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El secuestro de Europa

Entrevista con Peter Gowan

Carolina del Olmo
FOTOGRAFÍA LUIS ASÍN

Peter Gowan, profesor de Relaciones Internacionales en la London Metropolitan University y miembro del consejo editorial de la revista New Left Review, es experto en política internacional y, muy en especial, en los desarrollos recientes del capitalismo estadounidense, Europa Oriental y las relaciones transatlánticas. Su libro La apuesta por la globalización es un instrumento indispensable para comprender la geopolítica y la economía del mundo contemporáneo. El pasado octubre visitó el CBA para participar en el congreso Buscando imágenes para Europa, donde ofreció una inquietante visión del presente y el futuro de la Unión Europea.

Frente a la extendida consideración de los grandes desarrollos económicos y políticos como procesos sin sujeto, usted insiste en que hay personas e instituciones que diseñan estrategias orientadas a modificar la estructura del poder social. ¿Quiénes son estos sujetos?

Es posible que en ocasiones haya exagerado la dimensión unilateral y táctica de algunos procesos y proyectos, pero es que la gente suele ignorar que, en efecto, existe una acción estratégica y que, muy a menudo, las justificaciones o explicaciones de una acción difieren bastante de sus objetivos reales. Una respuesta general a esta pregunta vendría a decir que, tanto en las sociedades capitalistas europeas como en Estados Unidos existen diferentes clases sociales que crean sus propios líderes en los ámbitos de la economía, de la política o de las grandes estrategias que combinan ambos campos. Se trata de un proceso informal, al margen de las instituciones, que resulta casi invisible. En el caso de la Unión Europea ha existido y existe este tipo de red de elites implicadas en una actividad política emprendedora, que tratan de impulsar ciertos proyectos a través de las instituciones de la Unión. Giscard D’Estaing es un ejemplo obvio. También está el belga Davignon, otro líder político-económico de la clase empresarial. A menudo también los banqueros desempeñan un papel importante, ya que la actividad de sus bancos les proporciona una amplia visión de la economía. Esta gente se reúne de manera informal, debate, desarrolla proyectos…

De modo que realmente hay gente pensando activamente en cómo hacerse con el poder…

En efecto, pero no es que simplemente ocurra, es que tiene que ocurrir. El capitalismo es un sistema de clases cuyas instituciones niegan las clases. Las instituciones del mercado, por ejemplo, las reemplazan por consumidores vinculados contractualmente y por compañías individuales que compiten entre sí. De igual modo, las instituciones políticas del capitalismo liberal niegan las clases y las sustituyen por ciudadanos o grupos de interés. Y dado que la lógica de los mercados y la lógica de la política en un nivel institucional son muy diferentes, tienen que existir instituciones que pongan en marcha mecanismos de coordinación entre ambas, como el poder ejecutivo, donde se combinan lo económico y lo político. Pese a todo, los burócratas y miembros del ejecutivo a menudo carecen de visión prospectiva y por eso les viene muy bien contar con gente como Giscard D’Estaing.

En La apuesta por la globalización relacionaba la Guerra de Yugoslavia con los conflictos geopolíticos entre Europa y Estados Unidos. También su explicación de la Guerra de Irak se aleja de las interpretaciones al uso.

Bien, en primer lugar es importante tener en cuenta que, con el colapso del bloque soviético, se derrumbó nuestro viejo orden en un sentido más profundo de lo que generalmente se reconoce. Por mucho que los medios de comunicación y los discursos oficiales insistieran en la permanencia y solidez de las instituciones de los países occidentales, lo cierto es que la estructura del orden en Occidente descansaba sobre la premisa de un enfrentamiento militar con la Unión Soviética, un enfrentamiento que había otorgado a Estados Unidos la primacía sobre los aliados. Y lo que muchas veces se pasa por alto –pese a que se explica con todo detalle en los documentos estratégicos estadounidenses– es que para Estados Unidos lo más importante no es, como suele creerse, mantener unos enemigos contra los que luchar o a los que eliminar; lo más importante es el liderazgo y el control efectivo de sus aliados. ¿Por qué? Porque constituyen los centros alternativos de poder y liderazgo económico en el mundo capitalista y porque, en la medida en que controlas estos centros, tu poder se multiplica enormemente en todas partes.

