Paladín de la ambigüedad
Traducción Elena Bonnemort
Samuel Beckett fue un artista con una visión tan amarga de la existencia humana que no sólo se las arregló para nacer un viernes 13, sino que lo hizo, además, en Viernes Santo. Más tarde, aludiría al día de la muerte de Cristo en una inmortal ocurrencia de Esperando a Godot: «De los dos ladrones [del Calvario], uno fue salvado. Es un porcentaje razonable». El calendario de celebración del centenario de Beckett aparece abarrotado de eventos literarios que celebran la vida del pesimista más adorable de la era moderna, la mayor parte de ellos, cabe suponer, rebosantes de charlas acerca de la eterna condición humana que aparece retratada en su obra.
Nada más lejos de la verdad. En primer lugar, Beckett ridiculizó este tipo de interpretaciones solemnes de su obra con un típico sarcasmo irlandés. «No hay símbolo que no sea intencionado», recordó en una ocasión a los críticos. Además, lejos de ser un espíritu intemporal, Beckett fue un protestante del sur de Irlanda, es decir, parte de una minoría acosada de forasteros culturales atrapada en una posición incómoda en medio de un triunfalista Estado católico libre. A medida que las mansiones anglo-irlandesas ardían a manos de los republicanos durante la guerra de independencia, muchos fueron los protestantes que huyeron a Inglaterra. Bajo esta luz, la paranoia, la inseguridad crónica y la marginalidad autoconsciente de la obra de Beckett cobra un sentido mucho más claro, al igual que su escritura dura y descarnada resulta más comprensible si tenemos en cuenta su aversión protestante por las fruslerías y el exceso. Si pronto abandonó Irlanda por París, fue en parte porque lo mismo le daba sentirse sin hogar en el extranjero que en casa. Al igual que en el caso de su amigo James Joyce, otro nómada literario irlandés, el exilio interior se convirtió rápidamente en emigración literal. La alienación del artista irlandés era fácilmente traducible en angustia moderna europea.
Beckett no se avergonzaba en absoluto de ser irlandés. Su famosa respuesta a un periodista francés que le preguntó inocentemente si era inglés fue «au contraire». Su humor negro y su agudeza satírica son tanto rasgos culturales como personales. Pero en ningún caso podía encontrar acomodo en un estado gaélico introvertido, y el austero minimalismo de su arte es, entre otras cosas, una crítica a la henchida retórica nacionalista. Sin embargo, hay también una cualidad irlandesa distintiva en la manera en que Beckett desinfla lo recargado y rimbombante, así como hay también algo reconociblemente irlandés en esos paisajes estancados y privados de todo en los que, como víctimas coloniales, lo único que se puede hacer es sentarse y esperar la liberación.
No debe sorprendernos, pues, que este maestro del arte de la desposesión se encontrara en 1941 luchando con la resistencia francesa. Viviendo en el París de la ocupación alemana, se unió a una célula que formaba parte del cuerpo de operaciones especiales británico y reconvertió sus habilidades literarias para mecanografiar y traducir información secreta. Cuando la tapadera de la célula se fue al garete muchos de sus camaradas fueron deportados a campos de concentración. Beckett y su mujer, Suzzane, lograron escapar del arresto por unos diez minutos.
Se refugiaron en un pequeño pueblo cerca de París, donde Beckett trabajó en el campo y tomó contacto de nuevo con la Resistencia. En esta ocasión, entre sus tareas se contaba tender emboscadas a los alemanes y recoger las provisiones que la RAF lanzaba en paracaídas. En París, tras la guerra, él y Suzanne pasaron frío y hambre como los demás habitantes de la ciudad, y cuando cogía la pluma para escribir a menudo tenía los dedos morados. Más tarde recibiría la Croix de Guerre en reconocimiento de sus hazañas clandestinas.
En suma, este supuesto proveedor de nihilismo fue un militante de la izquierda y no de la derecha, algo poco común entre los artistas modernos. Campeón de la ambigüedad y la indeterminación, su arte provisional y fragmentario es hondamente antitotalitario. Es también un arte nacido a la sombra de Auschwitz, que guarda lealtad para con el silencio y el terror desnudando su lenguaje, sus personajes y su narrativa casi hasta el punto de la desaparición. Es la escritura de un hombre que comprendió que el realismo sobrio y cargado de pesadumbre sirve a la causa de la emancipación humana más lealmente que la utopía cargada de ilusión.
© Guardian News and Media Ltd 2006. Publicado originalmente en The Guardian el 20 de marzo de 2006