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Lila Downs,

el arte puede abrir tu corazón

José Miguel López
Fotografía Eva Sala

Una semana antes de actuar en el CBA, Lila Downs (Oaxaca 1968) ofreció un concierto en China con un colectivo llamado The Twelve Girls Band, la banda de las doce chicas, agrupación cosmopolita creada para la ocasión con instrumentistas y vocalistas chinas. Allí cantó la «Habanera» de Carmen de Bizet y un aria de Turandot, «Signore escolta», basada en un tema chino. Durante su gira española Lila Downs llamó a diversas vocalistas para que compartieran el escenario con ella: Martirio en Madrid o Marina Rosell en Barcelona, entre otras. Son pinceladas que nos aproximan a una fascinante artista con una carrera atractiva y una voz sensual. Actualmente vive en Nueva York, desde donde realiza giras por todo el mundo.

Comencemos hablando de tu infancia.

Mi madre es una indígena de la región alta de la Mixteca de Oaxaca. Pertenece a una de las dieciséis etnias de mi estado. Yo crecí influida por la cultura mixteca: mi madre y su abuela hablaban entre ellas en su idioma natal. Mi padre, en cambio, era estadounidense. Murió cuando yo tenía dieciséis años. Era artista, cineasta, fotógrafo y pintor, además de biólogo. Tenía su corazón en la Mixteca de Oaxaca y le encantaba estar allí. Lo recuerdo con mucho cariño porque amaba mucho la vida y yo soy el resultado de una de sus búsquedas: tuve la fortuna de ser un producto de la emigración, de su amor… y también de su amor por México.

¿Cómo se conocieron?

En Ciudad de México. Mi madre cantaba en un club –en una cafetería, dice ella– y mi padre era un bohemio loquito que fue a ese club y se enamoró. La oyó cantar y ahí comenzó el romance.

Te mueves entre dos mundos. ¿Siempre ha sido así?

Me quedaba un año con la familia de mi madre, en México, y luego iba otro año a Estados Unidos. Así me pasé toda la niñez y la adolescencia. La universidad también la hice en Estados Unidos, pero siempre he estado yendo y viniendo. Para mí ha sido una realidad constante, y un privilegio el poder ir y venir cruzando fronteras.

¿Afectó la muerte de tu padre a tu realidad cotidiana?

Cuando murió mi padre, me quedé en la Mixteca con mi madre que tenía un negocio de reparaciones para autos. Fue entonces cuando empecé a notar la gran diferencia que supone allá el que ya no esté el patriarca o el hombre de la familia; de igual manera, tú también empiezas a no existir en la sociedad. Es un problema bastante complejo y triste que se da mucho en mi país y especialmente en mi provincia. Pero es también una experiencia única vivir de esa manera. Creo que afectó mucho a mi personalidad y de ahí surgió mi deseo de seguir estudiando y de decir las cosas de una manera un poco distinta.

¿Tuviste apoyo de tu madre en estas decisiones?

Mi madre me apoyó para que fuera a estudiar a Estados Unidos, aunque en aquel momento aún no sabía el qué. Se me hacía muy fácil estudiar canto así que seguí con el canto clásico, estudios que había empezado en la preparatoria. Después, en la universidad, me cambié a antropología social y terminé en la especialidad de textil indígena de mi región, junto con el major [licenciatura] de canto. El textil me abrió a un mundo de mujeres, porque en su mayoría son mujeres las que lo tejen, y su estudio me acercó a su visión de la vida, del arte y de la historia.

O sea, que ibas para cantante de ópera, con voz impostada, ¿no?

Sí. Chavela Vargas me preguntaba el otro día si había estudiado música. Le respondí que de mucho no me sirvió, porque terminé cantando también en las calles… En realidad, lo que aprendí fue ese valor que se encuentra en la música de la calle y que tiene un carácter bien diferente: tiene una carga de intensidad que quizás en los recitales de Bizet u otros compositores yo no había alcanzado entender. Aunque la técnica es muy útil, claro que sí. Recientemente he tenido un problema muy grave con la voz y me ha venido muy bien volver con la técnica clásica, con un maestro clásico.

Hablas con familiaridad de Chavela Vargas. ¿Qué significa para ti?

Chavela es la mujer de la que bebes las palabras, palabras de fortaleza, palabras de filosofía, de México, de la muerte cercana, tan presente en nuestros días, y de la posibilidad de no existir. Chavela representa una entrega a la vida única. Es una mujer maravillosa. Es un general [risas], un ser humano muy especial.

La muerte está muy presente en la cultura mexicana.

