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Acerca del concepto de cuidados

Coloquio Magdalena Díaz Gorfinkiel • Inés Campillo • Almudena Hernando • Carolina del Olmo

En los últimos años, el concepto de cuidados ha cobrado especial relevancia en el debate público, hasta el punto de convertirse en una palabra baúl por la cantidad de significados asociada a ella. En este debate, moderado por Carolina del Olmo, directora de Minerva, en el que participaron la catedrática de Prehistoria Almudena Hernando, junto con Inés Campillo, profesora de sociología del trabajo y la familia en la Universidad Complutense, y Magdalena Díaz Gorfinkiel, profesora y vicedecana de la Universidad Carlos III, se trató de ofrecer una definición del término y de lo que suponen las políticas de cuidados. También de cómo garantizar una atención de calidad y, para ello, qué medidas son más urgentes y necesarias.

CAROLINA DEL OLMO

Intentemos delimitar el campo semántico del tema que nos ocupa, que es muy amplio. ¿Cuál es vuestra definición de cuidados?

MAGDALENA DÍAZ GORFINKIEL

Yo creo que hay que entenderlos como la forma en que queremos relacionarnos. Al igual que hemos asumido el concepto de derechos humanos, tenemos que integrar el de los cuidados. Consisten en relacionarnos con el entorno en una situación de igualdad y empatía, en tener siempre presente en qué situación nos encontramos nosotros y en qué posición están los demás. Esa es la clave: es una forma de relación social y de sociedad que queremos construir.

INÉS CAMPILLO

Yo he dedicado parte de mi trayectoria a estudiar las políticas de conciliación, un campo en el que los cuidados se entienden como referidas a la infancia, especialmente a la infancia menor de seis u ocho años. Quien se dedicaba a estudiar dependencia, abordaba los cuidados de larga duración. A veces no estaba incluida la atención a personas con diversidad funcional. Y en estos distintos ámbitos raramente aparecían el empleo doméstico o la perspectiva de quienes son cuidados, ni los derechos de la infancia… En contraposición con esta hiperparcelación, en la economía feminista la perspectiva sobre los cuidados es generalista. Los define como toda actividad material o emocional que sostiene la vida, que permite que estemos sanos y que funcionemos. Esta definición muestra la continuidad entre la esfera pública y la privada, porque se dan cuidados en ambas, lo que de algún modo rompe las dicotomías clásicas de género (remunerado/no remunerado; productivo/reproductivo; economía/familia; racional/emocional), muy habituales en la cultura occidental.

ALMUDENA HERNANDO

Yo creo que no se pueden entender los cuidados sino como una más de las dinámicas de construcción de la identidad relacional o comunitaria, que es imprescindible para la supervivencia. Sin la sensación de pertenencia a un grupo, sin esta identidad relacional, se nos haría evidente que cada uno o una de nosotros y nosotras, de forma aislada, no puede controlar nada, y la angustia nos invadiría y nos impediría sobrevivir. Por eso, siempre digo que la individualidad es una fantasía. El problema es que nuestra sociedad ha construido un «régimen de verdad» (en términos de Foucault) a través del cual nos enseña a valorar solo las dinámicas que tienen que ver con la individualidad, como la relación racional con el mundo, la ciencia, la tecnología o los cambios. Nos enseña que es eso lo que nos da seguridad sin reconocer que sin los cuidados los vínculos y la pertenencia, ninguna persona podría sentirse segura. En todo caso, estos valores quedan en el ámbito de lo privado, pero no pasan a la esfera política, ni por tanto se legisla para garantizarlos y ponerlos en valor, tanto moral como económico.

Al principio de todas las trayectorias históricas y en determinadas sociedades de cazadores-recolectores actuales, sin embargo, las cosas eran bien distintas. Esas sociedades se caracterizan por la ausencia de división de funciones y especialización del trabajo. La única diferencia que existe es la marcada por el género: las mujeres hacen unas cosas y los hombres hacen otras, pero no hay nadie que haga cosas distintas de los demás en cada uno de ambos grupos. Así que las personas no se sienten diferentes entre sí, ni nadie tiene más poder o más riqueza que nadie, por lo que la única identidad que existe es la relacional, la del grupo, lo que explica que todas las personas se decoren igual, con identificadores étnicos que unifican a todo el grupo.

