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Desde lo desconocido

Antonio Gamoneda

Quiero haceros una confidencia. Cuando hoy venía desde León, en el tren, empecé a adivinar la posibilidad, que se está cumpliendo, de que en mí ocurriese algo que no es frecuente: que en este caso y en esta casa, la emoción iba a poder conmigo. Sabía que tenía que deciros algo y tuve miedo de mí mismo, de mi posible balbuceo, de la posibilidad de entrar en esa magia, a veces dolorosa, del no saber sabiendo, y de perderme a la hora de las manifestaciones.

Quiero haceros una confidencia. Cuando hoy venía desde León, en el tren, empecé a adivinar la posibilidad, que se está cumpliendo, de que en mí ocurriese algo que no es frecuente: que en este caso y en esta casa, la emoción iba a poder conmigo. Sabía que tenía que deciros algo y tuve miedo de mí mismo, de mi posible balbuceo, de la posibilidad de entrar en esa magia, a veces dolorosa, del no saber sabiendo, y de perderme a la hora de las manifestaciones. Entonces seguí aconsejándome a mí mismo y me dije: «Antonio, no puedes extenderte más de la cuenta, no puedes estar demasiado dubitativo ni tembloroso. Ayúdate un poco». Y para ponerme límites y muletas en este sentido, escribí, con mi mala letra que no sé si ahora mismo seré capaz de entender, las palabras que me parecía que debía decir. Voy a limitarme a su lectura, espero que comprendáis la brevedad. Dice aquí, en esta chuleta:

Querido señor Presidente del CBA, queridos componentes de la directiva del Círculo, querido Director del Círculo, queridos poetas que hoy os habéis prestado a hacer verdad en vuestra voz la siempre dudosa y confusa, al menos para mí, realidad de mi escritura. Queridos todos, señoras, señores, amigos, amigas… Queridos todos:

Recibo la Medalla de Oro del CBA no como un premio, aunque ésta sea la voluntad de quienes me lo conceden, un premio a casi sesenta años de pasión creadora, de sorpresa y encuentro, y desencuentro a veces, con la lengua de la revelación, y de algo que también encuentro dentro de esta actividad, que suele ser algo oculto, oculto en mí y oculto en la realidad social y natural que me concierne: mi escritura va o procede, no lo sé, de lo desconocido.

Recibo esta Medalla como uno de esos regalos que alguien hace a otro alguien, a un alguien al que ama. Y el regalo adquiere así la condición de símbolo de ese amor o de esa amistad.

Hace ya muchos años que yo, provinciano vocacional, cuando me bajo del tren en Chamartín o en Atocha, las señas que doy al conductor del taxi, a veces sin ni siquiera pensarlo, son Marqués de Casa Riera, esquina con Alcalá. ¿Por qué me sucede esto? Yo creo que es porque aunque inevitablemente –es lo normal– tenga que hacer otras cosas en otros lugares de Madrid, consciente o inconscientemente, yo no vengo a Madrid, yo vengo al Círculo; es como cuando voy a regresar desde otra ciudad que no es la de mi residencia: no digo me voy a León, sino me voy a casa. Esto es lo que me sucede. Esta es mi casa en Madrid, aquí está y aquí encuentro a los amigos que quiero, aquí me veo constante y cariñosamente con seres humanos que, en esta casa, tienen también gran parte de su vida, y es cuando sé que ésta es su casa y ésta es mi casa.

Pero vosotros, además, habéis querido hacerme este regalo significativo del que antes hablaba, esta Medalla que simboliza la plenitud de vuestro acogimiento. Gracias por ello a todos. Nunca, podéis creerme, he recibido un reconocimiento con la emoción con que recibo éste. Gracias, gracias para siempre.

Antonio Gamoneda
Discurso de aceptación de la Medalla de Oro del CBA, pronunciado el 14 de noviembre de 2006