Con el hundimiento del bloque soviético, se derrumbó también parte de la base del dominio estadounidense sobre sus aliados, especialmente Alemania y el resto de Europa Occidental. A partir de la década de los noventa la política de Estados Unidos parecía limitarse a reaccionar a tal o cual acontecimiento mientras la estructura general seguía intacta, pero no era así. La política estadounidense reciente ha consistido, más bien, en un intento de reconstrucción de un nuevo orden mundial que, según el acuerdo de todos los líderes estadounidenses, debía permitirles restablecer su primacía sobre el resto de los centros capitalistas. Por eso resulta imposible comprender lo que ocurrió en los Balcanes sin entender la política de Estados Unidos. ¿Cuál iba a ser el nuevo orden europeo? ¿Un orden bipolar con Europa Occidental a un lado y Rusia al otro que resultara en una Unión Europea unida y autónoma? ¿O sería de nuevo un orden dirigido por Estados Unidos a través de la OTAN? Los Balcanes fueron la cabina de mando desde la que Estados Unidos trató de restablecer su liderazgo sobre Europa.

Durante algún tiempo, parecía que el resultado de todas estas tensiones iba a ser un proyecto de globalización económica compartido por todo el mundo atlántico, una economía mundial liberalizada con normas decididas conjuntamente entre EE UU y Europa. Pero esto significaba que la principal baza política de Estados Unidos, su poder militar, iba a utilizarse sólo como último recurso contra quienes plantearan serios problemas al proyecto de globalización. En definitiva, el resultado de todo esto era que casi todas las grandes cuestiones políticas mundiales se resolverían en un terreno en el que el poder de Estados Unidos se vería mermado.

La Administración Bush comenzó su legislatura diciendo que quería algo diferente y la expresión que utilizó fue que iba a construir «alianzas fuertes». En su lenguaje, esto significaba que iba a crear alianzas hegemónicas con el fin de someter a sus aliados a un control más firme. Desde el principio, antes incluso del 11-S, consideraron que su poder militar era crucial en cualquier asunto de política internacional, de modo que, entre otras muchas cosas, decidieron no reconocer ningún tratado de control armamentístico e infringir el Tratado sobre Misiles Antibalísticos, se deshicieron sin miramientos de dos de los éxitos de la diplomacia europea –a saber, el Protocolo de Kyoto y el Tribunal de Justicia Internacional– y optaron por poner fin a los esfuerzos por evitar un enfrentamiento militar en la Península de Corea a través de la «política de mano tendida» o Sunshine Policy.

Y después, por supuesto, está el 11-S. Si lees artículos periodísticos como los de Nicholas Lemann en The New Yorker, la palabra clave es «oportunidad»: una magnífica oportunidad para situar el poder militar estadounidense en el meollo de los acontecimientos. A través de la supuesta guerra contra el terrorismo, una trampa para atacar Irak, se trataba de remodelar las relaciones con los países capitalistas más importantes. La Administración Bush desarrolló los planes de ataque a Irak de manera que enfurecieran a los aliados europeos y que incluso los enfrentaran: la Unión Europea debía dividirse geopolíticamente entre los leales a Estados Unidos y los desleales. Desgraciadamente, las maniobras orientadas a construir un nuevo orden mundial suelen quedar fuera del debate público sobre política internacional, que siempre gira en torno a unos tipos malvados que provocan reacciones en unos aliados que de otra manera serían aquiescentes.

En algunos análisis de la globalización se intenta explicar conjuntamente el boom del capital financiero, la pérdida de competitividad de la industria europea –o, más en general, la crisis económica– y las estrategias políticas neoliberales. ¿Hasta qué punto son fenómenos complementarios?