Sin embargo, en el proceso histórico, los hombres comenzaron a diversificar sus funciones y sus posiciones de poder y riqueza. En ese momento empezaron a abandonar la construcción de lo relacional y la atención a los cuidados y los vínculos, que de esta manera fueron dejando de ser considerados importantes, porque eran ellos los que construían el discurso político y social, el régimen de verdad. Pero como son imprescindibles, lo que hicieron fue impedir que las mujeres se individualizaran, de manera que ellas siguieran construyendo solo identidad relacional y les garantizasen a ellos los cuidados y los vínculos a través de relaciones heterosexuales normativas. Esto es para mí el patriarcado, que no es otra cosa que un régimen de verdad. De esta forma, los cuidados han quedado como «especialización» de las mujeres cuando no lo son, y no han pasado a ser valorados políticamente como un mecanismo imprescindible de seguridad del grupo.

MAGDALENA DÍAZ GORFINKIEL

Es importante que los cuidados sean un concepto transversal. Tienen que atravesar todo análisis social que hagamos, si no, estará por un lado la sociedad y, por otro, los que nos dedicamos a los cuidados. En el Ministerio de Igualdad y el Instituto de las Mujeres, por ejemplo, el objetivo es esta idea: analizar los cuidados en su conjunto, saber qué queremos, tener las bases de lo que hablamos. Si no vemos los ejes que atraviesan a todos, solo vamos a ir poniendo parches.

CAROLINA DEL OLMO

A veces se entrelazan las políticas de igualdad con las de cuidados, pero existen intereses y objetivos diferentes entre políticas feministas, personas que requieren atención y quienes la proveen, casi siempre mujeres. ¿Cómo veis este entretejimiento, qué intereses se ningunean?

INÉS CAMPILLO

Una determinada política de cuidados se justifica a menudo con el argumento de que promueve la igualdad de género, social y de empleo, como si pudiera cumplir todos los objetivos. Eso es engañoso, esconde las necesidades diferenciales de distintas mujeres, hombres, familias. Si creemos que una política va a resolver todos los objetivos, nos despreocupamos de los resultados. Por ejemplo, los permisos iguales e intransferibles por nacimiento que entraron en vigor en 2021 se defienden porque son buenos para acabar con la discriminación de género en el empleo, promueven la corresponsabilidad en las familias y la natalidad. Pero esta idea es simplificadora, porque realmente, ¿quién está pudiendo gozar de estos permisos? Sabemos que alrededor de un 32% de las mujeres que dan a luz no tienen derecho a esta prestación. No hay datos sobre cuántos hombres hacen uso de las 16 semanas completas, pero sí sabemos, por lo que ocurre en otros países, que son los varones con empleo estable y educación universitaria, cuyas parejas tienen también empleo estable y educación universitaria, quienes suelen hacer uso de más semanas de permiso. Por muy bienintencionada que sea nuestra política, al obviar las consecuencias y necesidades diferentes de familias monomarentales, sin empleo o con empleo irregular, es decir, al generalizar, le ponemos las cosas fáciles a un sector, pero no solucionamos la igualdad de género en el empleo ni la corresponsabilidad en los cuidados. 

ALMUDENA HERNANDO

Al llegar a la modernidad las mujeres accedimos a la lectura, la escritura, la educación superior, los trabajos especializados, la ciencia, todo lo relacionado con la individualidad. Pero si nosotras abandonábamos los cuidados, nadie los garantizaba, así que hemos tenido que compaginar las dos cosas. A diferencia de los hombres, que han tenido siempre a las mujeres cuidadoras, nosotras hemos asumido esas tareas. Pero, al mismo tiempo y contradictoriamente, al individualizarnos pasamos a entendernos a nosotras mismas a través del régimen de saber patriarcal, de forma que nos valoramos y valoramos a las demás mujeres por nuestros éxitos en el campo de la razón, el éxito profesional o nuestra capacidad de agencia, y seguimos sin pasar al orden político la imprescindibilidad de lo relacional, aunque nos dediquemos a garantizarlo.

De hecho, lo que suele suceder es que las mujeres privilegiadas del Norte global seguimos dejando, en gran medida, las tareas de cuidado menos gratificante (de los ancianos, las tareas domésticas…) en manos de mujeres precarizadas, lo que explica que la individualización de las mujeres no haya conducido a una sociedad más justa e igualitaria. La clave es que, a pesar de nuestra incorporación a las posiciones de trabajo especializadas, no hemos cambiado el régimen de verdad propio del patriarcado.

