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¿Sorteos para revitalizar la democracia?

Diego Díaz
Fotograma de Occupy, Resist, Produce, Oliver Ressler, 2015

El periodista e historiador Diego Díaz conversa con Arantxa Mendiharat, Jorge Sola, Víctor Alonso Rocafort, Cristina Monge y José Luis Moreno Pestaña sobre qué mecanismos podrían ayudar a mejorar la calidad democrática de nuestra sociedad y también acerca de las posibilidades del sorteo para fomentar la participación de los que menos participan.

En la serie francesa Baron Noir, Christophe Mercier, un airado profesor y youtuber, crea un movimiento social para sustituir las elecciones parlamentarias por sorteos en los que ciudadanos escogidos de manera aleatoria ocupen los cargos públicos de la República. El objetivo sería acabar con la política profesional, la «casta», y «devolver» mediante el azar la democracia al pueblo. Inspirado en el italiano Beppe Grillo, fundador del Movimiento 5 Estrellas, pero también con aromas de la revuelta de los Chalecos Amarillos, Mercier no es en absoluto el personaje que mejor caiga a los guionistas de la exitosa ficción televisiva gala.

«El sorteo es la vuelta de un Dios: el del azar. Y supone el fin del debate, es decir, de la confrontación de ideas y de proyectos», explicaba Eric Benzekri, politólogo y guionista de Baron Noir, en una entrevista en CTXT al ser preguntado por su opinión sobre las ideas políticas del personaje, que durante la tercera temporada de la serie llega a poner en jaque la política de la República francesa.

Mientras que Baron Noir ridiculiza la idea del sorteo y pinta como auténticos energúmenos a sus partidarios, hoy una corriente progresista en el ámbito de la politología apuesta por introducir mecanismos de sorteo en nuestras democracias.

A priori resulta chocante, pero no lo es tanto si pensamos en que algo parecido ya se produce con total normalidad cuando se sortea la composición de una mesa electoral o de un juicio con jurado popular. Hablamos con cinco expertos sobre estas y otras innovaciones democráticas que ya se están empezando a ensayar en diferentes lugares del mundo.

Sortear para deliberar

El movimiento de las asambleas por el clima ha cogido fuerza en países como Suecia, Irlanda, Francia, Reino Unido, Alemania, Dinamarca, Finlandia y Escocia. También en España se han desarrollado algunas experiencias. Arantxa Mendiharat, mediadora cultural y cofundadora de Deliberativa, lleva desde 2016 trabajando en procesos participativos. En los últimos tiempos ha acompañado como profesional varias asambleas ciudadanas deliberativas. Estas reuniones se convocan a veces para hablar de problemas más generales como el cambio climático, pero otras para abordar temas muy concretos, como en qué se tienen que invertir fondos públicos. La idea es que, durante el tiempo que dure el proceso, un grupo de ciudadanos y ciudadanas escogidos al azar discutan sobre un determinado problema con asesoramiento de especialistas en la materia. Una vez terminada la asamblea ciudadana, esta redacta unas conclusiones que sirven como recomendaciones a los políticos con capacidad de ejecutarlas. Al cabo de un tiempo, existe la posibilidad de revisar si ha sido así o con qué grado de cumplimiento.

La diferencia de estas asambleas con respecto a los procesos participativos a los que estamos acostumbrados en muchos municipios, como los presupuestos participativos, es que aquí las personas que participan son escogidas por sorteo y se les remunera mientras dura el proceso deliberativo. «Incluso se les busca un apoyo para sus trabajos de cuidados», apunta Mendiharat, que se muestra muy convencida de las ventajas de unos procesos que llevan a participar a personas que habitualmente no lo hacen, generalmente quienes tienen menos tiempo, formación y recursos económicos. El impacto de esta experiencia a veces puede suponer un cambio vital de enorme magnitud, señala Mendiharat: «A mucha gente se le abre un mundo y a partir de ahí se activa políticamente».

