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Pasaje y diálogo

Massimo Cacciari
TRADUCCIÓN CUQUI WELLER    /   FOTOGRAFÍA LUIS ASÍN

El 20 de octubre el CBA otorgó su Medalla de Oro al filósofo Massimo Cacciari, profesor de Estética en la Universidad Vita-Salute San Raffaele de Milán. Al margen de su activa carrera política –ha sido durante años diputado del Parlamento italiano y alcalde de Venecia, cargo que vuelve a ocupar en la actualidad– Cacciari ha destacado en el terreno en el que se entrecruzan la ontología, la estética y el estudio del lenguaje. A continuación, reproducimos el discurso que pronunció en la ceremonia de concesión de esta distinción.

Me hace particularmente feliz estar aquí hoy con todos vosotros y recibir precisamente esta Medalla. Son muchos los años que llevo visitando con cierta asiduidad el Círculo de Bellas Artes, donde ya me siento como en casa. Y son tantos los amigos que tengo aquí, con los que he debatido en seminarios, congresos y conferencias, que considero que este reconocimiento es más un signo de amistad y afecto que el fruto de una decisión basada en mis méritos culturales o políticos.

En los últimos años hemos estado intentando, entre todos, reforzar las relaciones culturales, artísticas y filosóficas entre Italia y España, especialmente en ciudades como Madrid, San Sebastián o Sevilla. Durante este tiempo, han sido numerosísimas las ocasiones de encuentro, debate y discusión entre filósofos italianos y filósofos españoles. De hecho, me atrevería a decir que a lo largo de todos estos años la relación cultural existente entre España e Italia ha sido una de las más intensas del ámbito europeo y, curiosamente, en particular en el campo de la filosofía. Me siento muy orgulloso de haber tomado parte en este diálogo, cuyo vigor se puede medir por la gran cantidad de publicaciones y traducciones que ha propiciado. También me enorgullece haber contribuido a dar a conocer en Italia, desde hace ya muchos años, a grandes autores españoles como José Bergamín o, muy especialmente, a María Zambrano, que entonces eran muy poco o nada conocidos en Italia y que hoy ocupan un lugar central.

Un diálogo, por tanto, intenso y fecundo entre dos países vecinos, aunque muy distintos en el plano político y cultural. Pero estas profundas diferencias que nos separan no restan ni un ápice de importancia a la colaboración y al intercambio a los que me estoy refiriendo. En mi opinión, son este tipo de relaciones las que necesita la construcción de la Unión Europea, las que debe reforzar y fomentar, ya que todavía hoy son escasas y algo débiles. De hecho, creo que si la relación que hemos mantenido durante estos años entre España e Italia ha sido particularmente enriquecedora ha sido, en buena parte, porque ha ido más allá del ámbito puramente académico, implicando también a instituciones y organismos políticos. No obstante, lo más común es que en los intercambios científicos y culturales primen las relaciones académicas y son muchas las ocasiones en las que no se ha sabido implicar a las comunidades o a organismos como el Círculo de Bellas Artes, que tiene una presencia política (en el sentido original del término, «civil») y cultural que implica a toda la ciudad de Madrid y no sólo a algunos intelectuales. Estas son, pues, las relaciones y las presencias que hay que multiplicar en nuestras ciudades. Estos son los organismos culturales, civiles y políticos que crean auténticas comunidades de ciudadanos. Las universidades y las academias son importantes, por supuesto, pero si no alimentan instituciones como ésta, no estarán fomentando ni la cultura ni la formación de una ciudadanía europea. En este sentido, los esfuerzos que hacen nuestros gobiernos para avanzar en esta dirección resultan muy escasos: si ya es poco el apoyo que prestan a nuestras universidades y a sus proyectos de investigación, las medidas que toman para fomentar este intercambio de ideas y la difusión de la cultura a nivel europeo son, a mi juicio, prácticamente nulas.

Esta tarea se ha dejado en manos de la buena voluntad y la espontaneidad de instituciones e intelectuales independientes. Sin embargo, se trata de una labor fundamental para la construcción de la unidad europea. Si queremos que el proyecto para una Constitución Europea madure hasta convertirse en una realidad, el camino sólo puede ser este. No se puede avanzar únicamente a través de acuerdos interestatales. Una verdadera Constitución Europea, como todas las constituciones, debe nacer de un debate civil, de una confrontación de valores –jalonada tal vez por momentos de intenso antagonismo– que no tenga lugar únicamente dentro de academias, gobiernos o inteligencias, sino que sea vivido por todos nuestros conciudadanos. Y esto no se puede dejar en manos del azar; sólo se logrará si nuestros gobiernos, el Parlamento y las instituciones europeas eligen este camino que ejemplifica a la perfección una institución como el Círculo de Bellas Artes –y debo decir que en otros lugares de Europa no he encontrado entidades semejantes– donde cada día se suceden actos de todo tipo, donde se confrontan valores, culturas, donde se debate, se profundiza, se discute, se muestra, se expone y se implica a todos los ciudadanos en este ejercicio, sin academicismos, «aristocraticismos» ni «politicismos».

Creo que en Italia, y más concretamente en Venecia, deberíamos inventarnos una institución parecida, porque mi ciudad es una pieza clave del engranaje sobre el que se intenta construir la unidad europea. Conseguirlo será sin duda difícil, pero la «misión» está clara: Venecia tiene que ser el pasaje, el puente entre nuestras culturas europeas –con sus conflictos y debates– y el Este europeo, o incluso más allá. A día de hoy estoy trabajando en un hermanamiento con Estambul, por ejemplo. Mi ciudad, Venecia, tiene que ser la vanguardia del discurso que defiende el ingreso de Turquía en la Unión Europea, tiene que desempeñar esta función, pero tiene que hacerlo con vosotros, en nombre de toda Europa. Y esta tarea la debe llevar a cabo no sólo frente a Turquía; también es fundamental, como os podéis imaginar, de cara a un país como China, al que la historia nos une con una relación muy especial. Recientemente se ha realizado una encuesta en Pekín y ha resultado que Venecia es la ciudad más conocida entre los chinos después de Nueva York, antes incluso que Londres o París. Europa no se ha dado cuenta aún de la importancia de sus ciudades, ya sea Madrid, Barcelona, Venecia o Nápoles. Hay mucho trabajo por hacer. Esta Medalla que se me concede hoy me compromete a emprender esta tarea aún con más decisión y aún con más convicción que antes, una tarea que verdaderamente me gustaría llevar a cabo –también en mi papel de alcalde–, con la ayuda de todos vosotros, en tanto que representantes de la ciudad de Madrid. Muchas gracias.