MAGDALENA DÍAZ GORFINKIEL

Efectivamente, en los programas sociales es muy difícil incluir los intereses de todos los colectivos. Pero las políticas innovadoras y de cambio tienen que tener una cierta posibilidad de fracaso, no mucho, porque no se puede invertir el dinero público mal, pero sí una cierta posibilidad de fracaso. Si no, no se puede innovar. Incluir los intereses de todos es difícil, las necesidades no se ven, tenemos unos discursos imperantes, mayoritarios. ¿Quiénes están menos representadas? Las personas con menor poder social, aquellas con más dificultad para hacerse oír en la política. En primer lugar, figuran las mujeres, obviamente, que han estado en una posición de desigualdad y no han tenido posibilidad de que las actividades a las que se dedicaban estuvieran situadas en la esfera pública. El hecho de que estén los cuidados en la agenda política y sean un eje de la Presidencia de la Unión Europea es casi revolucionario, subversivo, en sociedades que se sustentan en el capitalismo y la individua­lidad. Además, como sector económico, el cuidado ha estado completamente devaluado, relegado y desprestigiado.

Se entrelazan muchísimas opresiones, no solo con las mujeres, sino en relación con la clase social. El acceso a los cuidados y a una vida digna no puede estar relacionado con la clase a la que pertenezcas. Tampoco con un perfil étnico. Además, las condiciones que se ofrecen a estas personas no son lo suficientemente dignas como para tener una calidad de vida que no sea precaria y que el cuidado de los otros esté siempre por encima de su propio grupo y de su propio cuidado.

CAROLINA DEL OLMO

¿Qué medidas veis más urgentes y cuáles más importantes, teniendo en cuenta que no siempre serán las mismas? Pongo como ejemplo las decisiones que habría que adoptar en el campo del empleo doméstico.

INÉS CAMPILLO

Me resulta muy difícil elegir qué sería más urgente abordar. Pero, en general, las políticas públicas que se encargan de lidiar con dependencia, discapacidad, vida familiar y laboral e infancia tienden a primar servicios, muchas veces escasos y, en el caso de la conciliación, cuestiones de regulación de permisos laborales.

En todos estos ámbitos, lo necesario es una inyección de renta. Hay tal urgencia que, al igual que cuando se va a un país donde ha habido una guerra y las ONG hacen inyecciones de ayuda para las necesidades básicas, hay que descentrar la mirada de la política pública y atajar la necesidad. Para eso tenemos que hablar más de que las familias, las madres monoparentales y los mayores necesitan más dinero, más horas de servicio a domicilio, salir de la pobreza infantil enorme que hay en el país… Se han hecho pequeños avances, pero vista la cantidad ingente de necesidad y de gasto, lo más urgente sería una inyección de renta a los hogares.

MAGDALENA DÍAZ GORFINKIEL

Estoy de acuerdo con que la jerarquización de la urgencia es difícil. Yo haría hincapié en las condiciones laborales de quienes se dedican a trabajos de cuidado. En realidad, todo está unido, porque esas personas también son madres, o hijas, o tías, o abuelas, con lo cual van a estar atravesadas por otro tipo de políticas. Durante la pandemia quedó patente algo que ya sabíamos: las malas condiciones laborales de los trabajadores de estos sectores. Hay que incidir en ello, porque si seguimos permitiendo que el dibujo de estas actividades sea tan deficitario y tan poco valorado, no podemos cambiar la concepción general. ¿Cómo vamos a hablar de los cuidados en términos abstractos si a la hora de abordarlos de manera tangible, concreta, los maltratamos tanto? Son dos discursos absolutamente paralelos, contradictorios, que impiden avanzar. Por citar cuestiones concretas, el empleo del hogar es un sector que siempre ha estado muy oculto.

Una forma de apoyar es invertir en los centros que se llamaban de empoderamiento. Empoderarse significa acceder a la información; ir al centro jurídico, de respaldo psicológico, de apoyo al mercado de trabajo, porque sin información no puedes hacer valer tus derechos. La política implícita en esto es que si vives en el desconocimiento aceptas la opresión, porque no tienes herramientas para luchar contra ella. Hay que volver a invertir en este tipo de centros donde las personas tengan voz y puedan escuchar otras voces. Eso es lo fundamental.

