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Guardias Civiles

Eugene Smith (1950)

Tres tricornios
Tres rostros curtidos por el sol y a la vez deslumbrados por él. Tres tipos adustos cuyos ojos no vemos, como tampoco vemos las leguas de camino que llevan en las suelas, ni contra qué o contra quiénes descolgaron alguna vez del hombro el fusil y el subfusil cuyos cañones se dibujan contra la pared blanca.

Tres tricornios
Tres rostros curtidos por el sol y a la vez deslumbrados por él. Tres tipos adustos cuyos ojos no vemos, como tampoco vemos las leguas de camino que llevan en las suelas, ni contra qué o contra quiénes descolgaron alguna vez del hombro el fusil y el subfusil cuyos cañones se dibujan contra la pared blanca. «El guardia civil procurará ser siempre un pronóstico feliz para el afligido», escribió el fundador del Cuerpo, allá por 1845. Estos guardias de 1950, de un tiempo y un país felizmente idos, saben que la felicidad o infelicidad del pronóstico que representan sus figuras depende del afligido de que se trate y que no son muchos, ni generosos, quienes se alegran de verles. También saben, o intuyen, que por eso mismo su propia aflicción será olvidada. Y no fue poca la que hubo entre las filas beneméritas en la primera mitad del siglo: guardias que murieron linchados, víctimas de la cólera popular frente a la opresión de la que para muchos fueron rostro; guardias que murieron en acción de guerra, en los desastres marroquíes y en el gran desastre español del 36 en adelante, bajo la bandera roja y gualda y bajo la tricolor republicana; guardias que cayeron frente al maquis, algunos de ellos con una muerte malamente aplazada, porque fue yendo a combatir a los que se habían echado al monte como purgaron el crimen de contarse entre los perdedores de la Guerra Civil. Pero esos tres hombres sin ojos ya cuentan con que nadie les va a tener nunca lástima. Dejan que el sol les abrase la cara, y esperan. Cuando se lo manden, impondrán la autoridad, el miedo, la injusticia. Como tantos otros, en esos años. Pero ellos lo pagarán más: el uniforme y el tricornio les impiden esconder sus actos.

LORENZO SILVA ESCRITOR