Francesco Dal Co:
por una arquitectura sin ismos
Como teórico y director de la revista Casabella, uno de los principales foros de discusión sobre arquitectura, ¿cómo valora, con la perspectiva de los años, el boom posmoderno en arquitectura? Me refiero, en particular, al posmodernismo de Robert Venturi o Charles Jencks y a su feroz crítica a la arquitectura moderna.
Como teórico y director de la revista Casabella, uno de los principales foros de discusión sobre arquitectura, ¿cómo valora, con la perspectiva de los años, el boom posmoderno en arquitectura? Me refiero, en particular, al posmodernismo de Robert Venturi o Charles Jencks y a su feroz crítica a la arquitectura moderna.
Como todas las modas, también la posmoderna ha pasado rápidamente. Cuánto más éxito tiene una moda, más velozmente se agota. Por lo demás, creo que «posmoderno» en arquitectura significa bien poco; como todas las categorías –y como ocurre también con «moderno», por ejemplo– anula las diferencias que las constituyen.
Hace años, hablando sobre el arquitecto finlandés Alvar Aalto, decía que "la importancia de su arquitectura es proporcional a su falta de estilo. Cada una de sus obras importantes es fruto de una situación particular, del personalísimo diálogo que instaura con los problemas concretos". Otros críticos, como Benevolo, han extendido esa virtud de la «ausencia de estilo» a todo el Movimiento Moderno, considerando que su arquitectura no ofrece soluciones preparadas de antemano, sino indicaciones metodológicas para la búsqueda de respuestas siempre distintas e imprevisibles. ¿Cómo ve las cosas hoy día por lo que concierne al estilo?
Lo cierto es que no recuerdo haber escrito esa frase que usted cita acerca de Aalto. No obstante, la afirmación es verdadera en general: cada obra importante de arquitectura es el resultado de una situación concreta, individual. En cuanto a la afirmación de Leonardo Benevolo sobre la arquitectura moderna, no la considero muy relevante. Por lo que respecta al presente, creo que una de las ventajas que nos ofrece la situación –bastante compleja– en la que nos encontramos es precisamente el hecho de que ya no es el momento de hablar de estilo.
Usted ha escrito una magnífica historia de la arquitectura contemporánea en colaboración con Manfredo Tafuri. Cuando uno lee historias de la arquitectura, da la impresión de que se trata de una disciplina que no pretende ninguna objetividad, que mezcla con total desparpajo historiografía y crítica. ¿Tiene alguna idea de a qué se debe esto?
Escribir sobre historia implica ausencia de objetividad: somos nosotros quienes damos la palabra al pasado o, mejor dicho, somos nosotros quienes trasferimos nuestras palabras a cuanto ha sucedido en el pasado, puesto que lo pasado ya no puede hablar por sí mismo. Y esto lo sabía ya Homero, cuando describe el encuentro de Ulises y Aquiles en los infiernos.
De entre los arquitectos que están trabajando en la actualidad, ¿cuáles son, a su juicio, los más grandes y por qué?
Hay, sin duda, obras contemporáneas importantes, pero la verdad es que no veo grandes arquitectos, si la vara de medir nos la proporcionan Brunelleschi, Borromini, Christopher Wren, Peter Behrens o Mies van der Rohe, por mencionar sólo algunos nombres.
Generalmente, el público conoce a Mies, a Le Corbusier o a Wright y, por otro lado, tiene noticia también de Gehry, Foster o Koolhaas pero, entre medias, parece haber toda una generación de arquitectos que ha pasado en cierto modo desapercibida para el gran público, pienso, por ejemplo, en los arquitectos del Team 10, los Smithson, Hertzberger, De Carlo… ¿Qué nos hemos perdido? ¿A qué cree que puede deberse esta falta de popularidad?
La falta de popularidad se debe, en buena parte, a quienes se obstinan en encerrar la historia en distintos «ismos», como el eclecticismo, el romanticismo, el racionalismo, el modernismo, el posmodernismo, el deconstructivismo, etcétera. Me parece que Ernst Jünger supo explicarlo muy bien: cuanto más utiliza el crítico o el historiador el sufijo «ismo», más tonto es el crítico o el historiador.
Su libro Dilucidaciones: modernidad y arquitectura se publicó el mismo año (1982) que Todo lo sólido se desvanece en el aire, de Marshal Berman. En cierto sentido, los dos libros parecen tratar un mismo tema: la experiencia de la modernidad como desarraigo y el modernismo (o lo moderno), como un intento utópico de resistirse a esta pérdida, a estas «disoluciones»; en el caso del Movimiento Moderno en arquitectura, ¿qué cree que tiene más importancia: la nostalgia (más o menos reaccionaria) por las raíces perdidas o la ilusión (más o menos «futurista») por recomenzar, por la posibilidad de construir algo nuevo que este desarraigo parecía propiciar?