En mi etnia es muy importante la festividad del día de los muertos. Incluso más que la Navidad, la Pasión o el Carnaval. Es el momento en que hay un convivio sagrado con los ancestros. Algo muy indígena pero también una cuestión universal que quizás en México hemos querido arraigar ahí, ¿no? Se trata de establecer contacto con algo misterioso del pasado. En algunas culturas la muerte es un tema tabú, pero yo creo que es algo que nos enriquece, nos fortalece y, además, nos da un sentido del humor con el que poder enfrentarse a ella. Es lo que describen las canciones rancheras: reírse un poco, temerle mucho, llorar, tomarse unos tequilas y decir: «bueno, ¿a quién no le toca?». Es parte del ser.

Supongo que conoces al grupo Grateful Dead.

Sí. En la subcultura de Estados Unidos existe un rechazo a todo lo que es convencional, lo que se suele llamar mainstream, y también un culto a una muerte metafórica entrelazado con las experiencias psicodélicas. A mí me llamó mucho la atención esa subcultura porque soy hija única y me sentía contenta de poder formar parte de una familia grande, en la que se convivía de manera muy abierta. Dentro de mí siempre hubo algo que deseaba una revolución personal, quizás porque crecí en Oaxaca, una sociedad muy estricta y conservadora con lo que se le permite pensar u opinar a la mujer, especialmente en el tema de la sexualidad. La subcultura estadounidense ofrece una opción muy interesante, aunque después te das cuenta de que también tiene muchas cosas oscuras, que en ocasiones no se trata exactamente de ideales sino, simplemente, de fiestas.

Te quería preguntar por la posible conexión de Grateful Dead con el culto a la muerte, pero me has hablado del movimiento hippie, ¿lo conociste a través de tu padre, quizás?

No, fue por mi cuenta. Me llamaba mucho ese ambiente, la forma de vida más que la música. Dejé la escuela y estuve viviendo en la calle, en Minnesota, haciendo unas joyitas que vendía para sobrevivir.Empecé a salir, a viajar, a seguir a Grateful Dead y otros grupos de hippies que venían de los sesenta y setenta, aunque a mí todo esto me tocó a finales de los ochenta, poco antes de que muriera Jerry García. Asistí a los Rainbow Gathering [encuentros del arco iris] que cada 4 de julio se celebran en diferentes estados. Participé en esos experimentos comunitarios en los que encontré similitudes con mi cultura indígena: el compartir una sola comida entre cientos de personas, el tener ciertas responsabilidades como individuo con tu comunidad…

Tu discografía incluye cinco discos, varias participaciones en trabajos colectivos y, según tengo entendido, un par de casetes con maquetas incipientes, como Ofrenda o Azulado.

Ofrenda fue un tema que escribí acerca de los emigrantes de mi etnia. Fue la primera grabación que hicimos en Oaxaca cuando trabajaba en una especie de bar donde se servía pizza, cerveza y vino. Ahí empecé a cantar canciones originales y algunos estándares de jazz junto a temas tradicionales mexicanos. Azulado fue el segundo casete, de las mismas noches de Oaxaca. Sí, son maquetas, como dicen acá.

En 1999 publicaste La Sandunga, tu primer disco oficial, con Narada, un sello que entonces estaba orientado hacia la música New Age.

Sí, así es. Pero además del New Age estaban muy interesados en difundir el trabajo de algunas mujeres cantantes. Recuerdo que cuando nosotros entramos en Narada también grababa con ellos Flora Purim. También habían publicado algunos discos de jazz y trabajamos muy a gusto juntos.

Hablas en plural.

En parte porque es mi costumbre: como oaxaqueña siento que es importante incluir siempre al grupo que comprende mi música. Pero, además, compongo con mi esposo, Paul Cohen. Llevamos casados cuatro años, pero arrejuntados, viviendo en pecado, llevamos ya trece años. Nos conocimos en Oaxaca. Él era cirquero, malabarista y yo estaba cantando trova y canciones mexicanas con un grupo. Coincidimos una noche de mezcales y empezamos a girar juntos.

Volvamos a La Sandunga. ¿Dónde se grabó?

En San Miguel de Allende, un sitio muy turístico de México donde los músicos tenían mucha chamba [risas], mucho trabajo. Actuábamos en las noches de Oaxaca. Venían a vernos corredores de arte, artistas como Rodolfo Morales, Luis Zarate y algunos decían: «¿por qué no cantas La Sandunga o alguna otra canción oaxaqueña?» Y así empezamos. El disco se hizo en un estudio en siete horas y ya, vámonos.

El segundo disco, Árbol de la vida, está mucho más elaborado.