Sobre el empleo en el hogar, es difícil incluir a los empleadores y empleadoras en la ecuación, pero, queramos o no, la relación laboral se establece con las dos partes. Y ambas tienen que ir en la misma línea: respeto de los derechos laborales, conciliación. Es más difícil porque tienen menos interés en participar, pero hay que incluirlas. Otro sector laboral al que hay que darle mucha atención es el relacionado con la atención a la vejez: el servicio de atención a domicilio, también las condiciones laborales en las residencias de mayores, que son nefastas. Ahora el personal ya no tiene que ocuparse de actividades especializadas, ha de hacer de chica para todo. Tienen que ir a muchos hogares que están distantes y el desplazamiento no se computa como tiempo de trabajo, entonces dedican muchísimas horas. Cuando llegan a atender a una persona, ya están agotadas. Una idea sería distribuirlo de otra manera, que las personas que haya que atender estén en un territorio determinado. En las residencias de mayores también hay muchísima rotación de empleos, porque las condiciones y la formación son malas y el tiempo que tienen para tratar con cada una de las personas es mínimo. Por eso, en cuanto puede, la gente se va.

Una de las cuestiones políticas concretas que hay que abordar son las formas de externalizar los servicios. Podríamos hablar de si se tiene que remunicipalizar todo o, si se externaliza, bajo qué condiciones. ¿Cuáles son los salarios? ¿Cuáles son las ratios?

ALMUDENA HERNANDO

La atención domiciliaria de los mayores es muy urgente. Su traslado a residencias les rompe los vínculos, por lo que se debería aspirar a garantizarles los cuidados en sus casas y en su territorio. Pero cualquier medida de este tipo no servirá de nada si no cambia el régimen de verdad, que además se está disparando con internet, porque cada vez se dificulta más la construcción de vínculos. La gente joven ya no habla ni por teléfono, pero es que incluso en mi generación se está dejando de conversar… Ya nunca llamo a una amiga directamente, sino que le pido permiso antes, le pregunto: «¿te puedo llamar?», «¿te viene bien que te llame?». De hecho, la mayor parte de las conversaciones no son ni siquiera en directo, sino con un mensaje de WhatsApp, a veces hablado, a veces escrito, que te contestan cuando pueden. Se está perdiendo la relación personal y, como consecuencia, está bajando la capacidad de empatía, sobre todo en la gente joven. El hecho de no tener a la otra persona enfrente y poder ver el efecto que pro­duce lo que dices dispara la agresividad. Están bajando los niveles de empatía y la capacidad de introspección.

Con las aplicaciones y los móviles, la gente cada vez sabe estar menos consigo misma, sola. Estamos conectados todo el tiempo a algo. La socióloga argentina Paula Sibilia ya hablaba en 2010 del concepto de «extimidad». Tiene un libro, La intimidad como espectáculo, en el que explica que gracias a internet se está construyendo la persona a través de las imágenes que publica de sí misma. Se está perdiendo, y eso lo digo yo, el sentido de interioridad psicológica, y la persona se va construyendo cada vez más a través de las imágenes que publica. Estamos perdiendo el vínculo y la identidad relacional, y eso va en contra de que cambie el régimen de verdad, porque la gente está cada vez más individualizada.

En este sentido, me parece importantísima la medida que está anunciando el Gobierno de reducir la jornada laboral. Yo veo mal el futuro como no volvamos a saber construir la idea del «nosotros». No se trata ya de decir qué es lo que hay que financiar, sino de volver a tener tiempo para relacionarte y que eso no esté mal visto, que no se considere que esa persona no es ambiciosa, que es una vaga, que está perdiendo el tiempo cuando en lugar de trabajar, dedicamos tiempo a construir y reforzar los vínculos. Hemos interiorizado la exigencia productivista de este capitalismo extremo en el que vivimos hasta llegar a la autoexplotación, como están señalando analistas del mundo actual. Ir al cine a media tarde un miércoles te llena de culpa, porque tienes que trabajar. No hay una mano negra que nos esté cambiando la sociedad, sino que somos cada una de las personas, con nuestros actos, quienes estamos internalizando y reproduciendo este orden económico, social y político que tanto nos perjudica. Lo más importante es cambiar esta mentalidad y para eso hace falta tiempo. Por eso la reducción de la jornada laboral me parece imprescindible.