Hay ciertas dinámicas que se interrelacionan de formas complejas pero que es preciso analizar separadamente si queremos comprender lo que está sucediendo. Uno de los aspectos más relevantes de la actualidad, sin duda alguna, es el largo estancamiento económico en el que se sumió el mundo occidental desde la década de los setenta hasta bien entrada la década de los noventa, interrumpido en Estados Unidos por el boom tecnológico que comenzó alrededor de 1997 y que en seguida se convirtió en una burbuja especulativa que terminó estallando en 2000 o 2001. Aquello fue un fallo del capitalismo.

Por otra parte, está la respuesta al estancamiento de la derecha angloamericana, de los thatcherianos y los reaganianos. Es importante tener en cuenta que, antes de este giro conservador, las sociedades occidentales se habían convertido en sistemas que podríamos denominar «multiclasistas», en los que la fuerza de trabajo estaba totalmente integrada en el sistema político. La estrategia de la derecha consistió en trastocar completamente las relaciones sociales socavando así los avances sociales y el poder que habían conquistado los trabajadores. Este trasvase de poder de la fuerza de trabajo al capital que marca el fin de la estabilidad de posguerra fue un asunto trasatlántico. Los responsables fueron los thatcherianos y los reaganianos, pero también los giscardianos, aunque de maneras diferentes y con distinta intensidad.

Hay un tercer aspecto muy importante: la modificación de las relaciones monetarias y financieras internacionales, alentada en gran medida por Estados Unidos y por intereses específicamente estadounidenses. El paso más extraordinario en este sentido fue la destrucción del sistema de Bretton Woods, que había proporcionado cierta estabilidad económica al mantener el valor de las monedas ligado al patrón oro. Con la abolición de los acuerdos de Bretton Woods surge un nuevo sistema en el que el dólar se convierte en la moneda dominante, quedando su gestión en manos del Tesoro y de la Reserva Federal de Estados Unidos que, naturalmente, manejan el dólar en interés propio y no en interés del sistema internacional. De hecho, Estados Unidos acabó con las disciplinas de Bretton Woods precisamente porque necesitaba un dólar no disciplinado. Por decirlo de otra forma: Estados Unidos estaba acumulando un déficit crónico en su cuenta corriente que debía haber controlado, siguiendo el ejemplo del gobierno de Eisenhower. En cambio, decidieron no sólo mantener el déficit sino incrementarlo. Bajo la Administración Reagan estas políticas se intensificaron más aún. Necesitaban que entrara en Estados Unidos gran cantidad de financiación del resto del mundo a fin de mantener alto el dólar y financiar su déficit presupuestario. Por eso tuvieron que liberalizar las finanzas internacionales y acabar con los controles de capitales, precisamente para que los flujos de capital pudieran entrar.

Naturalmente, todo esto se produce en un escenario en el que el dólar sube y baja frente a las demás monedas principales en enormes fluctuaciones dirigidas por el Tesoro de los Estados Unidos. Mucho de lo que se conoce como globalización económica o financiera es precisamente una respuesta a esta irresponsabilidad de Estados Unidos, que puso fin a la estabilidad de la economía capitalista internacional. Me explico: los indicadores que permiten hablar de globalización financiera responden a los enormes volúmenes que han alcanzado los mercados de divisas y derivados. Y, ¿a qué se debe este incremento? A que tanto los capitalistas individuales como los bancos centrales intentan a toda costa protegerse de y enfrentarse a los riesgos que implican estos flujos. El desarrollo del mercado de derivados en el mercado de divisas, que es formidable, es precisamente una respuesta a esta necesidad. Y lejos de ser una modernización orgánica del capitalismo que posibilita el estrechamiento del globo, constituye una dinámica muy negativa para la estabilidad del mundo capitalista.

¿Qué papel juegan en este contexto los discursos de la Tercera Vía y el Nuevo Laborismo? ¿Cómo se está viviendo este giro ideológico en el Reino Unido en un momento en el que, según parece, la polarización social está aumentado radicalmente?

