Mário Cesariny,
en dirección contraria
Fotografía Eduardo Tomé (Espólio Mário Cesariny – Fundação Cupertino de Miranda)
El 26 de noviembre de 2006 fallecía Mário Cesariny, uno de los mayores poetas en lengua portuguesa, precursor del surrealismo y autor de una obra plástica íntimamente relacionada con su escritura. Pocos días antes de su muerte, se clausuraba la exposición Navío de espejos, con la que el CBA había querido contribuir a paliar el relativo desconocimiento de su producción visual, en la que el collage ocupa una posición destacada. Antonio Lucas, periodista y poeta, nos ofrece un perfil de este personaje imprescindible del siglo XX, que Minerva acompaña con la publicación de un texto escrito por Cesariny en 1975, e inédito en castellano hasta la fecha.
La visión más certera de Mário Cesariny la dejó apuntada un día Maria Helena Vieira Da Silva, yacentes las palabras sobre un folio: «Mário es pájaro, es gato, es alguien apenas, cada vez menos parecido a un ser humano». Cuando me asomo a una fotografía de Cesariny, inesperadamente, en un libro, en unas hojas aparecidas con su amarillo de edad entre los pliegues de otras hojas que no estaba buscando, contemplo a ese pájaro mágico con batín, a ese gato con los huesos por fuera, a ese hombre cada vez menos parecido al hombre y más cerca del perfil de un príncipe polaco, de un inconcreto prestidigitador, con los ojos de carbón inmediato, el rostro hecho de ángulos, la frente ancha con un flequillo de humo de tabaco, siempre fumando sus SG mientras una fantasía de nicotina amarillea el canto de los dedos, de sus finas manos de águila capaces de levantar el cadáver del último bucardo, o el polifónico maniquí del surrealismo portugués.
Uno se acerca a Mário Cesariny y encuentra el brío de quien arrastra en sí mismo el alma multiplicada de una orquesta. Sabemos que su vida ha sido militancia por aquellos lugares por los que nunca pasa nadie, con el quinqué del talento dando luz a las últimas terrazas de lo diferente, de la extravagancia, de todo lo profundo que tiene un ser extraño no por apropiación sino por naturaleza. Puede que la mejor obra de Cesariny fuese su manera ritual, elegante y rígida de coger el cigarro. Diríamos esto de no ser porque en el camino nos balanceamos sobre el vértigo de una poesía que ha sido, sobre todo a partir de mediados de los años cuarenta, una contestación, un aullido, un vigoroso no. Escapó de la arpillera del neorrealismo con afán devastador y asumió la tarea fundacional de lo surrealizante en su tierra. Ensancha los cauces de lo poético injertando en la figuración las exploraciones de lo abstracto, como hará después en su obra plástica, con la que también forma parte de ese grupo expedicionario que avanza a solas en la búsqueda de la disolución de las formas y de la conquista del artefacto. De hecho, puso en pie el considerado primer collage surrealista, General De Gaulle… (1947). Había regresado de París, traía los ecos ígneos de Breton, aunque prefería los delirios míticos y combinatorios de Artaud, y pensaba, con Péret, que la poesía que busca ser revolucionaria deja de ser poesía. Iba plantando hogueras por los cafés de Lisboa, en el Herminius, por ejemplo, junto a António Maria Lisboa, Pedro Oom, Cruceiro Seixas, Mário Enrique Leiria… Una guerrilla interrogante e incómoda para los ‘bienpeinados’ y los ‘biempensantes’ mientras Salazar iba imponiendo su siniestro luto de dictador en vilo.
Cesariny habitaba en la agitación. Cuando publicó en 1953 Loor y simplificación de Álvaro de Campos abrió una espita de sospecha, ¡y cuánto disfrutaba! Dijo que Pessoa era un gran poeta que clausuraba una etapa en Occidente y «viajó siempre en primera clase, incluso cuando estaba parado». Pero el viejo de la montaña, «el mágico» para él era Teixeira de Pascoaes. Quizá por no aceptar lo aceptado.