Fue más pensado. Mi principal preocupación era que mi etnia, los mixtecos, fuéramos conscientes de nuestra riqueza ancestral. Dentro de los códices se narran las historias y las leyendas del Génesis. Según los mixtecos nacemos de los árboles y por eso está aquí [señala la portada del disco] esta figura naciendo –por cierto, muy bien dotada [risas]– y aquí la mujer con las piernas abiertas, que son las ramas del árbol. ésta es una de las versiones del Génesis. Quería cantar sobre ello para que sintiéramos más orgullo de nuestra etnia, porque hemos sido una comunidad muy marginada por la cultura mestiza nacional, y muy humilde, con mucha pobreza. Una comunidad que ha vivido a fondo este fenómeno de la emigración que te platicaba; mucha gente sale al extranjero y pierde contacto con su cultura. Aunque hablen el mixteco como primer idioma, lo van perdiendo por la vergüenza de hablar su lengua indígena, muy mal vista en muchos ámbitos mestizos de México. Eso es lo que quería hacer. Para ello tenía que respetar la acústica de los instrumentos, utilizar algunos prehispánicos, con el tambor como instrumento central, y quería cantar canciones de la región de la costa negra de Oaxaca, a la que chilenos y peruanos aportan una influencia muy grande.

¿Conoces a Jorge Reyes y sus experiencias prehispanas?

Sí claro, él es compañero. Estuvo el otro día en la presentación del disco homenaje a Chavela Vargas. Ha sido una de mis influencias.

¿Qué otras influencias has tenido?

Existe una gran cantante llamada Amparo Ochoa que hizo cantidad de discos sobre la música folclórica y la que se llamaba entonces «de protesta». También Óscar Chávez fue muy importante; desde muy chica le escuchaba, me fascinaba su voz, su manera de decir las cosas…

Tu tercer disco se titula La línea.

Está dedicado a las mujeres que han fallecido en la frontera, algo que sigue sucediendo y parece ser que sucederá en el futuro, con este gran muro que están construyendo. Esperemos que con los demócratas cambie un poco la situación. La idea fue la de concebir la música que se oye en las cantinas, en los bares de la frontera, en Tijuana, Ciudad Juárez… Empezábamos a girar por estas regiones de la frontera y aunque yo no soy fronteriza me sentía como en casa; fue una combinación de elementos muy particular.

Una sangre, tu cuarto disco, tiene una dedicatoria «a las mujeres que habitan todos los tiempos. A las que han parido fruto de sus ideales, una sangre».

Sí, bueno, eso hace referencia a la noción del hijo. Es la idea de la mujer que provee, que da, que nutre y se sacrifica por los hijos… O por los discos en mi caso, que son como mis hijos. Quería recuperar los pensamientos y la poesía que nosotras podemos aportar para crear una conciencia. Empezaba la guerra contra Iraq y en esos días nos mudamos a Nueva York, al corazón de la bestia, justo en el momento más difícil, cuando más discriminación había. Porque la sigue habiendo, claro, pero en ese momento era aún más extrema.

La cantina, tu quinto disco, resume de alguna forma todo tu trabajo anterior y retoma las noches oaxaqueñas: «Entre copa y copa se acaba mi vida».

Ay, ay, ay. Este disco llega por una tristeza muy grande dentro de mí y por la necesidad de expresarme por medio de la canción ranchera. Mis primeros recuerdos musicales son la música de Lola Beltrán, Antonio Aguilar, José Alfredo Jiménez o Miguel Acebes Mejía, pero no había vuelto a esa música porque estaba en desacuerdo con muchas ideas que se manejan en las canciones mexicanas, unas ideas que, como te digo, también conocía por experiencia propia: en mi pueblo se consideraba a la mujer de una forma muy denigrante. Cuando cantaba la canción ranchera me decían: «oye, ¿y no te vendría mejor cantarte un bolerito o algo más femenino?» [risas]. Me había alejado de esta música por todas esas cosas, pero en el momento de componer este disco yo ya no pensaba, nada más sentía, y ésa es la maravilla del arte y de la música, que no te lo explicas pero te identificas con las cosas, aunque en otro momento de tu vida jamás lo hubieras pensado. Esa es la maravilla también de las canciones de José Alfredo, que muestran toda la tragedia y el lado tan terrible de nuestro machismo mexicano pero, al mismo tiempo, toda la gloria y toda la belleza de mirar el amor en su manera más particular, muy mexicana.

Siempre se ha dicho que tienes un aire a Frida Kahlo y cinco canciones tuyas aparecen en la banda sonora de la película biográfica Frida –incluido un dueto con Caetano Veloso–, que fue galardonada con un Oscar.

Sí, me agrada, porque me parece una banda sonora muy buena. La música es muy auténtica. Fue hecha con mucho cuidado por Elliot Goldenthal, que investigó bastante sobre el folclore de México. En cuanto a Frida, es una persona muy importante como mujer y también como ser bicultural, ya que tenía, creo, una visión un poco extranjera de lo que es ser mexicana y, al mismo tiempo, era muy mexicana, muy nacionalista. Claro que, a la vez, también atacaba el nacionalismo, porque México es un lugar muy complejo, así como lo es España, con toda su diversidad. Hubo un momento en que, para poder hacer lo que hago, fue muy importante para mí encontrarme con su trabajo.