En primer lugar, la Tercera Vía fue un discurso elaborado por Anthony Giddens que Blair utilizó entre 1996 y 1998. Giddens esperaba convertirse en el mentor intelectual del gobierno de Blair, pero las cosas no fueron por ahí: la política de Blair no ha sido una Tercera Vía sino una continuación del thatcherismo. Siempre consideré que había un problema real con el thatcherismo: no podía legitimar los cambios por sí mismo. La única vía de legitimación posible era a través de los laboristas cuando ocuparan el gobierno. Por eso, desde el comienzo asumí que Blair sería, en esencia, un legitimador del thatcherismo, que dejaría las cosas como estaban y llevaría a cabo pequeñas mejoras para contentar mínimamente a la gente. Pero lo que no me esperaba es que Blair se dedicara a llevar el thatcherismo a áreas que eran tan explosivas que ni Margaret Thatcher se había atrevido tocar, como la sanidad o la educación.

¿Que cómo respondió la gente a esto? Entre los seguidores del Partido Laborista hubo mucha rabia y también frustración. Sabían que Blair no encajaba en la tradición laborista, pero no encontraban un lenguaje con el que expresarlo. Por fin la Guerra de Irak permitió a los sindicatos articular sus quejas contra Blair. Fue muy interesante ver cómo se canalizaba todo ese enfado. El gobierno de Blair ni se lo esperaba ni lo entendió. Pese a todo, Blair volvió a ganar las elecciones, por la sencilla razón de que el Partido Conservador era un cajón de sastre absolutamente incapaz de dirigirse a la gente joven de cualquier clase o a la vasta masa de la población urbana del país.

Por lo demás, la situación en el Reino Unido es lamentable. Los niveles de pobreza son terribles, comparables a los que se pueden encontrar en Estados Unidos o en Latinoamérica. En la Europa Occidental continental esta pobreza existe en grupos marginales, sobre todo entre los inmigrantes recién llegados, pero en el Reino Unido va mucho más allá. Tenemos un sistema sanitario rayano en la obsolescencia porque no se ha invertido lo suficiente en veinte años. Y aunque Gordon Brown, ministro de economía, haya dedicado mucho dinero a la sanidad, harían falta doscientos mil millones de libras más para que el Reino Unido alcanzara el nivel europeo. Con el transporte pasa lo mismo: la falta de inversión es brutal. En la época de las vacas locas recuerdo que oí en la BBC Radio una entrevista con el editor de una revista alemana. El entrevistador le preguntaba: «Bueno, ¿y cómo es cada vez vienen menos turistas alemanes al Reino Unido?». Y este hombre le respondió: «El problema es que a los alemanes les gusta mucho comer carne y, como usted comprenderá, aquí no la pueden comer. Otro problema es que los alemanes son un tanto hipocondríacos, de modo que, obviamente, no quieren venir al Reino Unido, no vaya a ser que terminen muriéndose en un hospital. Además, a los alemanes les gusta salir al campo, no sólo quedarse en Londres pero, claro, sienten que es un tanto arriesgado, con el estado de los ferrocarriles…».

Es cierto que, en estos momentos, apenas hay paro en el Reino Unido y que en los últimos años su PIB ha crecido más rápido que en el resto de Europa. Pero no hay que olvidar que las condiciones de empleo en el Reino Unido son similares a las de Estados Unidos, lo que significa que en grandes sectores de la población lo que existe es un empleo de pobreza. El 40% de los trabajadores trabajan más de cuarenta y ocho horas a la semana. Además, los salarios son bajos, los contratos laborales precarios y una gran parte de la población trabaja a tiempo parcial sin ningún tipo de seguridad.

En cuanto a las cifras de crecimiento, es cierto que son elevadas, porque atravesamos una situación en la que coexiste una demanda alta, necesaria para que se pueda dar ese crecimiento, y unos salarios bajos. Y, ¿cómo se mantiene a la vez unos salarios bajos y una demanda alta? Pues dejando que la gente pida préstamos. El nivel de endeudamiento del consumidor en el Reino Unido es enorme, de lejos el más elevado de Europa. Esto es lo que ha posibilitado el crecimiento en el Reino Unido. Si los franceses o los alemanes hubieran estado dispuestos a asumir las deudas en la que se han metido los británicos, su crecimiento habría sido colosal. Y no es que la deuda en sí sea un problema pero, lógicamente, en algún momento tiene que parar. La hora de la verdad se aproxima y creo que todos los comentaristas coincidirán en que en el próximo periodo la actividad económica va a ser mucho más lenta en el Reino Unido.