Sabe que la recepción de su poesía es la historia de una decepción. Y aquélla no puede entenderse si no se observa en paralelo su pintura. Palabra y color, signo y forma, ut pictura poiesis. «Para mí», decía, «el arte es una denuncia de la desesperación. Pintar es otra de las formas de denuncia de este mundo de locos, de una locura perversa donde mandan la mafia y los narcotraficantes que compran bancos como yo compro una caja de cerillas…». Eran las palabras sulfurosas de quien observa una descomposición imparable, sin embargo, el discurso de Cesariny se eleva, vuela hacia ignotas galaxias, por selvas de estrellas, entre constelaciones zoomórficas y animales constelados. Lo dice bien el gran João Lima Pinharanda en el texto que abre el catálogo de la última exposición que de su obra ha ordenado el autor de Pena capital, ésta que ha acogido el Círculo de Bellas Artes: «La obra plástica de Cesariny se sustenta en una vocación de ampliación permanente […]. El sentido de la pintura “cesariniana” se exacerba a través de la fusión del expresionismo y el lirismo, dos actitudes diferentes pero que pueden ser complementarias». De hecho, su obra escrita también recorrió singulares caminos (y extraños) que se bifurcan, sumándolos todos, sencillamente buscando en la vastedad el espacio de la incertidumbre, la habitabilidad de lo desconcertante. Diríamos que la palabra era en él un centro de dispersión y fusión: de la figuración a la deformación, de la narratividad al fragmento, de la imagen incandescente a la complejidad surrealista.
Mário Cesariny iba clausurando tertulias y abriendo nuevas formas de guerrilla, que así entendía él sus reuniones. Tras las sesiones incendiarias del Herminius le llegó el turno a los encuentros insurgentes en el Café Gelo, y allí ‘conspiró’ con João Rodríguez, Gonçalo Duarte, Ernesto Sampaio y Ernesto Sebag (poeta de un solo libro fulgurante). Siempre fiel al surrealismo: «Su reflejo está en la poesía de todo el mundo», dijo en una entrevista. «Es un movimiento de libertad a partir del juego de las imágenes, que también se transfieren al arte, no sólo están en la escritura». Habían apostado por la agitación y por continuar viaje a bordo de un rayo invisible por la Lisboa en frío de los años cincuenta y sesenta. Los referentes de Cesariny eran plurales y amplios, desde el simbolismo de Camilo Pesanha al modernismo de Mário de Sá-Carneiro y Amadeo, pasando por las conjunciones simbólicas y oníricas de Vieira da Silva. Es el demiurgo de una tradición dispar, arbitraria en ocasiones, libre, tremendamente libre, del hombre que va conformando su camino y sus referencias para dar voz a esa desobediencia permanente que en su caso era impulso, movimiento, insurrección interior. Sin embargo, a pesar de su extrema dedicación a la plástica, el reconocimiento unánime sólo abraza su obra escrita. No hay duda de que el de Cesariny es uno de los nombres fundacionales de la poesía portuguesa contemporánea, pero en su pintura y ‘derivados’ no ha gozado de la misma complicidad (de la misma aversión necesaria, tampoco). Su insistencia en el arte ha quedado a la deriva de su escritura, casi como un complemento, cuando para él siempre supuso el hermanamiento de los límites, la cicatrización de las obsesiones comunes. Cierto que en su pintura no existe esa medida de la totalidad que tiene su poesía, pero sí es posible detectar esa fecundidad de lo nocturno que necesita su palabra y que nace de ahí; o esa incubación del humor y de la sátira que viene con su empeñada tarea con el ‘collage pictopoético’ (según define Perfecto E. Cuadrado) y el cadáver exquisito, en la frontera de la formulación ortodoxa del juego surrealista, aunque desde la invocación de un lenguaje asimilado con proyección en lo universal.
No sé si para entrar en el Cesariny poeta es necesario (sí complementario) cruzar el bosque de su pintura, pero sin duda para llegar al tuétano del artista, al tímpano de su música total, es imprescindible pasar por las huellas de su palabra. Sólo entrar en La ciudad quemada, Manual de prestidigitación o Pena capital da la medida de ese «universo creativo autónomo frente al tradicional imaginario figurativo y fantástico del surrealismo», según señala Pinharanda. En estos libros saltan imágenes como liebres, visiones, revelaciones visuales que sitúan a este creador en el islote de lo impar, entre la pintura y la poesía, pero lejos de cualquier estricta matriz teórica. Se entiende en el cierto orfismo de su apuesta esa pasión por Rimbaud como instructor lumínico de la desobediencia, como buzo más allá de la raíz de la noche. Hay una evocación por la quebrantadura de lo lógico, pero no como pista de escape, no como ausencia, no embarcado en la brecha de lo hermético, sino más cerca de la «búsqueda de soluciones», de la nube que traspasa las ruinas y constata cuál es en verdad el tiempo de nuestro tiempo.