Abitare nel moderno –su título original–, era únicamente un intento, no muy maduro, de comprender hasta qué punto el pensamiento arquitectónico alemán entre los siglos XIX y XX estaba en sintonía con todos los demás saberes (filosofía, historiografía e historia del arte) que en aquellos momentos trataban de interpretar qué es lo que significaba vivir en la época de la modernidad. La cuestión no era ni la nostalgia ni el futurismo. Tal vez, en todo caso, aquel libro giraba también, de una manera más o menos consciente, en torno a otro tema que era la idea de progreso.
En la conferencia que pronunció en el CBA sobre el Museo Guggenheim de Nueva York decía que, una vez que Frank Lloyd Wright hubo tomado su decisión acerca de la forma del edificio que quería proyectar, fue totalmente indiferente a las características del terreno que tenía a su disposición. Este tipo de postura, ¿supone de algún modo una suerte de extensión de la idea del «arte por el arte» al campo de la arquitectura?
¡No, en absoluto! No se trata de la idea del arte por el arte. Sería así si, hablando del Guggenheim, yo me hubiera remontado a Walter Benjamin; pero yo no me he valido en absoluto de cuanto Benjamin ha escrito sobre el «arte por el arte». Ninguna gran obra arquitectónica nace del terreno; puede nacer del tiempo, de la época, de la sociedad, etcétera. Pero el terreno, la naturaleza física del espacio sobre el que se construye una obra, únicamente sirve como base de apoyo para el desafío que plantea la arquitectura a la ley de la gravedad. ¿Cree acaso que cuando Bruneleschi construyó la cúpula de Santa Maria del Fiore, en Florencia, tuvo en cuenta la ciudad medieval que la sombra de su cúpula recubría por completo?
Finalmente, le pediría que comentara un par de citas que hemos seleccionado. La primera procede de un debate entre los arquitectos Louis Kahn y Philip Johnson que tuvo lugar en 1953, en torno al laboratorio construido por Frank Lloyd Wright como ampliación al edificio de la compañía Johnson Wax (levantado por el propio Wright en Wisconsin entre los años 1936 y 1939). Johnson escribía: Era el tremendo problema de un hombre que quiere un edificio bello, pero lo único que tiene que construir es un laboratorio. Wright lo pone en una torre. No funciona; no tiene que funcionar. Wright había concebido esa forma mucho antes de saber qué iba a llevar dentro. Afirmo que es ahí donde empieza la arquitectura, con el concepto.
No tengo ni la más remota idea de cuándo concibió Wright la idea de la torre del laboratorio y no puedo ni imaginarme cómo podría saberlo Johnson. Me parece, no obstante, una cuestión irrelevante. El edificio es magnífico y desarrolla diversas ideas –la primera de todas, la idea de la estructura en voladizo– en torno a las cuales trabajaría Wright en numerosas ocasiones. Tampoco sé cómo debe funcionar un laboratorio de investigación; sí sé que en el interior de las instalaciones construidas por Wright para la Johnson llovía abundantemente; por supuesto, eso no está bien, pero no cambia nada acerca del hecho de que esos edificios sean auténticas obras maestras.
La segunda cita es de la crítica norteamericana Diane Ghirardo: El arquitecto se convierte en una estrella de los medios en el momento en que su importancia decae, pues en prácticamente todos los proyectos, es el arquitecto el que llega en último lugar. La práctica contemporánea reduce su papel de agente activo en la construcción de la comunidad y sus estructuras al de diseñador de exteriores o especialista en decoración. Promotores, constructores, entidades encargadas de asignar préstamos y comisiones de planeamiento urbano toman las decisiones importantes, dejando para el arquitecto la tarea trivial de seleccionar superficies y acabados para el interior y el exterior.
Me parece una generalización. Cuando se habla así en general, las afirmaciones tienen muy poco sentido. Si Diane hubiera hablado de tal o cual arquitecto, habría estado encantado de prestarle atención y tal vez habría podido discutir con ella; pero así no. Cada historia es otra historia.
Arquitectura contemporánea, Madrid, Aguilar, 1978 [con Manfredo Tafuri]
Carlo Scarpa: Obra completa, Madrid, Dirección General de Arquitectura
y Vivienda del MOPU, 1985 [catálogo de exposición bajo la supervisión
de Francesco dal Co y Giuseppe Mazzariol]
Dilucidaciones: modernidad y arquitectura, Barcelona, Paidós, 1990
Los museos de James Stirling, Michael Wilfrod y asociados,
Barcelona, Electa España, 1992 [con Tom Muirhead]
CURSO ARQUITECTURA Y CIUDAD: LA TRADICIÓN MODERNA, ENTRE LA CONTINUIDAD Y LA RUPTURA
24.10.05 > 19.12.05
DIRECTOR ANTÓN CAPITEL
PARTICIPANTES ORIOLO BOHIGAS · JUAN ANTONIO CORTÉS · WILLIAM J.R. CURTIS · FRANCESO DAL CO · JUAN MIGUEL HERNÁNDEZ LEÓN · JUAN JOSÉ LAHUERA · RAFAEL MONEO · LUIS ROJO
ORGANIZA CBA
PATROCINA FUNDACIÓN SANTANDER CENTRAL HISPANO