INÉS CAMPILLO

Creo que lo urgente es decidir qué se hace de forma sectorial e inyectar dinero, pero lo importante es el mercado de trabajo. Ahí quería enlazar con lo que ha dicho Almudena del régimen de verdad y la individualización. Las políticas de cuidados tienden a olvidarse de lo que llamo «la caja negra» del mercado de trabajo. Siempre se habla de conciliación o de cuidados como una política sectorial, puntual. Si tenemos una concepción más generalista, más transversal, hemos de poner el foco en el mercado de trabajo. Tiene que dejar de ser esa caja negra. Para mí, una de las cosas más importantes es la reducción generalizada de la jornada laboral, a fin de que todo el mundo tenga tiempo para cuidar y mantener los vínculos. Si hacemos eso, podemos ir descolocando el régimen de verdad; de lo contrario, vivimos en una eterna exigencia productiva. Es necesaria, además, una revalorización de los distintos trabajos, asociando mejores salarios y condiciones a todo el sector de los cuidados, que es imprescindible, como se vio en la pandemia.

MAGDALENA DÍAZ GORFINKIEL

Desde luego, la reducción de la jornada laboral en una sociedad de cuidados no podemos no defenderla, porque también es una construcción social, pero la veo como una política más a medio plazo, aunque ojalá fuese a corto. Como política concreta, una de las líneas que se están tratando ahora es la desinstitucionalización. No se trata de acabar con las instituciones, pero sí de poner a las personas en el centro de todos los cuidados. La idea es que no haya una cultura de uniformidad de los cuidados para todas las personas, sino una cuestión de necesidades y trayectorias personales. Ahora se está trabajando mucho en esto, en escuchar a las personas y atender el aspecto relacional. Si volvemos al tema de las residencias de mayores, sabemos que son la institución total: hay unas normas únicas que se aplican o se imponen a todos los que residen allí. Esta idea de desinstitucionalizar permitiría permanecer más tiempo en el territorio, estar más en tu casa, mantener las relaciones sociales de las que eres parte. Pero para eso hacen falta unas estructuras de servicios determinadas que en este momento no existen.

También hay que pensar cómo se incluye al sector privado en todo esto, cómo hay que financiar los cuidados. Tendrá que generarse una carga impositiva, como la que existe para las políticas de formación. Porque los trabajadores son ciudadanos y como tales son personas con necesidades de cuidados. Hay que aportar para su formación laboral, pero también para su concepción de ciudadanos y personas. ¿Por qué no se debería contribuir para el cuidado de mayores? Si quieres que una persona vaya a trabajar, aunque reduzcamos la jornada laboral, tiene que estar en algún momento, cuidada por alguien o por alguna institución. Hay que pensar en que se aporte desde todas las partes con impuestos. Antes no se contribuía para el desempleo, luego se generalizó y ahora lo consideramos un derecho. Pues si establecemos los cuidados como un derecho, también la carga impositiva para el sector laboral puede estar presente.

CAROLINA DEL OLMO

Quiero terminar con una pregunta para Almudena Hernando. Me parece muy interesante la continuidad entre receptor y proveedor de cuidados que se produce en las sociedades tradicionales. Recuerdo haber leído que los niños mayores cuidan desde muy pronto de los niños más pequeños. Esta es una manera de entender los cuidados que por fuerza te saca de ese régimen de verdad y esa individualidad. ¿Cómo ves esto?

ALMUDENA HERNANDO

Yo he trabajado en el Amazonas con un grupo de cazadores recolectores, y en Guatemala y Etiopía con horticultores. La experiencia es que, básicamente, los cazadores recolectores no tienen ningún tipo de desigualdad. Siempre hay, incluso antes de que apareciera nuestra especie, ya incluso desde el Neandertal, distribución de funciones por género, pero los cuidados se comparten. Por ejemplo, conocí a una mujer que tenía dos maridos, dos cazadores. Uno, además, cuidaba a los dos niños que tenía. Era un padre maravilloso, pendiente todo el rato de los hijos. En esas sociedades no hay división del espacio, no tienen casas que se separen, no hay diferencia entre ámbito privado, público y doméstico. Los cuidados están a la vista de todo el mundo, la relación emocional con el mundo y la empatía son propias de esa forma de identidad, que caracteriza a todos los miembros del grupo. De hecho, hasta en la Antigua Grecia el ostracismo era el mayor castigo que se podía aplicar, porque la instancia última de identidad no es la persona, sino el grupo. Por eso digo que atribuir a las mujeres el cuidado es una construcción histórica del orden patriarcal. Y que no tiene que ver que seas hombre para contribuir a reproducir el régimen de verdad. Hay hombres que no tienen actitudes patriarcales, así como hay mujeres que lo son y mucho. Es una mentalidad.