Para este tránsito por el mundo, Mário Cesariny creyó siempre en la experimentación derivada del cruce de caminos. Y en el esfuerzo del oficio sin tregua, en la necesidad de que la vocación sea enfebrecida. La suya lo fue, desde el frente de la agitación y la trinchera de la propaganda. Vivió y sufrió la desolada humedad de las catacumbas y las recuperaciones constantes. Estaba vacunado contra la bajamar del capricho y de la moda. Sólo de esta manera es posible apuntalar la fidelidad a uno mismo. Sólo de este modo entendemos la amplitud de una libertad sin censuras en su inmenso proyecto creador y también en tantas de sus apreciaciones en dirección contraria. Un ejemplo: «Pensaba en el premio Nobel a Vicente Aleixandre. Es un poeta muy respetable, pero que se aprovechó de los hallazgos de otros como Juan Larrea y tres o cuatro más». Es uno de sus severos juicios a bocajarro. Y de la misma manera rechazaba cualquier tipo de magisterio: «Todo lo que puede ser pedagógico es muy malo», decía. Por eso se distanció pronto de la vertiente principal del surrealismo escogiendo una acera marginal. En 1977 escribió unas líneas reveladoras de la necesaria voluntad interrogante que siempre buscó en la escritura, en el arte: «Nadie, ni siquiera en la órbita surrealista, ha trabajado el silencio y el ruido de la materia del hombre. Y yo creo, además, que los surrealistas, sobre todo después del 45, se hacen demasiadas preguntas: su encuesta da demasiadas respuestas de aspecto definitivo sobre lo que es y lo que no es el surrealismo; si vive, si muere, si se parece a sí mismo –¡lo que sería angustioso!– o no. Yo no escucho todas esas preguntas más que en un solo lenguaje, en una sola respuesta: el lenguaje del poeta, de aquel que avanza por las landas necesariamente desconocidas incluso para él».
Ese gusto por lo desconocido que no puede ser reducido a revelación fue el motor de Cesariny. Teníamos pendiente una entrevista larga, demorada, con un metrónomo de cigarrillos SG de por medio. Las notas quedaron escritas en la superficie de un folio, casi a la manera del cadáver exquisito. Decidió a última hora tomar un vagón de primera para husmear al otro lado de la vida, donde cuentan que anda Pessoa ordenando un santoral laico de heterónimos. Pero en verdad creo que ha ido a abrazar a Teixiera de Pascoaes, por llevarle la contra a la eternidad. Si te animas, las preguntas siguen ahí, pájaro, gato, Mário.
© Antonio Lucas, 2007. Artículo publicado bajo una licencia Creative Commons. Reconocimiento - No comercial - Sin obra derivada 2.5. Se permite copiar, distribuir y comunicar públicamente por cualquier medio, siempre que sea de forma literal, citando la fuente y sin fines comerciales.
BIBLIOGRAFÍA EN PORTUGUÉS
António, António, Secretaria Regional da Educação e Culltura, Região Autónoma dos Açores, 1996
Unha combinação perfeita, Lisboa, Prates, 1995
Vieira da Silva, Arpad Szenes ou o castelo surrealista, Lisboa, Assírio & Alvim, 1984
Horta de literatura de cordel, Lisboa, Assírio & Alvim, 1983 [antología]
Primavera autónoma das estradas, Lisboa, Assírio & Alvim, 1980
Textos de afirmação e de combate do movimento surrealista mundial (1924-1976), Lisboa, Perspectivas e realidades, 1977
Titânia e A cidade queimada, Lisboa, Dom Quixote, 1977
As mãos na água a cabeça no mar, Lisboa, ed. del autor, 1972
Burlescas teóricas e sentimentais, Lisboa, Presença, 1972
Do surrealismo e da pintura en 1967: Cruzeiro Seixas, Lisboa, Lux, 1968
A intervenção surrealista, Lisboa, Ulisseia, 1966
A cidade queimada, Lisboa, Ulisseia, 1965
Um auto para Jerusalém, Lisboa, Minotauro, 1964
Antologia surrealista do cadáver-esquisito, Lisboa, Guimarães Editores, 1961
Outros poemas, Lisboa, Guimarães Editores, 1961
Poesia 1944-1955, Lisboa, Delfs, 1961
Nobilíssima visão, Lisboa, Guimarães Editores, 1959
Pena capital, Lisboa, Contraponto, 1957
Manual de prestidigitação, Lisboa, Contraponto, 1956
Louvor e simplificação de Álvaro de Campos, Lisboa, Contraponto, 1953
Discurso sobre a reabilitação do real quotidiano, Lisboa, Contraponto, 1952
Corpo visível, Lisboa, ed. del autor, 1950
CESARINY EN ESPAÑOL
Navío de espejos, Madrid, Círculo de Bellas Artes, 2006 [catálogo de exposición que incluye una antología poética y textos en prosa]
Antología poética, Madrid, Visor, 2004
Manual de prestidigitación, Barcelona, Icaria, 1990
Ortofrenia y otros poemas, Madrid, Montejo Navas, 1989