Hay otra colaboración discográfica poco conocida que es tu aportación al disco colectivo Spain in my heart: canciones de la Guerra Civil española, donde cantas «El quinto regimiento» en su versión republicana más auténtica, prohibida y perseguida durante décadas.

Esta fue una experiencia muy importante para mí. Ponerte en otro contexto histórico es algo muy interesante. Creo que todas esas luchas te hacen tener dudas sobre nuestra humanidad. Y, al mismo tiempo, ¡ay!, vuelvo a pensar en Oaxaca, un lugar mágico, que pasa ahora por unos momentos muy difíciles… Quizá las cosas tienen que pasar, pero son tantas las perspectivas dentro de la lucha de clases, que hay mucha confusión. Y eso, que es desesperante, pasaba por mi pensamiento cuando canté esa canción.

Vamos terminando la entrevista, pero me gustaría que nos quedáramos con la esencia de tu creación. ¿Cuál sería?

Hablar con el corazón. Creo que es algo muy importante. Se tata de ser honesto, de ser claro, incluso aunque te lastime a ti mismo. Y eso siempre es un reto. Si haces las cosas con el corazón no pueden salir mal, ¿no? Siento que por ahí van las cosas.

Y, ¿un deseo final?

Que podamos querernos más y que el arte pueda ayudar a conseguir este objetivo. Estoy convencida de que la música puede acercarnos; puede existir un canto árabe que sea la cosa más hermosa que hayas escuchado en tu vida y que, de pronto, te abra una puerta dentro del alma que te lleve a decirte «quizás no todos los musulmanes son así o asá». Creo que el arte puede abrir tu corazón.

ESTA TIERRA ES NUESTRA TIERRA

Cuando en 1960 Bob Dylan llegó a Nueva York por primera vez, fue a visitar a Woody Guthrie, que estaba enfermo, postrado en cama por una enfermedad degenerativa. Le cantó sus canciones sin despertar en él mucho entusiasmo. Dylan consideraba a Woody su maestro. Miembro del Partido Comunista Norteamericano, Guthrie llevaba una inscripción en su guitarra que decía: «Esta máquina mata fascistas». Falleció en octubre de 1967 y Dylan reapareció, tras un retiro motivado por su sonado accidente automovilístico, para participar en un concierto en su memoria. En el tercer disco de Lila Downs, La línea, hay un tema con dos versiones de Woody Guthrie: «Pastures of plenty» y «This land is your land».

«This land is your land» es una canción de Woody Guthrie que habla de los emigrantes, pero se refiere a una época pasada de los Estados Unidos, cuando eran descendientes de alemanes, de polacos, de europeos… Al cantarla yo, quería provocar una afinidad con la nueva ola de emigrantes, porque ahora por hablar español nos hacen el feo. Quería fomentar un diálogo entre estas dos realidades.

Es curioso porque cuando eres pequeño y estudias la primaria en Estados Unidos la primera canción que aprendes es esta. De algún modo, todos sentimos y compartimos una especie de nacionalismo vinculado a las libertades de las que habla la canción. Muchos años después, cuando he vuelto a cantarla, he pensado que esta canción tiene algo; quizás sea una herramienta, un medio para mostrar el lugar tan importante que ocupan hoy los latinoamericanos en Estados Unidos.

Para mí, la figura de Woody Guthrie representa la lucha por los que no tienen privilegios. Es parte de la lucha de clases y del ideal de igualdad de oportunidades que forma parte de la filosofía del país, independientemente del color de tu piel, raza u origen: eso es lo que quería recordar. Creo que él lo hizo muy bien en otro momento de la historia.

HAY QUE VOLVER A EMPEZAR

La Factoría Autor, de la SGAE, ha editado dos volúmenes dedicados a la lucha contra la violencia de género. Son dos discos con interpretaciones de Martirio, Luz Casal, Pedro Guerra y Cristina del Valle, entre otros, en el que se recupera una canción de Lila Downs, «La niña», del disco La línea.

Mira qué bien. ¡Qué lindo! No lo sabía. Es una canción dedicada a las mujeres que han fallecido en Ciudad Juárez, que van ya más de quinientas desaparecidas. Yo soy pocha, ¿no?, combino a veces las palabras en inglés y en español, y en la frontera existe una cultura muy particular que quería retratar en La línea, resaltando mis puntos de vista sobre esta historia: el colonialismo, la nueva ola de humanos tan necesarios para las máquinas, para las maquiladoras de la frontera…