El politólogo Víctor Alonso Rocafort, profesor de la Universidad Complutense y autor de Retórica, democracia y crisis. Un estudio de teoría política (Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2010), también considera que el sorteo tiene la ventaja de socializar la experiencia de la responsabilidad política y hacer realidad que la democracia sea de verdad «el gobierno de los cualquiera». Rocafort se muestra partidario de que los ciudadanos elegidos en el sorteo sean remunerados, tal y como pasa con los cargos públicos elegidos en las elecciones, y recuerda que en la Grecia clásica se pagaba por asistir a la asamblea, pero también a las tragedias, que se consideraban parte de la «escuela democrática» de los ciudadanos. Para este investigador, «los cargos públicos son una escuela de formación y por eso es interesante que toda la gente pase por ahí».

Rocafort opina que la experiencia de las asambleas ciudadanas sobre el clima ha servido para que muchos ciudadanos se formen y se hagan conscientes de los problemas ecológicos. También destaca la capacidad de los procesos deliberativos para reducir la confrontación: «Gente que partía de posiciones muy diferentes termina en el proceso trenzando y llegando a puntos de encuentro». Una idea que asimismo comparte Mendiharat, que apunta a la deliberación como antídoto de la polarización: «La sociedad hoy en día está muy polarizada porque no tenemos ningún espacio conjunto donde deliberar», y añade: «Hay todo un proceso mediante el cual las personas participantes aprenden, muchas veces cambian de opinión y, sobre todo, escuchan a quienes piensan diferente».

Cristina Monge, socióloga y politóloga, profesora de la Universidad de Zaragoza, destaca precisamente de las asambleas ciudadanas su invitación a «ponerse en el lugar del otro» y «profundizar en los temas», así como la capacidad de estos oasis deliberativos para generar consensos duraderos y transversales que puedan resistir los cambios de gobierno. La también presidenta de la asociación Más Democracia considera fundamental ir más allá de las elecciones y del referéndum con estas u otras experiencias, como las llamadas «comisiones del futuro», en las que se reúnen representantes políticos, sociales y empresariales para pensar en el medio y el largo plazo un determinado tema: una ciudad, una región, un servicio público o un sector de la economía. 

Fotograma de Everything’s coming together while everything’s falling apart: Venice Climate Camp, Oliver Ressler, 2020

¿Y si sorteamos el Consejo General del Poder Judicial?

Un caso práctico en el que el azar podría ayudar a resolver el problema de la separación de poderes es el eternamente bloqueado Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Monge propone para ello un sistema mixto. Los partidos hacen propuestas a partir de aquellos jueces que cumplan con una serie de requisitos y luego se sortea. Para el sociólogo Jorge Sola, también partidario de esta opción, si una parte de los miembros del CGPJ fueran elegidos por sorteo, «se reduciría el poder de los partidos y las asociaciones judiciales» y se aumentaría, por el contrario, la libertad y autonomía de los magistrados «al no tener que responder directamente a los intereses del grupo que les ha designado».

Sorteo en el Congreso de los Diputados

Los expertos consultados para este artículo coinciden en introducir el mecanismo del sorteo en nuestras democracias representativas. Sin embargo, discrepan sobre los límites de este sistema, que no todos defienden con el mismo grado de intensidad. José Luis Moreno Pestaña es quien más decidido se muestra a llevarlo incluso al Congreso de los Diputados. Este profesor de filosofía moral de la Universidad de Granada cree factible que una parte del poder legislativo pueda ser elegido por sorteo. ¿Las ventajas? Acabar con el «secuestro» de la democracia por la maquinaria de los partidos. En su opinión, supondría «elevar el nivel del debate en el Congreso», al introducir a personas ajenas a las lógicas partidarias, y para quienes, a priori, el voto sería más libre. De este modo, según Moreno Pestaña, el Congreso podría funcionar como un verdadero espacio de «debate y exposición de argumentos».

