Marifé Santiago Bolaños
Palabras para Gamoneda
Los sacerdotes hicieron negación y los comerciantes y los hombres de honor hicieron negación;
y hubo negación en los niños y en los que resistían la tortura por causas justas y en los que estaban poseídos por la amistad;
y los muslos que yo conocí con mi lengua se cerraron y los pezones que estuvieron en mis labios se endurecieron como sílice.
Hubo un tiempo habitado por madres y por iluminaciones pero después sucedieron días en que los cuerpos se buscaban y cada cuerpo acudía con su fuerza y entonces hubo delación y algunos murieron y otros retrocedieron hasta sus madres
y las madres estaban ciegas en sus vientres
y no existía lugar en aquel país
y cada hombre lloró en esta enseñanza y abandonó la ciudad y no se supo de él durante mucho tiempo.
–Descripción de la mentira (1975-1976)
En el decir de Hesíodo, cuando los dioses mienten al hablarse entre ellos pierden la inmortalidad. Desde la perspectiva de lo humano, nada que temer salvo que haya un deseo enfermizo de «ser dioses». Cuando Gamoneda insta a una «descripción de la mentira» está reclamando una mirada directa sobre la historia y sobre la naturaleza humana que escribe la historia; una naturaleza simuladora en sí misma que, a veces, es dominada por el ejercicio de un poder que quiere «hacerse proceder» de la divinidad en todas sus facetas –de la tradición al miedo, del miedo al fanatismo–, negando que la verdad sea una convención.
Porque sólo hay, en puridad, mentira si hay intención de engaño, como en la gran mentira social que quiere pasar por verdad absoluta impidiendo el sueño creador de un destino electo, pactado en libertad y escrito con la imaginación hacia el futuro a partir de la experiencia del logro y del error que la memoria custodia. Esa memoria que, así entendida, permite fidelidad a uno mismo, sin renunciar al sentimiento propio en beneficio de una supuesta trascendencia o realidad objetiva, que se demuestra, por pura definición, falsa.
El poeta se enfrenta a la mentira describiéndola, tarea sólo posible, por extraño que pueda parecerle a una lógica menor y reduccionista, en la «materia mentirosa» que es el hacer poético. Éste, como aletheia, expresa entonces el máximo compromiso con la libertad, la no renuncia al cuerpo que sufre pero también goza, la no renuncia al sueño que supera el aquí y el ahora, humana eternidad expresada en el Arte. La no renuncia a la posibilidad «social» de un mundo concebido según un «orden musical».
Porque es poeta sólo y porque serlo lo convierte en ciudadano poeta, su voluntad acepta el reto de la historia engañosa y se compromete, mediante la palabra poética, a desvelar la «realidad» describiendo la mentira que ha pretendido, capciosamente, ocultarla. Hablamos de una situación histórica específica, la de la España de la Guerra Civil y la del torturador ejercicio de olvido que quiso imponerse en la Posguerra; pero, también, del compromiso del poeta consigo mismo: como en el dilema al que Antígona, en el mito griego, se enfrenta, la palabra poética explicita el dilema absoluto del vivir humano en el que la ley del sentimiento y la ley de la razón no siempre discurren por el mismo sendero, porque la vida humana jamás es una línea recta, sino la sinuosidad expresada en ese conocimiento más allá de las clasificaciones que parte del sentimiento, de la corporeidad, nunca de la racionalidad fría con pretensiones de sistematización y absolutos. Y ahí, sin duda, «los poetas fueron los primeros legisladores».