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Inauguración del Valle de los Caídos

Marc Riboud (1949)

El franquismo estaba lleno de franquistas. Parece una obviedad, pero a veces tendemos a la reducción conceptual –hablar de franquismo y no de franquistas, de la idea y no de sus ejercientes– o a la personificación casi excluyente –concentrar todo el franquismo en la figura de Franco, como si él fuese el principal y casi el único responsable de cuarenta años de dictadura, lo que permite la lectura liquidadora de la transición: muerto Franco, se acabó el franquismo.

El franquismo estaba lleno de franquistas. Parece una obviedad, pero a veces tendemos a la reducción conceptual –hablar de franquismo y no de franquistas, de la idea y no de sus ejercientes– o a la personificación casi excluyente –concentrar todo el franquismo en la figura de Franco, como si él fuese el principal y casi el único responsable de cuarenta años de dictadura, lo que permite la lectura liquidadora de la transición: muerto Franco, se acabó el franquismo. Pues no. Hay que recordar que los franquistas eran muchos. No entraremos ahora en sus motivaciones. Unos por beneficiarios, otros por lealtad ideológica, otros por oportunistas, otros por rencor ganado en guerra, otros por miedo, muchos por conformismo y adhesión ignorante, por el poderismo de quienes están con la autoridad, sea cual sea. Lo cierto es que la España franquista estaba llena de franquistas. Atestada incluso, como esta fotografía, en la que algunos brazos parecen levantarse en vertical, por la imposibilidad de extenderlos hacia delante de tan apretados como están los entusiastas. Es probable que la lente fotográfica acentúe la sensación de amontonamiento, de cabezas que se rozan, brazos enlazados, manos que tocan caras ajenas, como el infierno que los jesuitas describían a Stephen Dedalus, en el que los condenados se hacinaban de tal manera que no podías ni mover un brazo para quitarte el gusano que te roía el ojo. Cuerpos apretados, adheridos, cantando fraternales sus himnos belicosos y, detrás, el muro, grueso, continuo, de piedra maciza, imperial, infranqueable, guardando las espaldas. Más allá de la cruz granítica gigantesca, de los angelotes de Ávalos, de la arquitectura tiránica y desaforada, de la mano de obra prisionera y los miles de huesos arrancados de sus tumbas y fosas para rellenar el sueño victorioso del caudillo; más allá de las tumbas para la peregrinación nostálgica, el espíritu del Valle de los Caídos, su dimensión y su decrepitud, se reflejan en esta imagen, en ese entusiasmo braceador y cantante. Fascismo, sin más.

ISAAC ROSA ESCRITOR