Hablemos de la ampliación de la Unión Europea. ¿Hasta qué punto es positiva la integración para los miembros del antiguo Bloque Soviético?

Bien, en primer lugar, no hay nada peor que encontrarse en la periferia de la Unión Europea y, encima, estar en desventaja. Es un escenario de pesadilla en el que te están dictando continuamente lo que tienes que hacer en la gestión de tu economía. Eres un marginado sin margen de maniobra. Además, estos países tenían economías muy cerradas que importaban y exportaban a la Unión Soviética, lo que empeoró aún más la situación. Su estructura industrial había perdido toda relación internacional y necesitaban urgentemente reorientarla; los líderes de Europa Occidental, a través de la Unión Europea, supieron aprovechar esta situación en su beneficio.

Por otro lado, los gobernantes de los países de Europa Central y del Este no tenían más opción que aceptar el trato que se les proponía, y no sólo por el tamaño de los mercados de la UE, sino porque llevaban mucho tiempo legitimando el dolor de sus pueblos durante la transición al capitalismo con la idea de que todo se hacía por «entrar en Europa».

En el momento de integrarse en la UE sus economías eran muy débiles, con la excepción de Eslovenia, que era el único país que mantenía importantes relaciones con la Comunidad Europea desde los sesenta ya que Yugoslavia había tenido acceso a los mercados de la Comunidad y un tercio de la industria de exportación de Yugoslavia se encontraba en Eslovenia. La Unión Europea exigió a los países del Este que se reestructuran siguiendo sus pautas, pero con Eslovenia no pudieron. Es un caso interesante porque muestra lo que la UE andaba buscando: hacerse con el control de los bancos comerciales de Europa del Este. En todos los países, excepto en Eslovenia, los bancos se encontraban en una situación muy precaria porque, cuando la transición llegó a la industria, los gobiernos, actuando correctamente, dejaron que los bancos soportaran la carga. De manera que cuando se entregaron los bancos comerciales del Este a los bancos de Europa Occidental, parecía que se hacía para salvarlos. En el caso esloveno no se había producido ningún derrumbe durante la transición; los bancos funcionaban bien y los eslovenos no querían entregar ninguno, pero la UE amenazó con impedirles la entrada si no lo hacían. Los eslovenos argumentaron que preferían la manera europea: «En Europa Occidental os aseguráis de que los grandes bancos comerciales se queden en vuestras manos; eso es lo que nosotros queremos». Y finalmente lograron mantener sus bancos. Luego hay países como Polonia, que oficialmente tiene una tasa de paro del 18%, aunque la real es del 40%. En su caso lo que ocurrió fue una destrucción terrible de sus activos de producción. Polonia tiene una industria de acero muy fuerte, pero como en Europa Occidental esta industria también es importante, no les servía de nada. Este es el tipo de cosas que están pasando.

