, terminará en algún punto intermedio entre estos polos. Es decir, desea que la mayor cantidad de trabajo posible sea gratificante en sí mismo, de modo que la gente esté motivada dedicándose a la medicina, la carpintería, la escritura, la cocina, la música, la ciencia, etc. Sin embargo, siempre habrá trabajos peligrosos, sucios y desagradables. Empleos como el de carnicero industrial en un matadero pueden desaparecer, pero tendremos que decidir qué hacer con los residuos. Supongo que existen soluciones. Una mejor remuneración es una opción. Esto me lleva a pensar en los bomberos: su trabajo es peligroso, pero solo trabajan diez turnos de veinticuatro horas al mes. Otra alternativa es compartir el trabajo desagradable, es decir, que todo el mundo asuma esos trabajos durante un tiempo. Si hacemos que el trabajo tenga más sentido, es probable que sea menos productivo, de ahí que el socialismo acabará siendo de alguna forma una sociedad de decrecimiento. Si intentamos aplicar el taylorismo y la automatización –como ocurrió en la Unión Soviética–, alienaremos a los trabajadores y ganaremos poco respecto a la eficiencia del capitalismo. Es tristemente célebre el hecho de que los soviéticos tenían una réplica perfecta de la fábrica Fiat de Turín, pero empleaban cuatro veces más trabajadores. Este tipo de socialismo reproduce la alienación, pero carece del palo del desempleo y la bancarrota, lo que genera absentismo y trabajo de mala calidad, algo que dificulta planificar la economía. Por lo tanto, un trabajo con sentido, una carga compartida, menos productividad y más democracia son las mejores maneras de abolir el trabajo asalariado.

¿Cuál es el riesgo para la comunidad científica de aislarse en este momento de la historia, y para los movimientos sociales de no contar en sus filas con la ciencia a la hora de diseñar un futuro sostenible?

El problema ha sido la gran despolitización de las últimas generaciones de científicos. En las décadas de 1930 y 1940, un segmento considerable de científicos era radical. Incluso Albert Einstein se declaró socialista. Los neoliberales estaban aterrorizados ante esta unión de socialismo y ciencia, y lucharon duramente contra ella. Esa alianza se rompió en la década de 1960, cuando muchos científicos recurrieron al neomaltusianismo, en lugar del socialismo, para comprender la crisis ambiental. Al mismo tiempo, se produce un cambio en la propia ciencia, desde el complejo régimen militar-industrial del periodo de la Guerra Fría hacia un nuevo régimen científico neoliberal a partir de los ochenta. En los últimos cuarenta años, los científicos se han vuelto menos dependientes de la financiación gubernamental y se han convertido en actores empresariales por derecho propio. Nos encontramos en una situación en la que muchos son conscientes de que las cosas están muy mal, pero no saben nada sobre política ni teorías radicales. Se trata de personas que no han asistido a clases de humanidades desde secundaria. Sienten una gran desesperación, pero carecen de un marco para comprender qué es el capitalismo ni tienen una idea de qué podría ser el socialismo. Los socialistas necesitan saber más sobre ciencia y deben involucrarse en tratar de concienciar a los científicos. Estos pueden dotar de credibilidad a la izquierda y ayudarnos a revivir la teoría de la planificación, modelando la economía mundial dentro de los límites planetarios. Lamentablemente, estamos muy lejos de esa alianza.

Insistes en que el único control social posible sobre la producción es democrático, pero surge un problema paradójico: la inviabilidad de llegar por vías democráticas a participar en la actual democracia liberal porque el control neoliberal de la economía incluye la política. Dada la urgencia, ¿cómo podría un programa ecosocialista obtener el apoyo político democrático necesario a nivel global para desarrollarse?

No comparto tu análisis. No creo que sea imposible lograr que un gran número de personas apoye el ecosocialismo. El orden actual es muy inestable, razón por la cual los partidos centristas están luchando y los outsiders como Jeremy Corbyn o Javier Milei han alcanzado rápidamente protagonismo. Es posible que la izquierda pueda tomar el poder, ha ocurrido en América Latina. Los neoliberales son fuertes y están bien organizados, pero se enfrentan a condiciones difíciles a medida que el capitalismo se estanca, aumentan las rivalidades entre las grandes potencias y se profundiza la crisis ambiental. No digo que ganar sea fácil, pero está lejos de ser imposible. La izquierda necesita organizarse y formar una coalición amplia que comparta la necesidad de una planificación ecosocialista. Necesitamos emprender una serie de reformas en la esfera pública para cuando haya otra crisis como la de 2008 o 2020, y pronto la habrá. Dicho esto, creo que hay una diferencia entre que la izquierda tome el poder democráticamente y que rompa con el capitalismo. Ahí es donde resultará útil la tarea utópica de escribir esas recetas para el taller de cocina del futuro.

¿Cuáles pueden ser esas recetas?

Un gobierno radical ha de estar preparado para empezar a planificar la economía, quebrar a la élite y movilizar a la gente para que apoye la resilvestración, el veganismo y las ciudades sin automóviles. También frente a un golpe de Estado, porque la burguesía no entregará el poder sin luchar, como quedó claro en Chile en 1973. Cuando surjan los primeros países ecosocialistas, deberán trabajar juntos para fortalecer la planificación y la gobernanza internacionales y apoyar las revoluciones en otros lugares. Una vez que empiezas a involucrarte en el utopismo, te das cuenta de cuánto trabajo se ha de hacer para pasar de nuestro presente distópico a un socialismo factible y ecológicamente estable. Esta doble perspectiva crea una tensión productiva que mezcla optimismo y desesperación.