Monge, en cambio, cree que el sorteo puede ser interesante para otras instituciones, pero no para un Congreso en el que se «requiere voluntad por ambas partes», elector y persona electa. Tampoco convence la idea a Jorge Sola: «Soy un poco escéptico ante esa aplicación del sorteo y temo que las ventajas no superen a sus inconvenientes y peligros, especialmente al decantar votaciones importantes que en principio deberían reflejar la voluntad popular». Sola piensa que «sería preferible elegir todo un órgano por sorteo y que ese órgano fuera complementario al Congreso, como lo es, de hecho, el Senado. En ese sentido, quizá sería más interesante elegir a la mitad del Senado por sorteo. Algo parecido se ha propuesto hacer para la Cámara de los Lores en Inglaterra». 

¿Pasó de moda la participación ciudadana?

Tras el 15M, los movimientos políticos surgidos en torno a 2014 y 2015, como Podemos, los Comunes y las diferentes candidaturas municipalistas, no podían eludir el grito de «Democracia Real Ya». Muchos de sus militantes, cuadros y dirigentes venían, de hecho, de las plazas o se sentían de algún modo herederos de aquel movimiento. Con la legitimidad del sistema político nacido de la Transición seriamente dañada, los nuevos partidos, que a menudo rechazaban incluso autodefinirse como tales, estaban muy abiertos a incorporar fórmulas y mecanismos identificados con una democracia más directa. Podemos popularizó las primarias y la participación ciudadana vivió una auténtica eclosión con los ayuntamientos del cambio, que pretendían transformar radicalmente el urbanismo y las ciudades escuchando a vecinos y vecinas en asambleas y consultas.

El cambio de ciclo y la resaca de proyectos políticos que han ido entrando en crisis ha supuesto un progresivo abandono de esa búsqueda de democracia radical, participación ciudadana e innovación democrática que fue materia obligatoria entre 2014 y 2019. Y es que hay que recordar que en esos años la corriente impugnatoria de la política tradicional, la «vieja política», no solo fue cosa de las izquierdas. Llegó también a la derecha con el salto de Ciudadanos a la política española y obligó, como señala Cristina Monge, «incluso a hacer algo parecido a unas primarias en el PP». Fue en ese periodo en el que Pedro Sánchez fue capaz de desafiar al aparato del PSOE y ganarle unas históricas primarias a su candidata, Susana Díaz. Fueron años también de intensos debates en el seno de Podemos sobre los sistemas de primarias más perfectos, límites salariales y de permanencia en los cargos, o sobre el papel que debían jugar los círculos en la vida interna del partido. ¿Qué queda hoy de aquello?

Las primarias, acogidas con entusiasmo en los primeros días de la llamada «nueva política», han ido generando desencanto a medida que sus efectos perversos se ponían de manifiesto. Víctor Alonso Rocafort explica que en Podemos se utilizaron de una manera «plebiscitaria», lo que al final terminó reforzando un partido que desde el principio tuvo una tendencia muy acusada al «hiperliderazgo». También José Luis Moreno Pestaña considera que, en el caso de Podemos, las primarias acabaron fracturando al partido en «oligarquías combatientes» y potenciando la competición por encima de la cooperación.

Monge matiza el juicio sobre las primarias. Con todos sus problemas, las considera importantes para la democracia interna de las organizaciones: «Mi balance es que son necesarias, pero que por sí solas no democratizan: generan divisiones profundas e hiperliderazgos». ¿Cuál sería el equilibrio? La profesora de la Universidad de Zaragoza apunta a combinarlas con otros espacios de deliberación y con la potenciación de dinámicas propias en los territorios.