Por otra parte, los acuerdos financieros que se les ha ofrecido a estos países dejan bastante que desear: son mucho peores que el que ofrecieron a España cuando se integró. Las cifras de la UE sobre estos pactos son totalmente engañosas. Por ejemplo, el acceso a muchas de las ayudas financieras a las que por sus características podrían tener derecho está condicionado a unos ajustes presupuestarios que estos países no pueden soportar, de modo que en numerosas ocasiones se quedan sin los fondos. Pese a todo, creo que a estas economías de Europa Central y del Este les podría ir bien en el futuro: tienen una mano de obra barata y bien formada y tienen ventajas de localización, ya que se encuentran al lado del Triángulo de Oro. Esperemos que estos aspectos les ayuden a mejorar. Para otros países, sin embargo, la situación no es tan alentadora. El oeste de los Balcanes es una catástrofe y luego hay países como Bulgaria o Armenia que han vivido verdaderas pesadillas, en particular Armenia. Esta historia tiene un lado muy oscuro: todos sabemos que millones de mujeres jóvenes se están prostituyendo y que el crimen organizado está alcanzando dimensiones increíbles, por mentar sólo algunos de los problemas que, en definitiva, son el resultado de una transición hacia el capitalismo brutal, explotadora y centrada en los intereses de Europa Occidental. En este sentido, los discursos de los líderes de Europa Occidental están cargados de hipocresía; por ejemplo, se dice que la Unión Europea ha propiciado la democracia en estos países, idea que resulta, cuando menos, repugnante. Sería más preciso afirmar que lo que la UE ha creado en esa región, con su política económica, es una amenaza brutal para la estabilidad de la democracia. Si los estados de Europa Occidental hubieran pasado por lo que estos países están pasando, las democracias no habrían sobrevivido; sabemos que, por mucho menos, se agitaron hasta el punto de generar autoritarismos y xenofobia.

¿A qué cree que se ha debido el rechazo de la Constitución Europea en países como Holanda o Francia? ¿Cree que el «no» ha sido una respuesta social, de izquierdas, o más bien ha sido un «no» populista, con Le Pen y compañía al frente?

Bien, empíricamente, creo que todo el mundo está de acuerdo en que en el caso francés la campaña por el «no» era un proyecto de la izquierda. No se trataba de un rechazo a la idea de la Unión Europea, sino a lo que se veía como una estructuración neoliberal de Europa. En Holanda, en cambio, se puede hablar de un espectro amplio de fuerzas distintas. Con todo, no es cierto que el «no» holandés proviniera exclusivamente de los chovinistas de la derecha, como pensó mucha gente. El Partido Socialista holandés se ha dedicado desde su fundación, hará unos veinte años, a un único objetivo político: luchar por el Estado de Bienestar, por una Europa social contra el neoliberalismo. Fueron muy activos en la campaña por el no y lograron un gran impacto. Así que el resultado es mixto. Por lo demás, los resultados me parecen perfectamente normales cuando se proyecta una constitución que no otorga al electorado europeo ningún poder a la hora de hacer política en la Unión Europea. Los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo no se traducen en un nuevo gobierno a nivel europeo que lleve a la práctica la opinión de la mayoría de la cámara. Los electores europeos saben que no pueden influir en esa estructura, de manera que se vuelven hacia sus sistemas democráticos nacionales y los intentan utilizar como palancas, aunque a menudo se encuentran con que también esta vía está bloqueada porque, de hecho, en la Unión Europea hay cuestiones importantes que no se pueden cambiar sin el acuerdo de todos los países miembros.

¿Cree que las cosas serían diferentes si el Parlamento Europeo tuviera más poder sobre la Comisión?

Hay que tener en cuenta que, en rigor, lo que necesitamos es poder votar por un gobierno. ¿Por qué? Porque hoy en día los gobiernos tienen casi todo el peso de la iniciativa política. Yo diría que en el Parlamento británico el 95% de las nuevas políticas surgen del gobierno. En el caso de la Unión Europea, la Comisión tiene el monopolio de la iniciativa. Nadie se presenta a las elecciones al Parlamento Europeo diciendo «vota por mí y haré esto o lo otro» por la sencilla razón de que los parlamentarios no pueden hacer nada. Se está oponiendo una enorme resistencia a la democratización de las instituciones de la Unión Europea a fin de mantener un control oligárquico basado en los intereses empresariales y del ejecutivo. En las democracias liberales, el ejecutivo es siempre el poder menos democrático: su tarea consiste en mantener un control rígido respecto a las necesidades del sistema capitalista. Por supuesto, también responden hasta cierto punto a las presiones del Parlamento; no lo pueden evitar. Pero en este momento la Unión Europea la dominan estrategas fríos, brutales y realistas. Si las elecciones de la Unión Europea permitieran elegir el ejecutivo y ganara la derecha, en la izquierda no estaríamos muy contentos, desde luego, pero tampoco estaríamos desesperados porque sabríamos que podríamos ganar las siguientes.