Para Jorge Sola, los efectos de las primarias a medio plazo en Podemos y otras organizaciones del post 15M, como muchas de las candidaturas municipalistas, han sido «desastrosos, tanto en la gestión de los conflictos internos como en el desarrollo de una cultura política tóxica». En su opinión, el vaciamiento de las organizaciones tras cada proceso de primarias y la ausencia de estructuras que den algún tipo de participación cotidiana a la militancia han hecho a estas formaciones muy vulnerables a cada revés electoral. Sin embargo, continúa Sola, «eso no quiere decir que las primarias sean inútiles, sino más bien que su deseabilidad depende mucho del contexto y que debemos considerar sus potenciales peligros, al lado de sus innegables ventajas, en lugar de convertirlas en algo sagrado que define nuestra identidad»

Para Víctor Alonso Rocafort, la llamada «Ley de Hierro de las Oligarquías Políticas» se termina imponiendo porque también la política es muy dura, sobre todo por la exposición pública, que acentúa los miedos e inseguridades de los dirigentes: «Enseguida se ven atrapados por la realpolitik y la comprensión bélica de la política. La desconfianza hace que terminen rodeados de círculos muy pequeños de fieles, que a veces son la familia o los amigos de toda la vida». Esa endogamia es para Rocafort «el principio del fin de la política». Nuevamente, el sorteo sería para este investigador una posible vía de disminuir el poder de las oligarquías partidarias, y pone como ejemplo las comisiones de garantías: «No tiene sentido que quienes tienen que ser los árbitros del partido sean muchas veces colocados por la misma dirección».

Fotograma de This is what democracy looks like!, Oliver Ressler, 2002 

¿Es necesaria una alta rotación en los cargos para oxigenar la democracia interna de los partidos? A Rocafort no le cabe duda de que son necesarios mandatos cortos, así como portavocías colectivas. Monge pone algunos peros a la limitación de mandatos: «Si en los altos directivos de las empresas se valora la experiencia, ¿por qué no en los políticos?», se pregunta. La politóloga considera bueno un plazo de entre ocho y doce años, con posibilidad de retornar más adelante, pero, sobre todo, ve necesario que aquellos que tienen experiencia pero ya no están en primera línea de la política puedan hacer algún tipo de «devolución». Es decir, un mecanismo para «compartir su experiencia acumulada: algo parecido a lo que se hace con los expresidentes en el Consejo de Estado».

Alonso Rocafort se muestra escéptico con respecto a la posibilidad de que partidos y gobiernos vayan a «renunciar al poder» por decisión propia, y pone sus esperanzas en que una nueva ola en defensa de la «democracia de base», como fue la del 15M, llegue de la mano de movimientos como el feminismo y un nuevo ecologismo «que tarde o temprano eclosionará», haciendo inevitable que la innovación democrática y la participación directa en los asuntos públicos vuelvan a estar en primera línea.

Experimentos con gaseosa y democracia en las empresas

Para Jorge Sola, la resistencia a la innovación democrática no solo es cuestión de unas élites políticas apoltronadas en el poder, sino que también responde a temores en la sociedad que encuentra muy lógicos. «Las razones de esa desconfianza pueden expresarse con el dicho popular de “los experimentos, con gaseosa”, y esa cautela no es del todo descabellada. La gente puede dudar de que esos cambios sean viables o temer que, de llevarse a cabo, terminen como el rosario de la aurora». Según Sola, los defensores del I+D democrático no deberían menospreciar las razones para estas resistencias: «Quienes apostamos por estas innovaciones democráticas debemos reconocer que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones y enfrentarnos a la posibilidad de que tales medidas pueden tener efectos negativos no deseados, que hay que intentar anticipar y corregir».

La innovación democrática necesita, por tanto, proyectos bien armados, pero también combatir la idea de que la democracia son únicamente las elecciones. Sola añade otro espacio pendiente de democratización: la empresa. «La empresa privada capitalista es la institución en la que la mayoría de la gente pasa la mayor parte de su vida. Curiosamente, aunque vivimos en una sociedad donde el valor de la democracia es indiscutible, se acepta con naturalidad que esta se detenga a las puertas del lugar de trabajo». Por eso, este profesor de la UCM aboga por aumentar la participación de los trabajadores y trabajadoras en la dirección empresarial, explorar vías como un consejo social y territorial que ejerza de contrapeso al consejo de administración, y recuerda que «las empresas cooperativas suelen contar con un mayor compromiso laboral de sus trabajadores que las privadas».