En la conferencia que ha pronunciado durante el congreso, dirige críticas muy duras a Chirac.

Sí, cierto. Siento decirlo, pero lo considero un diletante. No ha llevado a cabo políticas consistentes y sus incoherencias han tenido resultados muy importantes. Con el colapso del bloque soviético, Francia pudo haberse convertido en el líder de la región europea compartiendo honores con Alemania. Así lo entendió Miterrand, pero cuando Chirac llegó al poder quiso convertir Francia en una mini-potencia mundial. Recordarás aquel asunto tan turbio de la bomba atómica en el Pacífico: era su gran baza para hacer ostentación de su poder, pero no dejó de ser algo ridículo y presuntuoso que al final se quedó en agua de borrajas. De modo que después de unos años Chirac se ha despertado de su sueño y se ha dado cuenta de que tenía que adoptar un enfoque más realista. Pero yo no me fiaría de él: es posible que salga con otro disparate por el estilo. En segundo lugar, Francia debería haber percibido con claridad que los anglosajones trataban de fomentar una expansión incoherente de Europa y que, la única manera de encarar el problema, era que Francia y Alemania crearan instituciones fuertes que pudieran absorber a los nuevos miembros. Pero Chirac fue a la cumbre del Tratado de Niza dispuesto a evitar que los alemanes tuvieran más escaños en el Parlamento Europeo, a pedir más votos para Francia y cosas por el estilo. Básicamente, Chirac saboteó la cumbre.

Creo que fue John Gray quien dijo que, si hubiera de surgir un nuevo New Deal, tendría que ser en Estados Unidos, puesto que Europa no tiene la autonomía suficiente para poner en marcha políticas de este tipo.

No estoy del todo de acuerdo; de hecho, me parece más probable que el modelo social alemán se convierta en una nueva vía de progreso. Con esto no quiero decir que Alemania se vaya a alzar como país hegemónico en Europa, pero lo cierto es que la democracia alemana es mucho más sana que la británica, por ejemplo. Además, pese a ser gente muy moderada, a los alemanes les preocupan los valores y contar con una solidaridad social sólida. Tanto para el Partido Socialdemócrata como para el Democristiano estos valores son muy importantes, mucho más de lo que la gente piensa.

En cuanto a Estados Unidos, si, como parece, de verdad se les está viniendo encima una crisis económica seria, es bastante improbable que surjan liderazgos políticos con nuevas ideas. Los dos principales partidos tienen compromisos con grupos muy importantes de electores que no pueden cumplir, lo cual crea unas condiciones sociales potencialmente explosivas. Realmente, no sé si la izquierda estadounidense y el Partido Demócrata tienen la imaginación y la energía necesarias para idear un nuevo New Deal. Por el momento, no hay signos de ello y, desde luego, el gobierno de Clinton no resultó nada alentador en este sentido. En mi opinión, la aparición de una nueva política en Estados Unidos tendría que venir de la mano de los afroamericanos. La campaña de Jessie Jackson fue muy importante porque dejó ver que existe una propuesta afroamericana de izquierdas que puede llegar a muchos electores, sobre todo, a la clase trabajadora blanca.

LIBROS

La apuesta por la globalización, Madrid, Akal, 2000

The Twisted Road to Kosovo, Estocolmo, Manifest, 2000

ARTÍCULOS

«Los orígenes del malestar atlántico», en Viento Sur 79, 2005

«El ‘Lebensraum’ de Estados Unidos», en New Left Review 30, 2005

«La hegemonía norteamericana en el mundo de hoy», en Samir Amin et al.,

Neoimperialismo en la era de la globalización, Barcelona, Hacer, 2004

«Instrumentos del Imperio», en New Left Review 21, 2003

«Un cálculo de poder», en New Left Review 16, 2002

«¿El fin de la hegemonía estadounidense?», en New Left Review 13, 2002

«Los orígenes del liberalismo atlántico», en New Left Review 8, 2001

«Donoso Cortés: un español singular», en New Left Review 6, 2001